2 de julio de 2015

Capítulo I.


Abrí los ojos y era de día. El sol me cegaba los recuerdos.
Cómo había llegado hasta allí era el interrogante principal, al igual que el momento en el que debí haber caído rendida a los pies de aquel pino.
Los rayos del astro se deslizaban como haces de luz entre los árboles, y convertían la espesura en algo un poco menos tétrico, mientras la calidez derretía el frío del ambiente.
Me incorporé algo débil, limpiando con esfuerzo la tierra que me cubría gran parte del cuerpo, y que dejaba entrever que había estado enterrada o escarbando en busca de algo, quién sabe. Tenía las uñas sucias como si hubiera salido del vientre del mismísimo bosque.
Estaba desnuda, eso me asustó. Algo de ropa maltrecha estaba tendida a mi lado y me vestí como pude.
Inspeccioné la zona, olfateando la tierra húmeda, el rocío de la mañana, los hongos que elegían enraizarse en grupo, los diferentes arbustos.
Tuve que trepar algunas raíces para divisar el horizonte.
Con cada paso que daba, los pájaros se alejaban asustados, pretendiendo ser bólidos automatizados que podrían alcanzar la velocidad de la luz si quisieran.
Algunos se lanzaron a atacarme, pero me defendí con unas ramas y finalmente, dándose por vencidos, se fueron.
Seguí caminando sin rumbo, y mi cuerpo decidió que lo mejor era buscar algo de comer.
Mi apetito no era normal, estaba sedienta de hambre, una sensación extraña de saciedad y voracidad se apoderaba de mis entrañas, y tenía el impulso, no, disculpen, tenía la necesidad de ingerir algo con urgencia.
Aún no comprendía la situación, no tenía siquiera atisbos de memoria, como los animales. Nada que me recordara qué hacía allí, cómo fue que llegué o porqué me había despertado desnuda.
Me encontraba completamente sola en medio de un bosque desconocido, gélido, oscuro. Me encontraba conmigo y en un entorno que se me hacía familiar, como si fueran mis propias vísceras sin iluminar, peligrosas, salvajes, carroñeras.
Entonces recordé que buscaba alimento. Lo necesitaba.
Nada de lo que el bosque podía ofrecerme me daba la idea de saciedad. No podía comer cualquier planta, porque desconocía a la mayoría, y sin embargo, mi olfato un poco agudizado me prevenía de algunas en especial.
Al alejarme también se alejaban los ruidos. Noté que estaba adentrándome en un terreno cada vez menos fértil, asesino, pero mi desesperación, sabrán comprender, era más fuerte que cualquier posible riesgo.
Mientras me internaba más y más profundo, pude notar a lo lejos un par de ciervos. Inmediatamente la idea de cazarlos me resultó atractiva, pero mis pocos conocimientos al respecto no podían ayudarme a sobrevivir.
No sabía cuánto tiempo estaría allí, de modo que tenía que trazar un plan, crear mis propias herramientas, escoger pacientemente a la víctima.
Me agazapé y comencé a observarlos con detenimiento. Decidí que estudiar su comportamiento quizás me ayudaría a reconocer su hábitat y costumbres, sus rutinas, alimentación y guaridas, para poder atacarlos cuando se encontraran solos e indefensos.
Tomaría alguna piedra lo suficientemente grande para partirles el cráneo, pero tendría que acercarme demasiado como para poder hacer eso. Plan descartado.
Sigilosamente me estaba acercando a ellos y no me habían escuchado. Descubrí que mi sagacidad era mejor de lo que creía, y cuando estuve lo suficientemente cerca, uno de ellos cayó rendido al suelo, pesado, como muerto, y el otro huyó a la velocidad de un rayo.
No comprendí qué había pasado, hasta que divisé la flecha en el medio del pecho del animal.
Miré alrededor buscando al homicida, al tiempo que intenté poner mi cuerpo al ras del piso, en caso de un próximo ataque.
Esperé boca abajo respirando entre pasto y polvo, pero nadie vino en busca del cuerpo.
El olor de la sangre derramada me hacía segregar saliva, el corazón latía cada vez con más fuerza, el hambre era urgente.
Agradecí mentalmente al dueño de la flecha y comencé a hurgar en la herida para poder abrir la piel. Sin reparos arranqué el cuero con fuerza y metí la cara directamente en la carne. Mordí, mastiqué y tragué como si fuera mi última cena.

Que por cierto estaba deliciosa.

4 comentarios:

tartufo dijo...

Excelente, espero la segunda parte. Abrazo

Ale Modarelli dijo...

Me alegro, gracias por eso! :)

Doxa dijo...

"Te mojás hasta los tobillos",ok el texto me gustó, pero da para mucho más, "si te zambullís", nada,una opinión de una publicación que por el hecho de ser público te pueden caer "paracaídas".

Ale Modarelli dijo...

Gracias Doxa! Me sirve cualquier consejo, recién empiezo y quedate tranqui que el texto dió para 8 capítulos en total, que ya iré subiendo.
Gracias de nuevo! :)