1 de agosto de 2014

Uno está, donde está su deseo.

El deseo dejó de tener la importancia y la profundidad que lo hacían tan importante tiempo atrás.
El deseo en sí, se manejaba desde el interés hacia el objeto y mutaba en posibilidades para demostrarlo, acotadas, pero dirigidas con fuerza y perseverancia hacia la meta.

Hoy, el deseo magnificado y diversificado por el crecimiento imparable de las redes sociales, abandonó su carácter cualitativo, a cambio del cuantitativo.
Cuanta mayor es la cantidad y la variedad de objetos del deseo, más fácil parece obtener la satisfacción del mismo.
Ilusos.

El deseo crece a medida que los sentidos son despertados.
Las fotos, las palabras, la seducción en un texto o en un audio parecen ser moneda corriente ante una era abocada a la tecnología y a la cercanía que nos genera. Pero nada hay más lejos que ésto.
Nos sentimos cerca, pero aún si no hay distancia física, ésta es abismal. Nos abrazamos en el aire, nos decimos cosas lindas o nos insultamos, nos defendemos de agresiones, nos emocionamos. Todo a la distancia.

La multiplicidad de deseos invertidos en pequeños objetivos que terminan siendo abandonados en la nada misma, nos debería hacer abrir los ojos ante la realidad que estamos creando.
Las redes sociales que se jactan de acercarnos, lo más fuerte que generan es aumentar nuestra armadura protectora de vulnerabilidad y convertirnos en pequeños bichos bolitas que se encierran en su mundo a opinar desde su sillón.
Miramos, deseamos, demostramos que nos gusta o simpatiza alguien con pequeños clics lanzados con la timidez del dedo índice o el pulgar en el celular.
Hay miles de posibilidades de tener sexo real o virtual en el mercado de la web. Hasta en sitios donde nadie dice o cree que es posible.

Así difuminamos el deseo: es tan amplio el mercado, y nos gustan tantas cosas o personas, que olvidamos el foco. Queremos todas esas cosas, queremos probar a todas esas personas, es todo tan tentador, ¿cierto?
Ése es el problema mismo: las personas que no conocen los límites de sus deseos, fácilmente caen en situaciones de juego que terminan lastimando a quien no tenga las reglas tan claras.
Porque, repito, no nos estamos centrando en algo que valga la pena: Queremos satisfacción inmediata, y no a largo plazo.
Sin embargo, si supiéramos focalizarnos en algo o en alguien, veríamos que es la mejor manera de dirigir el deseo y satisfacerlo hasta sentirnos llenos. Y así no tendremos la necesidad de crear un nuevo deseo que satisfacer, sino de retroalimentar ése que sabemos que nos llena por dentro.

Si no sabemos utilizar la tecnología a nuestro favor, ella nos termina utilizando a nosotros.
Nos olvidamos de prestarle atención al que está al lado, no escuchamos, estamos tratando de absorber tantas cosas al mismo tiempo, que cuesta retener lo importante o recordar lo que hicimos.

Si deseo algo, voy a estar cerca, con o sin la tecnología. Te lo voy a demostrar, con las herramientas que tenga, y no utilizar la herramienta para generar un deseo. ¿Me explico?

No quiero tener el celular prendido, si estoy pasando un buen momento con vos.
No quiero responderle a otra persona, porque si estás a mi lado, elijo darte toda mi atención.
No necesito tener miles de deseos, y aunque sí los tenga, porque es mi naturaleza, elijo disfrutar y satisfacer uno a uno, eligiendo los que me conviene alimentar, y no los que me destruyen.

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