28 de septiembre de 2015

Estar solo.

Todos estamos solos.
Algunos un poco más acompañados que otros, algunos un poco más o menos solitarios. 

Estar solo no se define como no tener pareja, no tener con quien contar o ser un ermitaño; estar solo es saber estarlo y que sea a gusto, tengas o no con quien caminar a la par.

Podés estar solo en medio de una multitud, y ni siquiera es lo mismo que sentirte solo, porque cuando te sentís solo es porque no te estás disfrutando, no te conocés, no descubriste todo aquello de lo que sos capaz ni te abriste el pecho en dos para encontrar el rincón de donde te nace la magia.

Estar solo es saber estar con vos y hacer elecciones que alimenten a ese bienestar, desde la música que te acompañe, las relaciones que establezcas o el trabajo que elijas. O el camino, porque los que gustamos de estar en soledad, solemos escoger los caminos menos transitados.

Estar solo te lleva a conocerte a un nivel en el que te adueñás hasta de tu oscuridad, y aprendés a revelar tanta luz, que sería egoísta no compartirla.
No, no nos creemos Budas ni nada de eso, simplemente aprendemos a estar con nosotros mismos para poder estar con los demás en un nivel de salud y estabilidad que de otra manera quizás no podríamos.

Entonces, cuando estuviste tanto tiempo abriéndote los ojos, a la fuerza o no, te das cuenta que tenés mucho para dar. Pero mucho.
Que guardártelo ni siquiera es una idea: hay que empezar a repartirlo. Y lo hacés como podés, cuando podés, donde podés. Entonces un día la vida te ve y se da cuenta que eso te gusta y además te hace crecer. Que todo lo que das, no es para que te vuelva, pero indefectiblemente lo hace. Que cada vez que das una mano, terminás un poco roto por historias ajenas, un poco desarmado por la empatía, otro poco con la cabeza desordenada preguntándote en qué momento se te ocurrió creer que tu problema era grave.
Y en otro momento, casi como en una epifanía, te das cuenta que el camino que siempre supiste que querías, lo tenés frente a tus ojos, al alcance de las manos que estás dando.

Te lastima no poder dar más. Te lastima cada historia. Te lastima entender tanto al otro como si estuvieras dentro de su carne.
Hacés una, dos, tres noches lo mismo. Y otras historias se te acercan como si te olieran, como si supieran que tenés lo que ellos necesitan, parecido a una droga.

Vos de a poco te ponés de pie, te secás las lágrimas que caían en vano y das las manos, los oídos, los brazos y el corazón, intentando que el otro te siga y también se ponga de pie.

Estar solo te lleva a elegir una vida a la que no cualquiera se anima a entrar.

No todos te entienden, no todos ven lo que vos ves, y no todos saben estar solos. Ni siquiera saben que pueden dar más de lo que creen.
Hasta les resulta difícil comprender tus ideales, tu mapa mental, tus valores, tu cabeza. Mucho menos lo que te dicta tu Alma, porque nunca falta el que te trata de loco. Entonces ahí te sentís un poco solo, pero siempre es momentáneo, porque tus metas son más fuertes y tus estrategias más firmes aún.

Estar solo es comprender la soledad del que no la desea, entender los vacíos, ahuyentar los fantasmas.
Caminar por callejones oscuros, abrirte las heridas para sanar del todo, enfrentar tus errores para romper patrones de conducta, armarte de paciencia, buscar la paz, precisar del silencio o gritar cuando no das más, hasta que necesites viajar para regenerarte o meterte en tu cueva para volver a nacer.

Estar solo es no parar de crecer.

Estar solo no es para débiles.

Porque te vas a enfrentar con todos tus demonios y, en esa tarea que elijas, vas a tener que aprender a no cargar con los de los demás.