30 de septiembre de 2014

No sé adónde es que vuelvo.

"Volví" de Uruguay ayer, o vine a Campana, no sé cómo explicar adónde vengo y adónde es que vuelvo. Todavía no sé adónde voy, adónde me quedo, adónde estoy de visita.
No creo tener una sola casa ahora, por decirlo de alguna manera.

Sé que volví a Argentina, y Capital me recibió brillante, luminosa y viva como de costumbre. Latiendo a mil por hora. Y eso me llenó el alma, no lo voy a negar.
Me despabiló el abombe con el que me había dejado estos últimos días Montevideo.

Estar en Campana, es estar cómoda, a gusto. Pero sé que mucho más no puede durar. Que no lo soporto. Que me termino sintiendo limitada nuevamente, sin espacio, sin lugar para todo lo que sé que puedo dar.
Sé que no quiero mi futuro acá, y que lo empiezo a construir en el presente, siempre.

Campana es mi zona cómoda. Y no puedo crecer así. No avanzo, no rompo esquemas, no salgo de mí. Y ya sé que sin destruir algo, renacer y empezar de cero, no puedo vivir.

He vuelto a mis rutinas, a las que me gustan y a las que no.

Sonrío cuando me despierto, porque al costado de la cama sé que puedo hacer mis posturas matutinas de yoga, y empezar el día centrada.
Porque puedo desayunar los licuados que me gustan.
Porque tengo la compu, para transcribir el medio cuaderno que escribí en estos días. 
Porque puedo estar en silencio, sin estar rodeada de nadie más. 
Porque puedo centrarme en mí, en lo que deseo, en lo que necesito, en organizar un plan. 
Puedo decidir tranquila, qué es lo que voy a hacer. 

Porque vuelvo a ver a mis amigos, que son el combustible que me empuja, aunque no quieran que me vaya. Son mi norte, mi brújula. Y son, sin duda, lo que más voy a extrañar.

Pero también vuelvo a las mismas caras, a la misma gente que no quiero en mi vida, al mismo tedio de la ciudad chica y agobiante.
Vuelvo a las pocas oportunidades, a una ciudad estancada, que no te permite volar, ni abrir las alas, ni mostrarte como sos. Que critica sin saber, que habla por atrás, que te señala con el dedo.

Aunque me haya dado cuenta que en cualquier país que pise, la gente también tiene esas malas costumbres. Hablar sin conocerte, efectuar juicios de valor como si tuvieran algún derecho sobre tu persona, criticarte alguna actitud; pero cuando te mostrás dispuesta a solucionar el problema, eligen hacer oídos sordos, ignorarte y pretender que con eso, ya tienen la verdad ganada. Necios y mentes cerradas, voy a encontrar adonde sea que vaya.

No, no va a ser fácil. 

Ningún país está exento de personas que van a caerte mal, o a las que vos les vas a caer mal. Intentar justificarte o entenderlos, siempre será en vano. La gente cómoda y cobarde, siempre va a elegir pensar lo que quiere pensar, lo que le resulte mejor.

No, no va a ser fácil.

La soledad con la que caminé por Montevideo, va a seguir siendo tal, aunque esté rodeada de amigos.
La soledad ésa, no es la que me gusta, pero es la que estoy dispuesta a afrontar. Es la que me va a hacer crecer.
La soledad que te hace un huequito en el pecho, cuando te das cuenta que, aunque tengas con quien contar, o a quien abrazar, en realidad, estás completamente sola. Desnuda, ante una ciudad que aparenta poder comerte viva, pero que en realidad no te hace nada, porque es puro bla bla.

No, no va a ser fácil estar tan sola. 
Pero por lo menos, la ciudad no me intimida. Siento que es todo lo contrario.
Que tengo muchas ideas, mucha energía para volcar, en un lugar que está estático, como atrasado en el tiempo, que camina lento. Y eso me gusta, tanto como me altera. 

Montevideo habla. Es callada, en realidad, pero te habla con los edificios, con las personas, con las actitudes, con el río.

Montevideo te dice que puede ser tu nueva casa, se abre para vos, pero te dice que te atengas a las consecuencias de una vida demasiado en calma. Te avisa que vas a extrañar el ruido de Capital. Que tenés miles de ventajas económicas, sociales y culturales, pero que sigue siendo un pueblo chico.
Te avisa que tenés que ser fuerte. Que no todo es color de rosa, porque Montevideo no es gris, pero tampoco está llena de colores. No vibra como Buenos Aires. Respira tranquila, respira en calma.

Quizás no te dé el impulso, porque no es así. Eso lo tenés que aportar vos, te lo tenés que llevar en el bolso.

No, no creo que vaya a ser un cambio fácil, personalmente hablando.

Voy a un lugar nuevo, donde todos tienen sus vidas armadas, su trabajo, sus familias, sus amigos, sus costumbres, sus rutinas. Y yo soy una tábula rasa.

Llego con todas estas ansias de libertad, de cambio, de expansión. Llego con toda mi novedad, con mis ganas, con mis arrebatos, con todo mi equipaje. Con todo lo que sé que a la ciudad le puedo regalar, dar de mí.
Pero tengo que hacerme cargo, reitero, de que me voy sola. Solísima.
De que voy a dejar que la ciudad, la sociedad, me escriban desde cero. Pero esta vez es todo a conciencia: puedo elegir lo que quiero y los que quiero que me escriban, que me armen, que me moldeen. 
Es una nueva infancia, en la que soy consciente de elegir mis patrones, mis marcas, mis actitudes.

Pero aunque puedo imaginar que hay cosas que no me van a resultar fáciles, tengo la suficiente convicción de saber dónde no me puedo quedar quieta, lo que no quiero de la vida y lo que quiero dejar atrás. Sé lo que quiero de mi futuro, y estoy tratando de averiguar cómo alcanzarlo.

Porque tengo esperanza, y siempre supe que lo mejor está allá, adelante, siempre por llegar. 
Sólo tenemos que hacer algo al respecto, y movernos para conseguirlo, porque las cosas no vienen solas.

Ahora volví a mi calma habitual, y trato de no tomar decisiones apresuradas, ni forzar las cosas. Porque también sé que todo tiene su tiempo, estoy en medio de un gran proceso y, sí, todo se va acomodando, una vez que decidís tomar acción.

De momento, lo único que resuena en mi cabeza, y me ayuda a saber qué hacer es: 

¿Qué tanto querés, lo que querés?

26 de septiembre de 2014

Hombre uruguayo promedio.

El uruguayo camina sin prisa. Lleva el termo bajo el brazo, para el 183, se sienta, se ceba mates.

El uruguayo habla despacio. Usa el "contigo" y te mira a los ojos cuando te habla. O te esquiva la mirada si le gustás. Bueno, como la mayoría de hombres tímidos.

El uruguayo hace todo con calma. No corre, no se apura. Aunque esté llegando tarde y parezca que anda a las corridas, y él diga estar acelerado, dudo que conozca la verdadera aceleración, como la del porteño.

Arma el porro con una parsimonia desesperante.
Te abre la puerta, cinco minutos después de que tocaste el timbre, aunque esté diluviando. Sin embargo, no te molesta.
Porque el uruguayo siempre cae bien, y más con esa manera ralentizada de andar.

Saborea cada paso de la vida, en lugar de llevársela por delante. Es como si cada uno que conocés o te cruzás, a cada momento, te estuviera dando una lección.

El uruguayo es culto. No tiene faltas de ortografía. Te desafía intelectualmente, y hasta te enseña.

En líneas generales, es bueno. Es racional, le cuesta demostrar afecto, pero cuando se siente cómodo, no duda en hacértelo saber. Como le salga. Que no siempre es la manera que esperás.
Es suave en sus modales, es educado.

El uruguayo suele ser lindo físicamente. Armónico.

Y conquista fácil a la argentina.
Porque seduce sin intentarlo, le nace. Lo hace con tanta sutileza, que a veces ni te das cuenta.
Tiene una simplicidad nata para compartir momentos naturalmente, que te dejan medio perdida.

No tiene el chamuyo del argentino, y eso a nosotras nos confunde. Tendríamos que caminar como pisando huevos.

Porque algo que en Argentina sería considerado como un momento "especial", acá es algo normal, porque son muy sociables y abiertos, sobretodo con los extranjeros. Te hacen sentir como en casa, siempre.

Y aquello que nosotras expresamos con naturalidad con nuestros amigos hombres, acá puede llegar a ser considerado como una incitación sexual. O quizás acá sea muy común tener amigas con derechos; o a mí me tocó tratar con algunos un poco desviados.

Por las dudas, cuando te interese conocer en serio a un uruguayo, te ponés colorada como yo, no tenés creatividad para sacar tema de conversación, y te ponés nerviosa como si tuvieras siete años, porque ése hombre, así desconfiado como es, seguro que te intimida.

25 de septiembre de 2014

Decepción.

Te tenés que dar cuenta, que no todo el mundo es como vos.
Que decirle a alguien inmaduro que lo querés, puede ser malinterpretado.
Que decirle que, en otra situación de vida las cosas serían diferentes, puede ser entendido como real y no como un supuesto.
Que tenés amigos varones con los que te ves a solas, y nunca pasó nada más que la amistad, pero que no todos los hombres son así.
Que tener las cosas claras, no quiere decir que el otro tenga el mismo nivel de claridad.
Que querer a la gente tan repentinamente, no es tan simple para los demás, como para vos. Y que, en algún momento, ibas a tener que empezar a elegir mejor a quiénes brindarles tu cariño.

Porque las personas que no tienen amor propio, se aferran a cualquier demostración de afecto, para sentirse importantes.
Incluso cuando esa demostración no es literal, o ni siquiera existe.
Querer compartir un buen momento, una cerveza, una charla, va a tener que ser aclarado de antemano, de ahora en más.
Incluso con aquellos con quienes quieras compartirte realmente, sería prudente evaluar la edad, el nivel de madurez y la claridad que manejen en su vida. Imprescindible.

Hoy no me entra en la cabeza, cómo me vine a confundir tanto con personas en las que realmente sentí que podía confiar.

No comprendo cómo no supe ver, que decirle a alguien-aún con claridad- lo mucho que lo querés, y que eso no implicaba amor de pareja, iba a ser leído al revés. Osea, dije una cosa, pero igual la entendieron a la inversa.

Me sorprendo a mí misma de haber sido tan ilusa con la gente, y tan boluda como para hacer lo que hice. Nunca me arrepiento de lo que hago, pero ahora me hago cargo de las consecuencias de que, habiendo sido clara, la gente va a entender siempre lo que quiere.

De todos modos, me deja tranquila saber que el problema, al fin y al cabo, no es mío.
Y que siempre me moví con certezas y buenas intenciones.

Allá ellos.

20 de septiembre de 2014

Contención.

Viví toda mi infancia con mis abuelos paternos, quienes sabían dar amor en forma de tartas de manzana,  o comprándome el juguete que me gustara y fuera relativamente accesible. Y, si no lo era, me aprovechaba de la confusión que mi abuelo tenía con el paso de Australes a Pesos, y aquello que para él era un vuelto, terminaba significándole media jubilación.
Y me salía con la mía, porque abusaba también del amor que él me profesaba como podía.

Dar un abrazo, para él, era tan difícil como decir "Te quiero". Pero mi abuela y mamá equilibraban esa falta de conexión emocional, llenándome de estímulos, abrazos y cuidados que se terminaban tornando en sobreprotección.

Hija única, nieta menor, sobreprotegida. Ya he hablado de los problemas psicólogicos y sociales que tales traumas me han acarreado, y lo siguen haciendo si mi bloqueo inconsciente no funciona bien, cuando me estreso o no me cuido lo suficiente.

De todos modos, estuve siempre acostumbrada a estar contenida. En un círculo familiar tan numeroso como acotado, donde las demostraciones de afecto fluctuaban de acuerdo al adulto al que me acercaba, no iba a ser extraño que en mi adolescencia me la pasara escuchando música oscura, y tapando a todo volumen, los procesos naturales de reconocimiento de mi personalidad y mi psique, para sentirme contenida dentro de mi burbuja o mi espacio personal.

Así fue como desde chica me interesó hacer mi propio autoanálisis (muchas veces acompañado de autodiagnósticos también), y conocerme en profundidad pasó a ser la meta primordial de mi existencia.

Ésto, sumado a las ansias de libertad inherentes a mi persona, generó peleas y discusiones fuertes cuando no respondía como esperaban (o como la sociedad suponía que debía responder), o cuando, en la época en la que un nuevo integrante se sumó -como lo es el marido de mi mamá- yo no era adulta como él suponía que debía ser. No, nadie es adulto a los 18 años.

Mi mamá terminaba siendo siempre la que lloraba por el malestar que provocaban esos roces, esa tensión; pero también siempre fue la que me eligió y supo contener en cada etapa de mi vida, sobretodo en las que no sabía qué camino tomar, o peor aún, cuando ni siquiera sabía qué me estaba pasando.

Nunca supo de mis ideas suicidas -que nunca hubiera llevado a cabo-, ni de mis cortes en los brazos, dignos de una adolescente que pedía a gritos otro tipo de atención: la de impulsarla a darse cuenta que es independiente y tiene libre albedrío para elegir lo que quiera ser de la vida.

Me perdí el viaje a Bariloche por creer en las promesas -siempre vanas- de mi papá, que aparecía cuando yo lo llamaba para pedirle plata o cuando estaba borracho y precisaba a mi vieja de chofer.
Recuerdo incluso mi cumpleaños de 7 años, donde le pregunté a mamá llorando, porqué mi papá no se había acordado de mí en ése, MI día especial. Y, claro, ella siempre me contuvo.

Elegí mi carrera, en base a las opciones zonales, y, por fortuna, resultó ser una conjunción de mi amor por todo tipo de arte, y de tecnología, cosa que me apasionaba.

Supe recibirme un poco a destiempo, porque la crisis del 2001 nos sobrevino a todos y en especial a la facultad privada adonde asistía.

Dejar la carrera me significó hundirme en un abismo de sentimientos de fracaso, melancolía, frustración y cero incentivos para seguir adelante. Pero al año siguiente pude retomar los estudios (desde cero, sin validarme ninguna materia) en otra facultad estatal, y así logré recibirme sin pena ni gloria, pero tener el titulo que la sociedad precisa para avalar mi trabajo hoy en día.

De nuevo, mamá siempre me contuvo.

Por algo están reflotando de mi psique, los traumas y bloqueos que mi infancia generó: quizás porque estoy estudiando eso en mi curso de Terapeuta Floral, o porque simplemente me estoy haciendo cargo de que me voy a alejar del nido, del todo, y por decisión propia.

Y me doy cuenta que no voy a contar con ayuda de ningún tipo, más que la meramente emocional y a distancia.
Que soy una mujer adulta que puede evolucionar, respetando sus procesos y analizando cada reacción, en base a lo que la puede ayudar a crecer y a lo que no.
Que las nuevas personas que estoy dejando entrar en mi vida, pasan por un proceso de selección puramente perceptivo e intuitivo, donde puedo "olerlos" y saber quién es honesto, quién vale la pena tener alrededor, y quién no.

Que siempre, adonde vayamos, uno necesita contención.
Que cuando estás solo en la vida, sin nadie especial que te acompañe -más que los amigos incondicionales-, esa contención se acota bastante. Aunque eso no signifique sentirte solo.

Que no extrañás personas del pasado, porque ya no te sirven ni te interesa tenerlas en tu presente. Porque siempre fuiste así de desapegada con todo lo que ya pasó. Renaciste de todas esas cenizas, como nueva, en todas las oportunidades.

Pero hay que reconocer, que extrañás abrazos de esos que te dicen que todo va a estar bien, si usar ni una palabra.
No personas, el abrazo en sí.
Ése que viene de sorpresa por la espalda, y que con un beso en la mejilla te hace sentir único en el mundo.
Ése que a la noche, cuando te despertás de una pesadilla, te asegura que estás protegida. Aún a sabiendas de que estás segura de que podés protegerte sola. Te costó hacerte cargo, pero lo hiciste.

Ese abrazo con fuerza, que te afloja los huesos, porque te dice que te quiere tal y como sos. Ése abrazo de aceptación y de apoyo constante. De compañía.

Ni siquiera de un novio o un amante pasajero. Puede ser de un gran amigo/a, de tu prima, de tu sobrina.

Porque te hace sentir contenida. Te hace volver a tu espacio, a vos misma, compartiéndote con el otro. Y, a la vez, vos también estás abrazando.
También, por más fuerte, independiente y autosuficiente que seas, el abrazo siempre es necesario.

Y capaz que yo, los necesito como el aire que respiro: hasta que me muera.

16 de septiembre de 2014

Una pausa.

Mi mamá no es una persona normal.
No es una madre común y corriente.
No puedo entrar en detalles, pero que ella sea así, marcó bastantes áreas de mi vida en las que fui poniéndole trabas a mi alma y a mi realización personal, por creer que ella siempre tiene la razón, la última palabra.

Mi mamá es una mujer muy, muy fuerte, y con carácter fogoso y temperamental.
El "miedo" o respeto que le tenía de chica, a pesar de haber sido muy compañeras, me llevó a pensar que todo lo que ella decía, era lo correcto.
Que si debía defenderme, ella estaría ahí.
Que si tenía que decir algo, ella tenía las palabras adecuadas para comunicárselo a quien sea.
Que si me equivocaba, ella se enojaría ferozmente, aunque eso no hiciera que dejara de amarme.

Mi mamá fue mamá y papá, y por eso siempre fui muy apegada a ella, a su esencia.

Pero con el tiempo, los golpes que me dí contra las paredes, las puertas que se me cerraron y las oportunidades que desaproveché, me fueron abriendo los ojos de a poco: debía encontrar mi propia esencia, mi fuerza, mi naturaleza; y dejar de manejarme en la vida como si mi madre fuera quien siempre está en lo correcto.

Claro que tardé 30 años en descubrirlo.

Hace poco, descubrí que mis ataques de pánico, provenían de no sentirme lo suficientemente fuerte como para defenderme sola, de cualquier cosa. Porque mamá siempre estaba para defenderme.

Descubrí que cuento conmigo, como si fuera mi propia madre. Que elijo lo que me nutre, lo que me alimenta. Que nadie más puede -ni debe- hacerlo por mí.

Descubrí que queriéndome a mí misma, no necesito buscar a alguien que me quiera. Porque esas personas no llegan para ocupar vacíos: llegan para compartirnos mutuamente lo que tenemos para dar.

Descubrí también, que quiero volar del lugar donde nací. Que quiero radicarme lejos, en otro lado, donde pueda extender mis alas y desenvolverme realmente como soy.
En un lugar donde no tenga vergüenza de ser yo, donde la gente sea más amable, donde tenga libertad de ser, de crecer, de expresarme.
Donde encuentre oportunidades para avanzar, y deje de sentirme estancada -laboralmente hablando-como me siento en ésta ciudad.

A mi mente, hace años, vino Uruguay. No sabía cuándo lo conocería, no sabía qué haría allí.
Pero la oportunidad de conocerlo, se dió en medio de un vuelco importante de mi vida.
Así que fuí. Conocí personas maravillosas. Supe que todo se dió cuando debía darse. Abracé en fotos mentales toda la ciudad. Respiré el aire necesario para darme cuenta de que ya corté el cordón. De que quizás es mi mamá la que debe cortarlo ahora.

Nací con más ansias de independencia que las requeridas usualmente, y todo lo que me lleve lejos de mi actual hogar, todo lo que me saque de la zona cómoda, me llama la atención. Me hace vibrar, me intriga, me mueve.

Algo brilla o reluce en mí, cuando estoy en mi lugar. Y mi lugar, es dentro mío. Y dentro mío, en ése silencio, me resuena Montevideo.

Entonces supe que quizás sí, debería intentarlo. Que no me da miedo encontrarme sola en un lugar completamente nuevo, que no pierdo nada con intentarlo, y que siempre quise ser extranjera. Me gusta esa palabra. Me atrae lo foráneo. Así fue como empecé a averiguar requisitos legales.

Con dudas, aseguré que volvería y dije la fecha. Aún sin saberlo a ciencia cierta.
Trabajé como nunca, me organicé y me desorganicé mil veces. No dormí. Gané el dinero necesario para volver, y acá estoy, a punto de ir a sacar los pasajes.
Así sea un sueño, un proyecto o un capricho, hasta ahora, me enseñó a organizarme y a demostrarme a mí misma que, cuando quiero, puedo. "Que los sueños no se cumplen, se trabajan."
Y que, por algo, las cosas también se dan en el momento en que así tiene que ser.

Y no, no creo que sea un capricho.
Aunque madre dude de eso, o dude de mí, ya no sé.
Quizás crea que no es mi lugar, que terminaré en otra ciudad, pero dentro de Argentina. Y yo estoy demasiado renegada con la actualidad de mi país, como para planear mi futuro dentro de él. No lo deseo, no lo siento dentro mío. No me veo acá.
Eso no quita que no esté orgullosa de ser argentina, claro que no. Porque lo estoy (y eso ya de por sí demuestra mi nacionalidad: el orgullo)

Nunca creí sentir ganas de irme, nunca imaginé ser la que muchos llaman expatriada, emigrante, desleal a la patria. Tantas cosas. Pero hoy ése es mi lugar y lo elijo a mucha honra.

Claro que entiendo que madre no debe querer que me aleje, y sé muy bien cuánto la extrañaría.
Pero, insisto, nada hay acá que haga que me quiera quedar.
Porque estoy buscando mi propio bienestar, mi equilibrio, y constantemente estoy en la búsqueda de mí misma, aún cuando ya sé que me he encontrado bastante.

No me interesa un futuro en un lugar donde no puedo desarrollar mis capacidades. Donde te coartan las libertades. Donde la gente ya no es lo que solía ser. Donde social y políticamente estás obstruído.
Estoy dándole todo de mí a esta ciudad, aseguro que todo. A la ciudad y a la gente; pero ya me cansé, me aburrí. Creo que las oportunidades actuales sirven sólo como medio, para alcanzar mis metas futuras.

Tampoco me interesa un futuro en un lugar donde no puedo ser quien soy, ni hacer brillar "éso" que sé que tengo para desenvolver de mí.

A veces siento que soy un pequeño faro y que ayudar a otros es mi misión en la vida. Y quizás lo sea.
Y me siento irritable cuando la gente cuestiona que dejo de ayudar a los de acá para ayudar en otro lado.
Si pudiera vivir ayudando a todo el globo, viviendo en Haití si es necesario, el universo sabe que lo haría. Que me lo bancaría y me sentiría híper gratificada, sólo por dar todo lo que sé que tengo para dar. Éso es lo que me gusta.

Pero acá no. Mi estadía acá se terminó.
Respeto que haya gente que no me tenga fe. Que no quieran que me vaya. Que deseen que mis planes se caigan. Respeto todas las intenciones, buenas o malas. A mí deberían respetarme por igual.
Sobretodo no insistirme con probabilidades de una u otra cosa, con tal de mantenerme cerca.

¿Soy demasiado egoísta por elegir lo que me hace bien? Eso le parece a la sociedad. Yo no me siento así.
De hecho, recriminan que te alejás, que te olvidás de el resto de tu vida. Parece una broma.

Nací libre.
De respetar mis decisiones, mis caminos, mis procesos.
De ir en búsqueda de mis sueños, de mis proyectos, de mis ambiciones.
Libre de ser yo.

Y no paro. No estoy acostumbrada a parar, ni a pausarme.
Aunque sé que ésta vez es necesario, y debo calmarme y pensar cada paso con cautela y realismo, una pausa no significa detenerme.

Porque sé lo que quiero, y estoy averiguando cómo conseguirlo.

13 de septiembre de 2014

Lo que esperan de vos.

Perdí la cuenta de las veces que me preguntaron porqué estaba sola, cada vez que me separaba de algún ex.
Perdí la cuenta de las veces que dí explicaciones, de las veces que no las dí, de las veces que me calenté pensando en qué tanto les importa esa parte de mi vida a los demás, y de las veces que me pregunté cuán necesario se le hace a la sociedad emparejar siempre al que está soltero.

En cada etapa de mis solterías, esas que fui teniendo entre ex y ex, me fui dando la oportunidad de crecer y aprender qué había fallado de mí, del otro, y qué debería arreglar en mí, pero por mi bienestar.

Esta vez fue completamente diferente.

En cinco meses que llevo sola, conocí más de mí de lo que hubiera imaginado.
Calculo que será por la edad, por la etapa de la vida que estoy atravesando, o porque también descubrí que las relaciones no son nunca lo que esperamos, porque mutan, como nosotros, que vivimos cambiando.

Personalmente, soy alguien muy cambiante. Una vez, cuando estaba dejando a alguien, me dijo: "Vos no sos la misma que yo conocí hace cuatro años", como lamentándose.
Y gracias al cielo que no soy la misma, pensé yo.

Mi deseo más grande en la vida, no es ser felíz, porque ser felíz no es una meta, es parte del camino.
La felicidad es efímera y es genial saber aprovechar cuando aparece, y, si podemos hacerla parte de nuestro día a día, es una gran señal de que aprendimos mucho de nosotros, y de que estamos haciendo las cosas bien.
Mi deseo más grande es ser libre. Y lo voy a concretar cuando me muera. We are born to die. (sí, tengo algún tipo de obsesión "positiva" con la muerte, pero no es el tema ahora)
Mientras tanto, elijo vivir y hacer de mi vida, un cúmulo de aprendizajes y evolución personal, que a algo bueno llevará en algún momento.

Me considero una persona felíz. Soy alegre, no soy pesimista, incito los cambios que preciso en mi vida, a medida que los voy precisando. Conozco mis procesos, mis altos, mis bajos, y sí, mi pasión astrológica me lleva a guiarme por la luna y la energía que los planetas proyectan en mí, y eso me ayuda a crecer bastante.

Paralelamente, vivo en crisis existenciales. Que no son malas, no.
Vivo preguntándome qué deseo, qué es aquello que mi alma quiere en este momento. Y trato de complacerla.

Aprendí, en esta breve soltería, que cuando sienta la necesidad -y aparezca la oportunidad- de estar con alguien en serio, no es porque tenga que llenar algún vacío. Yo ya me siento llena, ya estoy completa así como soy. No necesito una media naranja ni nadie que sea mi otra parte, porque siento que ya tengo todas mis partes juntas.

Entonces, se me ocurre que tener una relación cuando te conocés a vos mismo, no sólo habla de que puede ser mucho más sana, sino de que estás con alguien para compartir la vida, para caminar juntos, porque elegiste compartirte vos.

En la entrada ésta lo dejé en claro.

En fin, estoy harta de que la sociedad crea que tenés que estar en pareja para ser felíz.
Que supongan que no estás casada a los 30 años, y sos una fracasada. Que crean que nunca más podrás tener hijos. Que se entristezcan por vos, como si fuera algo malo.

Que te traten de resentida cuando respondés de mala manera, porque te tienen cansada con planteos idiotas. Que seas una malcogida (o no cogida) por estar sola, y que eso sea parte de tu personalidad. Que te boludeen cuando decís que estás bien, que las personas llegan cuando tienen que llegar, que aprovechás mucho el tiempo a solas, que incluso te gusta. Y no, no te creen.
No creen, tampoco, que te tomes ése aspecto de tu vida con calma. Con la calma con la que no te tomás al trabajo, al estudio, al sexo o a otras situaciones.
No deberías estar "bien", si tenés 30 (o peor, 31) y estás soltera, sin pareja, ni hijos, ni casa propia, ni auto, ni cuenta en el banco.

No deberías. Pero lo estás. Y estás orgullosa de tu independencia en todos los aspectos de tu vida. Te sentís bastante realizada y plena, como para dejar que te afecte la gente idiota. Que te termina afectando porque le das lugar, porque se meten en tu vida, cuando en realidad no tienen ningún derecho. Así que podés cerrarles la puerta en la cara.

A ver, sola o en pareja, yo soy la misma persona. Con la diferencia de que ahora puedo seguir mis deseos mucho más libremente, y elegir con quien me comparto. Nada más.

Estoy sola, y estoy felíz. No es tan difícil de entender.

Me acepto, me conozco, me investigo. Sé lo que quiero, lo que deseo (que no es lo mismo), sé que los caprichos traen resultados momentáneos, pero que seguir mis deseos, los trae a largo plazo.
Sé que soy buena en lo que hago, y sé que si tengo que hacer algo más, también voy a poder. Porque puedo conmigo misma, como nunca hubiera podido si no me daba el tiempo necesario para conocerme.

Me valoro, me cuido, me entiendo. Me analizo y me respondo. Me quiero, sí.

Y el día que tenga una relación en serio, va a ser porque esa persona se quiere, se valora y elige compartir su vida conmigo, como yo.

12 de septiembre de 2014

La libertad de no pertenecer.

Tenemos libertad cuando no pertenecemos.
A nada. A nadie.

Somos libres cuando no necesitamos conceptos ni definiciones.

Me considero una persona bastante libre. Pero sé muy bien que no lo soy.
No soy dueña de nadie, ni me interesa, porque no quiero que nadie pretenda creerse mi dueño.

No tengo partido político. Elijo porque tengo la posibilidad, pero no me aferro 100% a la misma idea, porque la idea no se representa sola. La representa un ser humano, y el ser humano es cambiante.
Hoy puede gustarme, mañana no. Hoy puede actuar bien, mañana quién sabe.

No tengo religión. Creo en la suma de muchas filosofías y ciencias diferentes, de las cuales tomé lo que más me gustaba y armé mi ideología propia. Por ende, no me aferro a dogmas ni libros que pretendan imponerme en qué debo creer.

No tengo una manera definida de comer. Me gusta comer sano, y variado, pero suelo no comer carnes, por elección. Eso no me hace vegetariana, porque a veces muero por un asado.
No soy vegana, claramente, porque tampoco podría vivir sin lácteos. Por lo menos por ahora.
Y me parece una ridiculez atenerse a un "título alimentario" para definir que somos lo que comemos.
Sí, de hecho, somos lo que comemos. Pero yo no quiero ser ningún tipo de ayurveda, crudivegana, etc, porque me estaría limitando comer cualquier otra cosa que mi cuerpo precise en determinado momento. Me quita libertades.
Prefiero elegir lo que me nutre, en todo sentido, cuando sienta que mi cuerpo lo necesita. Y no basándome en algún tipo de dieta o concepción con "Título habilitante".

Sin embargo, tengo una profesión que tengo que representar con un título, identificarme para poder trabajar. Ya eso me limita.

Tengo edad física, como todos, y eso pareciera coartarnos libertades a veces.
Lamento decepcionarlos: la edad nos limita lo que le permitimos que nos limite.
Porque la edad es un número.
Lo que vale, como siempre, es seguir lo que deseamos, hacer lo que nos hace bien, seguir el camino que elegimos.
Tengamos la edad que tengamos.

Aún así, todas las cosas que "no tengo" (religión, partido político, definición de mi manera de comer), me siguen haciendo sentir limitada.
Porque yo no soy atea. Porque quiero poder elegir quien me represente. Porque tengo que alimentarme.
Y constantemente estamos eligiendo.
Elegimos cómo despertarnos, cuándo bañarnos, qué vestir, qué hacer, qué ingerir, qué escuchar. Elegimos qué vivir cada día, pero dependiendo del abanico de opciones que se nos presente.

Seríamos libres si no hubiera opciones determinadas, y simplemente pudiéramos elegir pero del todo, sin tener que limitar la elección a la fruta de estación, o al colectivo que pase por casa hoy.

Es prácticamente imposible ser libre del todo.
Pero es el deseo más inmenso que tenemos los seres humanos. O por lo menos yo.

Insisto, de todos modos, en que somos libres cuando menos pertenecemos a algo que nos clasifique.
E, irónicamente, siempre estamos perteneciendo.

A los sí, a los no, a los ni.
Siempre somos parte de algo más grande que nosotros.
Prefiero creer que creo (de crear) mi vida, que elijo a lo que pertenezco y a lo que no.
A los que amo, a los que tengo cerca, a los que abrazo.

Elijo amar con total libertad a las personas, a lo que hago, de lo que vivo. A mí. A mi vida.
Limitándonos, sólo nos corrompemos de a poco.
(Ésto no quita que tengamos que limitar algunos deseos o acciones para no lastimar a otros, porque vivimos en sociedad y hay que adaptarse. Es un tema más profundo.)
Elijo adaptarme, también, a lo que sé que me hace bien. A los cambios que provoco.
Pero no elijo adaptarme a las estaciones del año, sino que simplemente lo tengo que hacer. Ahí ya perdí libertad.

Elijo no controlar nada, por más que me cueste. Porque siempre pretendo controlar mi vida, cuando en realidad siempre me demuestra que, cuando dejo fluir, las cosas toman el rumbo que deben tomar. Yo sólo tengo la última palabra.

Elijo ser libre de todo lo que quiera imponerme un título o una propiedad. El sentido de propiedad nos da estabilidad. El sentido de libertad, nos da vida.

Elijo cada día, lo que pueda elegir de mi vida, en base a lo que desea  mi alma, a lo que sé que me hace bien.

Elijo no ser de nadie.
Porque dejaría de ser mía.

3 de septiembre de 2014

Always leaving.

Siempre me estoy yendo.
De lugares, de personas, de situaciones, de emociones, de sentimientos, de ideas. No, no se van de mí, yo me voy de todo.

Tengo la convicción de que estar en movimiento es lo mejor que nos puede pasar. Claro que a veces necesitamos calmarnos y bajar los decibeles para recargar energía, o para equilibrarnos. Pero el movimiento, la acción, es todo lo que necesitamos para evolucionar.

Elijo irme de un lugar, cuando ya no tiene nada para ofrecerme. Doy todo de mí, me exprimo y me saco el jugo. Me brindo sin restricciones, pero con la mira puesta en un nuevo lugar.
Y cambiar de lugar geográfico no es fácil, no es una elección que podamos tomar así nomás. Conlleva un análisis previo, intuiciones, teoría, práctica y, por supuesto, esperanza.
Si no tuviera la esperanza de que en un nuevo lugar, voy a poder dar TODO de mí, y voy a sentirme satisfecha al respecto, entonces ni lo intentaría.
Me voy de un lugar cuando me coarta las libertades, cuando no me permite crecer. Cuando me limita.
Quisiera ser nómade. O quizás lo fui en otra vida. Quisiera recorrer el mundo. Quisiera.

Elijo irme de una persona por motivos similares. Ya no puedo darle todo, porque no me siento cómoda, o porque no me genera esas ganas. Cuando en lugar de crecer, me estanca. Cuando la rutina ya no se puede esquivar. Cuando no me valora, cuando no me da el lugar que merezco en su vida, cuando no le importo. No, no es victimizarme, ni creerme mejor que el otro. Es reconocer el valor que tengo, y no darme a nadie que no sepa verlo. Es amor propio. Me elijo, antes de elegir al otro. Porque soy la única persona con la que voy a vivir toda mi vida.

Elijo irme de una situación, cuando no me da lo que necesito. Así me dé lo que quiero, yo sé muy bien si es un mero capricho. Si tengo lo que quiero y no lo que necesito, no puedo avanzar, no puedo madurar. Elijo, entonces, aceptar que lo que necesito es mucho mejor que lo que mis caprichos quieren. Porque lo que necesito, siempre dura a largo plazo, y trae aprendizajes. Lo que quiero caprichosamente, no. Y yo no puedo estar sin aprender cosas nuevas o sin sentir que a cada paso que doy, que con cada elección, estoy creciendo. Elijo irme, sobretodo, cuando me aburro.

Elijo irme de emociones y de sentimientos, bajo las mismas premisas, pero también cuando me ahogan. De hecho, cualquier cosa que ya no necesite en mi vida, me ahoga. Entonces tomo cartas en el asunto, y elimino, antes de quedarme sin aire. Porque sin aire no puedo vivir, nadie puede, pero yo siento que lo necesito más que el otro. Debe ser alguna fobia, estoy segura.
Las emociones y sentimientos estancados, sólo nos hacen vivir en el pasado, en la melancolía, y en personas y situaciones que ya no están. Nunca necesitamos al pasado, porque ya aprendimos lo que necesitábamos.
Tenerlo presente constantemente, quedarnos en esos estados, solamente demuestran que tenemos miedo de avanzar, de soltar, de perder algo. Todo lo que debamos perder o soltar para seguir el viaje, por algo será. No necesitamos caminar con una mochila tan pesada. Por eso, elijo soltar amarres, al pasado, a lo que no me sirve. Así puedo caminar liviana y llena de espacio para todo lo que tenga que venir.

Elijo irme de ideas, cuando no cierran, cuando, aunque insista, no se concretan. Cuando me doy cuenta que en realidad no eran tan geniales, o tan importantes.

Elijo irme, en realidad, en todo momento. Porque sin irme, no puedo llegar a ningún lugar nuevo, a ninguna persona, a ningún sentimiento, a ninguna nueva emoción.

Elijo irme, para empezar siempre de cero.

Porque así me gusta vivir. Empezando.

2 de septiembre de 2014

Lo inesperado.

Vivimos esperando.

Esperamos el bondi, los servicios a pagar, principio de mes, el aguinaldo, al cliente, al turno del médico.
Esperamos que nos vaya bien en el exámen, que nos acepten la propuesta, que nos llamen de un nuevo trabajo.
Esperamos el fin de semana, la juntada con amigos, el momento a solas, el primer beso, un llamado, un mensaje, alguna conexión no terrenal. 
Esperamos de los demás, pero no damos lo que tenemos.
Creemos tener un vacío, que alguien debe ocuparse de llenar, entonces esperamos a ese alguien indicado.
Esperamos que aparezca, pero vivimos conectados al celular, a la computadora, a lo virtual.
Esperamos, siempre esperamos.

Porque vivimos en una sociedad de consumo, donde cada vez es más usual el servicio puerta a puerta, donde podés hacer hasta las compras del mercado online; donde pedís un libro, un juego de mesa, un sillón o el equipamiento para una peluquería. Lo querés, lo comprás virtualmente, lo tenés.

Esperamos, pero ya con la predisposición de que tiene que llegar enseguida.

Esperamos de más, y nos ponemos nerviosos. Esperamos que nos respondan, y nos altera que tarden más de diez segundos.

Esperamos, sin que nos guste esperar, porque otra no nos queda.

Estamos esperando siempre todo, todo el día, de todo el mundo. 
Pero, sin embargo, no tenemos paciencia para nada.

Y nunca, nunca nadie nos dice que la vida se va pasando mientras esperamos. 
La angustia toma lugar en la vida de alguien que se la pasa esperando, que no tiene el conocimiento suficiente, ni el valor necesario, para darse cuenta que es dueño de su propia vida. Que no tiene que esperar nada de nadie.

Las cosas no caen del cielo. Ni una casa, ni un novio, ni un nuevo trabajo.
No podemos pasarnos la vida echándole la culpa a los demás de lo que no nos llega, sólo porque lo estuvimos esperando y alguien nos tiró las cartas y dijo que ya llegaría. Patrañas.

Tenemos que abrir un poco más los ojos.
Esperar de los demás, es olvidarnos del poder que tenemos, para lograr lo que queremos, para conseguir lo que, como idiotas, nos quedábamos esperando.

Hay que ponerse los pantalones, señoras y señores.

Para conseguir lo que necesitamos, hay que moverse. 
Para lograr lo que deseamos, hay que desestancarse.
Para encontrar lo que buscamos, hay que empezar a caminar.
Para lograr que se manifieste lo que creemos, hay que concretar, iniciar la acción, no quedarse quietos.

La vida se pasa volando, y sí, caigo en un lugar común. Pero te das cuenta que es verdad. Que somos finitos, apenas un segundo en la existencia universal.

Somos eso, un segundo.

No entiendo porqué siguen desperdiciándolo sentados ahí, inmóviles, esperando que lo bueno llegue, quejándose de su mala fortuna.
La revolución tecnológica es grandiosa, pero no la sabemos aprovechar.
Dejamos que nos use, en lugar de usarla en beneficio nuestro, porque estamos cómodos. 
Y ya sabemos que nada nuevo sale de la zona cómoda.

Repito: hay que dejar de esperar.

Principalmente porque, quien espera, tiene algún vacío.
Quien espera, no sabe que tiene el poder de transformar cualquier situación, con sólo dejar de estar estático.

Yo no quiero que la gente espere nada de mí, yo quiero que la gente deje de tener miedo de darse a sí misma, de conocerse.

Salir de la zona cómoda implica escucharse, saberse conocedor de uno mismo, de lo que desea, de lo que anhela, de lo que necesita. De lo que sueña.

La gente que sabe lo que quiere, no espera nada de la vida, porque ya tiene todo lo que necesita consigo: a sí mismo.
No espera que le llenen los vacíos, porque se siente completo, pleno.
No necesita a nadie que le haga compañia, sino a alguien con quien compartirse, a quien darse.
Sabe rodearse de personas que lo estimulen, que sepan lo que vale.
No se deja conocer siquiera, por personas que no verán su valor.
La gente que sabe lo que quiere, me atrae casi tanto como el mar.
Porque no espera de los demás, sino que da todo lo que es. Se brinda sin limitaciones, porque sabe que compartiéndose no se queda con menos, sino que se multiplica.
Porque no está pendiente de trivialidades, porque no le interesa lo superficial: sabe que hay algo más.
Porque se tiene a sí misma, y no tiene miedo de nada.

Y es sabido que quien sabe que se tiene, que se deja llevar, que no teme perder algo por buscar lo que le despierta el Alma, por buscarse; encuentra cosas inesperadas en el camino, que lo impulsan a seguir adelante.

Y eso es lo más lindo de la vida.