11 de noviembre de 2014

La que era mi casa.

Vuelvo a casa y la gata corre hasta mi puerta.
Es instantáneo: me acerco a acariciarla, mientras pongo la llave, y me largo a llorar. Así, de golpe, sin esperarlo.

Entonces me siento en el piso y entiendo todo muy bien, como si tuviera algún tipo de epifanía en la que descubro la triste verdad de cuánto amo esta casa, pero que me tengo que ir. Entiendo lo mucho que voy a extrañar todo ésto.

Hace días vengo observando todo con minucioso detalle, cada rincón, cada pared que manché con vino, cada agujero que tengo que arreglar antes de irme.
Pero no es superficial: vengo observando todo lo que cada uno de esos rincones me dió.

En estos dos años y medio, aprendí más de mí, que en cualquier otro momento de mi vida.
Llené la casa con mis silencios, con mis sonrisas, con música, con amigos, con charlas, con lágrimas, pero sobretodo, la llené de mí.
Era una extensión mía, era MI lugar, mi protección, mi zona cómoda, mi mundo. Me sorprende ver cómo hice sola, de este lugar, un hogar.

Acá aprendí a escucharme.
Acá descubrí parte de mi propósito en el mundo.
Aprendí a organizarme, crecí, maduré, me conocí, me encontré.
Sí, definitivamente acá, con toda esta soledad hermosa que la abarca, me encontré.

Ahora me quedan doce días para disfrutarla, para terminar de exprimirla, antes de vaciarla y dejarla lista para el próximo inquilino. Que ojalá la cuide y quiera tanto como yo.

Me pone triste, me duele un montón tener que alejarme de mi primer hogar, de las cuatro paredes que me protegieron, me acunaron, se dejaron transformar a mi gusto.
Me cuesta, sí, pero es el precio que tengo que pagar.
Todo no se puede.

En esta casa descubrí lo que quiero hacer de mi vida, lo que deseo materializar para mi futuro.
Y es ella misma, la que me está pegando el empujoncito final, para que avance, porque sabe que en esta ciudad no me puedo quedar, porque Campana no me dá lugar para todo lo que tengo para dar, y porque ya me dió todo lo que yo necesitaba. Me estoy sintiendo estancada, inmóvil.
Y yo no nací para quedarme quieta.

Por eso ya tengo cajas listas, ya tengo el espíritu a punto.
Porque sé que para permitir los cambios más grandes, no te podés aferrar a nada.
Y que, en pos de tu evolución personal, hay que terminar etapas, abandonar o alejarse de cosas, incluso de personas, para que haya espacio donde pueda entrar todo eso nuevo, que te está esperando ahí, en el camino.

No hay comentarios: