22 de septiembre de 2016

Inesperarse.

De repente empecé a llorar. 
Ya no distinguía el agua de la ducha de la propia. Sabía que no era de tristeza, sabía que lo peor ya había pasado: de a poco estaba volviendo a encontrarme y este llanto inexplicable realmente me agarraba de sorpresa.
Los rumbos se estaban dibujando mejor, las nubes disipándose, las trampas del camino estaban comenzando a ser resueltas. Todo comenzaba a tener una reverente claridad. 
Me apoyé la mano en el pecho -como suelo hacer siempre que algo me duele y me hace llorar- y descubrí que estaba llena, que no había nada que doliera, más allá de imágenes propias que juegan sus pasadas por la cabeza, porque imaginación es lo que me sobra. Para lo bueno y para lo aparentemente malo.
Nada me estaba haciendo daño, no había tenido ninguna discusión, ningún odio que me estuviera carcomiendo, nada había que pudiera hacerme quebrar o fallar el naciente equilibrio.
Me sentí inesperada y entonces sonreí. 
Sonreí porque -con la mano en el pecho aún- nada me estaba hiriendo y yo ya no me lastimaba. Sonreí porque en lugar de culpar a mi mente por crearme un infierno, decidí tomarla como aliada, dejar de creer que estamos separadas.
Sonreí porque me dí cuenta que el ego es un juguete y hay que saber cómo usarlo. Porque después de tanta búsqueda, uno se termina encontrando. Y a veces perderse forma parte de equilibrarse.
Sonreí porque seguía sintiendo mis propios latidos y el shampoo ya no me cegaba, nada lo hacía. Yo tampoco.
Sonreí porque decidí abrir los ojos a una nueva realidad, animarme a transformar estructuras que jamás hubiera imaginado tocar siquiera.
Sonreí porque, otra vez, me estoy animando a cambiar. Porque veo el cielo, el sol, la luz.
Porque estoy saliendo de mí como si fuera alguna especie de guarida turbia.
Y ahí me dí cuenta de que estaba llorando de felicidad y me dí permiso para seguir hasta que se me pasara.

7 de septiembre de 2016

Oportunidades.

Me invitaron a mudarme a Alemania para trabajar allá, viajando a Marruecos y Moldavia de vez en cuando. Dije que sí sin pensarlo, estaba loca si me perdía tremenda oportunidad.

La oferta era demasiado tentadora, todo lo que quería estaba incluído implícitamente en ese mensaje de texto: calidad de vida, viajes, una determinada estabilidad económica, comida que al principio sería toda novedad, aprender idiomas, seguir trabajando en algo que no es lo mío pero me reditúa conocimiento y experiencia, cambio de entorno y de rutinas y, sobretodo, alejarme de Uruguay que me estaba quemando los días.
No la estaba pasando bien, todo me dolía, todo me recordaba a él y nunca me había costado tanto superar a alguien: directamente era más fuerte que yo.

Irme era la posibilidad perfecta para escapar de un dolor que no sabía cómo enfrentar ni resolver.
Irme era, entre todas las ventajas materiales, recomponer mi equilibrio emocional.
En treinta y tres años jamás había estado tan rota. En un año y medio de idas y vueltas, cada vez que nos acercábamos nos quemábamos tanto que, al menos yo, terminaba consumida.
Esto era casi tóxico, no podía ser otra cosa.
Me tenía que ir.

Hablé con la embajada, empecé a tramitar los papeles para la Visa, hice listas, muchas listas. De lo que tenía que comprar para irme, de cosas que quería hacer en Uruguay en esos dos meses antes de subirme al avión, de otras que precisaba dejar organizadas en Montevideo (porque claro, al principio pensé en irme del todo pero después mi idea fue aflojando y se convirtió en "dejo todo acá por si quiero volver").
Le conté a mis amigos y no pude evitar escribirle para contarle. Lo tenía que saber.

Decidimos, entre tanta sinceridad y amor cobarde, estar juntos hasta que me fuera. Qué manera de comportarnos como cagones.
El doce de Julio una propuesta me cambió la vida y el diecinueve de Agosto me dí cuenta que mi vida ya había cambiado lo suficiente.
Todo se estaba ordenando de una forma que jamás hubiera imaginado.

Tuve que tener la posibilidad de cambio más drástica de mi vida para abrir los ojos y darme cuenta de lo que realmente deseo.
Tuve que reconocer que en otra lengua no podría desarrollar lo que amo hacer, lo que me hace vibrar el alma.
Tuve que mirarme desde otro país para verme los ojos tristes mirando hacia Uruguay, extrañando a mis amigos.
Tuvimos que sentir que nos perderíamos del todo para animarnos a estar juntos.

Me dí cuenta que irme no sólo me resultaba aterrador ahora, sino que no tendría ningún apoyo emocional. Que yo elegí mudarme a Uruguay y ésta vez alguien estaba eligiendo por mí.
Que acá estoy rodeada de amor, que tengo una familia del alma que elegí, que también tengo las chances de lograr todas esas intenciones con las que vine en Enero del 2015. Que acá estamos juntos.

Tuve que tener el ataque de pánico más grande de mi vida para darme cuenta de que me quería quedar. Tuve que experimentar el deseo de morirme para decidir cómo quería vivir. Para ver que irme solamente representaba un montón de brillitos enceguecedores para alguien que siempre vió a esas oportunidades como algo un poco lejano, imposible. Que eso era seguir dando vueltas sobre el mismo círculo de escaparle a las cosas en lugar de enfrentarlas, que sólo tendría dinero y cosas materiales, que los viajes simplemente serían más accesibles pero trabajando todo el día tampoco iba a vivir la vida loca recorriendo Europa. Que sí, tarde o temprano haría amigos en una sociedad en la que todo es distinto, hasta la hora en la que oscurece en invierno.
No estaba preparada para irme a mi casa a las cinco de la tarde con el sol desapareciendo en el horizonte.
No estaba preparada para seguir en mi modus operandi de ser una adicta al trabajo, que por cumplir sueños materiales iba a dejar las cosas más importantes en otro continente.
No estaba preparada para estar a doce horas de distancia de mi familia de sangre y de Avenida Santa Fe.

No me quise ir. No me fui. No me voy.
Y sé que, pase lo que pase en mi futuro, al menos voy a tener la seguridad de no haberme equivocado de rumbo por elegir el amor de aquellos con los que elijo compartirme, por sobre todas las otras cosas que no me llevaré a la tumba.