16 de septiembre de 2014

Una pausa.

Mi mamá no es una persona normal.
No es una madre común y corriente.
No puedo entrar en detalles, pero que ella sea así, marcó bastantes áreas de mi vida en las que fui poniéndole trabas a mi alma y a mi realización personal, por creer que ella siempre tiene la razón, la última palabra.

Mi mamá es una mujer muy, muy fuerte, y con carácter fogoso y temperamental.
El "miedo" o respeto que le tenía de chica, a pesar de haber sido muy compañeras, me llevó a pensar que todo lo que ella decía, era lo correcto.
Que si debía defenderme, ella estaría ahí.
Que si tenía que decir algo, ella tenía las palabras adecuadas para comunicárselo a quien sea.
Que si me equivocaba, ella se enojaría ferozmente, aunque eso no hiciera que dejara de amarme.

Mi mamá fue mamá y papá, y por eso siempre fui muy apegada a ella, a su esencia.

Pero con el tiempo, los golpes que me dí contra las paredes, las puertas que se me cerraron y las oportunidades que desaproveché, me fueron abriendo los ojos de a poco: debía encontrar mi propia esencia, mi fuerza, mi naturaleza; y dejar de manejarme en la vida como si mi madre fuera quien siempre está en lo correcto.

Claro que tardé 30 años en descubrirlo.

Hace poco, descubrí que mis ataques de pánico, provenían de no sentirme lo suficientemente fuerte como para defenderme sola, de cualquier cosa. Porque mamá siempre estaba para defenderme.

Descubrí que cuento conmigo, como si fuera mi propia madre. Que elijo lo que me nutre, lo que me alimenta. Que nadie más puede -ni debe- hacerlo por mí.

Descubrí que queriéndome a mí misma, no necesito buscar a alguien que me quiera. Porque esas personas no llegan para ocupar vacíos: llegan para compartirnos mutuamente lo que tenemos para dar.

Descubrí también, que quiero volar del lugar donde nací. Que quiero radicarme lejos, en otro lado, donde pueda extender mis alas y desenvolverme realmente como soy.
En un lugar donde no tenga vergüenza de ser yo, donde la gente sea más amable, donde tenga libertad de ser, de crecer, de expresarme.
Donde encuentre oportunidades para avanzar, y deje de sentirme estancada -laboralmente hablando-como me siento en ésta ciudad.

A mi mente, hace años, vino Uruguay. No sabía cuándo lo conocería, no sabía qué haría allí.
Pero la oportunidad de conocerlo, se dió en medio de un vuelco importante de mi vida.
Así que fuí. Conocí personas maravillosas. Supe que todo se dió cuando debía darse. Abracé en fotos mentales toda la ciudad. Respiré el aire necesario para darme cuenta de que ya corté el cordón. De que quizás es mi mamá la que debe cortarlo ahora.

Nací con más ansias de independencia que las requeridas usualmente, y todo lo que me lleve lejos de mi actual hogar, todo lo que me saque de la zona cómoda, me llama la atención. Me hace vibrar, me intriga, me mueve.

Algo brilla o reluce en mí, cuando estoy en mi lugar. Y mi lugar, es dentro mío. Y dentro mío, en ése silencio, me resuena Montevideo.

Entonces supe que quizás sí, debería intentarlo. Que no me da miedo encontrarme sola en un lugar completamente nuevo, que no pierdo nada con intentarlo, y que siempre quise ser extranjera. Me gusta esa palabra. Me atrae lo foráneo. Así fue como empecé a averiguar requisitos legales.

Con dudas, aseguré que volvería y dije la fecha. Aún sin saberlo a ciencia cierta.
Trabajé como nunca, me organicé y me desorganicé mil veces. No dormí. Gané el dinero necesario para volver, y acá estoy, a punto de ir a sacar los pasajes.
Así sea un sueño, un proyecto o un capricho, hasta ahora, me enseñó a organizarme y a demostrarme a mí misma que, cuando quiero, puedo. "Que los sueños no se cumplen, se trabajan."
Y que, por algo, las cosas también se dan en el momento en que así tiene que ser.

Y no, no creo que sea un capricho.
Aunque madre dude de eso, o dude de mí, ya no sé.
Quizás crea que no es mi lugar, que terminaré en otra ciudad, pero dentro de Argentina. Y yo estoy demasiado renegada con la actualidad de mi país, como para planear mi futuro dentro de él. No lo deseo, no lo siento dentro mío. No me veo acá.
Eso no quita que no esté orgullosa de ser argentina, claro que no. Porque lo estoy (y eso ya de por sí demuestra mi nacionalidad: el orgullo)

Nunca creí sentir ganas de irme, nunca imaginé ser la que muchos llaman expatriada, emigrante, desleal a la patria. Tantas cosas. Pero hoy ése es mi lugar y lo elijo a mucha honra.

Claro que entiendo que madre no debe querer que me aleje, y sé muy bien cuánto la extrañaría.
Pero, insisto, nada hay acá que haga que me quiera quedar.
Porque estoy buscando mi propio bienestar, mi equilibrio, y constantemente estoy en la búsqueda de mí misma, aún cuando ya sé que me he encontrado bastante.

No me interesa un futuro en un lugar donde no puedo desarrollar mis capacidades. Donde te coartan las libertades. Donde la gente ya no es lo que solía ser. Donde social y políticamente estás obstruído.
Estoy dándole todo de mí a esta ciudad, aseguro que todo. A la ciudad y a la gente; pero ya me cansé, me aburrí. Creo que las oportunidades actuales sirven sólo como medio, para alcanzar mis metas futuras.

Tampoco me interesa un futuro en un lugar donde no puedo ser quien soy, ni hacer brillar "éso" que sé que tengo para desenvolver de mí.

A veces siento que soy un pequeño faro y que ayudar a otros es mi misión en la vida. Y quizás lo sea.
Y me siento irritable cuando la gente cuestiona que dejo de ayudar a los de acá para ayudar en otro lado.
Si pudiera vivir ayudando a todo el globo, viviendo en Haití si es necesario, el universo sabe que lo haría. Que me lo bancaría y me sentiría híper gratificada, sólo por dar todo lo que sé que tengo para dar. Éso es lo que me gusta.

Pero acá no. Mi estadía acá se terminó.
Respeto que haya gente que no me tenga fe. Que no quieran que me vaya. Que deseen que mis planes se caigan. Respeto todas las intenciones, buenas o malas. A mí deberían respetarme por igual.
Sobretodo no insistirme con probabilidades de una u otra cosa, con tal de mantenerme cerca.

¿Soy demasiado egoísta por elegir lo que me hace bien? Eso le parece a la sociedad. Yo no me siento así.
De hecho, recriminan que te alejás, que te olvidás de el resto de tu vida. Parece una broma.

Nací libre.
De respetar mis decisiones, mis caminos, mis procesos.
De ir en búsqueda de mis sueños, de mis proyectos, de mis ambiciones.
Libre de ser yo.

Y no paro. No estoy acostumbrada a parar, ni a pausarme.
Aunque sé que ésta vez es necesario, y debo calmarme y pensar cada paso con cautela y realismo, una pausa no significa detenerme.

Porque sé lo que quiero, y estoy averiguando cómo conseguirlo.

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