29 de diciembre de 2014

Todo lo que quise ser.

"Imagina nomás, que puedes crear una nueva vida."

Quería ser Bioquímica. Maestra. Astrónoma o Astronauta.
Quería tener una agencia de viajes. Quería una casa en la playa. Un restaurante.
Quería ser escritora. Dueña de un emprendimiento de bijouterie.
Quería crear, viajar, ser felíz. Quería ser Capitana de un Barco.
Encontrar mi lugar, porque desde niña que vivo buscando.
A veces no sé bien qué, pero lo sigo haciendo.

Todo lo que soñaba ser de chica, lo olvidé en la adolescencia, pero no se pudo quedar callado.
Hace un tiempo, empezó a renacer desde el fondo, desde el inconsciente, ahí, donde estaba oculto, como olvidado.

Así que la Bioquímica se dió cuenta que le gusta la alquimia, y la magia, y todo aquello relacionado a las mezclas que se conviertan en oro dentro nuestro: Por eso estudio Terapia Floral y hago Elixires de Gemas, y algunas Pastas Alquímicas que me enseñaron en un curso. También por eso creo en todo tipo de magia, sobretodo en la que tenemos dentro.

La maestra nunca se ocultó del todo, porque en el 2012 pudo darles Arte y Gastronomía a chicos con capacidades diferentes, y se dió cuenta de lo gratificante que es enseñar. Así que se quedó ahí, esperando a que terminara unos cursos y pudiera empezar a enseñarlos. Está orgullosa de poder dar todo eso.

La astrónoma o astronauta, sabe que nunca se va a poder ocultar del todo. Que los cursos que quiere hacer, le van a saciar un poco el hambre de Universo. Que viajar al espacio exterior, es tan maravilloso como viajar al interior. De modo que se fundió un poco con la Maestra y empezó a estudiar Astrología. Y ahí va, felíz de hacer lo que ama, con el Alma llena.

La de la agencia de viajes, esa que la Luna en Sagitario empujaba, prefirió no venderle los viajes físicos a los demás, sino realizarlos. Pero sabe que puede ofrecer otro tipo de viajes, que en lugar de ir afuera, van hacia adentro. Ella también está felíz.

La de la casa en la playa, espera. Sabe que no falta mucho. Mientras tanto, el río va suplantando al mar, y eso un poco la alivia y maravilla un poco.

La del restaurante, no quiere cobrar por su comida. Le gustaría más poder regalarla. Elige cocinar para los que ama, y seleccionar lo que la nutre, porque hay una Nutricionista fallida ahí en el fondo también. Ama cocinar y sabe que pone un poco de la Alquimista en cada receta que inventa.

La escritora, uff, tiene cada historia. Está tratando de ordenarlas, pero vive convencida de que alguna vez algo se va a publicar. Y va a armar tremendo alboroto en el barrio. Porque el pueblo es chico, y le gusta hablar, sólo por eso.

La dueña del emprendimiento de bijouterie, tuvo uno. Se aburrió cuando empezó a ver que la gente hacía lo mismo. Y a ella le gusta ser diferente. Así que está dándole forma a nuevas ideas, aunque en realidad ya sabe cómo quiere renacer. Quizás tampoco le falte tanto, porque cuenta con la astucia de la Maga y de la Astróloga que la acompañan.

La que quería crear, se recibió de Diseñadora Gráfica, y hace poco se dió cuenta que se cansó de crear siempre lo que quisieran los demás. Ahora decidió crear lo que ella quisiera...empezando por crearse a sí misma.

La que quería viajar y ser felíz, ésa siempre estuvo. No se va a ocultar jamás.

La Capitana del Barco, hace unos años viene agarrándole la mano al timón. Y es en éste momento donde lo tiene agarrado con firmeza, porque sabe que la ruta no está marcada, pero sabiendo cómo timonear el barco, la va a llevar adonde tenga que estar.

A encontrar ese lugar que hace años viene buscando, viajando para adentro y por afuera.
Intuye que el lugar, ése hogar, siempre está adentro. Ya lo sabe. Necesita descubrir dónde anclar físicamente para poder desarrollarlo.

Ahora huele a tierra mojada.
Parece que estamos cerca.

21 de diciembre de 2014

Terraza.

En esa terraza festejé un cumpleaños, dejé a un novio, ví estrellas fugaces, me quedé "encerrada", recibí señales, lloré, reí, almorcé, cené.

Pero nunca voy a olvidar aquél día de verano en el que llovía torrencialmente, y decidí salir a aprovechar ese momento.

Pisé la terraza, abrí los ojos mirando al cielo, sonreí y lloré de alegría, porque estaba viviendo uno de los momentos más liberadores de mi vida. Y ya sabemos que la libertad nos hace sentir muy plenos.

Hace poco cené ahí con mis primas, y la llenamos de risas y de mis monólogos de pseudo psicóloga que ellas tanto incitan que haga.

Hoy es Luna Nueva. Y salí a saludarla. Saludo a su energía, porque en realidad no la veo, pero calculo más o menos por dónde anda.

Sé todas las resoluciones e intenciones que debo poner, porque esta Luna Nueva es capricorniana, así que me inspiro, pero sobretodo, agradezco.

Agradezco porque todo lo que fui logrando en mi vida, lo hice sola, pero guiándome por los astros, por el cielo, por mi oído interno, por todo lo que no existe físicamente pero sé que está.

Porque si no creyera, estaría buscándole la lógica a este cambio radical de vida, que de lógico no tiene nada.
Si no creyera, no tendría esta fe y confianza en mí misma.

Creo más en lo que no veo, que en lo que tengo frente a los ojos.
Porque lo que veo, en algún momento no estaba allí, y lo supe manifestar.
Porque la Luna Nueva no se ve, pero es fuerte, se siente intensa, es un inicio. Un re-inicio.
Que es justo lo que estoy manifestando.

Y por eso, la respeto, la amo, la sigo, dejo que me mueva.
No tengo miedos.
La luna siempre está ahí para guiarme, aunque no se deje ver.

19 de diciembre de 2014

Me voy.

Me despierta Germán, el del correo. Le pide a mi mamá el papel que me dieron cuando hice mi nuevo DNI.
"Ya está, llegó", pienso. Y me retuercen el estómago los nervios. Me doy cuenta de que es inevitable, que ya estoy, que no puedo -ni quiero- echarme atrás.
No tengo más excusas, lo que me estaba faltando, ya no me falta: me puedo ir.

Puedo ir a Cancillería el lunes, con todos los papeles listos.
Puedo ir al último chequeo médico el martes, y que los resultados me lleguen por correo.
Puedo pasar Navidad con todo listo, esperando a ser metido en el bolso.

No puedo tirarme atrás, por más pánico o susto que me genere. No quiero retroceder.
Me costó tanto, en tan poco tiempo, llegar hasta acá, que creo haber crecido como tres años en cuestión de meses.
Cinco meses para ser exacta, donde sentí todo el peso del aprendizaje y la profundidad que tuve que investigar en mí, desde el 2012.

Tuve que permitirle a mi oscuridad que salga, para poder revelar mi propia luz.
Tuve que aprender a dejar los miedos y el "qué dirán", de lado, para hacerme cargo de mis propios deseos, de aquello para lo que vine -y que sigo descubriendo día a día-, para responsabilizarme por mis decisiones y avanzar en pos de aquello que me hace vibrar el alma.

Montevideo me da calma. A veces quizás demasiada. Pero sé que la necesito.
Necesito el cambio. Lo huelo, lo ansío, lo busco, lo provoco.

Lo tengo acá, latiendo en el medio del pecho.
Ya viene, no me queda otra que hacerme cargo.
Estoy lista.

14 de diciembre de 2014

Lisandro.

Es la primera vez que lo veo. Y antes de que termine la primer canción, ya sabía que quería verlo cada vez que pudiera.

Porque ya no soy una adolescente que va a ver bandas por amor a la experiencia "en vivo", o porque escucharlos así es mucho más placentero, sino porque con el tiempo aprendí a vivir la música de otra manera: desde adentro.

A permitir que un disco entero de Pink Floyd fluya desde mi alma, hacia los oídos.
A dejar que Cerati vibre desde adentro, hacia afuera.
A resonar con los Beatles como si estuvieran dentro mío.

Y Lisandro es todo eso, es interno, se mete en mis profundidades, en mi inconsciente. Me deja reconocerme, le doy el permiso de ser parte de mi vida, de lo que me gusta, de lo que me hace felíz. Porque escucharlo me sube tanto, que me pone así, en un estado de permanente felicidad.
No, no exagero.

Creo que escucho su "música", porque para mí cada canción es más, es una obra de arte, y el arte no se admira sólo con los ojos, qué pobre sería esa concepción. Me atrae el arte en todas sus facetas, y él puede congeniar varias en una sola pieza.
No, no exagero.

Aristimuño hace vibrar todo lo visceral en mí, cala en lo más hondo, hasta los huesos. Ni siquiera puedo definir qué es lo que me pasa, porque cierro los ojos, teniéndolo ahí, a unos metros, y me está haciendo volar.
De verdad, estoy fuera de mí, fuera del teatro, estoy en el Universo. Estoy acá y estoy allá, estoy adentro y afuera, estoy en todo.
No, no exagero.

Cada composición, cada letra, cada nota, cada violín y cada silencio, complotan para hacer que cada fibra de mi ser tenga una experiencia casi mística.
No, no exagero.

Aristimuño tiene una capacidad estelar para hacer tan bien lo que hace, que dudo que sea de éste planeta.
No, no exagero.

Hay momentos en los que inevitablemente tuve que llorar un poco, porque no podía creer la maravilla de la que estaba siendo parte, no podía comprender con mi mente finita, aquello que estaba alimentando a mi alma infinita.
No, no exagero.

Ni siquiera soy una fan empedernida o me desvivo por conocerlo, porque lo que me importa de él, no es él.
Me puede lo que él logra, lo que hace, más que lo que simplemente es.
Me puede aquello para lo que vino al mundo, e insisto con la idea de que vino de las estrellas, para hacernos recordarlas.
No, no exagero.

Lisandro tiene algo, tiene esencia, tiene poder, tiene fuerza, y éso se nota en el escenario, y en los Azules Turquesas. Es mágico, y contagia esa magia con los dedos, con la mirada, con la voz.
No, no exagero.

Se mete casi sin permiso en mi vida, en mi intimidad, en mi universo interno, en mi pequeñez, y me hace inmensa.
Me calma, me da paz, me seda, hasta podría decir que me droga con lo que hace. Me marea, me centra, me desarma y me vuelve a armar.

No, no exageré nunca desde que empecé a escribir.
Porque el arte no se puede exagerar, una vez que se hizo universal, aunque sea sólo para uno, y para compartirlo con los que ama.

Es todo lo que tiene. Y es más que suficiente.

12 de diciembre de 2014

Me muevo.

Me muevo con la energía.

Me muevo con los planetas, con la Luna, con cada astro que me enseñe a bailar a su ritmo.
Me muevo con el agua, con las nubes, con el cielo.
Me muevo adaptándome y manifestando lo que necesite materializar.
Me muevo hacia donde la vida me diga que debo ir.

Aprovecho cada nuevo aspecto entre las estrellas, a mi  favor. Tomo esa energía, la atraigo, la moldeo, la ajusto a mis necesidades, la integro.

No dejo pasar un día sin trabajar en mí, sin darme un espacio de recreo, sin saber que cada cosa maravillosa que me va pasando, la atraje con intención, sabiendo que me la merezco.

Tampoco pasa un día, sin que me pase algo "milagroso", o de "otro mundo".
Es simplemente, porque estoy fluyendo con el Universo.

Aprendí a fluir cuando las cosas así lo requieren.
Estoy aprendiendo a soltar mis ansias de control con todo lo que sucede en mi vida.
Sé que soy artífice de mi destino, pero también sé que no puedo controlar todo, pretendiendo que las cosas se ajusten a mi ego, porque aprendí también, a escuchar a mi Alma.

Aprendí a correr con el viento, y a hacerle frente cuando su oposición me quiere hacer reconocer el deseo verdadero, del capricho.

Aprendí a nadar de pequeña, porque en el agua es donde más cómoda me siento, y como soy agua, aprendí a fluir con ella también.

Aprendí que todo lo que tuve que aprender, y que todo lo que aún me falta, es parte de mi propósito, de mi misión.

Aprendí que escuchando a los planetas, me escucho a mí misma también.
Aprendí que éste fin de semana es especial para agradecer a todo y todos los que me estén ayudando en este viaje, físicamente o no, porque creo más en lo que está "allá", que en lo de "acá".

Aprendí que soy alquimista, que soy maga, que soy bruja.
No me interesa lo que piensen al respecto.
Porque las personas que vibren como yo, son las que van a estar conmigo en el camino siempre, y las únicas que valen la pena.

26 de noviembre de 2014

Me mudo sola.

Dejé de ser hija exclusivamente, cuando decidí convertirme en mi propia madre.
Que se entienda: nunca se deja de ser hijo.

Pero elegir hacerte cargo de tu propia vida, de lo que te nutre, lo que te alimenta, tomar las decisiones en base a lo que te hace bien a vos y no a otros, y seguir tus sueños y metas, cueste lo que cueste, así debas hacer todo sola, indefectiblemente te convierte en tu propia madre.

Me estoy mudando sola.
Que no se malinterprete: Viví casi tres años sola, en soledad. Ahora me estoy mudando sola, lo estoy haciendo sin ayuda, pero volviendo con mis viejos por un mes, antes de cambiar finalmente de país.

No precisé de nadie que me ayude a embalar, a tirar media casa por la ventana, ni a elegir qué vendo y qué regalo.

No cuento con más que mi prima que me hace de flete, y me ayuda con los muebles.

Pero todo lo demás, lo estoy haciendo sola.

Y me da orgullo, no por precisar poca ayuda, sino porque sé cómo hacer las cosas, y cómo hacerlas bien.
Porque toda mi vida entra en una sola habitación, y sé que materialmente hablando, no preciso más que todo eso. Hasta quizás menos.

Me da orgullo porque me convertí en una mujer fuerte, en todo sentido.

Porque puedo levantar el mueble que quiera, y soportar con mi alma todos los ajetreos que la vida me proponga.

Porque me la banco, y me sobran ovarios al respecto.
Eso es de familia, está clarísimo.

Me da orgullo, porque no necesito a nadie para mudarme de país o decidir qué hacer con mi mundo.

Porque nunca dejo de crecer, ni de creer; porque me guía mi propia luz, y todo eso quiere decir que estoy construyendo mi camino, para convertirme en la mujer alfa de mi propia manada.

20 de noviembre de 2014

Dispersa.

Encuentro un blog.
Tengo que terminar archivos para llevar a Capital mañana, pero por esas cosas de mi facilidad para distraerme, encuentro un blog con fotos de Montevideo.
No son fotos turísticas, no son esas que sacás de un lugar que te pareció lindo solamente, son fotos del día a día, de la Montevideo normal, ésa que conocí un poco más en Septiembre.

Hay fotos de Ciudad Vieja (tan linda ella), de una esquina que parece la de una casa en la que me hospedé, de graffitis, de afiches rotos en las paredes, almacenes, gente durmiendo en la calle, rambla, uruguayos con el termo bajo el brazo, paradas de colectivo, plazas, banderas, bares, Pilsen rotas en veredas, ferias, y hasta del Palacio Salvo.

Y no son grandes maravillas, no hay lujos, no hay escenas paradisíacas.
Hay paredes resquebrajadas, chicos jugando en la calle, desorden y suciedad como en cualquier lado.

Pero no puedo más.
Miro las fotos una y otra vez, y evito abrir el álbum con las que saqué yo, porque tengo que seguir trabajando.

No puedo más.
Lagrimeo un poco, de la impotencia de no poder abrazarla ahora mismo.

No sé, no sé qué me hizo, pero sé que debe ser importante.

No puedo más.
Voy al post siguiente, la chica que escribe la detalla tan bien, que hasta escucho el "Ahh, ahí va" que usan como muletilla.

No puedo más.
Es verdad, hay algo de maravillosa en Montevideo, y es que es tan chiquita, que cada foto se parece a algún rincón que conocí, y sé que es probable que sea ese mismo.

No puedo más.
Es tan abierta de posibilidades como Capital, pero como si estuviera pasada de relajantes.

No puedo más.
No me había pasado antes, de extrañar tanto a un lugar, donde ni siquiera hay un hombre involucrado, como para justificarme.
Por eso creo que el amor que le tengo, es bien puro.

No puedo más.
No es que quiera estar ahí: lo necesito, me lo pide el alma.

No puedo más.
Pero tengo que esperar un tiempo prudente y necesario, para hacer las cosas bien.

Y la extraño tanto, que cada día aseguro con más certeza, que si no es mi lugar en el mundo, le pasa raspando.

19 de noviembre de 2014

Pocas cosas.

Toda la vida fui de guardar "cosas que algún día me servirían".
Mi profesión me llevó a guardar publicidades, packaging, imanes, volantes, tarjetas, etc...
Mi mala memoria, me obligó a escribir más de treinta cuadernos, agendas y diarios íntimos, y a guardar cada carta que me han escrito.
Mi apegaba a las pequeñas cosas, a un pequeño objeto que me traía recuerdos, a algo que me regalaron y que guardé sólo por ser regalo -aún si nunca lo usé-, etc...
Mis hobbies artesanos me han hecho guardar chapitas, tapas, maderas, mugre, mugre y más mugre que en algún momento planeaba reciclar o utilizar en algún proyecto.
Siempre fuí una cartonera, sí.

Pero en los últimos meses, cambió todo.
Cambié yo.
Cambié tanto, que lo único que me faltaba, realmente, era terminar de eliminar y limpiar el exterior.

Me dí cuenta que todo me molestaba. Que había cosas que estaban ocupando lugar físico, y en mi cabeza.
Que me sentía un poco atada, agobiada, abrumada.
Que necesitaba limpiar, limpiar y limpiar.
Que, además, tenía que mudarme y empezar a elegir qué cosas me sirven realmente, y qué no.

Perdí la cuenta de las bolsas de basura que saqué de la casa de mi mamá, de mi ex (y en breve nuevamente actual) habitación.
De las que saqué con cosas para regalar.
De las que tiré en mi casa.
Es increíble que un ser humano tan pequeño de tamaño como yo, haya guardado tantas porquerías en treinta y un años.

Y hoy empecé a mudarme, y me dí cuenta que tengo pocas cosas.
Que me guardé las que uso siempre.
Que me quedé con eso que preciso para trabajar, por ejemplo.
Que no sirve de nada guardar cosas "porque sí".
Que nunca vas a usar todo eso que creés que vas a usar, y guardás en vano.
Que no hay liberación más grande, que la de eliminar cosas materiales que no te sirven, porque inevitablemente viene conectado con una limpieza del inconsciente, y, si queda lugar libre, físico, mental, espiritual, o el que prefieran, inevitablemente se va a volver a llenar, pero con cosas que sirvan, que realmente necesiten.
Y las cosas que necesitamos, seamos conscientes, nunca son materiales.

"Eliminar, para iluminar", es uno de mis mantras preferidos.

Es el que me ayudó a darme cuenta de que, en realidad, cualquier tipo de apego te ata, y con el que descubrí que no soy apegada a nada, a fondo.
Que las mejores cosas de la vida, no son cosas.
Que los mejores aprendizajes, vienen de experiencias.

Aprendí que me da mucha paz tener pocas cosas - comparando con lo que tenía antes- que mudar.
Me hace más liviana, simple, veloz.

Aprendí que todo lo que te tironea al pasado, te ata.
Y yo no quiero estar atada a nada.

12 de noviembre de 2014

Ser intenso hoy.

Ser intenso está tergiversado.

Ser intenso no es ser enamoradizo, celoso, o estar enfermo al respecto de otra persona.
Ser intenso es algo tan profundo, que, sin ánimos de ofender, las cabezas cerradas no pueden comprenderlo.

Ser intenso es dar todo o nada, es ir hasta el fondo del asunto, es compenetrarte, entregarte, no tener miedo a la intimidad, al compromiso o a darte sin restricciones.
Ser intenso es tener deseos que te impulsan desde el fondo del alma, que te alimentan y alimentás.
Es buscar constantemente, es olvidarte de tus límites, es ser libre porque te entregás sólo a lo que sentís que te hace bien, que te ayuda a crecer, que te nutre.

Ser alguien intenso no es simple, porque tenés que olvidarte de todos tus patrones de conducta, de todos tus miedos, y tenés que darte cuenta que lo que más valor le da a tu vida, a tu persona, es el amor que te tenés.

Al fin y al cabo, querernos es lo que nos hace estar constantemente en la búsqueda de algo más, de nuestro camino, de nuestro propósito, o de las personas que queremos que nos acompañen, así sea para siempre o sólo por un rato.

Soy intensa porque Plutón me hizo así, y es una parte de mí que me encanta alimentar.

Soy intensa porque me amo lo suficiente como para saber que puedo dar amor, en todas sus facetas, sin ningún tipo de miedo, sin restricciones, y no necesitás ser mi novio para que lo haga. ¿Por qué limitarnos a relaciones típicas, para poder entregarnos del todo, siempre?

Soy intensa porque puedo quererte mucho, pero eso no quiere decir que me enamore como adolescente o que te esté acosando todo el día. Porque me respeto, entonces en base a eso, aprendí a respetar a otros.

Soy intensa porque no tengo dudas en entregarme a vos, si veo que valés la pena. Porque sé que tengo límites, y sé cómo romperlos, o cómo hacer que los demás los respeten.

Soy intensa porque sigo mis instintos, mucho más que a mi cabeza.

Soy intensa porque me escucho.

Soy intensa porque siempre tengo un universo adentro, en ebullición, que tengo que hacer salir, para no explotar.

Soy intensa porque nací así, y así me gusta ser.

Pero si pensás que soy intensa porque te abrazo y te digo lo mucho que te quiero, o porque te mando un mensaje preguntándote cómo estás, o que ser intenso es confundir las cosas...entonces sos vos el que no entendió nada.

Inmensidad.

"-¿Te diste cuenta todo lo que nos espera? Es inmenso."

Me dijo así, y medio que me aflojé en la silla.

Ella nació el mismo día que yo, sólo que tres años después.
La conocí cuando teníamos 14 y 17, y desde entonces, además de ser inseparables, siempre nos dijimos las cosas de frente, jamás nos peleamos o distanciamos, y fuimos observando cómo el destino -y nuestras elecciones- nos ponían a vivir paralelismos sumamente fuertes.

Tengo que entregar la llave de mi casa el 01/12. Me mudo a la casa de mis viejos por unos meses, porque me voy a vivir a Montevideo, ya es algo de público conocimiento.
Y lo decidí así, porque contándolo, lo absorbo y racionalizo mucho mejor, que si fuera un secreto.

Ella se va del departamento que comparte con su novio, y también debe entregarlo el 01/12.
Renunció a un trabajo agobiante, que la liberó para trabajar de lo que ama, y se van porque están construyendo su propia casa. ¿Adónde se van? A la casa de los padres de ella.

Podríamos hacer una película en paralelo, donde hay diferencias abismales, que terminan uniéndonos en algún punto.
Siempre, la vida, nos termina volviendo a juntar.

Ambas estamos en un turning point de nuestras vidas.
Ambas estamos arriesgando mucho, en pos de un futuro mejor.
Ambas estamos siguiendo nuestros sueños, escuchando a nuestro corazón.
Ambas caminamos para adelante, porque sabemos que todo lo que dejamos atrás, ya no nos sirve, sino que nos estanca.
Ambas nos vamos a extrañar mucho, pero nos deja tranquilas saber que la otra siempre va a estar bien, que todo está fluyendo a favor de la vida que queremos vivir.
Ambas sabemos que todo lo que viene es inmenso.
Y somos conscientes de que, al fin y al cabo, el destino nos termina uniendo siempre.

11 de noviembre de 2014

La que era mi casa.

Vuelvo a casa y la gata corre hasta mi puerta.
Es instantáneo: me acerco a acariciarla, mientras pongo la llave, y me largo a llorar. Así, de golpe, sin esperarlo.

Entonces me siento en el piso y entiendo todo muy bien, como si tuviera algún tipo de epifanía en la que descubro la triste verdad de cuánto amo esta casa, pero que me tengo que ir. Entiendo lo mucho que voy a extrañar todo ésto.

Hace días vengo observando todo con minucioso detalle, cada rincón, cada pared que manché con vino, cada agujero que tengo que arreglar antes de irme.
Pero no es superficial: vengo observando todo lo que cada uno de esos rincones me dió.

En estos dos años y medio, aprendí más de mí, que en cualquier otro momento de mi vida.
Llené la casa con mis silencios, con mis sonrisas, con música, con amigos, con charlas, con lágrimas, pero sobretodo, la llené de mí.
Era una extensión mía, era MI lugar, mi protección, mi zona cómoda, mi mundo. Me sorprende ver cómo hice sola, de este lugar, un hogar.

Acá aprendí a escucharme.
Acá descubrí parte de mi propósito en el mundo.
Aprendí a organizarme, crecí, maduré, me conocí, me encontré.
Sí, definitivamente acá, con toda esta soledad hermosa que la abarca, me encontré.

Ahora me quedan doce días para disfrutarla, para terminar de exprimirla, antes de vaciarla y dejarla lista para el próximo inquilino. Que ojalá la cuide y quiera tanto como yo.

Me pone triste, me duele un montón tener que alejarme de mi primer hogar, de las cuatro paredes que me protegieron, me acunaron, se dejaron transformar a mi gusto.
Me cuesta, sí, pero es el precio que tengo que pagar.
Todo no se puede.

En esta casa descubrí lo que quiero hacer de mi vida, lo que deseo materializar para mi futuro.
Y es ella misma, la que me está pegando el empujoncito final, para que avance, porque sabe que en esta ciudad no me puedo quedar, porque Campana no me dá lugar para todo lo que tengo para dar, y porque ya me dió todo lo que yo necesitaba. Me estoy sintiendo estancada, inmóvil.
Y yo no nací para quedarme quieta.

Por eso ya tengo cajas listas, ya tengo el espíritu a punto.
Porque sé que para permitir los cambios más grandes, no te podés aferrar a nada.
Y que, en pos de tu evolución personal, hay que terminar etapas, abandonar o alejarse de cosas, incluso de personas, para que haya espacio donde pueda entrar todo eso nuevo, que te está esperando ahí, en el camino.

29 de octubre de 2014

Personas.

Me gusta mucho observar los diferentes tipos de conexiones que tengo con las personas, porque suelo aprender de ellas, y de lo que generan en mí.

Hay personas que aparecen un segundo, sólo para enseñarte algo, o para que les enseñes vos, aunque ni siquiera te des cuenta.
Hay personas que vienen en tu auxilio, y te sacan del tedio, de la desesperanza. 
Hay otros que necesitan que los auxilies vos, que los abraces, que les asegures que va a estar todo bien, que le des la mano que los saca del pozo.
Hay personas que vienen a compartir su amor, a enseñarte a vos a compartirlo. 
Otros vienen para quedarse un rato, aunque no sea físicamente. 
Y esos son los que más me intrigan.

He conocido personas que ví sólo una vez en mi vida, de las que nunca me olvido. 
Otras con las que compartí contadas ocasiones, y me dejaron una marca especial, "su" marca.
Otros que simplemente, me embrujaron con una sonrisa, y no me dejan ir a ningún lado, aún sin decirme nada.

Me atrapa la gente callada, silenciosa.

Quizás las tome como un desafío hacia mí misma, para descubrir qué tanto tienen, qué ocultan detrás de su silencio. 
Porque es ley: los seres que no necesitan exteriorizar tanto en persona, están llenos de universo interior.
Y yo soy una convencida, de que son los que más valen la pena.

Me intrigan hasta el hartazgo. Me obsesionan.
Sí, sé que no es sano. 
Sé que son los aspectos de Plutón, sé que es la parte oscura de mi ascendente en Escorpio, sé que está mal.
Y sé que son más fuertes que yo.

Porque esas personas, muchas veces, son las que se quedan colgadas del pasado, y, como yo resuelvo y olvido el pasado -demasiado- fácilmente, quiero decirles que eso no está bien, que así no pueden avanzar.
No porque yo tenga la razón, sino para demostrarles que viviendo el presente, todo fluye mejor.

Me dan ganas de sentarme a hablar, de explicarles porqué no es tan bueno quedarse atascado, cómo pueden confiar en que lo mejor de la vida no fue "lo que pasó", sino que será aquello que desean con el alma, eso que necesitan, a lo que todavía no se animan a verle la cara, porque tienen miedo de sufrir, de que les pase lo mismo.
No saben que merecen mucho más de lo que se imaginan.
No creen que lo que está por venir, es mejor que lo que ya se fue.
Les cuesta confiar, les cuesta soltar, relajarse, dejar ir lo que ya no sirve, lo que los estanca.

Esas personas, son las que provocan que yo saque lo mejor de mí, que desenvuelva las ansias de ayudarlos.

Que pueden darse con una charla profunda, con un abrazo, con demostrarles que hay personas que los quieren como son, que los pueden ayudar a confiar otra vez, o que les pueden sanar un poco el corazón.

Que hay personas que piensan en ellos, aún sin haberlos conocido demasiado, y que saben cuánto valen la pena, aunque se atajen con su baja autoestima.

Que hay personas interesadas en compartir un pedazo de su vida con ellos, en descubrirlos.

Que hay personas que los han leído, que saben cuánto les duele o cuánto les cuesta el camino.
Que saben porqué quieren escapar como lo hacen.

Que hay personas que quieren una oportunidad para conocerlos, para estar cerca.
Que les pueden dar la mano, mirándolos a los ojos, y asegurarles que, si aceptan, todo va a estar bien.

25 de octubre de 2014

Astros.

No puedo vivir sin los planetas.
Ya lo intenté, quise evadirlos, bajé la mirada que observaba embelesada el cielo nocturno.
No puedo.

Quise no leer tantas cosas, no interesarme por sus movimientos, no estudiar cómo y porqué nos afectan, no mirar mi carta natal cuando algo intenso me está pasando.

Quise no seguir sus rumbos, no averiguar sus movimientos futuros, no fluir con su energía, no dejarme llevar.

No puedo.

Quise ocuparme de otras cosas, quise no distraerme con ellos, no darles tanto de mi tiempo.
Creí que lo estaba desperdiciando, que sería mejor invertirlo en otra cosa.
Pero no pude despegarme.

Creí estar haciendo las cosas mal.

No puedo evitar seguir leyendo, investigando, estudiándolos.
No puedo evitar que me atraigan como un imán.
No puedo evitar, que la gravedad haga lo suyo conmigo, al respecto de ellos.

Así que me dejé llevar, más que de costumbre.

Y me encontré entendiendo lo inentendible, explicando lo inexplicable, moviendo lo inamovible.

Me ví siendo guiada hacia otro camino que no era el que pensaba, ni siquiera el que me dió un título.
Me ví apasionándome por tanta información, como obsesionada por aprender más y más.
Me atrapó entender que no puedo saber todo, simplemente porque no me alcanzaría la vida.
Me ví maravillada por las luces, las sombras, los grados, los asteroides, las estrellas, los puntos matemáticos, la atracción, los campos electromagnéticos, la energía, los aspectos.

Así que tuve que reconocer, que había algo que me estaba llamando a seguir por ese camino. Que no era tiempo perdido, sino que lo estaba invirtiendo: de inversión a futuro, y de invertir las ideas de lo que esperaba hacer de mi vida.

Entonces acepté los desafíos.
Uno implica seguir la guía de lo que me dictan al oído, mi camino personal.
El otro, me dice que están en mi propósito, en lo que puedo darles a los demás.

¿Qué quiero decir con todo esto?
Que ya estoy lista. Que me siento preparada como para responder cualquier pregunta.
Así me la haga yo misma. (que son las más difíciles de responder)

Porque aprendí que de ellos te llega su influencia, su energía, pero está en vos saber adónde y cómo redirigirla, qué hacer con ella.

Y terminé comprendiendo esa frase que reza que los astros inclinan, pero no obligan.

22 de octubre de 2014

Demasiada imaginación.

Podría describir los aspectos y planetas de mi carta natal, que provocan que viva, desde la infancia, con una imaginación demasiado fructífera.
Suena delicioso, sí, pero no lo es tanto.

Como hija única, eso de alguna manera me ayudó a soportar la soledad, a ir entendiéndola, y a evadirla, también.
Pero me causó el problema de que, los recuerdos que tengo de aquel entonces, en gran parte, no son reales.

Me acuerdo perfectamente de los juegos que inventaba y de lo creativa que era, con tal de evitar el aburrimiento.

De la casa que me construí con pedazos de ladrillos -que habitaba con mi familia "del futuro"- del barco que delimitaba con tizas en el piso, jugando a que vivía en él mientras viajaba por el mundo; de la agencia de viajes en la que trabajaba, y que armé recortando avisos y notas de turismo de los diarios; de la pileta riñón, que en realidad era un mar donde yo vivía con sirenas y Tritón; y hasta de la carpa que mamá me armaba en el patio, y donde elegía recluirme por horas. Amaba esa carpa hecha de maderas y sábanas.

La fantasía siempre incluía tener mi propio lugar, aunque fuera nómade, con mi familia, con ésa que soñaba construir.

Recuerdo todo eso, como si hubiera pasado hace horas. Ése mundo que inventé para refugiarme o entretenerme, es mucho más visible en mi mente, que las cosas que realmente pasaron.

No las ignoro, porque sé que hay muchas cosas que fueron reapareciendo con el tiempo, porque debía solucionarlas o comprenderlas, para convertirme en la mujer que hoy soy.
Pero la imaginación me ayudaba a no sentirme tan sola, tan aislada.

Ésto no quiere decir que no tenía amor, para nada. Mi mamá y mis abuelos me dieron todo el cariño que alguien puede pretender cuando es chico. Y más.

Sin embargo, reitero, en todos mis juegos, siempre contaba con algún compañero de viaje. A veces, incluso hasta tenía hijos, que iban conmigo adonde quisiera.

A pesar de estar enamorada de mi imaginación, a veces me juega malas pasadas, cuando la dejo demasiado libre.
Tuve que aprender a ponerle límites, porque sino no me deja rendir en el trabajo, o peor, idealizo personas o situaciones que no existen, o que no están conmigo. Sí, aún hoy.
Reconozco la gravedad del problema. Pero también lo abrazo, porque sino no sería yo, ni podría escribir, ni pintar, ni diseñar, ni crear.

Ahora estoy releyendo el libro que le dió nombre al blog, porque lo necesito.
En el 2011, tenía los mismos síntomas de pánico que tengo ahora, antes de dejar a un novio. Y que tuve en el 2010, antes de dejar un trabajo, para independizarme.
En ambas etapas, éste libro (junto a algún otro complementario), me ayudó a seguir. Me dió impulso, la fuerza necesaria.
Las dos etapas, resultaron cambios maravillosos.
Aunque igual los llevé a cabo, de haberlo sabido, no hubiera temido tanto.

Así fue como, leyendo un cuento, me fui. Me fui por ahí. Colgué, como quien dice. Divagué.

Entonces sé que voy a tener una hija mujer, y luego un varón.
Sé que a ella le voy a leer estos cuentos, para que no olvide nunca su naturaleza salvaje, su Yo instintivo, su alma. Para que siempre se escuche.

Sé que en su mesa de luz, va a haber un globo terráqueo de esos que se iluminan. Y que, a medida que transcurre la lectura del cuento, le voy a ir señalando los lugares que van apareciendo.
Sé que ella se va a maravillar, y me va a preguntar si algún día va a poder conocerlos.
Claro que le voy a decir que sí, que va a conocer todos los lugares del mundo que ella quiera, si así lo desea.

Entonces me abraza, la beso, y salgo de la habitación apagando la luz.

Y bajo las escaleras para ir a hacerme un té, sonriendo con el pecho vibrante, mientras la mujer salvaje dentro mío, le aúlla a la Luna, al símbolo del afecto, de la madre.
Aúlla y me confirma que tomé las decisiones correctas, que dí todo por seguir mis sueños, escuchándola.
Que no hice oídos sordos a lo que el Universo esperaba de mí.

Que, en pos de descubrir mi propósito y mi camino en esta vida, seguí las huellas que me iba dejando, me animé a correr con los lobos, mientras fui tierra fértil, para formar mi propia manada.

21 de octubre de 2014

Procesos.

Quizás ni siquiera sepa bien lo que me pasa. Soy una bola de emociones y sentimientos, que trato de desentrañar, pero siempre alguien aparece para enredarme de nuevo.

No está bueno querer mudarte de país, cuando los demás creen que estás huyendo de algo, escapando.
Y la verdad, es que no.

Me agota el cerebro tratar de hacerles entender que no necesito escapar de nada, que simplemente estoy cansada, apagada, aburrida. Que en ésta ciudad estoy así. Que sé que tengo potencial, pero acá no se valora, no tengo oportunidades para explotarlo.

Que simplemente estoy buscando un mejor futuro para mí, y que tengo que hacerme cargo de mi propia vida, y no puedo hacerme cargo de la de los demás. Bastante me cuesta lidiar con la mía.

Que no veo mi futuro en ésta ciudad, ni en ninguna otra del país, que conozca.

Que hace 16 años estoy en un camino que, recién ahora, rinde sus frutos.
Que parte de mi decisión por mudarme, incluye encontrar mi propósito de vida, seguir lo que me hace latir el corazón, lo que me hace vibrar el alma.
Que estoy estancada, y no quiero más estar así. Que necesito avanzar.

Identifico claramente todo aquello que me hace sentir así, y son muchas cosas.

Desde poder ayudar a alguien a mejorar su vida, a hacerlo consciente de su propio poder, con unas palabras, con una carta natal, o con un curso; pasando por sentarme a mirar el río con los pies en la arena, pintar un mandala escuchando la música que me gusta; hasta llegar a cocinar bailando, o cantar una canción desafinando. Lo que sea.

No me importa si lo hago bien para los demás, excepto en el área de mi trabajo. Y sé de lo que quiero trabajar. Sé de lo que quiero vivir.

Hacer lo que me gusta, para mí, es la base que necesito para sentirme viva del todo, para convencerme que, escuchando a mi alma, todo puede suceder, y que las cosas decantan por su propio peso. Porque principalmente, sé que debo creer en mí.

Sé que las mochilas molestan, de todo tipo. Sé que cuanto menos cosas materiales acarree, y más claras deje las cosas acá, más libre me voy a sentir.
Sé también, que las cosas que valen la pena, no se pueden tocar.
Que las mejores inversiones, son las experiencias. Los viajes. Aprovechar las oportunidades.
Buscar el crecimiento. Moverse.

Yo no puedo saber a ciencia cierta si voy a terminar viviendo en Montevideo, siempre.
Sólo sé que, ahora mismo, en este instante, es lo que deseo y es por lo que lucho.
Es una meta más, no un sueño. Dejó de serlo, cuando empecé a tomar acción al respecto.

El tiempo dirá si termino en algún otro país, en otra ciudad, o del otro lado del mundo.
Por lo pronto, estoy abierta a todas las oportunidades, porque no tengo límites, y principalmente, porque soy libre, sobretodo de elegir mi vida.
Pero estoy muy segura de que, en ésta ciudad, ya no quiero estar más. Que no quiero volver.
Simplemente porque se terminó mi estadía. Con todo lo que eso implica.

Entiendo el dolor de los que me quieren, de aquellos para los que soy lo único. Juro que lo entiendo.
Y si pudiera evitárselos, créanme que lo haría.
Aún así, no puedo resignar mi vida, sólo por pensar en los demás.

Lo vine haciendo los últimos años, y ya es hora de pensar en mí. De elegirme, de decidir sola.
Es hora de madurar y de cortar el cordón que me ata por compromisos, porque "mamá siempre tuvo la razón", porque la sociedad dice que soy una mierda dejándola sola, con su marido.
A mí mamá la amo, y eso nada lo va a cambiar.
Lo único que pretendo que entiendan, es que no estoy siendo egoísta por buscar mi felicidad. Por escucharme, por conocerme e ir en busca de lo que me espera.
Porque pienso todas las noches antes de dormirme, en todos y cada uno de los que lastimo alejándome.

Aunque para mí sean sólo cinco horas de distancia, para ellos es tenerme en otro país. Ya lo sé, no es fácil. Repito, para mí tampoco.

Necesito organizar miles de cosas, que estas situaciones no me dejan organizar.
Necesito un plan, encarrilarme, sellar documentos, ahorrar, dejar todo pago y ordenado antes de irme.
Necesito sacarme cosas materiales de encima, y, sobretodo, necesito dejar de pensar.

Y no es tan fácil, porque me estoy mandando sola.
Incluso acá, ahora que tengo que volver de mis viejos, me siento más sola de lo que estuve en Montevideo.

Porque los que me apoyan, no son los que van a volver a vivir conmigo.
Porque allá la gente entendía mis ansias por buscar mi propio destino, aún sin conocerme.
Acá quieren atarme al de ellos.
Y yo nací con libre albedrío, que es el que me hace aventurarme en pos de un futuro mejor.

Estoy cansada de los cuestionamientos, y sé que hoy no fue el último.
Así que con la frente en alto, y con el discurso de siempre, voy a demostrarle a quien sea, que creo en mí, creo en que puedo hacerlo, y que puedo hacerlo bien.
También me preguntan qué haría si me sale mal, y claro que yo también me lo pregunto. Pero es una posibilidad que decidí no barajar, porque, primero, sé que daré todo de mí; y segundo, como mucho, volveré a empezar.
Que es algo a lo que ya estoy acostumbrada.

Además, tengo la desventaja y la ventaja, de conocer poca gente en Montevideo.
Eso quiere decir que cualquier persona puede aparecer.
Uno nunca sabe.

Peor sería preguntarme toda la vida, "¿Qué hubiera pasado si me animaba?"

19 de octubre de 2014

Nos estamos muriendo.

Nos estamos muriendo constantemente. Siempre. A toda hora. Desde que se plantea nuestra existencia en la mente de nuestros padres. A cada momento.
Estamos diseñados para morir.
Somos concebidos, nacemos, crecemos, fallecemos.

Nos estamos muriendo cuando cumplimos años. Estamos un año más cerca de dejar de existir como seres humanos.

Nos estamos muriendo, en partes, constantemente.
Nuestra niñez muere para darle paso a la adolescencia, ésta muere para darle paso –en el mejor de los casos- al adulto, el adulto muere para dejarle lugar al anciano.
El anciano muere, para hacerle espacio…a otro ser humano en la tasa de natalidad.

Nos estamos muriendo cuando tenemos un orgasmo.
Cuando somos padres, cuando terminamos un libro (vaya muerte terrible si las hay), cuando cambiamos de trabajo, cuando nos separamos de alguien, cuando nos mudamos.
Estamos muriendo y renaciendo constantemente, porque el universo es cíclico, porque todo es dual, porque no hay muerte sin vida y viceversa.

Nos estamos muriendo cada día, a cada hora, en cada minuto.
Creemos que vivimos, cuando lo único que estamos haciendo, es estar más cerca de la muerte.
Podría extenderme tratando de filosofar de qué se trata la muerte en sí, pero no es el asunto que me compete ahora mismo.

Quiero dejar en claro, que nos olvidamos, que nos ocultan, que nos hacen creer que está todo bien, que la felicidad es el fin último de la existencia, que la risa nos salvará, que las cosas pueden esperar y podemos dejarlas para después, cuando, al fin y al cabo, todos nos vamos a morir, y nada de lo que no hiciste en esta vida, podrá ser llevado a cabo cuando abandones todo atisbo de vitalidad.

Hay personas que viven con el terror de la sola idea de su propia muerte. Personas que ignoran tal conocimiento. Personas, como yo, que se obsesionan con cualquier proceso de vida-muerte-vida, y que se dedican a estudiar a fondo, de investigar o al menos se intentan explicar de qué se trata todo esto.
Y que nunca llegan a ninguna conclusión tangible, porque la muerte es como la vida, incorpórea, es un concepto, es algo que viene y se va cuando quiere, es como el aire, pero inesperada. O esperada, ya no sé.

Algunos dejan huella, algunos pasan desapercibidos. Todos mueren. Todos tenemos el mismo final.

Nos estamos muriendo y no nos damos cuenta.
Y en el vértigo del que abre los ojos a esta realidad, solemos actuar como desesperados.
Pensamos que hay que vivir la vida al máximo, exprimirla, correr tras lo que nos provocará alguna satisfacción, que siempre será momentánea, porque todo lo bueno se acaba, porque la soledad y el desasosiego de haber obtenido tan rápido lo que deseabas, te dejan al borde mismo del abismo de algún tipo de muerte.

En el camino que hacemos con las ansias de comernos el mundo, lastimamos al resto, hacemos daño, somos egoístas.
Sólo cuando entendemos que las personas que nos rodean, también se van a morir, podemos tener un pequeño dejo de lucidez, que nos permite actuar sin tener que herir al otro, pedir perdón, conocer la ley del karma, intentar hacer lo mejor que podemos en el camino hacia nuestras metas, objetivos, sueños. Porque estamos acá para aprender, calculo yo, hacernos cargo de nuestra propia vida, y, por ende, de nuestra propia muerte.

Nos estamos muriendo. Quería recordárselos.

La felicidad es efímera. Lo bueno es efímero. La vida es efímera.

Nos estamos muriendo por hacerle culto a un cuerpo físico, a un cuerpo mental, olvidándonos de intentar, por lo menos, averiguar si hay algo más allá, si hay algo después de esto, si venimos con alguna finalidad última o es un simple viaje de placer y autoconocimiento, que luego se perderá entre los cajones y la tierra de algún ridículo cementerio.

Nos estamos muriendo y nos enseñan, entretanto, a ser buenas personas.
Nos enseñan cuestiones éticas, morales y sociales, que sólo aniquilan poco a poco nuestra naturaleza salvaje, e intentan moldear un lado más amable y apacible.

Pero preciso recalcar, que no hay nada más vivo y más seductor, que un ser humano con plena conciencia de su origen, de su ferocidad, de su mortalidad. Porque eso no quiere decir que sea mala persona, sino todo lo contrario. (¿Qué es ser buena persona??)

Nos estamos muriendo, y no hay nada más necesario que darnos cuenta de ello.

En el trayecto hacia la muerte, que dura toda la vida, podés aprovechar a hacerte dueño del camino, a saber que tenés libre albedrío para elegir, a correr, a cantar, a bailar, a deleitarte con un buen plato de comida, a gritar cuando pasa el tren, a aventurarte, a no perder oportunidades significativas, a respirar con fuerza, a abrazar, a viajar, a nadar, a reír, a leer, a escribir, a moverte, silenciarte, escucharte, conocerte, descubrirte.

Y creo que el amor viene como un bálsamo, a tratar de sacarnos un poco del hastío que nos genera saber que, hagamos lo que hagamos, igual nos vamos a morir.

Entonces no queda otra que impulsarnos a dar amor, a recibirlo, a perdernos un poco en el otro, creyendo inútilmente, que así podemos dejar de ser tan volátiles.
Cuidarlo, como si eso lo protegiera de desaparecer algún día.
Podés aprovechar a arriesgarte cuando vale la pena alguien que pueda hacer de tu camino tan corto, algo un poco más eterno. Y te haga compañía, y te haga creer que no estás tan solo.

Es todo una ilusión, y es todo tan efímero, y es todo tan sencillo, y es todo tan complejo cuando lo tergiversamos.

Porque cuando sabés que, de un momento a otro, podés dejar de existir, aprendés a mirar la vida con otros ojos.
Con los ojos del que descubre la magia de cada día como si fuera un niño, con las ansias de buscar esos momentos –aunque efímeros- de felicidad, con el ímpetu para llevar adelante todo aquello que se te ocurre lograr, porque, al fin y al cabo, haya reencarnación o no, ésta vida es una sola.

Y desperdiciarla sin aprovechar el conocimiento, el empoderamiento que nos da sabernos mortales, me parece una idiotez.

18 de octubre de 2014

Una sola palabra.

Todos tenemos alguna palabra que nos describe.
Pero no para los otros, sino para nosotros mismos.

Esa palabra describe el universo que llevamos dentro. Sintetiza nuestro ser.

Describe todo lo que somos, lo que deseamos, lo que damos, lo que esperamos.
Describe cómo nos manejamos en la vida, nuestras pasiones y nuestras broncas. Nuestras creencias. Cómo nos definimos o cómo creemos que somos.

Cada uno tiene una palabra, y es menester que la descubra, porque así podrá entenderse y aceptarse de mejor manera.

Tu palabra dice todo. Te hace entender todo.

Encontré la mía hace poco, buscando unas ilustraciones para mis cuadernos.

Y lo es todo, también.

La escucho, y es como si hablaran de mí.
La leo, y me siento identificada.
La escribo, y sí, sé que ésa soy yo.

Aunque me puedan definir con miles de conceptos y otras palabras "menores", aquél que descubra la que soy, se lleva todos los premios.

Porque quiere decir que sabe leerme como corresponde.

17 de octubre de 2014

Volar.

Julio 2012.
Hay algo que está gritando adentro mío, y no me doy cuenta.

Estoy sentada en un bar, en la esquina de la imprenta. Hago tiempo, porque hay mucha gente, y no soporto el hastío que me genera la espera.

Pido un tostado, una familia se sienta justo enfrente mío. Un nene interrumpe mis pensamientos, ésos que me hacían vagar por ahí. Le sonrío, y me devuelve la sonrisa. Me dá felicidad.

Entonces vuelvo a mirar a la nada.

Últimamente volvieron los ataques de pánico, y, aunque creo presentir la causa, elijo ignorarla. Como siempre.
Pero el pánico, silencioso, está haciendo su jugada. Quiere decirme algo más, algo que aún no descubro.

Otra vez, miro por la ventana, al aire.

Me imagino tomando una gran decisión, pero mi novio no está conmigo.
Estoy en la India, en Bali, en Tailandia, en Camboya. Voy a Berlín, a Ámsterdam, presento un libro en París. Camino luego por el Parc Güell, admiro a Gaudí en esencia, lo siento acá, donde me late el arte.

Me siento del mundo.

Viajo en aviones, lo hago por placer y por trabajo. Estoy viviendo en otro país, porque sentirme extranjera parece ser mi predilección.
Pienso en mi madre, en qué haría ella sin mí, y me reto un poco por tan vil pensamiento egoísta.

Sonrío.

Tomo un sorbo de café, y me doy cuenta de que estoy sola. En mi vida, en el camino. Sola, pero conmigo. "Si tenés ataques de pánico en un colectivo, imaginate en aviones yendo por el mundo, siempre sola", pretende dictarme la saboteadora interna.
"-Ya no voy a tener más"- le respondo. "Y me gusta un poco ésa idea de la soledad"- retruco.

Bajo la mirada al tostado, dejo la mitad porque me puse nerviosa.

Me estaba enfrentado al más grande de mis sueños, y me lo estaba saboteando también.

El ataque de pánico reaparece, como queriendo indicarme que por algo uno sueña con lo que sueña. Que nada es casual.

Pago. Quiero ir a casa.

En el colectivo, el pánico regresa con una fea jugada, y me termina ganando.
Llego a Campana, me quedo en casa de mamá, mi novio me visita. Me duermo.

Dos días después nos separamos-por un breve período- y me olvido de mi sueño. Pero empiezo a escribir un libro, al que aún le falta mucho.

En esos días, alguien marca un rumbo nuevo en mi vida personal, que luego llevaría a lo social y laboral. Es mi propósito de vida, pero aún no lo veo con nitidez.

Y hoy vuelve esa escena, eso que me perdía la mirada en el bar, ése sueño, más fuerte aún.

Lo hace sin el pánico, porque quizás ya entendí que a los sueños hay que seguirlos siempre, y que las personas van y vienen.

Sólo me tengo a mí, por el resto de mi vida.

Y conmigo, a quienes quieran compartir terribles ideales, que no se asusten de vivir con alguien que tiene sueños tan altos, y que vive para materializarlos.

9 de octubre de 2014

En cabezas cerradas, no entran opiniones ajenas.

En Facebook corre una imagen donde la tratan de pelotuda a Nancy Dupláa, por decir que "las cárceles no sirven, hay que comprender a los delincuentes", y eso me demuestra que el anti K se hace el revolucionario, y es todo lo contrario.

Parte de ser revolucionario, implica tener la cabeza lo suficientemente abierta como para escuchar todas las voces, todas las posturas, todas las opiniones. Poniéndose en el lugar del otro, intentando comprenderlo.

La postura de víctima siempre es la más cómoda y fácil de tomar, y un pensamiento humanitario como el de la actriz, en una sociedad tan embroncada como lo está la argentina actualmente, era claro que iba a ser tomado como el orto. Y tergiversado, como todo lo que hacen la mayoría de los medios, desde antaño.

Porque no pensamos para responder de la mejor manera, no pensamos en el otro: reaccionamos desde lo que nos toca a nosotros, directa o indirectamente.

No soy K, ni pertenezco a ningún partido político, porque no siento la necesidad de identificarme con nadie, tengo mis propias ideas. Pero sí hay cosas que me gustan, y cosas que obviamente no.

Superpoblar las cárceles, por ejemplo, está muy lejos de ser la solución a la inseguridad.
No tengo la capacidad de saber porqué cada delincuente roba o mata, pero todos nos hacemos una idea, en general.

Lo hacen por motivos innumerables: hambre, comodidad, desesperación, angustia, "viveza", etc. 
Pero sobretodo, lo hacen por ignorancia.

Y no, no lo trato de ignorante para sentirme superior, lo digo desde el lugar en el que entiendo que la base de una buena sociedad, de un país seguro, es la educación.

No podemos convencer a todos de que leer un libro es más placentero que ver Tinelli, que trabajar es mejor que robar, que las drogas no son la solución a los problemas o que yendo a la escuela, van a tener un futuro mejor.
Pero podemos predicar con el ejemplo.

Desde mi lugar, no puedo más que comunicar mi postura y tratar de entender la historia argentina, como un cúmulo de errores y aciertos, pero de los que, políticamente sobretodo, somos responsables.

Desde que tenemos el derecho a voto, haya fraudes o no, somos responsables de mucho de lo que pasa en el país.

Llenar las cárceles, es como hacer escuelas para la delincuencia. Siempre fue así, y no es mentira que muchos salen peor de lo que entran.

Esto me recuerda a la propuesta de la baja de edad de imputabilidad en Uruguay, donde aunque el tema sea un poco diferente, es más de lo mismo: plantear el encierro carcelario como la solución, cuando en realidad el tema sólo empeoraría.

Ponerse en el lugar de víctima, tanto para el delincuente como para el que le mataron un familiar o le robaron a plena luz del día, no me resulta justo para ninguna de las partes, y me parece la postura más cómoda de todas.
Me resulta horrendo, sí, que matar sea algo tan común como salir a comprar cigarrillos, claro que es indignante.

Pero elijo no señalar a nadie ni hacer juicios, porque considero que todos tenemos nuestra historia personal, estamos en situaciones diferentes, y, en parte, más allá del voto, tengo mi responsabilidad.

Porque el compromiso nace desde casa.

Y se puede expandir con una actitud como ir a un barrio a preguntar qué necesitan las familias, hablar con un chico en situación de riesgo, visitar una cárcel para hablar con conocimiento de causa de las condiciones en las que están los presidiarios (que si bien es parte de su "karma", siguen siendo seres humanos), leer el proyecto del gobierno, dejar de permitir el manejo de nuestros pensamientos y opiniones desde los medios, culturizarse históricamente para entender porqué estamos así, aprendiendo qué derechos tenemos como ciudadanos, defendiendo nuestro trabajo y nuestra familia, pero entendiendo que hay millones de argentinos que no tienen esa posibilidad.

Porque no hay, porque se la quitaron, porque no tienen educación para acceder, porque ignoran sus derechos, porque ignoran todo lo que pueden reclamar, lo que les corresponde.

No, no defiendo al ladrón, ni al asesino. 
No defiendo al gobierno, simplemente porque soy anticonformista, y nunca ningún gobierno cumplirá mis expectativas idealistas, e irreales, lo sé.
Entiendo que somos un pueblo agotado, pero nos agotamos mucho más de vivir quejándonos.
Al argentino le encanta quejarse y señalar.

Si nos seguimos manejando con cabezas cerradas, deberíamos saber que no vamos a encontrar soluciones.

La justicia nunca es justa, para nadie, y menos en un país que no sale del círculo vicioso de la corrupción que se maneja empezando por arriba, desde siempre, y baja a cada ámbito social y laboral.

Me quedo con ganas de decir miles de cosas, pero sobretodo me quedo con las ganas de tener un país con menos víctimas y victimarios, y con más personas que tengan sentimientos humanitarios, y que sean capaces de hacer algo por el otro, o por lo menos de ponerse en sus zapatos.

Me quedo con las ganas de tener más compatriotas que dejen de echarle la culpa de todo al gobierno de turno, porque estamos acostumbrados a buscar culpables en todo, en lugar de hacer lo que esté a nuestro alcance para generar soluciones, para ayudar un poco al de al lado, o ponernos de pie y avanzar, en lugar de seguir llorando y victimizándonos en un rincón.

¿Qué hago yo por todo esto? No es importante, porque no me interesa hacer bandera de lo que hago por la gente, porque ni siquiera es por el país solamente. Lo hago por cualquier ser humano, en cualquier lugar adonde sea que vaya. Y es algo personal, que ni siquiera tengo que justificar ante nadie.

Política y educativamente, me encantaría proponer miles de cosas, pero aún no estoy capacitada. Cuando lo haga, lo sabrán, desde donde sea que lo haga. Y no tiene porqué ser algo enorme, porque los grandes cambios empiezan con un pequeño paso, con el grano de arena que ponemos cada día.

Entiendo y soy parte de los que estamos cansados de la inseguridad, de vivir con miedo.
Entiendo y soy parte de los que no nos sentimos del todo cómodos con este gobierno, pero hasta ahora nadie tiene una propuesta lógica y posible de las soluciones. No hay otras propuestas. Todos piensan en atacar el problema y no la raíz. Que, de todos modos, no sería algo simple y llevaría años, pero por algo se empieza.

Estamos así porque en algún momento lo permitimos.
Cuando el 1 a 1 nos permitió malgastar fondos y ahorros, cuando nos endeudamos individual y socialmente, cuando elegimos llenar el bolsillo nuestro con exageración, y no llenar equitativamente el de todos.
Cuando nos convenía hacernos los boludos, para obtener bienes materiales con facilidad, y el nivel de pobreza se estaba elevando significativamente, pero en silencio.

Estamos así, porque los recortes que se están haciendo de todo tipo, sobretodo económicos, nos están tocando el culo a dos manos.
Y claro que nos molesta, pero nos olvidamos de cómo nos dejamos manosear antes, cuando desde nuestro egoísmo, nos convenía. Sonreíamos para las cámaras, pero por atrás nos estaban cogiendo, a nosotros con los dulces en las manos, y a los que estaban perdiendo todo.
Pasa que ahora explota en todos lados, porque hay sectores que se volvieron inmanejables, y porque vemos cosas que antes no veíamos, pero que ya estaban, hace rato.

Estamos así, cansados de esperar respuestas urgentes, que lo único que harían serían solucionar el problema a corto plazo, aumentándolo el día de mañana, para nuestros hijos y nuestros nietos. Qué egoístas somos, no?
Estamos así, porque no hay una conjunción de ideales y proyectos entre el sistema penitenciario, la policía, la política, la educación, la atención social, la medicina, y la psicología.

No creo en la aberración de matar a los delincuentes, ni de encarcelarlos bajo las normas comunes, porque, insisto, estamos atacando el problema superficialmente, y no la raíz.
Deberían pensar en crear algún tipo de reeducación/rehabilitación, para reinsertarlos efectivamente y con confianza, en la sociedad. 

Sugiero, de nuevo, que una propuesta educativa fuerte, podría ser el comienzo de algo mejor. La industria nacional se ve reforzada, por ende nuevos puestos de trabajo pueden irse expandiendo.
Los planes sociales son una gran ayuda, pero, desde mi posición ignorante, les falta más control.
Si tenés todas las posibilidades para trabajar, entonces no podés solicitar un plan social por comodidad, ¿Se entiende?

Estamos así porque somos cómodos, sí, porque queremos todo ya y sin hacer ningún sacrificio. 
Porque nos importa nuestro propio culo.
Porque laburamos, estudiamos y ya nos creemos con más derechos para reclamar, que el resto.
Claro que tenemos derechos. Conozcámoslos y hagámoslos valer, como corresponde, moviendo el culo, todos.

Alguien, en algún momento, va a evitar que hagas algo al mejor estilo Relatos Salvajes, y te va a escuchar.
Pero si no lo intentás, nunca vas a saber.

Prefiero no resignarme a lo que me toca, prefiero reclamar cuando debo hacerlo, prefiero quejarme pero después de haber hecho algo al respecto, prefiero elegir mi propio destino y no dejar que me lo elijan los demás. Ni los políticos, ni la economía, ni mis compatriotas.
Lo elijo YO.
Lo podemos elegir NOSOTROS.

Pasa que es más fácil emitir el juicio desde el sillón, con el control remoto, y desahogándonos como yo ahora, opinando, que es lo que todos sabemos hacer muy bien.
Mea culpa.

7 de octubre de 2014

Me ví en fotos.

No sé bien qué pasó en Facebook, que me ví etiquetada en fotos de mi soltería anterior, allá a principios del 2012, en mi cumpleaños.

Estaba linda, -humildad aparte- me resulté extraña, pero se ve que estaba bien.

Después pasé por una relación que fue tan intensa como complicada, y que me dejó la mejor enseñanza que podía sacar de estar con alguien: saber qué quiero, y qué necesito.
Al no haberlo tenido, fué más fácil determinarlo.

Desde que empecé a estar en relaciones, difícilmente fui escapando de la compañía.
Tuve muy poco tiempo a solas, realmente, y el que tuve me sirvió, en diferentes casos, para recomponerme el corazón, para liberarlo y/o para sanar del todo, pero nunca me dí tiempo para mí, para escucharme de verdad.

Seguí pasando las fotos, y encontré unas de mi viaje anterior a Uruguay, a fines de Julio. Y me llevé una grata sorpresa, al verme distinta.

Si en aquellas fotos estaba "linda", liberada, como divertida, en éstas me ví un poco más firme, no sé si madura, pero más decidida. Segura.
Ví que en mi ojos, y en mi sonrisa, ésta vez, se nota que sé lo que preciso en mi vida, y que no voy a dejar entrar a cualquiera en ella.

Ésta vez, me ví como una mujer, y no como una nena.
Ví cómo se me marca el pocito en la mejilla izquierda cuando sonrío, y es señal de que estoy felíz.
De que, ésta vez, estar sola es diferente, es profundo.
Tal vez sea parte del cambio que estoy provocando.
Tiene que serlo.

Lo bueno es que una vez que crecimos, es imposible retroceder.

2 de octubre de 2014

Generación Y.

Nuestra generación, conforme fue evolucionando y observando los errores cometidos por la generación X, la de nuestros padres, tomó inconscientemente las decisiones de vida, en pro de evitar los divorcios, las frustraciones y la pérdida o "quema" de etapas, por seguir lo que la sociedad decía que era correcto.

La generación X, se casó y tuvo hijos muy joven, trabajó para mantener a esa familia, en trabajos que no la complacían y que, mucho menos, la hacían felíz.
Soportó grandes dilemas culturales, se liberó un poco con la aparición del hippismo, pero se sintió frustrada al no alcanzar sus objetivos, por haber logrado todo aquello que era el "deber ser".

Problemáticas sociales, que parten desde el "Qué dirán", y no desde el "Yo deseo".

Nacimos entre el 76 y el 90, y fuimos viendo que las normas que la vida nos intentaba imponer, eran las mismas que desarmaban familias, que hacían sentir vacíos a nuestros viejos, que los hacían sentir que desperdiciaron sus vidas en trabajos insalubres, siendo explotados o callándose la boca, por mantener el status.

Nosotros nos dividimos en dos grandes corrientes: los que siguen todas las normas sociales, que se han casado y tienen hijos, y que su sueño más grande consiste en tener una casa y estabilizarse, para estar cómodos; y los que no nos conformamos con lo que tenemos adelante, los que estamos creídos que hay algo "más allá" -adonde sea que se refiera eso- y que la felicidad no es algo que aparece con los años ni un objetivo final, sino que es algo que se busca, se construye y vive diariamente, mientras vamos escuchando y siguiendo nuestros deseos.

La primer corriente es la que está más influenciada por la generación X: es la que precisa establecerse para sentirse cómodos,- porque la zona cómoda es invariable e incuestionable- pero que aún les cuesta escuchar lo que el corazón les dicta, ahí, en lo más profundo.
Son los que tienen la cabeza un poco más cerrada y anclada en los estereotipos sociales, y a quienes les cuesta rebelarse o cuestionar, les cuesta preguntar "¿Por qué esto debe ser así, y no puede ser de otra manera?"
Son los que aún, con tanto liberalismo, miran un poco raro a los homosexuales, o te señalan si abortás. Aún hay de esos, sí.

Y estoy generalizando, por favor no me crean a ciencia cierta, es sólo una observación y no todos cumplen con estas características.
No estoy criticando ni mucho menos, estoy desarrollando mi punto de vista solamente.

La segunda corriente, es la liberal.
Es la que aprendió a escuchar sus deseos, la que cuestiona todos los requisitos sociales para ser un individuo "normal y digno", no quiere cometer los errores cometidos por sus padres, y sale de casa o se independiza más tarde (cuestiones de comodidad aún no cuestionada, pero principalmente económicas: hubiera sido más fácil salir de casa para vivir con alguien, y no sólo).

No le tiene miedo a la soledad, prefiere experimentarla porque sabe que es la única manera de conocerse a sí mismo, y de poder darle a otro lo mejor, una vez que sabe lo que quiere.
De hecho, la elige. Elige estar sólo, antes que con alguien que no lo hace felíz. Y no tiene miedo en tomar ese tipo de decisiones, porque se valora y valora lo que le da al otro.

A veces peca de egoísta, y ése es el gran error.
Éste sector de la generación Y, suele saber lo que quiere, o está en búsqueda de ello, pero muchos no saben diferenciar deseos del alma de caprichos egoístas, entonces pueden lastimar a otros en su camino para conseguir su objetivo.
Y creo, personalmente, que si, para lograr algo, alguien más tiene que salir herido, entonces estás poniendo la mira en el objetivo incorrecto.

Suele trabajar de lo que ama, elige la carrera que le gusta y no la que le dijeron o inculcaron sus padres; es mayormente freelance o busca estabilizarse económicamente, sin tener que lidiar con jefes limitantes, o procesos oligarcas de selección de personal, para ver cuál es la mejor carne para llenar mi bolsillo.

Elige parejas conflictivas, incoscientemente, o que no llegarán nunca a tener las ansias por comerse la vida, como las que tiene tatuadas en el alma desde que nació.
Porque precisa vivir todas esas cosas, en el proceso de aprender a reconocerse con el otro, y reconocer también, qué es lo que realmente necesita.

Éstas personas, entre las que me identifico, saben que de cada relación que tuvieron, aprendieron algo. Sabe que vive lo que tiene que vivir, y que lo elige, en base a los conocimientos que adquirirá y le ayudarán a generarse un mejor mañana, ése que sueña.

Esta generación, siguiendo a la previa, logró que las familias disfuncionales fueran algo "normal". Sin discutir de lo que se trata la normalidad, hoy es mucho más común ver familias con "los tuyos, los míos y los nuestros", que antes.
Muchos divorcios por seguir las reglas de casarte y tener hijos temprano, con la persona que más o menos se adaptara al cargo que necesitabas. Ambas generaciones cometieron esos errores.

Son señalados.
Nadie arriba de los 30 años, soltero, se considera "buen partido", para formar una familia. Porque debe tener algo raro, debe ser un desastre como pareja, debe ser diferente.
Y sí, señores, somos diferentes.

Muchos no quieren formar una familia, cuestionando el supuesto egoísmo que es el hecho de dejar descendencia; otros tantos sí lo desean, pero tienen miedos.
Hay miedo a repetir historias conocidas, a tener que laburar de algo horrible o desgastante, sólo para llegar a casa y alimentar a los pichones; miedo a no haber elegido a la persona correcta, miedo a perderte "otras oportunidades", por elegir una sola.

Y ése es otro error de la generación Y: tomamos tan en cuenta nuestros deseos, nos manejamos tanto con las redes sociales y la amplitud de posibilidades que, además de querer todo y quererlo ya, no queremos perdernos de nada.

La masividad de las redes sociales y la cercanía que lográs, sin siquiera atravesar los 6 grados de separación, hacen que la oferta de placer a corto plazo, sea más extensa y tentadora.
Pero nos falta aprender tanto, que ésto no será algo que termine con nuestra generación: parece que va a ir empeorando.

Los que queremos formar una familia algún día, sabemos que nuestras relaciones anteriores fueron un cúmulo de malas decisiones, inseguridades y miedos. Pero que aprendimos y nos sirvieron para ser los que somos hoy.
Que elegimos estar solos, para no estar con cualquiera que no sepa valorarnos.
Que, justamente por valorarnos, sabemos lo que somos capaces de hacer, alcanzar, y dar. Y a veces, la vida "normal" o que la sociedad considera como correcta, no nos alcanza.
Necesitamos ir adonde podamos desarrollarnos del todo, desenvolvernos, ser quienes realmente somos.
Tenemos la conciencia expandida, la cabeza más abierta. Es bueno, y es jodido, también.

Porque andá a explicarle a tu tía abuela, que aunque quieras tu casita con tus hijos, no va a ser la misma casa siempre, ni en el mismo lugar.
Porque quizás naciste para ser nómade, o para darle un rato a cada parte del mundo, eso que sentís que le podés dar, y todo lo que puede darte el mundo a vos. Y cargarías a tu descendencia contigo.

Claro que hay miles de cosas que evaluar a futuro, pero bueno, se evaluarán cuando sea necesario.

Vos, mientras tanto, vas acomodando en tu cabeza, las ideas de lo que querés de la vida: de lo que te llenaría, a sabiendas que igual ya estás llena y completa, porque no necesitás que nadie te valide los planes, y mucho menos como persona.
Ya sabés que no querés a tu media naranja, sino que la relación más sana, sería con otra naranja completa, como te sentís vos.

Somos mal vistos, porque nos entendemos entre nosotros, solamente.
Somos señalados como los irresponsables, los que no se comprometen, los que no saben lo que quieren.
Los que no saben mantener una relación (y por eso están solos), los indecisos.

Y sí, qué quieren que les diga.

Fuimos tan irresponsables como pudimos, porque así adquirimos el sentido de responsabilidad, sino no lo hubiéramos necesitado ni entendido.

Somos los que no se comprometen con cualquier cosa, porque elegimos comprometernos primero con nosotros mismos, para luego comprometernos con aquello o alguien que vaya por el mismo camino y sepa darse por igual.

Somos los que no supimos lo que queríamos, hasta que callamos las voces del "qué dirán", y nos importó un huevo lo que los demás pretendieran de nosotros. Ahora sabemos lo que queremos, porque nos escuchamos antes, nos hacemos caso.

Somos los que no supimos mantener una relación para llevarla "adonde se tiene que llevar", porque decidimos que si algo no nos hace felices, se descarta. No, no como un papel ni como si fuera algo fácil, no.
Pero cuando ya nos habíamos escuchado, y lo que tenemos no nos genera felicidad, ni sabemos que es lo que necesitamos, preferimos cortar por lo sano a tiempo.
Porque sabemos que merecemos algo más, algo que vibre al mismo nivel que nosotros.

Somos los indecisos. Porque antes de mandarnos alguna cagada, la pensamos mil veces.
Porque no seguimos adelante con proyectos, trabajos, o relaciones que no nos hagan latir el pecho.

Porque buscamos eso: que la vida nos haga vibrar el alma, que nos haga resonar todo el cuerpo como un tambor.
Y muchos de nosotros, lo logramos viajando o liberando nuestros deseos al mundo. Siendo ciudadanos del mundo, y no de una sola ciudad.
Tenemos hambre de conocimiento, preferimos gastar en experiencias y no en cosas.

Ya no buscamos "encontrar" ni salimos en la búsqueda de nada que sea para cumplir con los deseos de los demás.

Nos buscamos a nosotros mismos.

Y sabemos que cuando nos encontramos, lo demás viene solo, por pura ley de atracción.

1 de octubre de 2014

Nadie nos prometió un jardín de rosas, hablamos del peligro de estar vivo.

A veces tengo que sentarme y parar, aunque sea por dos segundos. Detenerme.
Vivo llevándome puesta la vida, entonces se me hace necesario sentarme en la playa de Pocitos a charlar un poco con el río, y conmigo misma.

Claro está, que tengo que parar porque hay muchas cosas que aún no entiendo de mi vida, ni de las decisiones que voy tomando sobre el viaje, en el camino.

Es de público conocimiento, mi amor inmenso y repentino por Montevideo, que viene de la mano de mis deseos de cambiar de vida, radicalmente. Y esta ciudad se presta para ser mi anclaje, mi puerto.

Desde que nací, creo yo, que estoy buscando mi lugar en el mundo. Hoy descubrí que no es uno sólo.

Cuando me preguntan de dónde soy, en mis entrañas resuenan un tango de Piazzolla, el fútbol, los asados, Mafalda, Soda, Charly, Fito, el Flaco; pero en mi Alma, resuena el mundo.

Porque en el mundo no me siento limitada. En el mundo puedo desenvolverme como soy, como quiero, como puedo. En el mundo soy libre, y estoy como en casa.

Sigo sentada en la playa, y por encima, me pasa una gaviota. Parece que lo hiciera a propósito, incitándome a envidiarle tamaña libertad.

Entonces me doy cuenta de que, en realidad, somos tan libres como queremos. Somos todo lo libres que nos animamos a ser.

Que nos quita la libertad tener ídolos, seguir ideologías ajenas, o convenciones sociales, aferrarnos a las personas equivocadas, y, sobretodo, escuchar los deseos y opiniones de los demás, en lugar de los propios.

Me parte un poco el alma, Montevideo. Porque quiero quedarme ya, pero tengo que volver a mi antigua casa, a mi zona cómoda.

Me parte el alma, todo lo que voy a dejar atrás, en caso de instalarme acá. Pero también me la sana y me la libera.

Me hace ruido. El silencio de la ciudad, me hace mucho ruido.

Éste viaje, me la hizo fácil, y me la complicó. Me presentó gente nueva, me alejó de otras. Asumo que es parte del destino, y quienes deban estar, simplemente lo harán.

Acortó las distancias físicas, amplió otras. Son cosas que pasan.

A veces creo que no me animo a ver la verdad de las cosas, y de las personas, como si me costara dejar de idealizar. Entonces me pegan un sopapo, y entiendo todo de golpe.

Quizás el tiempo me haya dado los ovarios necesarios para jugarme por la gente que quiero, y en primer lugar, entre toda la gente, están mis amigos. Mi familia, claro, paralelamente. Porque mis amigos son parte de mi familia, y me juego por todos por igual.

No me resulta extraño, soy así. Si te quiero, te quiero bien, cerca, y seguramente para toda la vida.
No me pasa eso con las parejas, es algo totalmente diferente. Hay tantos tipos de amor, y la gente se limita a tan pocos, que debería armar un catálogo. Como si el amor pudiera definirse o catalogarse, realmente.

Pero soy muy fraternal, muy apegada una vez que te saqué la ficha y te empecé a querer. Y podés decepcionarme, que, a menos que me lastimes demasiado, siempre te voy a perdonar. Porque los amigos se equivocan. Aunque yo me equivoco en creer que alguien es mi amigo, muy pronto.

Debo estar creyendo demasiado en la magia y en los planetas.

La gaviota volvió, se detuvo en la playa, y se acercó caminando al río. Se sentó en el agua, y se dejó llevar.
No piensa adónde la llevará, porque confía en que el río sabe lo que hace.
Está dándome otra lección, pájaro hijo de puta.

Fito suena fuerte en los auriculares, y ya no puedo pensar con tanta claridad. Sólo entiendo que hay que darle "Tiempo al tiempo". Y a las personas.
Así entonces, decido alejarme, estando tan cerca.
Y hoy hay luna nueva, y yo ya sé todo lo que eso significa.

Debería haber sido todo más simple.
La capacidad de razonar del ser humano, es tanto una bendición, como una maldición.

En fin, Montevideo ésta vez me agotó la cabeza un poco.
Y llego a Campana, y la extraño, es sabido.

24/09

30 de septiembre de 2014

No sé adónde es que vuelvo.

"Volví" de Uruguay ayer, o vine a Campana, no sé cómo explicar adónde vengo y adónde es que vuelvo. Todavía no sé adónde voy, adónde me quedo, adónde estoy de visita.
No creo tener una sola casa ahora, por decirlo de alguna manera.

Sé que volví a Argentina, y Capital me recibió brillante, luminosa y viva como de costumbre. Latiendo a mil por hora. Y eso me llenó el alma, no lo voy a negar.
Me despabiló el abombe con el que me había dejado estos últimos días Montevideo.

Estar en Campana, es estar cómoda, a gusto. Pero sé que mucho más no puede durar. Que no lo soporto. Que me termino sintiendo limitada nuevamente, sin espacio, sin lugar para todo lo que sé que puedo dar.
Sé que no quiero mi futuro acá, y que lo empiezo a construir en el presente, siempre.

Campana es mi zona cómoda. Y no puedo crecer así. No avanzo, no rompo esquemas, no salgo de mí. Y ya sé que sin destruir algo, renacer y empezar de cero, no puedo vivir.

He vuelto a mis rutinas, a las que me gustan y a las que no.

Sonrío cuando me despierto, porque al costado de la cama sé que puedo hacer mis posturas matutinas de yoga, y empezar el día centrada.
Porque puedo desayunar los licuados que me gustan.
Porque tengo la compu, para transcribir el medio cuaderno que escribí en estos días. 
Porque puedo estar en silencio, sin estar rodeada de nadie más. 
Porque puedo centrarme en mí, en lo que deseo, en lo que necesito, en organizar un plan. 
Puedo decidir tranquila, qué es lo que voy a hacer. 

Porque vuelvo a ver a mis amigos, que son el combustible que me empuja, aunque no quieran que me vaya. Son mi norte, mi brújula. Y son, sin duda, lo que más voy a extrañar.

Pero también vuelvo a las mismas caras, a la misma gente que no quiero en mi vida, al mismo tedio de la ciudad chica y agobiante.
Vuelvo a las pocas oportunidades, a una ciudad estancada, que no te permite volar, ni abrir las alas, ni mostrarte como sos. Que critica sin saber, que habla por atrás, que te señala con el dedo.

Aunque me haya dado cuenta que en cualquier país que pise, la gente también tiene esas malas costumbres. Hablar sin conocerte, efectuar juicios de valor como si tuvieran algún derecho sobre tu persona, criticarte alguna actitud; pero cuando te mostrás dispuesta a solucionar el problema, eligen hacer oídos sordos, ignorarte y pretender que con eso, ya tienen la verdad ganada. Necios y mentes cerradas, voy a encontrar adonde sea que vaya.

No, no va a ser fácil. 

Ningún país está exento de personas que van a caerte mal, o a las que vos les vas a caer mal. Intentar justificarte o entenderlos, siempre será en vano. La gente cómoda y cobarde, siempre va a elegir pensar lo que quiere pensar, lo que le resulte mejor.

No, no va a ser fácil.

La soledad con la que caminé por Montevideo, va a seguir siendo tal, aunque esté rodeada de amigos.
La soledad ésa, no es la que me gusta, pero es la que estoy dispuesta a afrontar. Es la que me va a hacer crecer.
La soledad que te hace un huequito en el pecho, cuando te das cuenta que, aunque tengas con quien contar, o a quien abrazar, en realidad, estás completamente sola. Desnuda, ante una ciudad que aparenta poder comerte viva, pero que en realidad no te hace nada, porque es puro bla bla.

No, no va a ser fácil estar tan sola. 
Pero por lo menos, la ciudad no me intimida. Siento que es todo lo contrario.
Que tengo muchas ideas, mucha energía para volcar, en un lugar que está estático, como atrasado en el tiempo, que camina lento. Y eso me gusta, tanto como me altera. 

Montevideo habla. Es callada, en realidad, pero te habla con los edificios, con las personas, con las actitudes, con el río.

Montevideo te dice que puede ser tu nueva casa, se abre para vos, pero te dice que te atengas a las consecuencias de una vida demasiado en calma. Te avisa que vas a extrañar el ruido de Capital. Que tenés miles de ventajas económicas, sociales y culturales, pero que sigue siendo un pueblo chico.
Te avisa que tenés que ser fuerte. Que no todo es color de rosa, porque Montevideo no es gris, pero tampoco está llena de colores. No vibra como Buenos Aires. Respira tranquila, respira en calma.

Quizás no te dé el impulso, porque no es así. Eso lo tenés que aportar vos, te lo tenés que llevar en el bolso.

No, no creo que vaya a ser un cambio fácil, personalmente hablando.

Voy a un lugar nuevo, donde todos tienen sus vidas armadas, su trabajo, sus familias, sus amigos, sus costumbres, sus rutinas. Y yo soy una tábula rasa.

Llego con todas estas ansias de libertad, de cambio, de expansión. Llego con toda mi novedad, con mis ganas, con mis arrebatos, con todo mi equipaje. Con todo lo que sé que a la ciudad le puedo regalar, dar de mí.
Pero tengo que hacerme cargo, reitero, de que me voy sola. Solísima.
De que voy a dejar que la ciudad, la sociedad, me escriban desde cero. Pero esta vez es todo a conciencia: puedo elegir lo que quiero y los que quiero que me escriban, que me armen, que me moldeen. 
Es una nueva infancia, en la que soy consciente de elegir mis patrones, mis marcas, mis actitudes.

Pero aunque puedo imaginar que hay cosas que no me van a resultar fáciles, tengo la suficiente convicción de saber dónde no me puedo quedar quieta, lo que no quiero de la vida y lo que quiero dejar atrás. Sé lo que quiero de mi futuro, y estoy tratando de averiguar cómo alcanzarlo.

Porque tengo esperanza, y siempre supe que lo mejor está allá, adelante, siempre por llegar. 
Sólo tenemos que hacer algo al respecto, y movernos para conseguirlo, porque las cosas no vienen solas.

Ahora volví a mi calma habitual, y trato de no tomar decisiones apresuradas, ni forzar las cosas. Porque también sé que todo tiene su tiempo, estoy en medio de un gran proceso y, sí, todo se va acomodando, una vez que decidís tomar acción.

De momento, lo único que resuena en mi cabeza, y me ayuda a saber qué hacer es: 

¿Qué tanto querés, lo que querés?

26 de septiembre de 2014

Hombre uruguayo promedio.

El uruguayo camina sin prisa. Lleva el termo bajo el brazo, para el 183, se sienta, se ceba mates.

El uruguayo habla despacio. Usa el "contigo" y te mira a los ojos cuando te habla. O te esquiva la mirada si le gustás. Bueno, como la mayoría de hombres tímidos.

El uruguayo hace todo con calma. No corre, no se apura. Aunque esté llegando tarde y parezca que anda a las corridas, y él diga estar acelerado, dudo que conozca la verdadera aceleración, como la del porteño.

Arma el porro con una parsimonia desesperante.
Te abre la puerta, cinco minutos después de que tocaste el timbre, aunque esté diluviando. Sin embargo, no te molesta.
Porque el uruguayo siempre cae bien, y más con esa manera ralentizada de andar.

Saborea cada paso de la vida, en lugar de llevársela por delante. Es como si cada uno que conocés o te cruzás, a cada momento, te estuviera dando una lección.

El uruguayo es culto. No tiene faltas de ortografía. Te desafía intelectualmente, y hasta te enseña.

En líneas generales, es bueno. Es racional, le cuesta demostrar afecto, pero cuando se siente cómodo, no duda en hacértelo saber. Como le salga. Que no siempre es la manera que esperás.
Es suave en sus modales, es educado.

El uruguayo suele ser lindo físicamente. Armónico.

Y conquista fácil a la argentina.
Porque seduce sin intentarlo, le nace. Lo hace con tanta sutileza, que a veces ni te das cuenta.
Tiene una simplicidad nata para compartir momentos naturalmente, que te dejan medio perdida.

No tiene el chamuyo del argentino, y eso a nosotras nos confunde. Tendríamos que caminar como pisando huevos.

Porque algo que en Argentina sería considerado como un momento "especial", acá es algo normal, porque son muy sociables y abiertos, sobretodo con los extranjeros. Te hacen sentir como en casa, siempre.

Y aquello que nosotras expresamos con naturalidad con nuestros amigos hombres, acá puede llegar a ser considerado como una incitación sexual. O quizás acá sea muy común tener amigas con derechos; o a mí me tocó tratar con algunos un poco desviados.

Por las dudas, cuando te interese conocer en serio a un uruguayo, te ponés colorada como yo, no tenés creatividad para sacar tema de conversación, y te ponés nerviosa como si tuvieras siete años, porque ése hombre, así desconfiado como es, seguro que te intimida.

25 de septiembre de 2014

Decepción.

Te tenés que dar cuenta, que no todo el mundo es como vos.
Que decirle a alguien inmaduro que lo querés, puede ser malinterpretado.
Que decirle que, en otra situación de vida las cosas serían diferentes, puede ser entendido como real y no como un supuesto.
Que tenés amigos varones con los que te ves a solas, y nunca pasó nada más que la amistad, pero que no todos los hombres son así.
Que tener las cosas claras, no quiere decir que el otro tenga el mismo nivel de claridad.
Que querer a la gente tan repentinamente, no es tan simple para los demás, como para vos. Y que, en algún momento, ibas a tener que empezar a elegir mejor a quiénes brindarles tu cariño.

Porque las personas que no tienen amor propio, se aferran a cualquier demostración de afecto, para sentirse importantes.
Incluso cuando esa demostración no es literal, o ni siquiera existe.
Querer compartir un buen momento, una cerveza, una charla, va a tener que ser aclarado de antemano, de ahora en más.
Incluso con aquellos con quienes quieras compartirte realmente, sería prudente evaluar la edad, el nivel de madurez y la claridad que manejen en su vida. Imprescindible.

Hoy no me entra en la cabeza, cómo me vine a confundir tanto con personas en las que realmente sentí que podía confiar.

No comprendo cómo no supe ver, que decirle a alguien-aún con claridad- lo mucho que lo querés, y que eso no implicaba amor de pareja, iba a ser leído al revés. Osea, dije una cosa, pero igual la entendieron a la inversa.

Me sorprendo a mí misma de haber sido tan ilusa con la gente, y tan boluda como para hacer lo que hice. Nunca me arrepiento de lo que hago, pero ahora me hago cargo de las consecuencias de que, habiendo sido clara, la gente va a entender siempre lo que quiere.

De todos modos, me deja tranquila saber que el problema, al fin y al cabo, no es mío.
Y que siempre me moví con certezas y buenas intenciones.

Allá ellos.

20 de septiembre de 2014

Contención.

Viví toda mi infancia con mis abuelos paternos, quienes sabían dar amor en forma de tartas de manzana,  o comprándome el juguete que me gustara y fuera relativamente accesible. Y, si no lo era, me aprovechaba de la confusión que mi abuelo tenía con el paso de Australes a Pesos, y aquello que para él era un vuelto, terminaba significándole media jubilación.
Y me salía con la mía, porque abusaba también del amor que él me profesaba como podía.

Dar un abrazo, para él, era tan difícil como decir "Te quiero". Pero mi abuela y mamá equilibraban esa falta de conexión emocional, llenándome de estímulos, abrazos y cuidados que se terminaban tornando en sobreprotección.

Hija única, nieta menor, sobreprotegida. Ya he hablado de los problemas psicólogicos y sociales que tales traumas me han acarreado, y lo siguen haciendo si mi bloqueo inconsciente no funciona bien, cuando me estreso o no me cuido lo suficiente.

De todos modos, estuve siempre acostumbrada a estar contenida. En un círculo familiar tan numeroso como acotado, donde las demostraciones de afecto fluctuaban de acuerdo al adulto al que me acercaba, no iba a ser extraño que en mi adolescencia me la pasara escuchando música oscura, y tapando a todo volumen, los procesos naturales de reconocimiento de mi personalidad y mi psique, para sentirme contenida dentro de mi burbuja o mi espacio personal.

Así fue como desde chica me interesó hacer mi propio autoanálisis (muchas veces acompañado de autodiagnósticos también), y conocerme en profundidad pasó a ser la meta primordial de mi existencia.

Ésto, sumado a las ansias de libertad inherentes a mi persona, generó peleas y discusiones fuertes cuando no respondía como esperaban (o como la sociedad suponía que debía responder), o cuando, en la época en la que un nuevo integrante se sumó -como lo es el marido de mi mamá- yo no era adulta como él suponía que debía ser. No, nadie es adulto a los 18 años.

Mi mamá terminaba siendo siempre la que lloraba por el malestar que provocaban esos roces, esa tensión; pero también siempre fue la que me eligió y supo contener en cada etapa de mi vida, sobretodo en las que no sabía qué camino tomar, o peor aún, cuando ni siquiera sabía qué me estaba pasando.

Nunca supo de mis ideas suicidas -que nunca hubiera llevado a cabo-, ni de mis cortes en los brazos, dignos de una adolescente que pedía a gritos otro tipo de atención: la de impulsarla a darse cuenta que es independiente y tiene libre albedrío para elegir lo que quiera ser de la vida.

Me perdí el viaje a Bariloche por creer en las promesas -siempre vanas- de mi papá, que aparecía cuando yo lo llamaba para pedirle plata o cuando estaba borracho y precisaba a mi vieja de chofer.
Recuerdo incluso mi cumpleaños de 7 años, donde le pregunté a mamá llorando, porqué mi papá no se había acordado de mí en ése, MI día especial. Y, claro, ella siempre me contuvo.

Elegí mi carrera, en base a las opciones zonales, y, por fortuna, resultó ser una conjunción de mi amor por todo tipo de arte, y de tecnología, cosa que me apasionaba.

Supe recibirme un poco a destiempo, porque la crisis del 2001 nos sobrevino a todos y en especial a la facultad privada adonde asistía.

Dejar la carrera me significó hundirme en un abismo de sentimientos de fracaso, melancolía, frustración y cero incentivos para seguir adelante. Pero al año siguiente pude retomar los estudios (desde cero, sin validarme ninguna materia) en otra facultad estatal, y así logré recibirme sin pena ni gloria, pero tener el titulo que la sociedad precisa para avalar mi trabajo hoy en día.

De nuevo, mamá siempre me contuvo.

Por algo están reflotando de mi psique, los traumas y bloqueos que mi infancia generó: quizás porque estoy estudiando eso en mi curso de Terapeuta Floral, o porque simplemente me estoy haciendo cargo de que me voy a alejar del nido, del todo, y por decisión propia.

Y me doy cuenta que no voy a contar con ayuda de ningún tipo, más que la meramente emocional y a distancia.
Que soy una mujer adulta que puede evolucionar, respetando sus procesos y analizando cada reacción, en base a lo que la puede ayudar a crecer y a lo que no.
Que las nuevas personas que estoy dejando entrar en mi vida, pasan por un proceso de selección puramente perceptivo e intuitivo, donde puedo "olerlos" y saber quién es honesto, quién vale la pena tener alrededor, y quién no.

Que siempre, adonde vayamos, uno necesita contención.
Que cuando estás solo en la vida, sin nadie especial que te acompañe -más que los amigos incondicionales-, esa contención se acota bastante. Aunque eso no signifique sentirte solo.

Que no extrañás personas del pasado, porque ya no te sirven ni te interesa tenerlas en tu presente. Porque siempre fuiste así de desapegada con todo lo que ya pasó. Renaciste de todas esas cenizas, como nueva, en todas las oportunidades.

Pero hay que reconocer, que extrañás abrazos de esos que te dicen que todo va a estar bien, si usar ni una palabra.
No personas, el abrazo en sí.
Ése que viene de sorpresa por la espalda, y que con un beso en la mejilla te hace sentir único en el mundo.
Ése que a la noche, cuando te despertás de una pesadilla, te asegura que estás protegida. Aún a sabiendas de que estás segura de que podés protegerte sola. Te costó hacerte cargo, pero lo hiciste.

Ese abrazo con fuerza, que te afloja los huesos, porque te dice que te quiere tal y como sos. Ése abrazo de aceptación y de apoyo constante. De compañía.

Ni siquiera de un novio o un amante pasajero. Puede ser de un gran amigo/a, de tu prima, de tu sobrina.

Porque te hace sentir contenida. Te hace volver a tu espacio, a vos misma, compartiéndote con el otro. Y, a la vez, vos también estás abrazando.
También, por más fuerte, independiente y autosuficiente que seas, el abrazo siempre es necesario.

Y capaz que yo, los necesito como el aire que respiro: hasta que me muera.

16 de septiembre de 2014

Una pausa.

Mi mamá no es una persona normal.
No es una madre común y corriente.
No puedo entrar en detalles, pero que ella sea así, marcó bastantes áreas de mi vida en las que fui poniéndole trabas a mi alma y a mi realización personal, por creer que ella siempre tiene la razón, la última palabra.

Mi mamá es una mujer muy, muy fuerte, y con carácter fogoso y temperamental.
El "miedo" o respeto que le tenía de chica, a pesar de haber sido muy compañeras, me llevó a pensar que todo lo que ella decía, era lo correcto.
Que si debía defenderme, ella estaría ahí.
Que si tenía que decir algo, ella tenía las palabras adecuadas para comunicárselo a quien sea.
Que si me equivocaba, ella se enojaría ferozmente, aunque eso no hiciera que dejara de amarme.

Mi mamá fue mamá y papá, y por eso siempre fui muy apegada a ella, a su esencia.

Pero con el tiempo, los golpes que me dí contra las paredes, las puertas que se me cerraron y las oportunidades que desaproveché, me fueron abriendo los ojos de a poco: debía encontrar mi propia esencia, mi fuerza, mi naturaleza; y dejar de manejarme en la vida como si mi madre fuera quien siempre está en lo correcto.

Claro que tardé 30 años en descubrirlo.

Hace poco, descubrí que mis ataques de pánico, provenían de no sentirme lo suficientemente fuerte como para defenderme sola, de cualquier cosa. Porque mamá siempre estaba para defenderme.

Descubrí que cuento conmigo, como si fuera mi propia madre. Que elijo lo que me nutre, lo que me alimenta. Que nadie más puede -ni debe- hacerlo por mí.

Descubrí que queriéndome a mí misma, no necesito buscar a alguien que me quiera. Porque esas personas no llegan para ocupar vacíos: llegan para compartirnos mutuamente lo que tenemos para dar.

Descubrí también, que quiero volar del lugar donde nací. Que quiero radicarme lejos, en otro lado, donde pueda extender mis alas y desenvolverme realmente como soy.
En un lugar donde no tenga vergüenza de ser yo, donde la gente sea más amable, donde tenga libertad de ser, de crecer, de expresarme.
Donde encuentre oportunidades para avanzar, y deje de sentirme estancada -laboralmente hablando-como me siento en ésta ciudad.

A mi mente, hace años, vino Uruguay. No sabía cuándo lo conocería, no sabía qué haría allí.
Pero la oportunidad de conocerlo, se dió en medio de un vuelco importante de mi vida.
Así que fuí. Conocí personas maravillosas. Supe que todo se dió cuando debía darse. Abracé en fotos mentales toda la ciudad. Respiré el aire necesario para darme cuenta de que ya corté el cordón. De que quizás es mi mamá la que debe cortarlo ahora.

Nací con más ansias de independencia que las requeridas usualmente, y todo lo que me lleve lejos de mi actual hogar, todo lo que me saque de la zona cómoda, me llama la atención. Me hace vibrar, me intriga, me mueve.

Algo brilla o reluce en mí, cuando estoy en mi lugar. Y mi lugar, es dentro mío. Y dentro mío, en ése silencio, me resuena Montevideo.

Entonces supe que quizás sí, debería intentarlo. Que no me da miedo encontrarme sola en un lugar completamente nuevo, que no pierdo nada con intentarlo, y que siempre quise ser extranjera. Me gusta esa palabra. Me atrae lo foráneo. Así fue como empecé a averiguar requisitos legales.

Con dudas, aseguré que volvería y dije la fecha. Aún sin saberlo a ciencia cierta.
Trabajé como nunca, me organicé y me desorganicé mil veces. No dormí. Gané el dinero necesario para volver, y acá estoy, a punto de ir a sacar los pasajes.
Así sea un sueño, un proyecto o un capricho, hasta ahora, me enseñó a organizarme y a demostrarme a mí misma que, cuando quiero, puedo. "Que los sueños no se cumplen, se trabajan."
Y que, por algo, las cosas también se dan en el momento en que así tiene que ser.

Y no, no creo que sea un capricho.
Aunque madre dude de eso, o dude de mí, ya no sé.
Quizás crea que no es mi lugar, que terminaré en otra ciudad, pero dentro de Argentina. Y yo estoy demasiado renegada con la actualidad de mi país, como para planear mi futuro dentro de él. No lo deseo, no lo siento dentro mío. No me veo acá.
Eso no quita que no esté orgullosa de ser argentina, claro que no. Porque lo estoy (y eso ya de por sí demuestra mi nacionalidad: el orgullo)

Nunca creí sentir ganas de irme, nunca imaginé ser la que muchos llaman expatriada, emigrante, desleal a la patria. Tantas cosas. Pero hoy ése es mi lugar y lo elijo a mucha honra.

Claro que entiendo que madre no debe querer que me aleje, y sé muy bien cuánto la extrañaría.
Pero, insisto, nada hay acá que haga que me quiera quedar.
Porque estoy buscando mi propio bienestar, mi equilibrio, y constantemente estoy en la búsqueda de mí misma, aún cuando ya sé que me he encontrado bastante.

No me interesa un futuro en un lugar donde no puedo desarrollar mis capacidades. Donde te coartan las libertades. Donde la gente ya no es lo que solía ser. Donde social y políticamente estás obstruído.
Estoy dándole todo de mí a esta ciudad, aseguro que todo. A la ciudad y a la gente; pero ya me cansé, me aburrí. Creo que las oportunidades actuales sirven sólo como medio, para alcanzar mis metas futuras.

Tampoco me interesa un futuro en un lugar donde no puedo ser quien soy, ni hacer brillar "éso" que sé que tengo para desenvolver de mí.

A veces siento que soy un pequeño faro y que ayudar a otros es mi misión en la vida. Y quizás lo sea.
Y me siento irritable cuando la gente cuestiona que dejo de ayudar a los de acá para ayudar en otro lado.
Si pudiera vivir ayudando a todo el globo, viviendo en Haití si es necesario, el universo sabe que lo haría. Que me lo bancaría y me sentiría híper gratificada, sólo por dar todo lo que sé que tengo para dar. Éso es lo que me gusta.

Pero acá no. Mi estadía acá se terminó.
Respeto que haya gente que no me tenga fe. Que no quieran que me vaya. Que deseen que mis planes se caigan. Respeto todas las intenciones, buenas o malas. A mí deberían respetarme por igual.
Sobretodo no insistirme con probabilidades de una u otra cosa, con tal de mantenerme cerca.

¿Soy demasiado egoísta por elegir lo que me hace bien? Eso le parece a la sociedad. Yo no me siento así.
De hecho, recriminan que te alejás, que te olvidás de el resto de tu vida. Parece una broma.

Nací libre.
De respetar mis decisiones, mis caminos, mis procesos.
De ir en búsqueda de mis sueños, de mis proyectos, de mis ambiciones.
Libre de ser yo.

Y no paro. No estoy acostumbrada a parar, ni a pausarme.
Aunque sé que ésta vez es necesario, y debo calmarme y pensar cada paso con cautela y realismo, una pausa no significa detenerme.

Porque sé lo que quiero, y estoy averiguando cómo conseguirlo.