10 de febrero de 2015

Soñar.

Soñé con vos.
No sé hace cuánto vengo trayéndote e intentando quitarte de mi mente. O quizás sí lo sé, pero no quiero sacar la cuenta, porque me da vergüenza.

Estamos juntos en una casa, parece ser la tuya, pero yo no la conozco.
Tiene muchos pasillos y rincones, sí, ya sé que la casa es mi inconsciente.

Vivís con mi abuela materna que ya falleció, viste cómo son los vínculos en los sueños. Y eso es lo que me gusta, el poco realismo que tiene, lo ilógico, lo fantástico.
De todos modos, para mí lo fantástico era estar ahí con vos, como si nos conociéramos de tantas otras vidas…

Están mis dos amigos también, los que vinieron la semana pasada a visitarme.
De repente estamos cenando, todos juntos, pero hay alguien cerca de la otra punta de la mesa, silencioso, comiendo como retirado de todo: es el Papa.

No, no te rías, en serio. En realidad no es Bergoglio, es mi abuelo materno, también ya fallecido. 
Todo vestido de blanco, cenando en silencio, mirando cada bocado como si en realidad no hubiera nada frente a él. Obnubilado, perdido y sin embargo tan presente, tan fuerte toda su presencia.

Mi abuelo era como mi papá. 
Y sé que por algo está ahí, haciendo las veces de vigilante para que nadie que pueda lastimarme se me acerque.
Pobre, mi abuelo, no debe saber que cada vez que alguien me lastimó, fue porque lo permití.
Y a vos te permito todo. 
Pero ya nadie tiene el permiso de hacerme daño. Aunque mi abuelo capaz ya lo sabe, marcó su  figura de ángel guardián, y seguro hasta te aprobó en mi vida, el papel que sea que tengas que jugar.

El baño de tu casa es enorme, y como ahora no estás, tengo frío. 
Así que me ducho y me pongo medias de lana, parecen tejidas por mi abuela.
Ahora ya entré en calor, bañarme me hizo bien.

Me llamás por teléfono. Y a mí no me gusta hablar por teléfono, pero con vos es todo lindo, hasta me gusta.
Me hablás de tu vida, de tus planes, me das muchos consejos para esta nueva vida mía, acá. Me llenás de datos útiles y cosas que debería hacer.
Cortás la comunicación para buscar otra información para mí, pero no volvés a llamar: me mandás una carta.

También estaba aquella amiga tuya que se estaba por mudar, pero como en los sueños no hay tiempo ni espacio, ella está en Buenos Aires y yo le hablo como si nada, frente a frente, pero claro que sigo en Montevideo. Aunque termina contándome que en realidad se mudó a Maldonado. Todo muy normal.

La carta era la más linda que jamás me habían escrito, tan honesta, pero tan bien decorada con palabras hermosas.
Habías dibujado algo parecido a una ola rompiendo, como una espiral, o un caracol lineal, y habías escrito alrededor. Estaba como impreso en azul-celeste y blanco, en realidad. Era parecido a la que se dibuja en la proporción áurea, ahora que recuerdo. SÍ! Exacto! Grito porque lo descubro mientras tipeo y me maravillo fácil.

Me escribiste que todo lo que Dios nos manda en espiral, -o en la forma de la ola de mar que rompe con fuerza en nuestra vida, a veces tan repentina y a veces que se ve venir, aunque siempre inevitable- está como predestinado, o es algo muy importante para nosotros, algo que nos asegura como a gritos que lo que la espiral dice, es lo indicado.

Entonces confesás que yo vengo gritando en espiral en tu vida hace rato, y me dedicás un “maldita seas!”, insultándome por no haber aparecido antes en tu vida, por estar complicándotela ahora.

Me detallás otras cosas íntimas de nosotros, y apuntás a cumplir algo que me dijiste una vez, en la vida real, o en vigilia, como prefieras.
Pero justo esa semana en la que podríamos, estás muy ocupado porque te estás yendo noséadónde, y prometés que lo haremos cuando vuelvas.
Pero sabemos que no nos vamos a aguantar mucho tiempo más. Hay algo gestándose tras bambalinas, aunque no nos demos cuenta.

Entonces recuerdo que estoy calentita después de la ducha, pero que si te vas de nuevo, en algún momento de mi vida, voy a volver a tener frío.

Quizás porque alguna vez ya te fuiste, o me fui yo, y el recuerdo inexistente de esa probabilidad, me pone tan triste como el hecho de darme cuenta que te idealicé mucho más de lo que te conozco, que lo poco que sé de vos me atrae como un imán, y que todo lo demás, me lo inventé.

Y que, al fin y al cabo, era sólo un sueño, nada menos. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bueno Ale! Realmente escribís muy bien, parece como si yo lo hubiese soñado. Besos!

Ale Modarelli dijo...

Ahh, muchas gracias!! :)