24 de mayo de 2015

El funeral de la muerte.

Todos nos sentimos cómodos con algunas palabras en especial, con algún tema específico, de esos acerca de los que podemos hablar horas y no agotarnos, de esos que nos identifican. Yo tengo dos, o tres, y uno de ellos es la muerte.

Creerán que hablo desde la más profunda oscuridad, desde algún rincón turbio planeando los más inevitables y crueles desenlaces para aquellos que no son bienvenidos a mi vida, o simplemente por el placer de sentir el dolor ajeno (quizás realmente esa capacidad sea un castigo, y créanme que lo es), o por la posibilidad de sentirme omnipotente, responsable de robarle el último aliento a alguien.

Pero no, lamento decepcionarlos. Aunque pensándolo bien, un poco sí me gustaría.

Tal vez tenga planeado el crimen perfecto en algún hueco no tan oculto de mi psique. Tal vez toda la violencia que las injusticias y la estupidez humana me generan, tenga libre albedrío para desarrollarse en mi imaginación, donde, ahí sí, me declaro culpable de atroces crímenes o de, incluso, escenas sexuales totalmente dignas de una mente enferma.

Y contrario a lo que puedan pensar, no me avergüenzo de ser así.

Entonces, decía, uno de los tópicos más recurrentes en mi vida, es la muerte, los decesos, los abandonos, los finales.

Porque sin muerte, no hay vida, no hay resurrección, no hay interés en la sanación, no hay regeneración ni nuevos comienzos. Sin muerte todo sería un caos, como cuenta Saramago en aquel libro intermitente.

Desde pequeña comprendí, a la fuerza, el significado de la muerte. No solo como aquella que nos roba a los seres queridos y nos deja abandonados y solos, en una vida que se torna inviable, o injusta, sino también como parte de un todo indivisible, que es nuestra realidad, el día a día.
Fue gradual la forma en la que fui descubriendo que siempre nos rodea, que está en todo. Que morir no significa solamente abandonar el cuerpo.

Porque morimos cuando nos quitamos un disfraz, cuando nos animamos a mostrarnos vulnerables, cuando nos mudamos, cuando cambiamos el estado civil, cuando nos despertamos, cuando empezamos un nuevo libro, cuando terminamos de ver una película, cuando deshacemos un abrazo, cuando tenemos sexo.
Y esa me resulta la muerte más interesante de todas.

Abandonamos todas las máscaras, nos desnudamos en todo sentido, nos entregamos sin miedos, ni restricciones. Dejamos de dudar, de pensar, de preocuparnos, de hacer preguntas, de buscar respuestas.
Nos morimos como los seres que somos durante el resto del día, y qué mejor que hacerlo en brazos de quien elijamos.
Compartimos nuestros misterios más dolorosos, y sin embargo seguimos estando de pie. O acostados. 

Permitimos que el otro esté tan cerca, que vea todos nuestros defectos, aprecie nuestra vulnerabilidad, huela nuestros procesos, bucee en nuestras profundidades, devele nuestros secretos, descubra nuestra luz y acepte nuestra oscuridad, permitimos que devore cada centímetro que nos ocupa, como si no importara nada más, como si la muerte que se avecina fuera la más increíble de la existencia.
Y vaya que lo es.

Poder elegir con quien morirte es el más hermoso de los finales. De esos que abren puertas a nuevos principios, como todos.

Así, aprendemos que ser sensibles no es tan malo y podemos dejar que nos cuiden, que se acurruquen con nosotros, que nos abracen, que nos protejan, y que el otro también está viviendo sus propias muertes.
Porque somos animales sociales, porque no podemos gruñir para siempre, porque tarde o temprano vamos a necesitar al otro para caer tranquilos en los decesos que necesitemos.

Constantemente estamos dejando de ser quienes éramos, para convertirnos en quienes debemos ser.

Nacemos para morirnos, y no hay nada que podamos hacer al respecto, más que intentar hacer de ese trayecto, lo más interesante posible. Es maravillosa la falta de control que tenemos sobre esta inevitable destrucción, y cuánto nos angustia si nos situamos en un lugar meramente físico.

La muerte es simplemente un proceso, un cambio de estado, una transformación. Es un puente entre dos mundos, entre dos ideas, entre dos verbos, entre dos maneras de vivir, o entre quien eras y quien sos hoy.

Es un paso ineludible para empezar de cero, porque para dar inicio, debemos hacer lugar. Y para eso está la muerte, para eliminar lo que ya no sirve, lo que caducó, lo que nos ata al pasado, lo que nos frena, lo que no nos deja aprender, lo que ya no tiene utilidad.

Por eso la aprecio, y he aprendido a convivir con ella cada día, a dejar de temerle y abrazarla, a respetarla, a aceptarla, a darle espacio, a entender que es sabia, que no aparece a menos que sea necesario. Porque sabe mejor que nosotros cuándo ha llegado un final, cuándo es momento de un nuevo comienzo.

Hay quienes necesitan un funeral. Por una persona, por una situación, por un proceso, pero siempre para entender. El funeral no es para el muerto, es para nosotros.
Realizar la ceremonia es el paso final para aceptar una muerte, psicológica o no, que nos permita abrirnos para volver a ser.

Cada cual tiene su manera personal de aceptar un desenlace, una destrucción. Lo importante es hacer el duelo, pero no dejarse abatir como si tal conclusión fuera paralela a la de nuestra vida.
Porque nos olvidamos que lo que viene, es un nuevo parto, de la manera que sea.
El dolor es inevitable, pero tenemos la posibilidad de elegir sufrirlo siempre o de entenderlo, y aceptar lo que está gestándose.

Claro que no es lo mismo hablar de la muerte de un ser querido, como la que nos obliga, por ejemplo, a ser padres, porque una vez que lo somos, jamás volvemos al estado anterior, pero seguimos respirando.

Sin embargo, en toda situación que ella actúe, existe una renovación, un cambio. 

Y somos humanos, y estamos vivos, y lo mejor va a ser que aceptemos que todos vamos a morir, que vamos a llorar, que toda muerte duele (mucho) pero que, si es verdad lo que dicen por ahí, nunca nos separamos de aquellos a los que amamos. 
Porque el amor, como la muerte, también está en todo, de modo que no es posible que ambas cosas existan por separado. Una trae aparejada a la otra. Y considero que es algo maravilloso.

Por eso, asimilar lo que la muerte significa, para mí, ha sido siempre la mejor manera de vivir.

No hay comentarios: