29 de febrero de 2016

In ten si dá.

Hace un año y siete meses que conozco Montevideo, y hoy voy a darle la razón al término que me ha indignado todo este tiempo, debido a la tergiversación que ha sufrido gracias a unos cuantos ineptos sin amor propio que no saben cómo actuar ante determinados estímulos: Intensidad.

Sí, me estoy metiendo en un terreno tan extenso como complicado, pero no me voy a callar: La intensidad de algunas personas me ha hecho calar hondo en el comportamiento de la sociedad montevideana y, por dios, voy a generalizar, no sean tarados de creer que escribo por todos.

Nunca me sorprendí tanto del comportamiento de las mujeres, por ejemplo, cuando las escucho confesar -sin ningún tipo de pudor- que le revisan el celular a sus parejas, o que el último con el que tuvieron sexo no ha vuelto a llamar, entonces se lo recriminan como si tuvieran algún tipo de derecho de recibir explicación o de hacer valer una dignidad que empíricamente están demostrando no tener.

Hay gente que te pide justificaciones de porqué te comportás como lo hacés, o que incluso adora inventar cosas sobre tu vida y tu persona, porque parece haber entendido que sin hundirte un poquito, jamás podrá resaltar en la sociedad.

No quiero extenderme mucho, pero acá la gente necesita quererse. Están tan faltos de amor propio que ya no saben a quién culpar por sus desgracias, o a quién cogerse para levantarse el ánimo, para sentirse lindos.

No entienden el límite entre libertad y respeto al otro; quieren hacer lo que se les ocurra como si fueran niños caprichosos; les importa quedar bien mostrándote una faceta, pero se olvidan de ocultar bien las otras.
Prefieren relaciones superficiales porque comprometerse con alguien (y me refiero sólo a lo emocional) significa perder una libertad que ni siquiera saben cómo cuidar, y por supuesto no han tenido experiencias lo suficientemente gratas como para tomar las riendas y jugarse por las cosas o personas que aman. Si es que aman, porque hasta de eso dudo con algunos.

Montevideo este último tiempo me ha mostrado la cara que ignoraba, aquella que tapé mientras idealizaba todo lo que me gusta de esta ciudad.
Reconozco que tiene sus puntos fuertes y sus debilidades, pero acá la piedra que tengo en el zapato, es la cantidad de traición que se oculta detrás de sonrisitas simpáticas y abrazos flojos.
Ni siquiera es comprensible en mi cabeza cómo pueden ser felices manejándose con tanta hipocresía. Bueno, debe ser que en el fondo no lo son.

¿Parezco exagerada? Ya lo sé, suena a telenovela mexicana. Y es que los sucesos acaecidos este último tiempo en mi entorno, realmente parecen haber sido escritos por un guionista de Thalía.

La ciudad es chica, en poco tiempo das fe de que se conocen todos y en poco tiempo también, los conocés vos. No es tan difícil sacarle jugada a cada uno, la mayoría saben llevar alguna máscara. Es cuestión de dar en el clavo correcto para que se les caiga.

Y estaría buenísimo que se empiecen a hacer cargo, de paso, porque ya son grandes como para andar jugando al gato y al ratón, usando queso vencido como carnada.

Medio que estoy un poco harta de la intensidad de la gente que cree que se las sabe todas y que se empecina con la vida de otros, sintetizando.

¿Que por qué escribí esto?
Porque tenía muchas ganas de descargarme.

Para eso tengo un blog.

28 de febrero de 2016

Niveles de conciencia.

Todos los seres vivos poseemos un determinado nivel de conciencia, que se trata principalmente de las cualidades del Alma de cada uno (o Alma grupal en el caso de insectos, por ejemplo), y que se eleva o aumenta de acuerdo a cuánto nos vamos ocupando de nuestro crecimiento personal y espiritual.

Aquí no se incluyen los conocimientos, estudios o información mental, sino más bien aquellas determinadas características relacionadas principalmente a los valores con los que nos manejamos en la vida.

Evitando toda connnotación religiosa, lo que en este caso se llama "Conciencia" se refiere a aquella energía universal que rodea todo. No voy a entrar en detalles, porque todos tenemos creencias distintas, o incluso hay gente que no cree en nada más allá que nuestro cuerpo físico, y eso también está bien. Sólo intento simplificar lo que quiero decir, si es que puedo...

Volviendo al ser vivo, todos los humanos tenemos una conciencia individual, y sus atributos se forman en base a los valores humanos que vamos aprendiendo desde que encarnamos.
Ellos pueden ser amor, sabiduría, paz, alegría, etc...o sus antítesis, y se revelan en nuestras actitudes y decisiones.

Para dar un ejemplo claro, mis padres se separaron cuando yo tenía tres años, y mi padre desapareció una gran cantidad de años, suficiente para generar en mí un tremendo dolor y algo de bronca.
Sin embargo, a medida que fui estudiando las Almas y su evolución, entendí la forma de actuar que mi padre tenía en ese momento: él no sabía cómo hacer otra cosa, más que lo que su nivel de conciencia le permitía, y eso fue alejarse.
Calando más hondo, me arriesgaría a decir que no tuvo el amor propio suficiente como para saber amar a alguien más (como un hijo, en este caso) y pudo haber supuesto que su presencia sería más bien una molestia, además de que por otro lado fue bastante egoísta.

Pero yo no odio a mi padre por eso, no le tengo bronca. Es más, lo amo porque sin él yo no estaría sentada acá escribiendo esto, le agradezco, le rindo una especie de tributo a mi sangre reconociéndolo como creador de mi persona.

Y lo supe perdonar y perdonarme por odiarlo en mi infancia/adolescencia (claro que lo hice, el daño fue bastante grande en su momento) pero entender que su nivel de conciencia no era el mismo que el de mi madre o incluso, que el mío, me ayudó a seguir adelante sin ese rencor que me hubiera dañado la salud tarde o temprano.

El nivel de conciencia también se relaciona con la capacidad que tenemos de hacernos responsables de nuestros propios actos.

Un nivel de conciencia bajo, por ejemplo, le echará la culpa a cualquier ser externo o a su supuesta "mala suerte" cuando algo le salga mal, o cuando viva situaciones que le resultan injustas.
Por el contrario, un nivel de conciencia algo más elevado, intentará encontrar la causa de la manifestación externa en su interior, buscará respuestas y evaluará sus pensamientos y actitudes previas al evento en cuestión.
Alguien aún más elevado, entenderá que incluso la situación más desagradable e injusta, trae el aprendizaje que es necesario en ese momento.

Debo aclarar que cada nivel de conciencia tiene su correspondiente vibración dentro nuestro, y es la que atrae o repele relaciones, situaciones, experiencias.

Alguien que "vibra bajo" está claramente en un nivel de conciencia donde -probablemente- no se ama a sí mismo y elige relacionarse con personas acordes, que no se valoran, que prefieren culpar a otros, o que buscan satisfacción externa porque no saben encontrarla en su interior. Es también probable que sean aquellos que escogen manejarse desde valores como la mentira, las obsesiones, o la traición, ya que no son fieles a sí mismos, entonces jamás podrán serlo con los demás, en ningún aspecto.

Por otro lado, los que "vibran más alto" son los que se reconocen creadores de su propia vida, los que responden ante sus actos, los que eligen entornos sanos y que les provean paz y felicidad, y que no se preocupan por "el qué dirán", ya que están convencidos de que su experiencia es la correcta en el momento correcto, y quienes juzguen simplemente están en otro nivel de conciencia donde no comprenden ni respetan a los demás.

Supongo que a esta altura ya se habrán dado cuenta de que esto es un descargo.
Trato de comprender, día tras día, las actitudes de los demás, su capacidad de hablarte detrás de una máscara, su desesperación por amor externo, la necesidad de no ir con la verdad o de responsabilizar a los demás de sus desgracias. Y no, no necesito intentar comprenderlos en realidad: simplemente estamos en diferentes niveles de conciencia.

Hay determinadas características en algunos seres humanos, ante las cuales soy tajante y terminante, e implican que yo directamente no quiera relacionarme con ellos en ningún ámbito.
Soy tan exagerada, que si me mienten en una simple situación, yo me alejo. Si eligen ser soberbios o traicionar gente, corro para el otro lado. Si odian a los animales, bueno, suficiente.
¿Por qué querría en mi entorno, a alguien que tiene que fingir para quedar bien? ¿O a alguien que no es capaz de enfrentar sus propios problemas y te culpa de ellos? Mucho menos a quienes son egoístas, gracias.
No tengo, todavía, la paciencia suficiente como para andar comprendiendo "¿Por qué lo hizo, si yo jamás lo haría?" porque, además, esa pregunta está juzgando al otro frente a mis propios valores, estoy comparando. Pero eso, sin embargo, me es suficiente para saber que somos muy distintos en cosas que para mí son básicas y primordiales ante cualquier tipo de relación, y me lleva a comprender que jamás me interesaría rodearme de personas así.

Mis valores son pilares en mi vida y en mis actitudes. Yo elijo ir con la verdad, ser todo lo transparente que pueda con los que amo, no traicionar ni exponerme sólo en base a mi egoísmo, a situaciones donde alguien más puede salir herido.
Yo elijo cuidar a mi entorno hasta de mi persona, por eso prefiero dedicar bastante tiempo para mí, en soledad, para ser la mejor versión de mí que puedo ser y compartirme con calidad, no con cantidad.

Esto es un descargo porque necesito estallar a veces cuando me resulta imposible comprender a la gente sin códigos que, al fin y al cabo, no se manejan como yo lo haría. Son diferentes mapas mentales, también.

Y necesito vomitar y escupir en un blog cosas que no puedo expresar directamente ante las personas indicadas, porque parte de mi nivel de conciencia no se desarrolló lo suficiente como para saber decir las cosas sin ir al choque. Y ya no tengo ganas de explotar con nadie, por eso me retiro despacito, como reculando, de la vida de todos aquellos que no vibren como yo y que sólo piensan en sí mismos y en alimentar su ego.

Sólo así, quedándome con unos pocos, encuentro la paz y reconozco todo lo que me falta evolucionar.
Que es un montón.

21 de febrero de 2016

Nunca me pasó.

Nunca experimenté una historia de amor de película. 
Calculo que es básicamente porque vivo en la realidad y no delante de unas cámaras. Pero cada una de mis historias fue especial a su manera.
Sí sé lo que se siente creer que se puede morir por amor, que el corazón no va a resistir o que el aire se ausentó del cuarto que ocupamos.
Jamás han aparecido por sorpresa ante mi puerta a declarar que ya no pueden vivir sin mí o que me aman con tanta fuerza que ya no les importa parecer psicópatas jugando a Romeo. Me he relacionado con unos cuantos cobardes, otros insensibles, alguno más bueno que Jesús, pero ninguno un loco, un arriesgado, salvaje o que no le de importancia al qué dirán. Siempre fui quien ha cubierto ese papel, y quizás de todos ellos aprendí a dejar de buscar lo similar para encontrarnos en las diferencias.
De todos modos, soy una convencida de lo aburrido que es el amor sin un poco de locura.
Sí, señor, declaro estar exenta de haber recibido cualquier tipo de demostración de amor eterno porque tengo muy claro que no vivo en una novela de Jane Austen. De hecho, las muestras que he recibido, fueron enviadas por mail o por carta entregada en mis manos, pero borrarlos o quemarlas también ha dado el mismo resultado en mi memoria.
Nunca experimenté una historia de amor de película, pero sí sé cómo amar incondicionalmente.

Nunca viví en una casa de película.
Supongo que ante mis pretensiones, mi presupuesto ha sido demasiado acotado, o Pinterest demasiado fantástico.
Pero cada casa en la que viví fue el mundo más maravilloso e íntimo que pude haber creado en ese momento.
Desde las casas que inventaba para meterme en mi interior -armazones como carpas indias rodeados de una sábana vieja o pilas de ladrillos que jugaban a ser mis precarias paredes- (mientras en la vida real vivía en la casa humilde de mis abuelos, donde he crecido) pasando por la casa donde viví sola, llegando hasta el apartamento que ocupo hoy, cada uno de esos lugares se ha impregnado de mi esencia, de mis libros, de mi amor. Una casa es un hogar cuando es tu lugar en el mundo. Y nunca me siento más cómoda que cuando estoy dentro de mis cuatro paredes, en mi universo, mi matriz, donde soy quien realmente soy y donde también proceso la vida. Donde me regenero y abro mi ser, mi Alma, y hasta las piernas. Donde no tengo secretos, más que los que me oculto a mí misma.
Mi hogar es mi castillo, mis murallas ante el mundo, mi centro.
Nunca viví en una casa de película, pero vivo en la mía, que está llena de magia.

Nunca tuve una familia de película.
Ni siquiera "normal". Sí disfuncional, como un gran porcentaje. Pero fue con lo mejor que pude haber crecido y formó la mujer que soy hoy. Nada tengo que quejarme de la sangre fuerte que me late dentro. Si mis ancestros indios pudieran dar fe de mi salvajismo, quizás ahí entendería un poco más mi carácter. O si el gran porcentaje italiano me dijera que encolerizarme con estupideces es sano, hasta les creería.
Quizás también en alguno de estos glóbulos queden rastros de la existencia de personas que aún ignoro y que algún día, con mucha suerte, descubrirlas me ayude a comprender patrones familiares que tenga que romper. O armar.
Nunca tuve una familia de película, pero sé lo que es tener valores y amar los lazos de sangre que te tocan.

Nunca tuve un grupo de amigos de película.
Más bien siempre fui solitaria, recluída.
Los misterios que me inventaba prefería resolverlos sola, jugar con mis propias reglas y no obedecer las de nadie. Las aventuras han sido grandiosas con todos los seres invisibles que creía que me rodeaban. O que me rodeaban de verdad.
Debe ser en parte el origen de alguna de mis psicosis, lo reconozco.
Mis grupos de amigos siempre han sido varios y han mutado, crecido, cambiado con el correr de los años. Ha entrado gente, ha salido gente. Nunca fueron estables, excepto el de mis amigas actual, que bastante distorsionado está.
He pecado con la soledad hasta el punto de sumergirme en alguna que otra gran depresión existencial, preguntándole a la vida en qué había fallado, porqué las personas siempre terminan las relaciones con alguna traición. Hasta que aprendí que no es necesario hacerse cargo de errores ajenos, y que es suficiente con no traicionarme a mí misma.
Me he alejado de todos cometiendo varios errores, e incluso he sentido que nadie en el mundo elegiría ser mi amigo, que estoy sola en lo vasto del Universo.
Me he internado mirando al cielo intentando comprender el comportamiento humano, la envidia, la distancia, las palabras hirientes, los daños a conciencia. Una y otra vez, incluso hoy, sigo observando que la gente cree en lo que prefiere creer, porque ver la realidad les diría en la cara que se hagan cargo de sus propias mierdas, y que no resolverán su vida tirándosela a los demás.
Sin embargo, con mi elección de mudarme de país, estoy más que satisfecha de haber elegido a los amigos que hoy me rodean y que valen más que cualquier grupo de amigos de película.

Porque son reales y son la familia, el amor y la casa que elegí.

17 de febrero de 2016

Random.

Tengo muchos problemas con la sociedad.
Bueno, no, no los tengo, simplemente estoy en desacuerdo con muchas cosas que la sociedad pretende dejar establecidas y que pasemos por alto.

Marge, no voy a mentirte: me gusta estar sola porque no tengo que soportar el choque cultural/social de personas que piensan diferente y pretenden demostrarte tener la última palabra en lo que a la verdad respecta, como si no fuera subjetiva. Aunque haya días en los que me encuentro especialmente reactiva, la verdad es que no me interesa discutir. No me gusta, me saca de mi centro.
Sin embargo, siendo mi propia antítesis, cuando algo me molesta o me hiere, no puedo quedarme callada. Ni siquiera es una opción.

Me exaspera no poder abrir cabezas a los botellazos.

Tener que explicar porqué me gusta ir al cine sola, caminar conmigo por la playa, sentarme en la plaza a mirar la nada.
Tener que aclarar que sí, que estoy bien, que sólo necesito estar en mi compañía.

A la sociedad le resulta extraño que te guste estar sola. Que seas mujer y hables de sexo sin tabúes. Que pises el freno cuando alguien cree que eso le da derecho a invitarte a coger.
Y es la misma sociedad la que sentencia que tomar cerveza en un recital significa que sos una trola, que por ser tan independiente vas a terminar siempre sola, que si sos exitosa o autosuficiente "ahuyentás" a los hombres, que si tenés mundo interno o afrontás la vida con intensidad quiere decir que sos insoportable.

Estamos, como género y como humanos, tan hartos de tener que desetiquetarnos, de intentar que dejen de señalarnos (o de ejercer algún tipo de violencia, contra ambos sexos) y tan cansados de tener que presentar la carta de: "No solamente me gustan mis momentos de soledad, es que también los necesito", que nos tornamos desconfiados de cualquier ser que pretenda acercarse incluso con la mejor de las intenciones.

Todos somos solos, libres, sueltos.
Todos queremos encontrar o armar nuestra propia manada y sentirnos a gusto en compañía también, pero para eso tenemos que saber, primero, quiénes somos. Y eso incluye saber cómo poner límites a todo aquél que no sepa cómo respetar la libertad ajena, del tipo que sea.

Quizás uno de los aprendizajes más grandes de la vida consista en aceptar lo que uno es, para poder hacer lo mismo con los otros. Clara señal de que no te respetás, es si no me podés respetar a mí.

Quizás también nos cuesta entender otros mapas mentales, porque estamos demasiado asustados de descubrir que puede existir otra realidad, que puede hasta ser mejor que la nuestra.
El problema es que cambiar de perspectiva implica dejar patrones viejos atrás, romperse un poco y hacer espacio, sino la nueva vida no tendrá lugar para entrar.

Al final, los que estamos cómodos en nuestra soledad y vivimos como autosuficientes, sabemos que vamos a tener que rompernos muchas veces hasta convertirnos en quienes deseamos ser, y eso no significa tener que hacerlo siempre solos.

Tal vez lo que en el fondo queremos es relacionarnos con aquellos que sepan que nos gusta mucho más cuando tenemos otros brazos con los que contar, y que nos bancamos todo solos porque no nos queda otra, no porque siempre lo queramos.
Elegimos el camino más difícil a conciencia, y nos lo tenemos que bancar.

En resumidas cuentas, creo que somos de esos que buscan magia en los demás para que se lleve bien con la que llevamos dentro.

Qué se yo.


15 de febrero de 2016

Online.

Dudás.
Un poco te dejás seducir por palabras del otro lado de la pantallita del celular. Un poco seguís dudando porque estas cosas no te gustan, pero qué carajos, pleno siglo XXI, aceptémoslo.
La gente ya ni siquiera se acerca en un bar, ya no te preguntan la hora y entablan una conversación en la parada del bondi: ahora todo es online.
Incluso el amor.

Adáptese o muera.

En un mundo globalizado donde todo el contacto es puro mensaje y red social, uno tiende a ilusionarse un poco con eso de encontrar lo que está buscando sin salir de casa. Perdiéndose, claro, en el objetivo final que era terminar de encontrarse a sí mismo, pero no voy a profundizar en eso.

Nunca he tenido lo que muchos llaman "cita" con alguien desconocido, pero sí me he encontrado con personas con las que llegué -y con las que no- a tener algún tipo de relación.
Sobretodo sexual.

El contacto vía web tiene esa ventaja de poder conocer un poco al otro (si tenés la suerte de encontrar a alguien sincero) y darle para adelante con eso de que la belleza no es -lo único- que importa.
Porque tampoco nos hagamos los boludos: Si nos encontramos con alguien poco o nada atractivo para nosotros, las chances de abrir las piernas o introducir el pito en esa cavidad, se reducen notablemente.

Las desventajas, claro, son demasiadas. Además de encontrarte con alguien que no te gusta, puede tranquilamente ser un loquito, un asesino o miles de otras opciones de película que uno descarta por tener esa sutil confianza de "Lo conozco, hablamos un montón."

No. No, tarada, no lo conocés. No sabés nada de sus orígenes, ni de sus traumas. No sabés cómo puede reaccionar, qué lo hace feliz y qué lo entristece.
Estoy completamente negada a la idea de que realmente conocemos al otro sólo por hablar en Whatsapp, Facebook, Twitter, Tinder o cualquier otra aplicación.

Para conocer a otro, hay que mirarlo a los ojos. Nada más cierto que la información que podés sacar metiéndote en lo más profundo del ser de una persona, que mirándolo directamente a esos huecos de colores llenos de vida.

Ay, qué poética y boluda me puse, sí. Pero es lo que creo.

No podés conocer a alguien hasta que no te da un abrazo. No podés creer que conocés a alguien a quien nunca viste en tu vida.
Reconozco y soy testigo de excepciones (muy suertudas por cierto) pero para mí sólo son eso: excepciones.

Y todo esto lo podría haber escrito años atrás, porque en realidad vivo en una de estas excepciones. Quizás no tan brusca, porque elegí conocer personalmente a la gente antes de dar un veredicto.

No, no encontré al amor de mi vida ni a mi futuro marido online, pero sí encontré al amor en distintas formas, todas ellas válidas para mantenerlas a mi lado y darles todo lo que puedo darles, porque al fin y al cabo, estamos estableciendo relaciones. Y uno no juega con las personas.
Al menos eso es lo ideal.

Una red social puede no darte lo que buscás, pero tarde o temprano te va a presentar gente que te va a ayudar a crecer, eso seguro. O secuestrarte y descuartizarte, si tenés muy mala fortuna.

De todos modos, lo más probable es que tengas que vivir experiencias bizarras, ilógicas y hasta mágicas, ¿Por qué no?
Todo depende de cuán abierto estés a aceptar lo que sea que tenga que venir, en la forma en que tenga que hacerlo. Y que puede no ser clásica ni la que esperás.
Y, si tenés un poco más de suerte, hasta encontrás con quién coger muy bien por un rato, o un amigo para toda la vida.

Quién sabe.

12 de febrero de 2016

Coger.

El problema de escribir libremente sobre sexo, es que hay mentes que siempre te van a tratar de puta, de fácil, de atorranta.

Es tabú básicamente porque la Iglesia así lo quiso. Nos hacen avergonzarnos, sobretodo a las mujeres, del cuerpo con el que nacimos, hacen que parezca un horror o una burla que se te vea alguna parte íntima o la ropa interior, por accidente.
Nos hacen tener culpa, mea culpa, de querer satisfacer nuestros deseos carnales, impuros, superficiales.
Como si el sexo fuera exclusivamente algo que pasa en nuestro exterior.

Haya amor o no, siempre hay algo interno que te mueve a tener sexo con alguien, a abrirle las piernas, a compartir tu intimidad.
Puede ser mera atracción física que busque descargar tensiones y fluídos, pero aún así, buscamos algo más, tenemos algo más sucediendo dentro.

Necesitamos un empujón para el autoestima, o un abrazo que dure más de unos minutos. Tenemos ganas de compartirnos y de soltarnos, sentimos impulso de dar placer y que nos lo den, de acabar y ser acabados, de hacer llegar al otro a lugares donde sólo nosotros queremos llevarlo, de sacar el aire y de que nos lo saquen.

Queremos coger con alguien porque nos parece físicamente agradable y nos excita, porque nos conectamos mentalmente o porque compartimos muchas cosas. E incluso por lo contrario: porque somos tan diferentes que queremos conciliar en algo.

Queremos cogerlo desde la cabeza hasta los pies, despellejarlo con rasguños, elevarle tanto la temperatura que no le quede más que estallar. 
Porque lo que buscamos es sentir estímulos. No todos estamos interesados en ponerla por ponerla.

Algunos buscamos esa excitación mental que puede generarse con un cruce de miradas, con un mensaje, con un recuerdo. Con sugerencias, con promesas, con una invitación.

Queremos cogerle la mente, los sueños y la sangre. Queremos todo porque el sexo no tiene gracia si escatima, si es pobre, si es gris. Queremos olvidarnos del mundo porque sabemos que cuanto más te entregás, más disfrutás.

Queremos enfermar de calentura al otro porque eso nos hace sentir bien. Porque sentimos que tenemos poder, que todo el placer está en nuestras manos, en la boca, en las cavidades.

Sentimos que ante el sexo oral no sólo estamos dando, también estamos recibiendo, porque el otro se está entregando y eso es una muestra de confianza, sea en el nivel que sea.

Queremos coger porque tenemos un cuerpo, una vida y tenemos que hacer algo con todo esto mientras tanto. 
Hay personas que pueden combinarlo con amor y eso es algo maravilloso. 

Incluso hay quienes escogemos a quien también nos pueda ofrecer diversión. Porque si no me podés hacer reír, mucho menos me vas a poder coger bien. Y al fin y al cabo, nadie quiere despertarse al día siguiente con un gusto amargo en la boca. A menos que sea por haberla tenido ocupada.

Algunos preferirán la cantidad, la variedad; otros preferiremos la calidad. Con cualquiera de las dos opciones se puede aprender.

Otros dirán que ya experimentaron suficiente y que se las saben todas. Y nada más alejado de eso, porque todos los cuerpos son distintos, todos sentimos placeres diferentes, nadie tiene el mismo exacto punto débil que otro ni siente con la misma intensidad.
Qué embole revolcarte con el que cree que no tiene nada nuevo que descubrir. 

Porque si del sexo, de las personas con las que te compartiste y de las noches de insomnio con alguien durmiendo al lado no aprendiste que nunca vas a saber todo sobre el placer, entonces qué aburrido que debés coger. 

1 de febrero de 2016

Lugares para llorar.

Levante la mano la que nunca se ha sentido patética llorando, como formando parte del decorado de una escena digna de Bridget Jones.

Las locaciones y las tomas pueden variar de acuerdo a la intensidad de la emoción o de las personas con las que vivas.

Si compartís tu cama, correr al baño es inevitable.
Sentarte acurrucada en una esquina, o en posición fetal soportando la cerámica helada, (que de la única manera en la que recordamos su existencia es al levantarnos y ver las uniones de las baldosas marcadas en las piernas), o más triste aún, en la bañera llena: una escena casi suicida que está clamando por un Romeo que la salve antes de cortarse las venas.
Ya nadie toma veneno, qué poco poética se tornó la sociedad.

Si vivís con tus viejos, tu cuarto, obviamente.
Esas cuatro paredes se convierten en una cueva llena de lágrimas, sábanas mojadas, mocos e incomprensión hacia la vida misma, parecen ser tu fuerte donde podés soltar lo vulnerable y floja que sos, porque nadie te está viendo.
Te enroscás y te enroscás un poco más en las sábanas (si tenés el corazón roto, probablemente huelas las sábanas buscando su olor, o peor, la inmundicia del charco de baba que haya dejado la última vez que durmió ahí), como si fueras un perro que extraña a su dueño.
Qué toma de mierda la de la cámara cuando, desde arriba, muestra que sos un bollito apenas válido de materia dentro de un universo tan abundante.

Si vivís sola o estás mayormente sola en tu casa, obvio que podés llorar en cualquier lado.
Podés cortar la cebolla y cagarla a puteadas como si fuera la culpable de tu desidia, porque primero está ese llanto deshonroso y lamentable, y luego -un par de respiraciones profundas después- el mea culpa que nos hace sentir como el orto, para pasar a la etapa siguiente que es la de pensar con la mente en fría y suponer que lo que sea que haya pasado, es para mejor.

También podés llegar del trabajo, subir las escaleras con los ojos a punto de explotar, para sentarte de espaldas contra la puerta una vez que ingresaste, y empezar a llorar a los gritos, como si lo peor del mundo te acabara de pasar. Y expulsás chorros de agua como hacía tiempo no hacías, porque quizás venías guardando tantas situaciones de mierda que, al fin y al cabo, te estás permitiendo estallar.

Hasta sos capaz de soportar las mordidas del gato que juega con las llaves o rasguñándote los dedos, como diciendo: "-Dale, pelotuda, todo bien con desahogarte pero vení a jugar un rato que para eso está la vida. Dejá de pensar tanto, ya está."

Y ahí, como en una epifanía, te das cuenta que no te duelen las cosas que vivís, sino cómo las interpretás. Y no te duele lo que otros "te hacen (o no te hacen)", lo que duele es el amor propio. Y ese es el peor dolor de todos.

Entonces te levantás a jugar un rato hasta que el animal te lastima tanto que te pone odiosa.
Seguro sangrás un poco y te lavás hasta que parece estar bien. Y de todos modos no te importa.

Porque esa herida no duele ni un cuarto de la que tenés adentro y que no sana con ninguna curita.