14 de diciembre de 2014

Lisandro.

Es la primera vez que lo veo. Y antes de que termine la primer canción, ya sabía que quería verlo cada vez que pudiera.

Porque ya no soy una adolescente que va a ver bandas por amor a la experiencia "en vivo", o porque escucharlos así es mucho más placentero, sino porque con el tiempo aprendí a vivir la música de otra manera: desde adentro.

A permitir que un disco entero de Pink Floyd fluya desde mi alma, hacia los oídos.
A dejar que Cerati vibre desde adentro, hacia afuera.
A resonar con los Beatles como si estuvieran dentro mío.

Y Lisandro es todo eso, es interno, se mete en mis profundidades, en mi inconsciente. Me deja reconocerme, le doy el permiso de ser parte de mi vida, de lo que me gusta, de lo que me hace felíz. Porque escucharlo me sube tanto, que me pone así, en un estado de permanente felicidad.
No, no exagero.

Creo que escucho su "música", porque para mí cada canción es más, es una obra de arte, y el arte no se admira sólo con los ojos, qué pobre sería esa concepción. Me atrae el arte en todas sus facetas, y él puede congeniar varias en una sola pieza.
No, no exagero.

Aristimuño hace vibrar todo lo visceral en mí, cala en lo más hondo, hasta los huesos. Ni siquiera puedo definir qué es lo que me pasa, porque cierro los ojos, teniéndolo ahí, a unos metros, y me está haciendo volar.
De verdad, estoy fuera de mí, fuera del teatro, estoy en el Universo. Estoy acá y estoy allá, estoy adentro y afuera, estoy en todo.
No, no exagero.

Cada composición, cada letra, cada nota, cada violín y cada silencio, complotan para hacer que cada fibra de mi ser tenga una experiencia casi mística.
No, no exagero.

Aristimuño tiene una capacidad estelar para hacer tan bien lo que hace, que dudo que sea de éste planeta.
No, no exagero.

Hay momentos en los que inevitablemente tuve que llorar un poco, porque no podía creer la maravilla de la que estaba siendo parte, no podía comprender con mi mente finita, aquello que estaba alimentando a mi alma infinita.
No, no exagero.

Ni siquiera soy una fan empedernida o me desvivo por conocerlo, porque lo que me importa de él, no es él.
Me puede lo que él logra, lo que hace, más que lo que simplemente es.
Me puede aquello para lo que vino al mundo, e insisto con la idea de que vino de las estrellas, para hacernos recordarlas.
No, no exagero.

Lisandro tiene algo, tiene esencia, tiene poder, tiene fuerza, y éso se nota en el escenario, y en los Azules Turquesas. Es mágico, y contagia esa magia con los dedos, con la mirada, con la voz.
No, no exagero.

Se mete casi sin permiso en mi vida, en mi intimidad, en mi universo interno, en mi pequeñez, y me hace inmensa.
Me calma, me da paz, me seda, hasta podría decir que me droga con lo que hace. Me marea, me centra, me desarma y me vuelve a armar.

No, no exageré nunca desde que empecé a escribir.
Porque el arte no se puede exagerar, una vez que se hizo universal, aunque sea sólo para uno, y para compartirlo con los que ama.

Es todo lo que tiene. Y es más que suficiente.

No hay comentarios: