29 de febrero de 2016

In ten si dá.

Hace un año y siete meses que conozco Montevideo, y hoy voy a darle la razón al término que me ha indignado todo este tiempo, debido a la tergiversación que ha sufrido gracias a unos cuantos ineptos sin amor propio que no saben cómo actuar ante determinados estímulos: Intensidad.

Sí, me estoy metiendo en un terreno tan extenso como complicado, pero no me voy a callar: La intensidad de algunas personas me ha hecho calar hondo en el comportamiento de la sociedad montevideana y, por dios, voy a generalizar, no sean tarados de creer que escribo por todos.

Nunca me sorprendí tanto del comportamiento de las mujeres, por ejemplo, cuando las escucho confesar -sin ningún tipo de pudor- que le revisan el celular a sus parejas, o que el último con el que tuvieron sexo no ha vuelto a llamar, entonces se lo recriminan como si tuvieran algún tipo de derecho de recibir explicación o de hacer valer una dignidad que empíricamente están demostrando no tener.

Hay gente que te pide justificaciones de porqué te comportás como lo hacés, o que incluso adora inventar cosas sobre tu vida y tu persona, porque parece haber entendido que sin hundirte un poquito, jamás podrá resaltar en la sociedad.

No quiero extenderme mucho, pero acá la gente necesita quererse. Están tan faltos de amor propio que ya no saben a quién culpar por sus desgracias, o a quién cogerse para levantarse el ánimo, para sentirse lindos.

No entienden el límite entre libertad y respeto al otro; quieren hacer lo que se les ocurra como si fueran niños caprichosos; les importa quedar bien mostrándote una faceta, pero se olvidan de ocultar bien las otras.
Prefieren relaciones superficiales porque comprometerse con alguien (y me refiero sólo a lo emocional) significa perder una libertad que ni siquiera saben cómo cuidar, y por supuesto no han tenido experiencias lo suficientemente gratas como para tomar las riendas y jugarse por las cosas o personas que aman. Si es que aman, porque hasta de eso dudo con algunos.

Montevideo este último tiempo me ha mostrado la cara que ignoraba, aquella que tapé mientras idealizaba todo lo que me gusta de esta ciudad.
Reconozco que tiene sus puntos fuertes y sus debilidades, pero acá la piedra que tengo en el zapato, es la cantidad de traición que se oculta detrás de sonrisitas simpáticas y abrazos flojos.
Ni siquiera es comprensible en mi cabeza cómo pueden ser felices manejándose con tanta hipocresía. Bueno, debe ser que en el fondo no lo son.

¿Parezco exagerada? Ya lo sé, suena a telenovela mexicana. Y es que los sucesos acaecidos este último tiempo en mi entorno, realmente parecen haber sido escritos por un guionista de Thalía.

La ciudad es chica, en poco tiempo das fe de que se conocen todos y en poco tiempo también, los conocés vos. No es tan difícil sacarle jugada a cada uno, la mayoría saben llevar alguna máscara. Es cuestión de dar en el clavo correcto para que se les caiga.

Y estaría buenísimo que se empiecen a hacer cargo, de paso, porque ya son grandes como para andar jugando al gato y al ratón, usando queso vencido como carnada.

Medio que estoy un poco harta de la intensidad de la gente que cree que se las sabe todas y que se empecina con la vida de otros, sintetizando.

¿Que por qué escribí esto?
Porque tenía muchas ganas de descargarme.

Para eso tengo un blog.

No hay comentarios: