25 de marzo de 2014

Etiquetas, etiquetas.

La gente se siente cómoda poniendo etiquetas.

Etiquetan al otro porque necesitan catalogarlo, clasificarlo, adjudicarle alguna característica que les venga bien. Es algo que ni siquiera confirman del otro, y el 90% de las veces, algo que ellos mismos tienen en su interior.

A mí me tiene harta la gente que etiqueta. Por qué? Porque mil y una veces yo etiqueté a las personas sin conocerlas. Algo sumamente odioso.

Es el ego el que necesita etiquetar al otro, no uno mismo.

Quien se deja llevar por el ego, puede sentirse muy seguro de las cosas que tiene en la vida, de las personas que lo rodean, o hasta de su belleza física.
Pero el ego tarde o temprano falla, y ahí es cuando uno se tiene que despertar a que no somos el ego, no somos la emoción, ni el sentimiento. Porque tenemos que darnos cuenta de que somos todos la misma esencia. De que "no necesito sentirme superior a alguien, porque ya me siento bien conmigo mismo."

Somos algo más que entidades en continua competencia para ver quien lastima más, o quien importa menos. Somos más que la persona que trabaja en el kiosco, algo más que "hijo/a de", algo más que nuestra profesión, y, por supuesto, algo más que cualquier etiqueta que alguien nos ponga.

Creo que las personas que critican y etiquetan a otros, sobretodo cuando ni siquiera conocen al objeto de su etiquetado, son en su interior algo más o menos así:

"Mi ego precisa etiquetarte de determinada manera para sentirme superior, porque en realidad tengo tan baja la autoestima que necesito algo exterior o una etiqueta de algún supuesto defecto tuyo-que inevitablemente es un reflejo de algo mío-para sentirme más importante."

Nada más que declarar, su Señoría.

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