27 de julio de 2016

Urano.

Urano es el planeta errático. Es lo inestable, las sorpresas, los “Eureka!”, el cambio, la revolución.
Cuando Urano está muy fuerte en el cielo, cuando tiene aspectos con otros planetas o comienza/termina su retrogradación, lo sentimos. Nunca lo podemos ignorar porque si investigamos, todas esas cosas repentinas que nos cambiaron la vida de un día para el otro, se dieron cuando Urano andaba en su salsa.

No es cuestión de echarle la culpa: todas esas noticias inesperadas, en el fondo las estabas deseando pero no te animabas a hacerlas. Aún si parecen “malas” a primera vista, no lo son. Estabas tan sumergido en tus miedos que el cambio con el que fantaseabas te llegó como una cachetada sin que seas consciente de que iba a pasar. O quizás simplemente sea algo por lo que debas pasar para poder continuar con más fuerza, para apreciar tu vida, etc...
Este planeta te puede cambiar la vida con un jaque mate. Te mueve de lugar con una persona, con una situación, con un mensaje de texto. Te implanta la semilla y te agarra de los pelos para que salgas de las dudas. Es extraño, como cuando decidís empezar a moverte y algo más se mueve al compás. Algo hace click, primero adentro, luego resuena afuera, se manifiesta. Es como si el universo le respondiera a tu desbloqueo interno con un eco. Es verdad que hay que tener cuidado con lo que deseamos y en tal caso saber pedirlo tal cual lo queremos.
El Universo tiene misteriosas formas de responderte y a veces se pasa de gracioso.

Un ejercicio que tuve que hacer hoy, se trataba de estar en el momento presente para hacerme consciente de las cosas y crear mis propias señales a seguir. Debía buscar mi propio Conejo Blanco, que me hiciera abrir los ojos de verdad, que me dijera algo así como “Es hora de tomar una gran decisión”. Elegí, básicamente, el concepto del conejo blanco de Alicia. No fue casual: había estado escuchando White Rabbit de Jefferson Airplane y al escuchar el audio con el ejercicio, la mujer nombró al conejo blanco también, de hecho el audio se llamaba así y por eso captó rápidamente mi atención. Desde mi infancia ese concepto me fascina, porque siempre amé las señales: coincidencias, causalidades, flechas, todo lo que me guiara hacia algún lado me atrapaba y de hecho me han marcado mucho la vida.
Así que decidí que si "encontraba" -durante el día- otro conejo blanco (de la manera que fuera) era el momento. Pero me olvidé del tema. Horas después puse la radio y como no podía ser de otra manera, nombran la canción de Jefferson Airplane que estuve escuchando hoy. Fue mucho más chocante notar que el que la nombró es alguien con quien las coincidencias son algo prácticamente normal y, aunque lejos estaba de conocer este ejercicio, me dió una respuesta.
Paso seguido, ignoro la señal porque me chocó lo suficiente, y abro Pinterest para buscar algo. ¿Qué había en el inicio? Una imagen explicativa de toda la historia científica de Alice in Wonderland, donde el conejo está en primer plano. Ok, entendido.
Urano me pegó otro sopapo por estar haciéndome la que lo iba a poder ignorar, la que "todo está bien, dejo las cosas para más adelante." No. Es ahora.
Es un ejemplo simple pero perfecto de cómo Urano y nuestra atención trabajan juntos para que aprendamos solos a darnos las respuestas y nos animemos al cambio, para que dejemos de temer salir de lo familiar. Aunque es hermoso, a veces se torna aburrido, monotemático, y ahí es cuando dejamos de crecer. Hay que moverse, siempre. Evolucionar.
No me crean, y sé que muchos no lo harán. No importa. Yo no pretendo evangelizar a nadie: simplemente me gusta describir qué es lo que pueden llegar a experimentar en estas semanas.

Escuchen a su intuición, déjense sorprender con las causalidades.
Nos resulta extraña la magia, todavía.

Deseen. Deseen mucho y deseen fuerte, deseen el techo del techo del techo. Porque no hay tal techo.
Deseen y déjenselo al cielo o a lo que quieran, pero salgan de su propio camino. No se entrometan, no se pongan piedras mentales en el camino hacia lo que quieren.
Los deseos no se cumplen como cuando soplás las velitas. Se hacen realidad cuando trabajás en ellos, cuando creés que podés y te moviste para lograrlos.
No tengan miedos de dar el primer paso con lo que desean, con eso que les mueve el alma y los hace vibrar. No duden en que pueden alcanzar ese sueño por más difícil o lejano que parezca.
Porque la vida puede cambiar en un instante y de repente te encontrás ahí. O puede no darte tiempo a vivir lo suficiente.
Disfruten donde están parados, con quien estén. No vale andar después por ahí lamentando lo que no hicieron, llorando por las cosas que no se animaron a enfrentar, porque perdieron oportunidades de absorber todo el placer que da la vida, porque no se arriesgaron o no se animaron a más.
No vale, bajo ningún punto de vista, ser un cobarde. Sean valientes, arriésguense, digan más seguido “Te amo”, vivan sus emociones y sentimientos, pierdan los miedos, sacúdanse el temor a no ser suficientes y a salir lastimados, y por favor dejen de guardar esa botella de vino para una ocasión especial. La ocasión especial es estar vivo.
Quiéranse más porque lo merecen todo. Créanselo. Háganse conscientes de que todo lo pueden, como superhéroes. Duerman con la persona que aman, déjenla entrar en sus sueños, abrácenla todo lo que puedan. No piensen de más, permítanse sentir. Vivan eso que tanto les gusta. Alcáncenlo.
Siempre van a extrañar. Al pasado, a la infancia, momentos, lugares, situaciones. A alguien que está en la misma ciudad, a alguien que se fue para siempre, a alguien que está del otro lado del mundo. Es inevitable.
Pero al mismo tiempo, trabajen el desapego. Lo único constante es el cambio y ni la persona más controladora del Sistema Solar puede contra eso.
No tengan miedo de estar solos o de encontrarse sin apoyo: el mundo es un granito de arena en el Universo, pero es enorme cuando te das cuenta de la cantidad de personas que están ahí para vos, como ángeles guardianes de tu camino, como una especie de familia.
De nuevo, vivan. Vivan hoy y así van a vivir para siempre.

La vida es demasiado corta como para decir que no.
Y demasiado larga como para creer que nada va a cambiar.

26 de julio de 2016

Tan trágica.

No sé bien qué es aquello que, en un determinado impulso, me lleva a situaciones en las que me obligo a perder los miedos. Me expongo a situaciones que sé que me traerán ataques de pánico, a lugares donde sé que no me sentiré en casa, a personas que sé que me van a dañar. Es una mezcla de autosaboteo con desafío a mis propias leyes, a mi mentalidad, a mis antiguas creencias.
Necesito romper patrones constantemente, salir de la zona cómoda, romper todo hasta los cimientos y volver a construir. Siento esas ansias de salir corriendo a los gritos sólo para sentirme libre. Quiero patear a la basura todos mis prejuicios y la falta de comprensión ante comportamientos que no entiendo.
No sé bien qué es eso que me genera ansiedad, que me hace burbujear la sangre como si hirviera, como si me fuera a morir si no hago lo que tengo ganas de hacer. Con urgencia, es eso, siento la urgencia. Nada me conforma, siempre busco algo más, tengo hambre de todo. 
Algo me aburre en la vida y lo quiero romper, lo quiero matar. Y todo me termina embolando, nada parece satisfacer completamente mis deseos o mis ansias. Me exaspero fácil y soy insoportable, sobretodo conmigo misma. Me harto de buscar salidas a cosas que ni siquiera tienen puerta de entrada. Me ahogo en vasos con agua llenos hasta la mitad. Me busco en otras personas. Sobretodo me pierdo en otras personas, en ojos ajenos.

Siento la fuerza arrolladora de un tornado saliendo del pecho y la valentía suficiente para hacer cosas que me pueden desarmar. Y estoy llena de miedos, tantos que tengo terror de que algún día sean más grandes que mis ganas. Pero sé que mientras los tenga cerca, mientras me anime a hacerme cargo de mi oscuridad, no van a crecer. Los quiero llevar de la mano para demostrarles lo que soy capaz de hacer gracias a ellos, a lo que me inspiran.
Tengo dudas, me cuestiono, me pregunto mil veces si lo que hago está bien, si me hace crecer y si con eso acaso estoy lastimando a alguien. Cuido a los demás más que a mí misma a veces, mal yo.
Tengo crisis existenciales y un lado filosófico que me salva de la cotidianidad del mundo, del hastío. Tengo amor por la Luna, por las estrellas, por el universo. Tengo música, que siempre me salva. Me rompe, me hace cenizas, me hace renacer. Pintar me salva. Escribir, leer, viajar me salvan. Ser tan intensamente apasionada por todo -incluso por lo que me consume- es suficiente para saber que quiero seguir viva, abriendo el pecho sin miedo a mostrarme como soy. Estallando como un big-bang.
Soy en extremo incendiaria y en extremo calmada, tanto que a veces me hundo en mi propio océano de emociones rotas.

Tener pasiones me salva de esos días que tocan fondo, en los que lo único que realmente deseo es dejar de respirar para descansar.

12 de julio de 2016

11 de julio de 2016

Monedas.

El domingo que nos conocimos encontré una moneda cuando caminábamos hacia la rambla. Las monedas son la forma personal de comunicarme que tengo con el universo, son como señales. Estoy loca, sí, pero cada vez que encuentro una es porque estoy enroscada en algo, preocupada o dubitativa, y las monedas aparecen como confirmación de que todo va a estar o está bien. Es como el "quedate tranquila" de mamá, pero a la distancia y tangible.

Apenas lo ví me pareció buena persona, uno presiente esas cosas. La cara de bueno, la mochila al hombro, el sol de las seis de la tarde. Nunca supo ni sabrá qué fue lo primero que pensé al verlo, pero de seguro no fue nada que no le gustaría saber.

Un poco me emborraché y otro poco me drogué en la playa mientras atardecía, porque yo no soy de ocultar mi personalidad para caerte bien: me aceptás como soy o no me aceptes. Mal no le caí porque eran alrededor de las diez de la noche cuando estábamos mirando la Luna llena en la terraza de casa. Un par de besos y una cena después salió por la puerta para volver a entrar unas cuantas veces más. Tengo la costumbre de que me cueste cerrar la puerta si te hacés querer.

Tuvo que pasar algo de tiempo para darnos cuenta de que no buscábamos lo mismo y de que a mí, como siempre, me costaba vivir el presente sin pensar a largo plazo. Nos dijimos "chau" una semana antes de mi cumpleaños, un poco empujados por mi cabeza que no me permitía seguir en esa situación que veía algo desequilibrada.

Claro que después Montevideo lo acercó de nuevo porque acá existe esa cosa en el aire, un nosequé que te acerca y aleja de las mismas historias una y otra vez, como si no pudieras desprenderte hasta haber aprendido la lección, como si te obligara a dejar de amputar personas de tu vida cada vez que querés sanar u olvidar.

No importa nada más, estamos a destiempo y eso no se ajusta de un día para el otro, ni de un Febrero a un Julio. No es fácil.
No es fácil, nunca, alejarte de los que querés cuando la distancia no es suficiente.
No es fácil aceptar que a veces las relaciones son algo raras, retorcidas, y que por más encendidas que estén nada podés hacer vos para desviar al destino de lo que tiene que ser, o no.
A veces el amor no es lo que esperamos, sin embargo de alguna loca manera, es. Porque si no sintiera algo de amor, del tipo que sea -grande, chico, de amistad, de pareja, de compañeros de camino un rato- yo no te abro las puertas de mi casa ni te dejo abrazarme y dormir en mi cama cuidándome de las pesadillas.

Tengo que aprender a escribir finales aceptando que las personas pueden seguir formando parte de mi vida igual, porque de alguna manera en esta ciudad o me encontré con personas muy buenas o realmente no puedo hacer el corte tajante que estaba acostumbrada a hacer. O quizás algo crecí.
Pareciera que Montevideo es una ciudad llena de historias que no van a ningún lado, pero tal vez porque en realidad la que estaba un poco perdida era yo.

10 de julio de 2016


Abandónica.

Descubrí que mi modus operandi preferido, es alejarme, abandonar a la gente antes de que ella -en cualquier tipo de relación- me abandone a mí.
Descubrí que soy una especie de mujer abandónica, de cobarde que cuando ve limitaciones sin salida, no se queda esperando ilusa que la respuesta caiga del cielo, o que el otro de repente se sienta diferente. No me quedo esperando soluciones mágicas pero al menos siempre doy opciones, es algo que nunca puedo evitar: buscar alternativas. Sin embargo, las alternativas siempre incluyen algo a mi favor, obviamente, porque las otras opciones que no me benefician no se nombran, están implícitas. Descubrí que no me gusta presionar a nadie y que, entre todos esos motivos, ante la imposibilidad de ejecutar cualquier alternativa a favor de mi felicidad, la mejor salida siempre termina siendo la huída. Quizás no es tal porque no huyo suicidándome con una cobardía fantasma, sino diciendo las cosas, avisando, al menos, que me estoy yendo, que necesito que me permitan desaparecer.
Probablemente absorbí el modo de abandono de mi padre, aunque él jamás me dijo literalmente que se estaba yendo y que no sabía cómo manejar la situación. De todos modos, por más que lo sepamos, las situaciones no siempre son manejables, porque las personas involucradas no lo son. Menos mal.
Descubrí que no quiero a la gente, porque la intensidad con la que vivo las cosas, con la que crecí, con la que hago todo lo que me gusta, con la que respiro, directamente ama. Yo no tengo puntos medios y me cuesta mucho aceptarlos en los demás. Mal yo. Sin embargo, cuando amo, amo el todo como algo más que la suma de las partes, así como me enseñó la Gestalt en la facultad. Y no amo como se aman las parejas ni como se dicen amar los partícipes de una boda: yo amo distinto, porque descubrí que puedo amar con el alma además de amar con el cuerpo y con el ego.
Amar con el alma te cambia la mente. Te hace un “click” lo suficientemente poderoso como para darte cuenta que amás a muchas personas al mismo tiempo, que todos a tu alrededor son tu familia del alma, los que elegiste en esta vida para crecer. Que estén lejos o estén cerca, con vos o  sin vos, lo que más feliz te hace es que todos ellos lo sean, a su manera. Por más que cueste. Que aunque se hayan equivocado o te hayan lastimado, tenés la capacidad de perdonar, de comprender que no todos estamos al mismo nivel deloquesea y que, sobretodo, vos los podés amar igual, porque el amor que tenés dentro del alma no tiene límites ni sabe juzgar o discriminar. Todo tan hippie. Porque vos también te equivocás, a veces también te comportás como una idiota y porque nadie es lo suficientemente sabio en esta vida. Porque vos también lastimás. Y ahí el ego se revuelca en la arena, se quiere dejar morir en el mar porque ya no es suficiente para vos, porque se dió cuenta que podés amar sin incluírlo al cien por ciento. Claro que nunca se va, no serías una persona equilibrada sin ego.
Descubrí que soy distinta simplemente porque todos lo somos. Está en cada uno descubrir, de verdad, qué lo hace diferente. Como cuando sos adolescente y buscás tu identidad, algo así.
A mí me hace diferente poder amar con todo lo que soy y no tener límites para querer a los que me ayudan a crecer, cerca, lejos, de día o de noche, conscientes de ello o no.
Reconozco que estoy tan llena de falencias que no sé cómo empezar a arreglarme. Reconozco que estoy cansada de no tenerme paciencia, de trabajar en mí día a día sin ver resultados o no viendo lo que mi ego quiere ver, tal vez. Estoy tan cansada de mí que tengo que huir para tener otro punto de vista de las cosas.
Y estando lejos miro para adentro y todo eso se va, veo con más nitidez, como cuando me pongo los lentes y todo se aclara de repente.
Como si al fin alguien alumbrara con una linterna.
Hasta que me doy cuenta que la que está alumbrando mi propia oscuridad soy yo.

6 de julio de 2016

Presente.

Llueve.
Hace como mil semanas que llueve o en Montevideo una semana de lluvia es una eternidad.
Son las doce y media de la noche y claro que me despabilé.

En Spotify Florence Welch me canta un universo.
En el blog hay un par de entradas incompletas, en la cabeza muchas ideas y proyectos dando vueltas: tengo tantos hobbies que a veces me desespero por organizarlos.
En el piso hay blocks de pintura, libros de mapas y cuadernos llenos de vida.
En Whatsapp unas amigas planean una ida al cine el sábado y yo nunca fui al cine en Montevideo aún. Un amigo me manda la foto de un conejo de ojos rojos, como la canción de Buitres, y otro me pregunta cuándo es que me voy de viaje.
Mi roomate duerme. El gato -increíblemente- parece que también.

Estoy acostada en la cama que compré hace menos de un año y que ya entretuvo a varios pasajeros.
Miro la guía de viaje acostada a mi izquierda y un libro de cosas mágicas que la acompaña. Nada es casualidad: viajar es mágico.

Tengo el pelo suelto, aún no me puse el pijama y hay mil ventanas abiertas en mi buscador. Twitter que perdió relevancia, un blog de escritura, mucha astrología, Pinterest y algunas páginas de viajes.

Llueve afuera solamente. Hace días que ya no llueve adentro.

En mi cuarto hay calidez, tengo calor y me quiero desvestir.
No me importa el desorden, las cosas en el piso ni la hora que es.
Este día, en este momento, lo único que realmente me importa es la magnitud que cobró mi vida dentro de mi vida.
Hice lo que quise. Puedo hacer lo que se me ocurra.
Es hoy.

Me cambié la vida. Me la expandí. Y en el ínfimo polvo de estrellas éste que soy, no puedo evitar sonreír y sentirme gigante ante todo lo que estoy haciendo conmigo.
Porque todo de mi vida me gusta.
Lo bueno y lo que parece ser "malo".
Lo que me duele y lo que ya sanó.
Lo que me hace reír y lo que me dobla en llanto.
Lo que fue, lo que es y lo que no tengo idea qué será.
Estoy llena de miedos, de errores, de cosas que tengo que sanar. Estoy rodeada de preguntas sin respuesta. Sigo tratando de eliminar patrones nocivos de conducta.
Pero al menos cuento con ese nosequé que me hace comprender que aprendo de todas las experiencias. Que todo me enseña, todo está en su lugar, incluso cuando parece estar en desorden. Y que también cuento conmigo.

Quiero crecer. Nací con ansias de crecer y a veces se tornan insoportables, descabelladas.
Me quiero comer el mundo.
Quiero tener el tamaño del Universo.
Quiero aceptar que ser tan ambiciosa y hambrienta de vida está bien.
Quiero aceptar que la intensidad de Luna llena que me sale de las vísceras es la que me permite absorber todo con la profundidad de Neptuno. Y que eso también está bien.

Mi vida me gusta porque es mía. Porque la pinto y moldeo como quiero.
Mi vida me gusta porque decidí ser una persona feliz, y no solamente estarlo de vez en cuando.

La lluvia se escucha tan poética que por un rato me digno a disfrutarla.
En Spotify Florence Welch canta "It's always darkest before the dawn".
Y adentro está amaneciendo entre fantasmas que dejé que me habiten porque son parte de mí, con la condición de que no ocupen el lugar que precisan las cosas que vienen allá, adelante.

3 de julio de 2016

Culinaria.

No es casual que los afectos estén, en mi vida, íntimamente relacionados con la comida.

Tengo pasiones -más que años incluso- y siempre termino relacionándolas con las personas que quiero y que fueron o son significativas.

Este mapa mental de recuerdos conecta nombres, comidas, estrellas, fotos, palabras, cartas, viajes -incluso internos- y música. Puedo, sin problema, nombrarte a algún ser querido, y su correspondiente comida favorita, fecha de cumpleaños y signo solar, mi foto preferida con esa persona (en caso de existir), la palabra que mejor la define en mi vida, cuántas cartas o emails le escribí en el intento de comunicar mejor mis emociones, adonde fuimos juntos o qué viaje mental nos conecta y qué canción es la que mejor me la recuerda.

Sin embargo, parece que sí, que elijo la comida como método conector preferido. Si te quiero, alguna vez comimos juntos.

Comer fideos verdes indefectiblemente me lleva a mis tres años y a San Clemente con mamá, papá, mi tía y mis primos.
De mi abuelo absorbí esa costumbre extraña de untar queso en las facturas. Qué viejo grande, siempre comía lo que yo le cocinaba, aunque fuera un asco.
Cuando tomo té con leche, necesito pan flauta para cortarlo en tiras y poder mojarlo ahí, como aprendí de mamá. Ella nunca chorrea el té de la manera asquerosa en que lo hago yo, como si siempre tuviera cinco años.
Cocinar ñoquis o tarta de manzana es sentir a la abuela dando vueltas y tratando de terminar todo ella, desconfiando de mi certeza.
Si quisiera acordarme de papá comiendo, debería ingerir salchichas crudas o tomar Tía María. Y terminar vomitando ante el primer acto, claro.
De algún ex recuerdo los ravioles que hacía la madre, de Eleo su tarta de manzana express y de Manu su íntegra alimentación frugal. Juli es yakimeshi de pollo y Maca es tener jamón y queso en la heladera.

En Montevideo, pensar en Sofi y en la Rusa me hace babear meriendas exageradas. Romi es arrolladitos primavera.
Carla me recuerda tartas de verduras y semillas que me hacen extrañarla un poco. Martín es pizzas que nunca probé o algunas hechas a medias en la parrilla. Ah, y Pepsi.
Giulia es cenas de trabajo que te devuelven a tu casa sin aire y Mari no tiene comida asignada porque es exclusivamente cerveza y porro.
Rodrigo es sopa de letras.

Confirmo, como quien se anima a asegurar cualquier asunto personal aunque a nadie más le importe, que la cocina es el centro de una casa. De las emociones, de las relaciones, de la nutrición.
Y en mi caso, podría hasta decir que es el centro de una persona.

Mamá es nuestro primer contacto con el alimento y quizás los que tenemos problemitas de apego también tengamos alguna conexión especial con la cocina.
Por suerte en mi caso lo mío sería una determinada abundancia, ya que mi vieja siempre me dió todo.

La idea al crecer, es terminar siendo uno mismo su propia madre, sabiendo nutrirse con coherencia y de la mejor manera posible.
Mi manera de nutrirme es comer acordándome de todas las personas importantes de mi vida, esas que nunca voy a dejar de querer.

Es como si el ritual de la comida me asegurara, de alguna ridícula manera, que están siempre conmigo y que yo estoy siempre con ellos.

Resumen.

Mi amor por las estrellas me hizo sacudir el polvo y abrir los ojos ante una posible realidad, que elegí vivir en carne propia y dejar de idealizar.

Un día elegí Montevideo y a los tres meses crucé el charco con tres bolsos. Sola con mi Alma. Y ese fue el primer paso para darme cuenta de que no soy de ninguna parte.

Nací en Campana en los años ochenta -una ciudad fabril llena de historia- meses antes de que Alfonsín fuera electo presidente de Argentina.

Crecí en la casa de mis abuelos y mi familia es enorme, contando inclusive a todos los que viven dentro mío solamente.

Mis mejores recuerdos son en Diciembre. Los peores siguen ahí en un rincón, desbloqueados y libres de enseñarme lo que quieran antes de irse.

Mamá siempre fue mamá y papá. No tengo hermanos de parte de ella pero mi viejo me dió tres mujeres fuertes e intelingentísimas como para no olvidarme nunca de mi apellido.
Mi abuelo también fue mi papá. Es el único al que extraño.

No éramos pobres, aunque no nos sobraba la plata. La clase baja era el lugar común y yo sabía que no podía pedir regalos materiales muy caros. A veces la economía repuntaba y mamá me sorprendía con tal de que yo entendiera que no era que no quería, sino que no se podía.
Crecí a la par de mi empatía y nunca fui una nena caprichosa.

Ser hija única fue la base de mi creatividad y una apertura obligada a mi imaginación desbordante.
Todavía tengo presentes los sueños que tenía a los nueve años y hasta recuerdo la agencia de viajes en la que trabajaba recortando el suplemento de Clarín y ofreciéndole a mis clientes invisibles los mejores destinos, que obviamente yo ya conocía.

También tenía un barco que delineaba con tiza en el piso del patio y que sabía timonear incluso ante la mejor tormenta. Y en mis ratos de soledad prefería que mamá me armara una carpa y allí me internaba, quién sabe procesando qué cosa, tan necesitada de esa protección de útero materno que tal vez todos, en el fondo, a veces extrañamos.
Qué raro el humano.

Aprendí a leer a los tres años y de ahí no paré nunca más. Porque al mismo tiempo empecé a aprender a escribir y descubrí que me desenroscaba mejor de esa manera.

Siempre miré al cielo. De día, de noche, en patios, en jardines, por la calle. Caminando distraída o tirada en el pasto.

Y fue el cielo el que me escuchó llorando, el que soportó mis insultos, el que me aprobó las sonrisas y el que me miró abrazar a los que amo. Fue el cielo el que siempre me dijo cómo seguir y adonde ir. El que me hizo descubrir que no tengo que mirar siempre arriba, porque puedo encontrarlo mirando adentro. Por escucharlo es que hoy estoy donde estoy,

Un día elegí Montevideo y fue la patada inicial al resto del mundo. Porque yo no soy de ninguna parte. Nací en Campana, a ochenta kilómetros de Capital Federal, en Buenos Aires.
Pero también nací para aprender a ser de todos lados.