3 de septiembre de 2014

Always leaving.

Siempre me estoy yendo.
De lugares, de personas, de situaciones, de emociones, de sentimientos, de ideas. No, no se van de mí, yo me voy de todo.

Tengo la convicción de que estar en movimiento es lo mejor que nos puede pasar. Claro que a veces necesitamos calmarnos y bajar los decibeles para recargar energía, o para equilibrarnos. Pero el movimiento, la acción, es todo lo que necesitamos para evolucionar.

Elijo irme de un lugar, cuando ya no tiene nada para ofrecerme. Doy todo de mí, me exprimo y me saco el jugo. Me brindo sin restricciones, pero con la mira puesta en un nuevo lugar.
Y cambiar de lugar geográfico no es fácil, no es una elección que podamos tomar así nomás. Conlleva un análisis previo, intuiciones, teoría, práctica y, por supuesto, esperanza.
Si no tuviera la esperanza de que en un nuevo lugar, voy a poder dar TODO de mí, y voy a sentirme satisfecha al respecto, entonces ni lo intentaría.
Me voy de un lugar cuando me coarta las libertades, cuando no me permite crecer. Cuando me limita.
Quisiera ser nómade. O quizás lo fui en otra vida. Quisiera recorrer el mundo. Quisiera.

Elijo irme de una persona por motivos similares. Ya no puedo darle todo, porque no me siento cómoda, o porque no me genera esas ganas. Cuando en lugar de crecer, me estanca. Cuando la rutina ya no se puede esquivar. Cuando no me valora, cuando no me da el lugar que merezco en su vida, cuando no le importo. No, no es victimizarme, ni creerme mejor que el otro. Es reconocer el valor que tengo, y no darme a nadie que no sepa verlo. Es amor propio. Me elijo, antes de elegir al otro. Porque soy la única persona con la que voy a vivir toda mi vida.

Elijo irme de una situación, cuando no me da lo que necesito. Así me dé lo que quiero, yo sé muy bien si es un mero capricho. Si tengo lo que quiero y no lo que necesito, no puedo avanzar, no puedo madurar. Elijo, entonces, aceptar que lo que necesito es mucho mejor que lo que mis caprichos quieren. Porque lo que necesito, siempre dura a largo plazo, y trae aprendizajes. Lo que quiero caprichosamente, no. Y yo no puedo estar sin aprender cosas nuevas o sin sentir que a cada paso que doy, que con cada elección, estoy creciendo. Elijo irme, sobretodo, cuando me aburro.

Elijo irme de emociones y de sentimientos, bajo las mismas premisas, pero también cuando me ahogan. De hecho, cualquier cosa que ya no necesite en mi vida, me ahoga. Entonces tomo cartas en el asunto, y elimino, antes de quedarme sin aire. Porque sin aire no puedo vivir, nadie puede, pero yo siento que lo necesito más que el otro. Debe ser alguna fobia, estoy segura.
Las emociones y sentimientos estancados, sólo nos hacen vivir en el pasado, en la melancolía, y en personas y situaciones que ya no están. Nunca necesitamos al pasado, porque ya aprendimos lo que necesitábamos.
Tenerlo presente constantemente, quedarnos en esos estados, solamente demuestran que tenemos miedo de avanzar, de soltar, de perder algo. Todo lo que debamos perder o soltar para seguir el viaje, por algo será. No necesitamos caminar con una mochila tan pesada. Por eso, elijo soltar amarres, al pasado, a lo que no me sirve. Así puedo caminar liviana y llena de espacio para todo lo que tenga que venir.

Elijo irme de ideas, cuando no cierran, cuando, aunque insista, no se concretan. Cuando me doy cuenta que en realidad no eran tan geniales, o tan importantes.

Elijo irme, en realidad, en todo momento. Porque sin irme, no puedo llegar a ningún lugar nuevo, a ninguna persona, a ningún sentimiento, a ninguna nueva emoción.

Elijo irme, para empezar siempre de cero.

Porque así me gusta vivir. Empezando.

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