Estimado Fulano,
Le escribo
estas líneas considerando los sucesos acaecidos en nuestro entorno estos
últimos días.
Debo comenzar por felicitarlo acerca de su entrada triunfal a esta cadena de acontecimientos y vicisitudes que elijo llamar “mi vida”, y en la cual le he estado preparando -no sin grandes expectativas- un gran espacio, lleno de luz, con grandes ventanales por donde entra el calor del astro principal, con confortables sillones de terciopelo y jarrones con flores de estación, sin olvidar la biblioteca completa para subsanar sus momentos de ocio.
Usted encaja tan perfectamente en esta delicada arquitectura,
que me asusta la sola idea de su estadía.
Disculpándome de antemano por el atrevimiento, me permito
confesarle que no son pocas las actitudes que usted ha tenido para conmigo, aún
sin intención, bajo las cuales me he sentido embelesada. Desde el momento en
que lo saludé por primera vez, su mirada cabizbaja no pasó desapercibida y su
intensidad ha demorado milésimas de segundo en calar hondo dentro de mi pecho.
Qué descortés de mi parte no haber sido del todo sincera con
usted.
A decir verdad, (si es que la verdad es un acto realmente
posible) lo he estado esperando vagamente y ya sin esperanzas, hasta el momento
en que su ser atravesó aquella puerta y obnubiló mis entrañas. La simple y
fugaz colisión de sus ojos con los míos me ha dejado en carne viva. No he
dejado de pensar ni un solo día en su persona, y su figura, recortándose en mi
mente a través del espacio y el tiempo, pasea tan cómodamente por mi cuerpo,
que considerarlo una irreverencia de su parte es, inclusive, hasta ridículo.
Solicito -si tengo acaso el derecho de solicitarle algo- que
desestime las hormonas que irradio cuando me siento a su lado, y que tenga en
consideración que con su simple costumbre de meterse las manos en los
bolsillos, me está llevando del mismo modo, dentro de sus pantalones.
Con todo el riesgo que esta carta implica, me despido
fervientemente con la sangre fundida por el calor que usted me provoca, con las
manos empapadas en sudor generado por el mero recuerdo de su existencia, y con
la piel ardiendo en ansias de que me devore.
Completamente suya,
Fulana.