30 de julio de 2014

"No entendía porqué te apasionan las cosas que te hacen desaparecer."

(Descubrí a Fede Graña antes de viajar a Montevideo, pero le presté atención justo después de volver.
Me está destrozando la psique.)

Quizás me guste desaparecer a veces. Me gusta el silencio, el vacío que dejo cuando me voy de algún lugar. Incluso cuando me voy de mí misma, cuando me callo.
Necesito diariamente alejarme del entorno, aunque sea una hora, pero es la ausencia de mí misma la que me sana.

A veces lo logro cuando estoy viajando en colectivo, cuando fumo mucha marihuana o segundos antes de dormirme. Nunca sé cuándo me puede pasar, porque es automático. Me quedo callada y ni sé dónde está mi mente. Son silencios tan cómodos que en el instante en que ocurren, no los registro, sino después.

Pero otras veces, me lo pide el cuerpo.
La cabeza se satura tanto, que necesita descansar. Necesita desaparecer.

Y yo necesito armar las piezas como en un Tetris cerebral, constantemente.
Pasa que a veces estas piezas no encajan y una las quiere poner a la fuerza, pero no. Se rompen.
No vale tratar de encajarlas a la fuerza, es en vano: todas tienen ya su lugar determinado y ahí es adonde van a ir a parar. Aunque yo quiera ponerlas donde se me ocurra, ya tienen destinada su ubicación.

¿Pero qué pasa si, con mi insistencia, las piezas pueden modificarse y adaptarse al lugar nuevo, ése donde las quiero ubicar yo? ¿Habrá algo en mí capaz de poder hacer eso? ¿Es modificable lo que ya esté destinado? ¿Tengo que dejar fluir las partecitas, o jugar del todo e intentar acomodarlas a mi vida, así como están?

Quizás las piezas tengan algo que enseñarme en ése exacto lugar, y sea imposible modificar algo.
Peeero...¿Y si lo que tienen que enseñarme, es a darme cuenta que sí puedo modificar lo que desee? ¿Que puedo diferenciar un capricho de lo que realmente necesito, y así mutar las partes a encastrar?
De todos modos, saber lo que necesito y que esté al lado de lo que deseo, es tan lindo como complicado.

En fin, lo único cierto ahora mismo, es que tengo todas las piezas desordenadas sobre la mesa.
Que hay un espacio vacío donde empezar a acomodarlas, y ése espacio es mi vida.
Sin embargo, todavía no puedo empezar a acomodar ninguna, es muy pronto. Y yo soy muy impaciente.

Voy a tener que morderme las ganas un poco más, aprender a esperar y armar un plan.
Si nos organizamos, nos mudamos todos.

28 de julio de 2014

Rollercoaster.

Mi cabeza es una montaña rusa.
Me emociono, me impulso, me muevo, me incendio, dudo, me acerco, me alejo, insisto, dejo de insistir, me exalto, me asusto. Voy, vengo. Subo, bajo. Así todo el día, todos los días desde hace un tiempo.

Desde acá, miro al pasado y sé que crecí un montón. Sé que tengo muchas cosas más claras. Sé que maduré, o algo por el estilo. Pero tenía las cosas claras, respecto a mí misma. Hoy ya no sé, y es lo que debo trabajar-me.

También sé que, además de venir proceso tras proceso, acabo de dar inicio a uno nuevo.
Necesito armar una lista, un plan, ordenarme o algo por el estilo. Porque venía caminando derecho para adelante, con la misma convicción -pero más dudas- que ahora. Y, sin embargo, se me acaba de desorganizar toda la vida, un poco bastante.

Desde que recuerdo, me gusta viajar. Y es todo un tema. Porque el sentimiento de amor por lo foráneo, creo que nació conmigo, y jamás se me va a ir.
El problema es, cuando realmente te sentís como en tu casa.
A ver, vamos por partes.

Siempre encontrás personas maravillosas cuando viajás.
Siempre caminás sola por la ciudad, y te sentís de cinco años, mirando todo con ojos nuevos.
Siempre es maravilloso cuando ya aprendiste qué colectivo tomar o por dónde llegar a X lugar.
Siempre te gusta el lugar, más de lo que imaginabas.
Siempre.

¿Pero qué pasa cuando querés hacer, de esa cosa foránea, algo real, algo permanente?
El miedo es lo único que no tengo.
Estoy llena de interrogantes, curiosa, impaciente, ansiosa, y volada. No me puedo organizar si sigo con la cabeza en las nubes, sin tener un plan real. NECESITO un plan.

También necesito dejar de preguntarme si, una vez que te sentís como en casa, eso puede aburrirte.
Es decir, me iría de mi ciudad, de mi provincia, de mi país.
Al principio es obvio que va a ser tan fabuloso como difícil. Soy realista.
Pero mi única preocupación es, en realidad, si el lugar nuevo, cuando deje de ser nuevo y de maravillarme, me va a seguir haciendo sentir así de bien.

Y me respondo sola, como siempre.

Porque el lugar no es el lugar sólo. Puede tener maravillosos rincones, arquitectura alucinante, un río limpio y mucho verde. Pero al lugar lo hacen las personas. Y creo que soy muy confiada, porque cuando cuatro personas me dan ganas de mudarme de país, imaginate lo que puedo sentir si sigo conociendo gente así de simple y linda.

No es abandonar lo que tengo acá, porque también es maravilloso. Sé que me va a resultar dificilísimo alejarme de la gente que amo. Pero no siento que eso tampoco me ate.

Sí, tengo ansias por lo nuevo y una vez que se me pase, será lo mismo que es acá.
Pero diferente.

No nací para quedarme quieta, ni para conformarme con lo que me tocó.
A mí me gusta elegir la vida que quiero. Y voy a tener que hacerme cargo de eso.
Y tomar acción, desde ahora.