3 de julio de 2016

Culinaria.

No es casual que los afectos estén, en mi vida, íntimamente relacionados con la comida.

Tengo pasiones -más que años incluso- y siempre termino relacionándolas con las personas que quiero y que fueron o son significativas.

Este mapa mental de recuerdos conecta nombres, comidas, estrellas, fotos, palabras, cartas, viajes -incluso internos- y música. Puedo, sin problema, nombrarte a algún ser querido, y su correspondiente comida favorita, fecha de cumpleaños y signo solar, mi foto preferida con esa persona (en caso de existir), la palabra que mejor la define en mi vida, cuántas cartas o emails le escribí en el intento de comunicar mejor mis emociones, adonde fuimos juntos o qué viaje mental nos conecta y qué canción es la que mejor me la recuerda.

Sin embargo, parece que sí, que elijo la comida como método conector preferido. Si te quiero, alguna vez comimos juntos.

Comer fideos verdes indefectiblemente me lleva a mis tres años y a San Clemente con mamá, papá, mi tía y mis primos.
De mi abuelo absorbí esa costumbre extraña de untar queso en las facturas. Qué viejo grande, siempre comía lo que yo le cocinaba, aunque fuera un asco.
Cuando tomo té con leche, necesito pan flauta para cortarlo en tiras y poder mojarlo ahí, como aprendí de mamá. Ella nunca chorrea el té de la manera asquerosa en que lo hago yo, como si siempre tuviera cinco años.
Cocinar ñoquis o tarta de manzana es sentir a la abuela dando vueltas y tratando de terminar todo ella, desconfiando de mi certeza.
Si quisiera acordarme de papá comiendo, debería ingerir salchichas crudas o tomar Tía María. Y terminar vomitando ante el primer acto, claro.
De algún ex recuerdo los ravioles que hacía la madre, de Eleo su tarta de manzana express y de Manu su íntegra alimentación frugal. Juli es yakimeshi de pollo y Maca es tener jamón y queso en la heladera.

En Montevideo, pensar en Sofi y en la Rusa me hace babear meriendas exageradas. Romi es arrolladitos primavera.
Carla me recuerda tartas de verduras y semillas que me hacen extrañarla un poco. Martín es pizzas que nunca probé o algunas hechas a medias en la parrilla. Ah, y Pepsi.
Giulia es cenas de trabajo que te devuelven a tu casa sin aire y Mari no tiene comida asignada porque es exclusivamente cerveza y porro.
Rodrigo es sopa de letras.

Confirmo, como quien se anima a asegurar cualquier asunto personal aunque a nadie más le importe, que la cocina es el centro de una casa. De las emociones, de las relaciones, de la nutrición.
Y en mi caso, podría hasta decir que es el centro de una persona.

Mamá es nuestro primer contacto con el alimento y quizás los que tenemos problemitas de apego también tengamos alguna conexión especial con la cocina.
Por suerte en mi caso lo mío sería una determinada abundancia, ya que mi vieja siempre me dió todo.

La idea al crecer, es terminar siendo uno mismo su propia madre, sabiendo nutrirse con coherencia y de la mejor manera posible.
Mi manera de nutrirme es comer acordándome de todas las personas importantes de mi vida, esas que nunca voy a dejar de querer.

Es como si el ritual de la comida me asegurara, de alguna ridícula manera, que están siempre conmigo y que yo estoy siempre con ellos.

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