14 de octubre de 2016

Descargo.

Hay cosas que usamos para alimentar nuestros miedos. Cosas que buscamos a propósito para darnos la razón y otras que alimentan, por sí solas, nuestras peores fantasías.

Para los que no estamos seguros de nada en la vida, cualquier cosa puede ser una amenaza, porque sentimos que el mundo es un lugar hostil, que salir al exterior lo único que provocaría sería un daño irreparable, que no se puede confiar en nadie y que la sociedad sólo intenta destruirte.

Así, un poco exageradamente y de manera sencilla, funciona la cabeza del inseguro, del ermitaño, del que prefiere quedarse en casa leyendo o aprendiendo cómo ser mejor, o distrayéndose con una película, pero sin tener coraje para salir y generar un cambio en el mundo, porque ya todo está perdido y no hay esperanzas de que algo vaya a cambiar.

No hay ninguna palabra, abrazo o persona que lo convenza de lo contrario: el mundo es una mierda, todos son egoístas y todos quieren alimentar su ego, les importan un huevo los demás. Nadie es honesto, nadie tiene un hombro lo suficientemente fuerte como para bancar toda tu intensidad, todo lo que sentís y el maremoto interno que tenés.

Todo es peligro, todo es una amenaza, cualquier cosa te puede matar por dentro y de allí en más tu vida será solo una cadena de sucesos que te aumenten el daño una y otra vez, hasta dejarte al borde del suicidio, con una neurosis imposible de manejar. Cualquier cosa que hagan o digan la refutás, no creés ni las cosas más hermosas que vivís. No servís para nada, siempre hay alguien mejor. Siempre hay un reemplazo esperando que te corras o esperando correrte de ahí.

Suena trágico, suena exagerado, y tengo que exagerarlo porque los inseguros también sentimos que la gente no nos entiende si no exageramos.
Sentimos tan profundamente y con tanta fuerza, que nos arrolla y nos tira a la orilla para despertar al otro día con una resaca de resentimientos, dolor y decepción, porque aunque no creamos en nadie, siempre terminamos teniendo esperanzas de que hay gente que vale la pena. Y nos decepcionamos porque no somos realistas o porque pretendemos que la sociedad se comporte como nosotros lo haríamos, con nuestros mismos códigos. Cualquier otro comportamiento es una traición. Y aceptarlos es una traición a nuestros propios valores.

El mundo es una mierda.

Para dejar de creer eso, empecé terapia porque ya no podía conmigo. También para descubrir que soy parte del mundo y que si quiero dejar de temerle, tengo que dejar de ser una mierda yo también.

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