8 de diciembre de 2013

Creemos que la caballerosidad no es machismo, y la extrañamos.

Con el tiempo, la mujer no sólo se independizó de estereotipos machistas, se liberó de prejuicios y alcanzó casi plenamente la libertad de ser alguien en la sociedad, sino que también comenzó a cargarse las espaldas con atributos o características que no le pertenecen.

Como todo cambio es bueno, inequívocamente atrae a su opuesto para equilibrar la balanza, y ante cada oportunidad, lo llamado "malo", también tiende a aparecer en escena.

Desde antaño, la mujer fue desenvolviéndose en roles de los que se fue apropiando.

Fue pecando de aprovecharse del hombre cuando éste era sólo una víctima de la brujería, y éste papel más tarde se dió vuelta y el hombre tomó las riendas, quitándole derechos y obligándola a quedarse "en la casa", porque la mujer no era de fiar si se salía de la rutina establecida, si conocía sus poderes, su bruja interna, su Yo Superior.

Gracias a eternos factores, mujeres imponentes y seguramente algunas que han escuchado voces no terrenales, hoy la mujer juega un papel tan importante como el del hombre en la sociedad, y, algunas veces, más importante.

Pero esto no nos es tan favorable como parece.
Hablando en primera persona y del lado que me corresponde, a veces nos tienen miedo.

La mujer tiene libertades que al hombre lo llenan de dudas.
Una mujer independiente, con una profesión, actitud, sin tapujos y honesta, con hobbies, con amigas leales (una de las cosas que más fuerza le da a una mujer es contar con amigas estables y sinceras) que sabe lo que quiere, que se interesa por la cultura, una película, un buen libro y un vino-sin depender de nadie ni para ir al cine -que conoce sus límites y debilidades, y que, como buena "bruja", sabe incluso lo que le pasa al otro, genera tanto interés como dudas.

La sociedad del s.XXI nos ha dado un lugar tan importante como temerario.

El hombre teme acercarse a una mujer que parezca más fuerte que él, o más segura. Tiene acrecentado el miedo al rechazo, a la humillación. Viene con la vulnerabilidad tan exacerbada, que teme hasta expresar su amor por temor a no ser correspondido y salir corriendo aullando como un lobo herido, cosa que también lo ridiculizaría y sólo empeoraría las cosas.

El hombre, sí, se caga en las patas cuando una mujer de este tipo, le gusta demasiado. Y se alivia cuando ésta cae en algún ciclo de inestabilidad o comienza a mostrar sus defectos. Porque ahí se dan cuenta de que también son humanas y llenas de errores.

El hombre cree que la mujer independiente, no necesita de él para cambiar una lamparita, y se aleja.
Y es verdad, no lo necesitamos ni para cambiar las llantas del auto.
Pero eso no quita que por saber hacer algo, no nos guste que se ofrezcan a colaborar, a ser caballeros y darnos la campera cuando refresca, a ponernos del lado de la pared cuando caminamos por la calle, a mandarnos un sms que nos derrita de amor (que equivale a las cartas románticas del s. XVI, pero en menor escala), porque esas cosas, muchachos, nunca pasan de moda.

Ser caballero es respetar a la mujer y cuidarla, amarla como se merece, darle el lugar que le corresponde. No desentraña ningún misterio inalcanzable ni nada que les cambie la forma de ser o vivir la vida, no dejan de ser ustedes por prestarnos atención y cuidados a nosotras.

Y además, porque todos, siempre, necesitamos sabernos queridos. Por más autosuficientes que seamos.

Es tan justo cocinar y poner la mesa para la mujer, como para el hombre. Libérense de tabúes que los tildan de gays (y del miedo a ser calificados o burlados por eso) sólo por equiparar las tareas, por dejar que la mujer haga algo calificado como masculino e, inclusive, por escuchar a su lado femenino y arreglarse para invitarnos a cenar, por mirar las estrellas con nosotras, o por llorar con una película. Eso no los hace menos hombres.

No son menos hombres porque sepamos arreglar el inodoro solas.
No son menos hombres si saben que nosotras nos podemos cuidar, pero se ofrecen a hacerlo de todos modos.
No son menos hombres si nos demuestran cuánto nos aman, o si nos regalan una flor recién arrancada de un jardín.

Son menos hombres cuando se creen superiores y nos maltratan, mental, física o verbalmente.
Cosa que, inconscientemente, hacen porque se dieron cuenta que nosotras ya sabemos el poder que tenemos, y que sabemos cómo usarlo.




PD: Gracias Manu por la charla, la inspiración y la co-creación de esta entrada.

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