17 de octubre de 2014

Volar.

Julio 2012.
Hay algo que está gritando adentro mío, y no me doy cuenta.

Estoy sentada en un bar, en la esquina de la imprenta. Hago tiempo, porque hay mucha gente, y no soporto el hastío que me genera la espera.

Pido un tostado, una familia se sienta justo enfrente mío. Un nene interrumpe mis pensamientos, ésos que me hacían vagar por ahí. Le sonrío, y me devuelve la sonrisa. Me dá felicidad.

Entonces vuelvo a mirar a la nada.

Últimamente volvieron los ataques de pánico, y, aunque creo presentir la causa, elijo ignorarla. Como siempre.
Pero el pánico, silencioso, está haciendo su jugada. Quiere decirme algo más, algo que aún no descubro.

Otra vez, miro por la ventana, al aire.

Me imagino tomando una gran decisión, pero mi novio no está conmigo.
Estoy en la India, en Bali, en Tailandia, en Camboya. Voy a Berlín, a Ámsterdam, presento un libro en París. Camino luego por el Parc Güell, admiro a Gaudí en esencia, lo siento acá, donde me late el arte.

Me siento del mundo.

Viajo en aviones, lo hago por placer y por trabajo. Estoy viviendo en otro país, porque sentirme extranjera parece ser mi predilección.
Pienso en mi madre, en qué haría ella sin mí, y me reto un poco por tan vil pensamiento egoísta.

Sonrío.

Tomo un sorbo de café, y me doy cuenta de que estoy sola. En mi vida, en el camino. Sola, pero conmigo. "Si tenés ataques de pánico en un colectivo, imaginate en aviones yendo por el mundo, siempre sola", pretende dictarme la saboteadora interna.
"-Ya no voy a tener más"- le respondo. "Y me gusta un poco ésa idea de la soledad"- retruco.

Bajo la mirada al tostado, dejo la mitad porque me puse nerviosa.

Me estaba enfrentado al más grande de mis sueños, y me lo estaba saboteando también.

El ataque de pánico reaparece, como queriendo indicarme que por algo uno sueña con lo que sueña. Que nada es casual.

Pago. Quiero ir a casa.

En el colectivo, el pánico regresa con una fea jugada, y me termina ganando.
Llego a Campana, me quedo en casa de mamá, mi novio me visita. Me duermo.

Dos días después nos separamos-por un breve período- y me olvido de mi sueño. Pero empiezo a escribir un libro, al que aún le falta mucho.

En esos días, alguien marca un rumbo nuevo en mi vida personal, que luego llevaría a lo social y laboral. Es mi propósito de vida, pero aún no lo veo con nitidez.

Y hoy vuelve esa escena, eso que me perdía la mirada en el bar, ése sueño, más fuerte aún.

Lo hace sin el pánico, porque quizás ya entendí que a los sueños hay que seguirlos siempre, y que las personas van y vienen.

Sólo me tengo a mí, por el resto de mi vida.

Y conmigo, a quienes quieran compartir terribles ideales, que no se asusten de vivir con alguien que tiene sueños tan altos, y que vive para materializarlos.

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