30 de agosto de 2015

Despedidas.

Somos almas. Somos energía.

Desde el punto de vista de la reencarnación, venimos vida tras vida con la intención de volver al lugar de donde nuestra Alma nació, pero en completa evolución.
Esto significa que debemos vivir experiencias humanas (y muchas veces en otros mundos y dimensiones también) pero siempre nos vamos rodeando de un mismo grupo de almas.
Existen almas compañeras, almas gemelas (y no, no es una sola ni la famosa "media naranja"), almas con las que tenemos relaciones karmáticas y otras que aparecerán una sola vez, con las que tendremos relaciones de ego, todas en pos de aprender nuevas lecciones y superarnos en cada vida. Y a veces, terminamos liberando esas almas de nuestro entorno, cuando crecemos y aprendemos la lección, y nos dejamos ir mutuamente.

Cuando reconocés a las almas de tu alrededor, todo se hace mucho más fácil, porque sabés de quienes rodearte, aprendés a seleccionar tu entorno y a evitar todo tipo de relación tóxica o que no te sirve para aprender.

Lo difícil es cuando, sin saber bien a qué "categoría" pertenece, te encontrás con un alma que se siente como estar en casa. Cuesta mucho distinguir el papel de esa persona en nuestra vida, y sin embargo, lo mejor no es pensar, sino sentir. Porque cuando sentís, recordás que el Alma es eterna y que el viaje puede terminar en cualquier momento, entonces vivís. Y cuando vivís descubrís el aprendizaje que te trajo esa persona. Entonces, sí, lo difícil es que ese aprendizaje implique tener que alejarte, sobretodo cuando tu amor propio está en juego.

Aprendí, en este último tiempo, que si no me cuido yo, nadie me va a cuidar. Que si yo no me amo, es imposible que alguien pueda amarme tal cual soy. Que si yo no valido mis deseos, nadie los puede validar. Y si no estamos en sintonía con lo que mi Alma necesita para seguir creciendo, entonces, con todo el dolor humano que se pueda sentir, por mi bien, tengo que despedirme.

Sin embargo, esta parte encarnada tiene la efímera esperanza de que nada sea definitivo. De que alguna divinidad venga y me diga: "Está bien, tuviste los ovarios de elegir en base a tu amor propio, estás experimentando una terrible apertura en el corazón de tanto que te duele, y como te animaste, ahora andá, y decile que no, que no querés irte tan lejos, que pueden seguir estando cerca.".

Pero no. La comodidad que resultaría de seguir en el mismo camino, a la larga nos terminaría lastimando, y seguiríamos sin aprender la lección. Porque a veces, incluso, hay almas que vienen a mostrarte una lección que no aprendiste con otra, y se hace mucho, pero mucho más fuerte, hasta que por fin entiendas qué es lo que tenías que liberar.

Y tenés que soltar tanto, que cuando el otro alma te deja ir, sentís que te desinflás como un globo. Que nunca vas a parar de llorar. Que nunca te vas a encontrar con alguien así de mágico de nuevo. Pero sabés que el dolor que te abre el pecho te transforma y te convierte el corazón en una vasija hermosa, y tarde o temprano se va a ir.
Aprendés que te podés romper a fondo y bajar tanto a tus propias profundidades, que cuando salgas vas a haber revelado mucha más luz de la que imaginaste que tendrías.

Aprendemos, estamos en constante proceso de aprendizaje.
Y a veces sólo nos despedimos de etapas o de maneras de vivir, no de las personas. Mucho menos de las Almas.

Pero estamos en Luna Llena, y ya conté que las Lunas Llenas son finales. Y estamos en temporada de eclipses, y todo se torna definitivo.
Entonces siento la urgencia de enmendar todo con un abrazo, pero no, no puedo porque respeto demasiado a los que quiero, y lejos de mí está querer volverlos locos con "lo que deseo/lo que quiero/lo que necesito", porque es exclusivamente mi lección.

Así que me hago la que no sé todo esto, suspiro un poco y veo que el cielo está nublado y a mí me cuesta entender y dejar de llover.

2 de agosto de 2015

Cicatrices.

Iba pedaleando en la bici nueva, que para mi tamaño era muy grande, más grande que mi cuerpo entero. Mamá no me dejaba bajar a la calle todavía, con esas excusas que utilizan los que nos cuidan “No es que no confíe en vos, es que no confío en los demás”, pero claro que no me era suficiente, claro que por algún lado tenía que alimentar mi hambre por la velocidad, así que lo hice.
Con toda la fuerza de mis piernas, que en ese entonces eran escarbadientes, pedaleé hasta que me temblaran, hasta no dar más, hasta tener miedo de la velocidad, en un circuito de vuelta manzana que para mí era la carrera conmigo misma más salvaje de todo el barrio.
Entonces fue cuando, pasando apenas la puerta de casa, me caí.

La rodilla derecha fue la más afectada: un agujero que para mi tamaño era épico, desprendía sangre a borbotones y ni siquiera recuerdo si lloré, si me dolía o si me preocupé. Estaba alucinada con todo lo que me había lastimado, con todo lo que había logrado hacerme sola.
El abuelo estaba en la puerta, si mal no recuerdo. Debe haber visto todo, pobre viejo. Sufría del corazón y yo me le tiraba adelante como si estuviera dejando la vida en esa caída.
Dejé la bici tirada y caminé con la pierna ensangrentada, pero los recuerdos otra vez se me nublan, y no sé si llegué a casa, si apareció mamá o si me retaron por ser tan atolondrada.
Todos sabían que a mí me gustaba andar muy rápido, que a veces bajaba a la calle aunque estuviera prohibido y que me dijeran lo que me dijeran, al día siguiente haría lo mismo otra vez.
Lo que no sabían, era que estaba orgullosa de haberme lastimado así, porque me sentí aventurera, sentí que valió la pena, que ahora tendría una marca para toda la vida que me recordaría que, además de romper las reglas, me gustaba desafiarme.

Con el tiempo, junto a esa cicatriz – un circulito blanco que ahora apenas si se ve- se me había hecho otra: una línea –que ya desapareció- cerca del tobillo. Y las exponía orgullosa, como si fueran una bandera, el estandarte que decía: “Miren, me jugué a hacer lo que me gusta, me arriesgué, me caí, me dolió y me rompí un poco, pero justamente por haberme jugado, porque soy aventurera, porque amo los riesgos que acompañan a la incertidumbre, la adrenalina de romper lo establecido, el amor por aquello que me hace vibrar, y ahora estoy bien, me curé, nada duele."

Así, con los años, aprendí a tener miles de cicatrices más, pero ninguna externa que me marcara tanto como aquella.

Porque ese fue el día en el que supe que hacer lo que deseaba no le iba a caer bien a todo el mundo, que muchas veces iba a salir herida, pero si estaba convencida, si seguía adelante insistiendo en mi camino, las heridas se iban a curar y yo volvería a estar de pie y entera, después de cada caída, siempre.