Las mujeres fuertes solemos tornarnos en avasallantes con el paso
del tiempo. No, no es una cualidad y está lejos de ser una virtud.
O eso es lo que la sociedad parece interpretar.
Generamos miedo, dudas, lejanía, como si fuéramos amazonas
dispuestas a asar todo lo que respira.
Y quizás sea en parte porque aprendimos a usar la fuerza de tal
manera, que es lo único que el otro puede ver, es la base que utiliza para
juzgarnos. Hasta que se acerca.
Aprendimos a manejarnos en la vida, utilizando energía masculina.
Aquella que nos da impulsos, nos empuja a buscar e iniciar todo lo que
queremos, a materializar nuestros deseos, a no quedarnos quietas cuando algo
nos está moviendo por dentro, a trabajar y defender nuestra vida con un poco de
ferocidad.
Aprendimos que tenemos que cuidar nuestro entorno de cualquier amenaza externa, porque vivimos bajo la ley de la selva.
Aprendimos a no tomarnos nada con calma.
Aprendimos a sobrevivir.
Así es como también tuvimos que aprender a cuidarnos solas, a
responder con agresividad ante cualquier ataque, a no quedarnos calladas.
Aprendimos a mostrar de nosotras, sólo lo que queremos que sepan. Porque cuidamos demasiado nuestra intimidad.
Aprendimos a mostrar de nosotras, sólo lo que queremos que sepan. Porque cuidamos demasiado nuestra intimidad.
Nos ponemos la armadura antes de salir a la calle, que pocos saben desarmar.
Nos olvidamos que mostrarnos vulnerables, no significa ser débil.
Nos olvidamos de mostrarle a todo el mundo quiénes realmente
somos, porque nos cansamos de defendernos, de excusar nuestro comportamiento, de
explicar todo lo que hacemos. Nos cansamos de sentirnos juzgadas, observadas.
Entonces elegimos abrirnos hacia unos pocos elegidos, como si
nuestro interior fuera el tesoro más preciado, y el que tiene acceso, se gana
el premio grande.
Sí, esto último puede ser verdad.
Las mujeres fuertes estamos llenas de miedos, pero dispuestas a
enfrentarlos.
Estamos acostumbradas a desafiar todas las reglas, porque vivimos
desafiándonos a nosotras mismas.
Buscamos nuestro propósito, sabemos que hay algo por lo que
vinimos al mundo, y que con cada pensamiento, palabra y acción, estamos forjando
nuestro destino.
Sabemos que haber aprendido a cuidarnos, sirve para poder cuidar a
otros.
Que si nos amamos lo suficiente, sabremos cómo amar a otro, y de
la manera más sana. Que lo demás, viene solo.
Aprendimos a nivelar cuánto damos, y a quien. A ser
selectivas. A compartirnos, en lugar de
darnos, porque siempre estamos practicando cómo nivelar nuestra propia luz.
Procuramos sabiduría con cada elección, porque nos mueve todo
aquello que nos llene de conocimiento.
Sabemos lo que valemos, y no nos acercamos por menos.
Sabemos poner límites, ser francas, no dar vueltas. Sabemos ser
fieles a nuestras elecciones, pasiones, ideología, a las personas.
Sabemos hacer tratos y cumplirlos.
Sabemos que estar mareadas y perder el rumbo, es parte del
equilibrio que nos lleva a una vida emocionalmente estable.
Y llega un momento en que debemos aprender a desarrollar la
energía femenina.
Aprender que es hora de saber recibir, de ser vasija para la luz
de otros, de crear, de aceptar nuestros principios.
Aceptar que ya sabemos que podemos, que hemos llegado solas hasta
esta parte del camino, pero que ya no podemos seguir así, porque nuestra
naturaleza está hecha para compartir.
Aceptar que a veces necesitamos tierra para anclar, para inspirarnos, para fundirnos, para crear.
Debemos aprender a nivelar nuestro fuego, antes de que nos
consuma, porque hacemos todo con demasiada pasión.
Aprender a bajar la intensidad, a caminar más despacio, a esperar.
Necesitamos entender que llorar es, además de sano, necesario. Que
ser sensibles y completamente vulnerables, es el material de nuestra
creatividad, de nuestra sencillez, de nuestra sangre.
Que sacarnos el disfraz, no significa salir lastimadas.
Que las personas correctas, siempre sabrán apreciar nuestra luz.
Que abrirnos, es compartirnos.
Que a veces nos cansamos de ser fuertes.
Que necesitamos que nos cuiden y nos digan que todo va a estar bien.
Que necesitamos que nos cuiden y nos digan que todo va a estar bien.
Que también necesitamos a alguien que no nos tenga miedo, porque en realidad no
hay nada que temer.
Las mujeres fuertes somos corderos que aprendieron a utilizar la
piel de lobo.
Estamos lejos de
saber siempre qué hacer, porque también nos confundimos, nos perdemos, nos
obnubilamos, nos nublamos. Porque nos falta aprender mucho todavía.
Pero sabemos el respeto que merecemos.
Sabemos que la claridad es algo que se busca adentro, que nadie
nos dará certezas si nosotras no las tenemos primero.
Sabemos que la estabilidad es algo que se trabaja día a día, que
tenemos la mágica capacidad de crear lo que queramos, desde un hogar hasta un
ser humano.
Sabemos que somos diferentes, que caminamos un poquito más
decididas, y que, si queremos, podemos aprender a usar la magia que tenemos
dentro.
Todas las mujeres deberíamos reconocer cuánto valemos.
Porque somos oro.
Nada menos.