19 de agosto de 2014

Montevideo.

Montevideo tiene ese "no sé qué", de las ciudades que te hacen sentir como en casa.

Caminás por Ciudad Vieja, y estás yendo al almacén una mañana de sol, antes de ir a la escuela, con tu abuela de la mano. Es juntar los envases vacíos de latas de tomate, gaseosas, cajas de arroz o leches, para jugar a venderlos cuando volvés. Es esos recuerdos, vívidos, latentes. Es un viaje en el tiempo.

Sentarte a respirar el aire que se mueve sobre el agua, en la rambla, es esos viajes a pescar con tu abuelo. Es encontrar que, en otro lugar, te sentís mejor que en tu propia ciudad. Es libertad. Es pasado y es presente. Tal vez, entonces, sea parte de tu futuro.

La bruma del río a la noche, te puede congelar los huesos en invierno, pero adentro hay algo que está siendo incendiado, abrazado. Quizás te toque un poco el alma, pero no le busques la lógica. No la vas a encontrar.

La arquitectura es histórica. Los rincones se hacen históricos, aunque tengan una pared sin revocar o yuyos saliendo de las baldosas. Todo tiene algún secreto que contarte. Todo te suspira algo al oído.

De una punta a la otra, te gusta más y más. Es como si te fuera cerrando la idea de que es tu lugar en el mundo.
Como si te estuviera confirmando que debías dejar de lado tus expectativas, porque no era lo que esperabas. Porque te sorprendió de una manera más intensa que turística.
Te tocó ahí, donde te encontrás con vos misma. Donde te silenciás y es todo tan tranquilo, como adentro tuyo. Es eso, la ciudad te calma.

Cada casa que te gusta, es un hogar en potencia.
Cada persona que te sonríe por la calle, cada perro que te sigue, cada negocio que abre sus puertas: todo te gusta. Incluso el colectivero malhumorado o los que te chocan caminando por 18 de Julio, como si se tratara de un microcentro porteño en otra dimensión.

Cómo hablan, cómo se manejan, cómo te tratan. Tenés ganas de abrazar a todo y a todos. Porque hacen una cosa a la vez, no viven apurados, ni corriendo, ni exaltados. Viven el momento, sin necesidad de volverse locos.

Tiene un  dejo melancólico, como si fuera un viaje al pasado. A todos nos gusta ése sentimiento de volver a los momentos felices, sobretodo de la infancia.
Pero va más allá.

Y tiene más de una cara, más de una personalidad.
Es seria y responsable, controlada. También late, está viva, se divierte. Tiene facetas, como si fuera un diamante en bruto que, a medida que recorrés, vas puliendo, va brillando un poco más para vos. Aunque los demás no lo vean.

La gente es grande, respetuosa, educada. Hasta los adolescentes piensan, hablan y actúan como mayores. Tienen madurez en su comportamiento, aunque a algunos se los note perdidos o en el limbo. Como si estuvieran desesperanzados, como si ellos también quisieran huir, pero del lugar adonde vos querés llegar.
Y, con esa misión de ayudar a todo el mundo, sentís que los podés sacar de esa angustia silenciosa. Reconocés lo que les pasa sólo con observarlos. Los leés. Sentís que servís para hacer lo que amás.

Montevideo es una ciudad adulta. Como si le faltara haber sido niña alguna vez.

Pero también te deja jugar a ser chica otra vez, a oler ese perfume a pasado que te dió en la primera impresión. A saltar escalones, hacer equilibrio en una escollera, caminar en la arena o aventurarte sola de una punta a la otra, desconociendo todo. Nadie te conoce a vos, tampoco.

Aunque sabés que ése pasado que te rememora fue cómodo, instalarte es para adueñarte de tu futuro. No se puede avanzar nunca para atrás. Y lo sabés. Y sí, te gusta.

Es natural, es verde. Es una plaza, una playa, un edificio "enano", una avenida, una peatonal, un río, un barco. Un pequeño parque de diversiones, una terminal donde te despedís, sabiendo que vas a volver.

Y volverás, porque esta vez no dejás que la vida haga lo que quiera: elegiste hacer vos lo que querés de ella. Elegiste sacudirte el polvo y empezar de cero. Porque los cambios radicales siempre te hacen bien, te transforman, te renuevan. Sobretodo si incluyen hacer de tu camino, una tábula rasa.

Hace rato la existencia no tiene sentido en el lugar donde naciste.
Por algo te criaste ahí, pero ya es hora de extender las alas. Porque cuando no podés crecer más, cuando llegaste a tu techo, querida, hay que moverse.
Estancarse nunca fue una opción.

No es escapar, no es huir. Es buscarte, es crecer, es aprender cosas nuevas, sentarte en nuevos lugares, elegir nuevas calles, oler nuevas personas, extrañar a las que dejaste en Buenos Aires. No, no es dejarlas atrás. Porque la gente que queremos, siempre es parte de nuestro presente. Como sea.

Es saber que igual no todo es color de rosa, y que hay gente linda como en todos lados. Y de la otra, pero ya sabés reconocerlas, entonces no te preocupa.

Porque también sabés quién sos y lo que querés de la vida.
Porque Montevideo cierra a la perfección con todos tus pronósticos.

Te llegó al medio del pecho, como si fuera una flecha que alguien disparó cuando estabas buscando tu destino.

Eso fue. Eso es. Eso querés que sea.

2 comentarios:

SigosinCara dijo...

Siempre tan acertada con lo que también me pasa. Te estoy queriendo Ale.

Ale Modarelli dijo...

Awww, me alegro de no ser la única! <3 Querámonos! Jaja!