9 de noviembre de 2015

Más vale temprano.

No nos damos cuenta.

La sociedad nos quiere lindas, maquilladas, bien peinadas, con las tetas paradas y un culo Reef.
Y así crecemos, intentando cumplir lo mejor posible el estereotipo Barbie para poder ser aceptadas en una sociedad que impone sus propios términos de belleza, como si la misma no fuera subjetiva.

Ideológicamente, crecemos esperando ser tomadas como princesas que deben ser salvadas (¿De qué? ¿De esa misma sociedad, acaso?) carentes de la fuerza necesaria como para salvarse a sí mismas, a enfrentarse a sus propios dragones y ganarles las batallas.

La publicidad te dice que tenés que depilarte, tener la piel tersa, el pelo sedoso, cocinar como la mejor, y hasta hacer caca tantas veces al día para poder tener la panza chata.
Te dicen qué comer, aunque ese producto esté hecho de transgénicos.
Te dicen qué vestir y qué perfume usar para ser irresistible. Cómo tenés que tener los labios de gruesos, los ojos grandes, la nariz chiquitita.
Que los labios rojos son los de femme fatale, que las niñas deben usar vestiditos impecables, y que ensuciarse es para varones.
Que no podés tener estrías, celulitis ni várices, porque queda horrible, no porque te afectan la salud.

Nos dicen todo lo que tenemos que hacer Y SER, para cumplir el rol de mujer que la sociedad -aún hoy- espera que seamos.

Y no, señores.
Por suerte me enseñaron a que puedo pedir ayuda, pero que también puedo sola.
Me enseñaron a alimentar mi cuerpo con libertad, y con el tiempo aprendí a alimentarlo saludablemente.
Me enseñaron que puedo entregarme sin miedo a ser señalada como puta, porque tengo libertad para seguir mis deseos, sin tener que ser comparada a un hombre por eso.
Me enseñaron a ser emprendedora, a darle de comer a eso que me hace vibrar por dentro, y con el tiempo aprendí a ser mi propia madre.
Aprendí a seguir mis propios ritmos y no los de los demás. A escuchar mis ciclos y ocuparme de mi cuerpo cuando me pasa factura, pero principalmente, cuando no lo hace.
Aprendí a pedirle perdón por mal-tratarlo y a amarlo -y amarme- como lo merezco.
Aprendí que es el único con el que voy a estar toda mi vida.

Aprendí que puedo ser la mujer que yo quiero, y no la que esperan los demás.

Aprendí a gritar de placer con un orgasmo, a compartir mi intimidad con quien yo elija, a poner límites a los que me dañan, a desear, a querer, a amar, a cuidarme conscientemente. Entendí que ser mujer es algo con lo que se nace, pero que también se aprende, nazcas con el género que nazcas.

Y aprendí a escucharme y a escuchar al envase con el que encarné.
A ocuparme de mí cuando algo no es normal, a entender que la meditación y la paz interna lo son todo, pero que finalmente los médicos siempre te dan un poco de ese alivio que la cabeza no te permite.

Aprendí a que no me importe cómo me miran los demás, si los ojos de los que amo siempre me ven como realmente soy.

Aprendí que es mejor sacarle los aros a todos los corpiños, que tocarme cuando algo me duele es importante, que hacerme los chequeos anuales es vital, y sobretodo, que es sano no pretender parecerle linda a nadie.

Porque yo sé que lo soy.

2 comentarios:

Tatito dijo...

Tremendo, felicitaciones por sentirte así y poder expresarlo tan bien. Hay hombres que adoramos que haya mujeres que sean así y no como la sociedad dice que deben ser.

Saludos.

(@Botija_Maula en TW)

Ale Modarelli dijo...

Muchas gracias! Es bueno saberlo. :))