26 de noviembre de 2014

Me mudo sola.

Dejé de ser hija exclusivamente, cuando decidí convertirme en mi propia madre.
Que se entienda: nunca se deja de ser hijo.

Pero elegir hacerte cargo de tu propia vida, de lo que te nutre, lo que te alimenta, tomar las decisiones en base a lo que te hace bien a vos y no a otros, y seguir tus sueños y metas, cueste lo que cueste, así debas hacer todo sola, indefectiblemente te convierte en tu propia madre.

Me estoy mudando sola.
Que no se malinterprete: Viví casi tres años sola, en soledad. Ahora me estoy mudando sola, lo estoy haciendo sin ayuda, pero volviendo con mis viejos por un mes, antes de cambiar finalmente de país.

No precisé de nadie que me ayude a embalar, a tirar media casa por la ventana, ni a elegir qué vendo y qué regalo.

No cuento con más que mi prima que me hace de flete, y me ayuda con los muebles.

Pero todo lo demás, lo estoy haciendo sola.

Y me da orgullo, no por precisar poca ayuda, sino porque sé cómo hacer las cosas, y cómo hacerlas bien.
Porque toda mi vida entra en una sola habitación, y sé que materialmente hablando, no preciso más que todo eso. Hasta quizás menos.

Me da orgullo porque me convertí en una mujer fuerte, en todo sentido.

Porque puedo levantar el mueble que quiera, y soportar con mi alma todos los ajetreos que la vida me proponga.

Porque me la banco, y me sobran ovarios al respecto.
Eso es de familia, está clarísimo.

Me da orgullo, porque no necesito a nadie para mudarme de país o decidir qué hacer con mi mundo.

Porque nunca dejo de crecer, ni de creer; porque me guía mi propia luz, y todo eso quiere decir que estoy construyendo mi camino, para convertirme en la mujer alfa de mi propia manada.

20 de noviembre de 2014

Dispersa.

Encuentro un blog.
Tengo que terminar archivos para llevar a Capital mañana, pero por esas cosas de mi facilidad para distraerme, encuentro un blog con fotos de Montevideo.
No son fotos turísticas, no son esas que sacás de un lugar que te pareció lindo solamente, son fotos del día a día, de la Montevideo normal, ésa que conocí un poco más en Septiembre.

Hay fotos de Ciudad Vieja (tan linda ella), de una esquina que parece la de una casa en la que me hospedé, de graffitis, de afiches rotos en las paredes, almacenes, gente durmiendo en la calle, rambla, uruguayos con el termo bajo el brazo, paradas de colectivo, plazas, banderas, bares, Pilsen rotas en veredas, ferias, y hasta del Palacio Salvo.

Y no son grandes maravillas, no hay lujos, no hay escenas paradisíacas.
Hay paredes resquebrajadas, chicos jugando en la calle, desorden y suciedad como en cualquier lado.

Pero no puedo más.
Miro las fotos una y otra vez, y evito abrir el álbum con las que saqué yo, porque tengo que seguir trabajando.

No puedo más.
Lagrimeo un poco, de la impotencia de no poder abrazarla ahora mismo.

No sé, no sé qué me hizo, pero sé que debe ser importante.

No puedo más.
Voy al post siguiente, la chica que escribe la detalla tan bien, que hasta escucho el "Ahh, ahí va" que usan como muletilla.

No puedo más.
Es verdad, hay algo de maravillosa en Montevideo, y es que es tan chiquita, que cada foto se parece a algún rincón que conocí, y sé que es probable que sea ese mismo.

No puedo más.
Es tan abierta de posibilidades como Capital, pero como si estuviera pasada de relajantes.

No puedo más.
No me había pasado antes, de extrañar tanto a un lugar, donde ni siquiera hay un hombre involucrado, como para justificarme.
Por eso creo que el amor que le tengo, es bien puro.

No puedo más.
No es que quiera estar ahí: lo necesito, me lo pide el alma.

No puedo más.
Pero tengo que esperar un tiempo prudente y necesario, para hacer las cosas bien.

Y la extraño tanto, que cada día aseguro con más certeza, que si no es mi lugar en el mundo, le pasa raspando.

19 de noviembre de 2014

Pocas cosas.

Toda la vida fui de guardar "cosas que algún día me servirían".
Mi profesión me llevó a guardar publicidades, packaging, imanes, volantes, tarjetas, etc...
Mi mala memoria, me obligó a escribir más de treinta cuadernos, agendas y diarios íntimos, y a guardar cada carta que me han escrito.
Mi apegaba a las pequeñas cosas, a un pequeño objeto que me traía recuerdos, a algo que me regalaron y que guardé sólo por ser regalo -aún si nunca lo usé-, etc...
Mis hobbies artesanos me han hecho guardar chapitas, tapas, maderas, mugre, mugre y más mugre que en algún momento planeaba reciclar o utilizar en algún proyecto.
Siempre fuí una cartonera, sí.

Pero en los últimos meses, cambió todo.
Cambié yo.
Cambié tanto, que lo único que me faltaba, realmente, era terminar de eliminar y limpiar el exterior.

Me dí cuenta que todo me molestaba. Que había cosas que estaban ocupando lugar físico, y en mi cabeza.
Que me sentía un poco atada, agobiada, abrumada.
Que necesitaba limpiar, limpiar y limpiar.
Que, además, tenía que mudarme y empezar a elegir qué cosas me sirven realmente, y qué no.

Perdí la cuenta de las bolsas de basura que saqué de la casa de mi mamá, de mi ex (y en breve nuevamente actual) habitación.
De las que saqué con cosas para regalar.
De las que tiré en mi casa.
Es increíble que un ser humano tan pequeño de tamaño como yo, haya guardado tantas porquerías en treinta y un años.

Y hoy empecé a mudarme, y me dí cuenta que tengo pocas cosas.
Que me guardé las que uso siempre.
Que me quedé con eso que preciso para trabajar, por ejemplo.
Que no sirve de nada guardar cosas "porque sí".
Que nunca vas a usar todo eso que creés que vas a usar, y guardás en vano.
Que no hay liberación más grande, que la de eliminar cosas materiales que no te sirven, porque inevitablemente viene conectado con una limpieza del inconsciente, y, si queda lugar libre, físico, mental, espiritual, o el que prefieran, inevitablemente se va a volver a llenar, pero con cosas que sirvan, que realmente necesiten.
Y las cosas que necesitamos, seamos conscientes, nunca son materiales.

"Eliminar, para iluminar", es uno de mis mantras preferidos.

Es el que me ayudó a darme cuenta de que, en realidad, cualquier tipo de apego te ata, y con el que descubrí que no soy apegada a nada, a fondo.
Que las mejores cosas de la vida, no son cosas.
Que los mejores aprendizajes, vienen de experiencias.

Aprendí que me da mucha paz tener pocas cosas - comparando con lo que tenía antes- que mudar.
Me hace más liviana, simple, veloz.

Aprendí que todo lo que te tironea al pasado, te ata.
Y yo no quiero estar atada a nada.

12 de noviembre de 2014

Ser intenso hoy.

Ser intenso está tergiversado.

Ser intenso no es ser enamoradizo, celoso, o estar enfermo al respecto de otra persona.
Ser intenso es algo tan profundo, que, sin ánimos de ofender, las cabezas cerradas no pueden comprenderlo.

Ser intenso es dar todo o nada, es ir hasta el fondo del asunto, es compenetrarte, entregarte, no tener miedo a la intimidad, al compromiso o a darte sin restricciones.
Ser intenso es tener deseos que te impulsan desde el fondo del alma, que te alimentan y alimentás.
Es buscar constantemente, es olvidarte de tus límites, es ser libre porque te entregás sólo a lo que sentís que te hace bien, que te ayuda a crecer, que te nutre.

Ser alguien intenso no es simple, porque tenés que olvidarte de todos tus patrones de conducta, de todos tus miedos, y tenés que darte cuenta que lo que más valor le da a tu vida, a tu persona, es el amor que te tenés.

Al fin y al cabo, querernos es lo que nos hace estar constantemente en la búsqueda de algo más, de nuestro camino, de nuestro propósito, o de las personas que queremos que nos acompañen, así sea para siempre o sólo por un rato.

Soy intensa porque Plutón me hizo así, y es una parte de mí que me encanta alimentar.

Soy intensa porque me amo lo suficiente como para saber que puedo dar amor, en todas sus facetas, sin ningún tipo de miedo, sin restricciones, y no necesitás ser mi novio para que lo haga. ¿Por qué limitarnos a relaciones típicas, para poder entregarnos del todo, siempre?

Soy intensa porque puedo quererte mucho, pero eso no quiere decir que me enamore como adolescente o que te esté acosando todo el día. Porque me respeto, entonces en base a eso, aprendí a respetar a otros.

Soy intensa porque no tengo dudas en entregarme a vos, si veo que valés la pena. Porque sé que tengo límites, y sé cómo romperlos, o cómo hacer que los demás los respeten.

Soy intensa porque sigo mis instintos, mucho más que a mi cabeza.

Soy intensa porque me escucho.

Soy intensa porque siempre tengo un universo adentro, en ebullición, que tengo que hacer salir, para no explotar.

Soy intensa porque nací así, y así me gusta ser.

Pero si pensás que soy intensa porque te abrazo y te digo lo mucho que te quiero, o porque te mando un mensaje preguntándote cómo estás, o que ser intenso es confundir las cosas...entonces sos vos el que no entendió nada.

Inmensidad.

"-¿Te diste cuenta todo lo que nos espera? Es inmenso."

Me dijo así, y medio que me aflojé en la silla.

Ella nació el mismo día que yo, sólo que tres años después.
La conocí cuando teníamos 14 y 17, y desde entonces, además de ser inseparables, siempre nos dijimos las cosas de frente, jamás nos peleamos o distanciamos, y fuimos observando cómo el destino -y nuestras elecciones- nos ponían a vivir paralelismos sumamente fuertes.

Tengo que entregar la llave de mi casa el 01/12. Me mudo a la casa de mis viejos por unos meses, porque me voy a vivir a Montevideo, ya es algo de público conocimiento.
Y lo decidí así, porque contándolo, lo absorbo y racionalizo mucho mejor, que si fuera un secreto.

Ella se va del departamento que comparte con su novio, y también debe entregarlo el 01/12.
Renunció a un trabajo agobiante, que la liberó para trabajar de lo que ama, y se van porque están construyendo su propia casa. ¿Adónde se van? A la casa de los padres de ella.

Podríamos hacer una película en paralelo, donde hay diferencias abismales, que terminan uniéndonos en algún punto.
Siempre, la vida, nos termina volviendo a juntar.

Ambas estamos en un turning point de nuestras vidas.
Ambas estamos arriesgando mucho, en pos de un futuro mejor.
Ambas estamos siguiendo nuestros sueños, escuchando a nuestro corazón.
Ambas caminamos para adelante, porque sabemos que todo lo que dejamos atrás, ya no nos sirve, sino que nos estanca.
Ambas nos vamos a extrañar mucho, pero nos deja tranquilas saber que la otra siempre va a estar bien, que todo está fluyendo a favor de la vida que queremos vivir.
Ambas sabemos que todo lo que viene es inmenso.
Y somos conscientes de que, al fin y al cabo, el destino nos termina uniendo siempre.

11 de noviembre de 2014

La que era mi casa.

Vuelvo a casa y la gata corre hasta mi puerta.
Es instantáneo: me acerco a acariciarla, mientras pongo la llave, y me largo a llorar. Así, de golpe, sin esperarlo.

Entonces me siento en el piso y entiendo todo muy bien, como si tuviera algún tipo de epifanía en la que descubro la triste verdad de cuánto amo esta casa, pero que me tengo que ir. Entiendo lo mucho que voy a extrañar todo ésto.

Hace días vengo observando todo con minucioso detalle, cada rincón, cada pared que manché con vino, cada agujero que tengo que arreglar antes de irme.
Pero no es superficial: vengo observando todo lo que cada uno de esos rincones me dió.

En estos dos años y medio, aprendí más de mí, que en cualquier otro momento de mi vida.
Llené la casa con mis silencios, con mis sonrisas, con música, con amigos, con charlas, con lágrimas, pero sobretodo, la llené de mí.
Era una extensión mía, era MI lugar, mi protección, mi zona cómoda, mi mundo. Me sorprende ver cómo hice sola, de este lugar, un hogar.

Acá aprendí a escucharme.
Acá descubrí parte de mi propósito en el mundo.
Aprendí a organizarme, crecí, maduré, me conocí, me encontré.
Sí, definitivamente acá, con toda esta soledad hermosa que la abarca, me encontré.

Ahora me quedan doce días para disfrutarla, para terminar de exprimirla, antes de vaciarla y dejarla lista para el próximo inquilino. Que ojalá la cuide y quiera tanto como yo.

Me pone triste, me duele un montón tener que alejarme de mi primer hogar, de las cuatro paredes que me protegieron, me acunaron, se dejaron transformar a mi gusto.
Me cuesta, sí, pero es el precio que tengo que pagar.
Todo no se puede.

En esta casa descubrí lo que quiero hacer de mi vida, lo que deseo materializar para mi futuro.
Y es ella misma, la que me está pegando el empujoncito final, para que avance, porque sabe que en esta ciudad no me puedo quedar, porque Campana no me dá lugar para todo lo que tengo para dar, y porque ya me dió todo lo que yo necesitaba. Me estoy sintiendo estancada, inmóvil.
Y yo no nací para quedarme quieta.

Por eso ya tengo cajas listas, ya tengo el espíritu a punto.
Porque sé que para permitir los cambios más grandes, no te podés aferrar a nada.
Y que, en pos de tu evolución personal, hay que terminar etapas, abandonar o alejarse de cosas, incluso de personas, para que haya espacio donde pueda entrar todo eso nuevo, que te está esperando ahí, en el camino.