10 de julio de 2016

Abandónica.

Descubrí que mi modus operandi preferido, es alejarme, abandonar a la gente antes de que ella -en cualquier tipo de relación- me abandone a mí.
Descubrí que soy una especie de mujer abandónica, de cobarde que cuando ve limitaciones sin salida, no se queda esperando ilusa que la respuesta caiga del cielo, o que el otro de repente se sienta diferente. No me quedo esperando soluciones mágicas pero al menos siempre doy opciones, es algo que nunca puedo evitar: buscar alternativas. Sin embargo, las alternativas siempre incluyen algo a mi favor, obviamente, porque las otras opciones que no me benefician no se nombran, están implícitas. Descubrí que no me gusta presionar a nadie y que, entre todos esos motivos, ante la imposibilidad de ejecutar cualquier alternativa a favor de mi felicidad, la mejor salida siempre termina siendo la huída. Quizás no es tal porque no huyo suicidándome con una cobardía fantasma, sino diciendo las cosas, avisando, al menos, que me estoy yendo, que necesito que me permitan desaparecer.
Probablemente absorbí el modo de abandono de mi padre, aunque él jamás me dijo literalmente que se estaba yendo y que no sabía cómo manejar la situación. De todos modos, por más que lo sepamos, las situaciones no siempre son manejables, porque las personas involucradas no lo son. Menos mal.
Descubrí que no quiero a la gente, porque la intensidad con la que vivo las cosas, con la que crecí, con la que hago todo lo que me gusta, con la que respiro, directamente ama. Yo no tengo puntos medios y me cuesta mucho aceptarlos en los demás. Mal yo. Sin embargo, cuando amo, amo el todo como algo más que la suma de las partes, así como me enseñó la Gestalt en la facultad. Y no amo como se aman las parejas ni como se dicen amar los partícipes de una boda: yo amo distinto, porque descubrí que puedo amar con el alma además de amar con el cuerpo y con el ego.
Amar con el alma te cambia la mente. Te hace un “click” lo suficientemente poderoso como para darte cuenta que amás a muchas personas al mismo tiempo, que todos a tu alrededor son tu familia del alma, los que elegiste en esta vida para crecer. Que estén lejos o estén cerca, con vos o  sin vos, lo que más feliz te hace es que todos ellos lo sean, a su manera. Por más que cueste. Que aunque se hayan equivocado o te hayan lastimado, tenés la capacidad de perdonar, de comprender que no todos estamos al mismo nivel deloquesea y que, sobretodo, vos los podés amar igual, porque el amor que tenés dentro del alma no tiene límites ni sabe juzgar o discriminar. Todo tan hippie. Porque vos también te equivocás, a veces también te comportás como una idiota y porque nadie es lo suficientemente sabio en esta vida. Porque vos también lastimás. Y ahí el ego se revuelca en la arena, se quiere dejar morir en el mar porque ya no es suficiente para vos, porque se dió cuenta que podés amar sin incluírlo al cien por ciento. Claro que nunca se va, no serías una persona equilibrada sin ego.
Descubrí que soy distinta simplemente porque todos lo somos. Está en cada uno descubrir, de verdad, qué lo hace diferente. Como cuando sos adolescente y buscás tu identidad, algo así.
A mí me hace diferente poder amar con todo lo que soy y no tener límites para querer a los que me ayudan a crecer, cerca, lejos, de día o de noche, conscientes de ello o no.
Reconozco que estoy tan llena de falencias que no sé cómo empezar a arreglarme. Reconozco que estoy cansada de no tenerme paciencia, de trabajar en mí día a día sin ver resultados o no viendo lo que mi ego quiere ver, tal vez. Estoy tan cansada de mí que tengo que huir para tener otro punto de vista de las cosas.
Y estando lejos miro para adentro y todo eso se va, veo con más nitidez, como cuando me pongo los lentes y todo se aclara de repente.
Como si al fin alguien alumbrara con una linterna.
Hasta que me doy cuenta que la que está alumbrando mi propia oscuridad soy yo.

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