25 de abril de 2016

Levantarse.

Cuando terminé con mi último ex estaba toda desarmada por dentro.

No fue fácil tomar la decisión -nunca lo es- y sin embargo cuando lo hice, además de llorar descargando frustraciones, me sentí liberada. No importan las razones ni los motivos, pero lo que más desconfigurado me dejó el cuerpo, fue el hecho de sentirme desvalorizada.
Que alguien no te cuide o no te valore, sin duda te mete el dedo en la llaga para que mires adentro tuyo a ver por dónde no te estás cuidando vos. Todo lo que nos pasa alrededor, siempre tiene una causa interna, o al menos no creo que sea casual que todo cierre cuando empezás a escuchar tu verdad y no la que querés decirte.

Unos días después de separarnos, me apoyé en la mesada de mi antigua casa, miré al piso y me dí cuenta que estaba de pie, que estaba viva, que sentía que todo se había venido abajo y lejos estaba de ser real.

Entonces entendí que malos ratos pasamos todos, que son inevitables.
Que en el ritmo frenético al que estamos acostumbrados a vivir, nunca nos pausamos.
No escuchamos nuestros deseos porque estamos pendientes de los de los demás, o prestando atención a lo que la sociedad espera de nosotros.
No nos detenemos a escucharnos, a enfrentarnos con lo peor de nosotros, a buscar lo que queremos. Tenemos miedo de encontrar cosas que nos hagan sufrir, que nos obliguen a trabajarnos, a meternos dentro nuestro y sanar. Tenemos terror de encontrar limitaciones que nos coarten alguna libertad que erróneamente creemos tener, porque la única libertad verdadera se siente cuando estás claro sobre lo que querés de vos mismo.

No bajamos un cambio porque ocuparnos de mil cosas al mismo tiempo, parece glorificar la idea de que somos superhéroes de un cómic que es más triste que exitoso. Nos llenamos de tareas para evitar encontrarnos con nuestro verdadero yo.
Nos desnudamos literalmente mil veces ante distintas personas jugando a ser liberales, cuando en realidad desnudarnos de verdad con alguien, mostrarnos vulnerables y auténticos, nos da un pánico tremendo. Aunque eso forme parte de una libertad más grande.

No nos silenciamos porque llenar la cabeza de música, televisión u otros, engaña a nuestros miedos y a la cobardía que tenemos para hacernos cargo.
No nos queremos responsabilizar de las cosas que hacemos mal, porque sólo nos gustan las felicitaciones de cuando las hacemos bien. Porque no nos queremos, no tenemos amor propio, cada cual tiene un determinado patrón de falta de autoestima que hace que busquemos siempre aprobación externa, porque no la podemos encontrar dentro.
No nos sentimos merecedores de la felicidad, por eso saboteamos las cosas que nos hacen bien.

Hasta que la cabeza ya no puede ocultar el llamado que viene de otro lado, de lo más profundo de uno, de ese rincón que pide a gritos un cambio, porque estancarse no puede seguir siendo una opción.
Entonces aparecen las incomodidades, esas que para poder eliminarlas, te obligan a sacudir todo el esqueleto, las estructuras, bailar, moverte, estremecerte, temblar.

Caerme, despedazarme, tirar abajo todas las bases me ayuda a transformarme. Porque yo no soy yo si no acepto que los cambios me hacen crecer, que me arrancan de las zonas cómodas, que me empujan a ser más de lo que creo que puedo ser.
Que me dicen que llegó el momento de ser yo.

Cada vez que estoy un poco confusa, vuelvo a apoyarme en la mesada y miro al piso.
Estoy de pie, otra vez, como siempre volví a estar.
Que me tome una pausa, es sólo para descansar.

No hay comentarios: