6 de julio de 2015

Capítulo IV.


Lo siguiente que fui capaz de escuchar, parecían cuchillos, cortes brutales de hacha y su voz grave que sólo atinó a decir:
-Qué decepción.
Así pasó un largo rato, durante el cual supe representar un silencio que a cada minuto temía perder.
Más tarde prendió el fuego-ya había caído la noche-y sentí un olor nauseabundo a carne quemada, que animaba a mi estómago a pesar de la repulsión. Fue tan repentino que temí desesperar de ansias al desear ingerir aquella pulpa.
Las horas se me hacían eternas y creí enloquecer ante el volumen exaltado de mis latidos. Si él no me encontraba, de cualquier manera moriría de miedo, no había dudas.
Todo tipo de pensamientos inundaba mi cabeza sin dejarme serenar y otra vez me hostigaba a preguntas: ¿Me esperaría el mismo destino que a aquella pobre muchacha? ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Era simplemente un alma retorcida? ¿Cuánta importancia gozaba yo en su vida? ¿Se habría olvidado de mí ante esta nueva presa? Tal vez la venía intentando cazar hace mucho tiempo, y la nueva era yo. Todavía me despertaba esa ira incendiaria no saberme única ni la razón exclusiva de su deseo aparentemente caníbal. Me sentí poco deseada y eso me decepcionó.
Estaba intoxicada, demasiado humana o demasiado animal.
Interpretarme tan silvestre evocó memorias primitivas que no sabía que existían; me excitó saberme tan indómita. Me admiraba tanto por haber llegado a esa instancia de salvación, que me deseaba. Estar tan cerca de la muerte me empapaba de vida, de deseo, de adrenalina. Disparaba una combustión tal que me impacientaba.
Sólo advertía el canto de algún pájaro nocturno y supuse que él se habría dormido, e imaginarlo tan vulnerable acompañó el ardor que ya sentía por mí misma, me empujaba a querer desenmascarar sus misterios, olerle la piel, enredar mis dedos en su torso o aferrarle con fiereza los pelos de la nuca. La sugerencia de mantenerme cautiva ante su presencia, o su mirada, era lo único necesario para alterar mi temperatura, y rato más tarde tuve que borrar las huellas que dejaron mis manos sobre mi ropa arruinada, mis pechos, mi cintura y mi entrepierna.
Al amanecer ya había dormido algo (aunque no comprendí cómo fui capaz) y quise salir, hasta que recordé el detalle de abrir la puerta: era imposible, al menos sin despertarlo.
Aún así, no sabía si me encontraba sola, y las opciones eran esperar o intentarlo, pero el cerebro no reprimió la orden, y pateé violentamente la puerta, al tiempo que ésta se rompía y me llevaba hacia abajo, provocando un escándalo.
La cabeza resonó contra la madera hueca del piso, lo que delató un sótano.

Acto seguido, perdí el conocimiento.

No hay comentarios: