1 de julio de 2015

Luna Llena.

Las lunas llenas son finales. Nadie lo sabe.

Así como las lunas nuevas son aperturas energéticas, inicios, la fase más iluminada del satélite impulsa conclusiones, y es donde más claro vemos, metafóricamente hablando.
Nos enteramos de cosas, descubrimos verdades.

Es ley que para poder comenzar algo, hay otra cosa que debe terminar, sufrir el deceso, expirar.
Se hace necesario ahondar en el interior, rasgarse un poco las capas y encontrar -el que busca siempre encuentra, sí- aquello a lo que ya le llegó su hora.
Puede ser un trabajo, una relación, un patrón nocivo de conducta, un vicio, una manera de pensar, un estado civil, etc...Cada uno sabe cuándo algo ya no le es útil, o acarrea más pérdidas que ganancias.

Personalmente, la luna me afecta mucho -porque permito que lo haga- y así me gusta. Aprendí a moverme con sus ciclos y a dejarla mecerme con sus fases, a escucharme entre su ritmo cada uno de los 28 días y saber qué necesito en cada momento. Me conozco mucho mejor desde que la conozco a ella.
Somos 70% agua, es lógico que si influye en las mareas con su efecto gravitatorio, influya también en nuestro cuerpo.

Así que en cada luna llena me pregunto qué es aquello que debe terminar. Me lo pregunto a mí, porque nadie más me conoce tanto, es obvio. Entonces la dejo actuar en mi inconsciente, como si tuviera algún tipo de revelación mágica de la que informarme. Y como creo en la magia, claro que siempre sucede.

Pero no es magia de esa que cae del cielo, aunque así podría interpretarse.
La magia nace adentro, ahí donde nos hacemos responsables de nuestras decisiones, logros, fracasos, metas, sueños, intenciones, palabras, acciones, e incluso de nuestras virtudes y defectos. Nace ahí donde dejamos de esperar cosas de los demás porque somos nosotros los que tenemos las respuestas. Nace en ese rincón de oscuridad que nos ayuda a revelar nuestra propia luz, cuando decidimos trabajar por ello.
Nace en lo más profundo de nuestro ser, en el momento en que decidamos creer que existe, al mismo tiempo que reconocemos nuestro propio poder.

La gran mayoría de los seres humanos compartimos erróneos patrones de conducta: hacia dónde dirigimos nuestra atención y no distinguir deseo de capricho.

Tenemos el problema de dar TODA nuestra atención a aquello que representa nuestro deseo, sin preguntarnos siquiera si hay un límite, sin escucharlo en crudo, sin etiquetas ni nombres ni apellidos. Confundimos deseo con memoria (cuando recordamos la comodidad del pasado creyendo que queremos eso mismo nuevamente, como si nosotros siguiéramos siendo los que éramos en ese entonces).
Confundimos lo que el ego quiere con lo que el alma desea. No nos escuchamos, nos abrumamos con redes sociales, programas de televisión, cursos y cursos de los cuales adquirimos conocimientos que nunca practicamos.
Sobretodo las mujeres, tenemos el vicio de dar, sin percatarnos de que lo más sano es compartir.
Damos, porque está en nuestra naturaleza. Ponemos atención, gastamos energía en otro o en algo externo, porque tenemos expectativas y ansiedad. Esperamos ridículamente que algo o alguien más sea responsable de nuestra propia felicidad. ¿Y en qué momento intentamos cumplir nuestro deseo, tomar acción por ello? ¿Por qué esperamos que el otro actúe, si podemos ponernos de pie y actuar nosotras?

Una vez que nos hacemos conscientes de nuestro error, nunca más podemos ignorarlo. "Una vez consciente, no puedes ser indiferente" dicta una frase por ahí. Y no hay nada más cierto.

Entonces tomamos responsabilidad por nuestro propio crecimiento, por nuestra felicidad y nuestra confusión, ya que sin ella madurar y esclarecernos no sería posible. Gracias confusión por formar parte de la vida.

Perderme, confundirme y tener incertidumbre, me llevan a cuestionarme todo. Porque no está bueno, no es sano sentirse así, y sin embargo esos estados, que se convierten en piedras en el zapato que hay que operar de urgencia, son los que nos dirigen al cambio, al crecimiento.

Así es el proceso en el que descubro mensualmente que la luna llena me pide finales. Y yo se los tengo que dar, porque sino no tengo espacio para nuevos comienzos.

Este mes es el funeral que mi amor propio le honra a la confusión que permití que reinara mi vida emocional últimamente.
Es la muerte de dar mi atención a personas que no saben lo que quieren. Es el fin de muchas pequeñas cosas que me hacen barrer la mugre bajo la alfombra, pero sacándola de ahí, porque no se puede vivir ocultando lo que nos molesta. Hay que limpiarlo.
Estoy de pie ante la tumba de callarme la boca. Y le tiro flores, porque me recuerda que antes de hablar siempre es bueno saber la verdad.

Las lunas llenas son finales. Nadie lo sabía.

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