2 de septiembre de 2014

Lo inesperado.

Vivimos esperando.

Esperamos el bondi, los servicios a pagar, principio de mes, el aguinaldo, al cliente, al turno del médico.
Esperamos que nos vaya bien en el exámen, que nos acepten la propuesta, que nos llamen de un nuevo trabajo.
Esperamos el fin de semana, la juntada con amigos, el momento a solas, el primer beso, un llamado, un mensaje, alguna conexión no terrenal. 
Esperamos de los demás, pero no damos lo que tenemos.
Creemos tener un vacío, que alguien debe ocuparse de llenar, entonces esperamos a ese alguien indicado.
Esperamos que aparezca, pero vivimos conectados al celular, a la computadora, a lo virtual.
Esperamos, siempre esperamos.

Porque vivimos en una sociedad de consumo, donde cada vez es más usual el servicio puerta a puerta, donde podés hacer hasta las compras del mercado online; donde pedís un libro, un juego de mesa, un sillón o el equipamiento para una peluquería. Lo querés, lo comprás virtualmente, lo tenés.

Esperamos, pero ya con la predisposición de que tiene que llegar enseguida.

Esperamos de más, y nos ponemos nerviosos. Esperamos que nos respondan, y nos altera que tarden más de diez segundos.

Esperamos, sin que nos guste esperar, porque otra no nos queda.

Estamos esperando siempre todo, todo el día, de todo el mundo. 
Pero, sin embargo, no tenemos paciencia para nada.

Y nunca, nunca nadie nos dice que la vida se va pasando mientras esperamos. 
La angustia toma lugar en la vida de alguien que se la pasa esperando, que no tiene el conocimiento suficiente, ni el valor necesario, para darse cuenta que es dueño de su propia vida. Que no tiene que esperar nada de nadie.

Las cosas no caen del cielo. Ni una casa, ni un novio, ni un nuevo trabajo.
No podemos pasarnos la vida echándole la culpa a los demás de lo que no nos llega, sólo porque lo estuvimos esperando y alguien nos tiró las cartas y dijo que ya llegaría. Patrañas.

Tenemos que abrir un poco más los ojos.
Esperar de los demás, es olvidarnos del poder que tenemos, para lograr lo que queremos, para conseguir lo que, como idiotas, nos quedábamos esperando.

Hay que ponerse los pantalones, señoras y señores.

Para conseguir lo que necesitamos, hay que moverse. 
Para lograr lo que deseamos, hay que desestancarse.
Para encontrar lo que buscamos, hay que empezar a caminar.
Para lograr que se manifieste lo que creemos, hay que concretar, iniciar la acción, no quedarse quietos.

La vida se pasa volando, y sí, caigo en un lugar común. Pero te das cuenta que es verdad. Que somos finitos, apenas un segundo en la existencia universal.

Somos eso, un segundo.

No entiendo porqué siguen desperdiciándolo sentados ahí, inmóviles, esperando que lo bueno llegue, quejándose de su mala fortuna.
La revolución tecnológica es grandiosa, pero no la sabemos aprovechar.
Dejamos que nos use, en lugar de usarla en beneficio nuestro, porque estamos cómodos. 
Y ya sabemos que nada nuevo sale de la zona cómoda.

Repito: hay que dejar de esperar.

Principalmente porque, quien espera, tiene algún vacío.
Quien espera, no sabe que tiene el poder de transformar cualquier situación, con sólo dejar de estar estático.

Yo no quiero que la gente espere nada de mí, yo quiero que la gente deje de tener miedo de darse a sí misma, de conocerse.

Salir de la zona cómoda implica escucharse, saberse conocedor de uno mismo, de lo que desea, de lo que anhela, de lo que necesita. De lo que sueña.

La gente que sabe lo que quiere, no espera nada de la vida, porque ya tiene todo lo que necesita consigo: a sí mismo.
No espera que le llenen los vacíos, porque se siente completo, pleno.
No necesita a nadie que le haga compañia, sino a alguien con quien compartirse, a quien darse.
Sabe rodearse de personas que lo estimulen, que sepan lo que vale.
No se deja conocer siquiera, por personas que no verán su valor.
La gente que sabe lo que quiere, me atrae casi tanto como el mar.
Porque no espera de los demás, sino que da todo lo que es. Se brinda sin limitaciones, porque sabe que compartiéndose no se queda con menos, sino que se multiplica.
Porque no está pendiente de trivialidades, porque no le interesa lo superficial: sabe que hay algo más.
Porque se tiene a sí misma, y no tiene miedo de nada.

Y es sabido que quien sabe que se tiene, que se deja llevar, que no teme perder algo por buscar lo que le despierta el Alma, por buscarse; encuentra cosas inesperadas en el camino, que lo impulsan a seguir adelante.

Y eso es lo más lindo de la vida.

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