17 de noviembre de 2017

Imaginate que te morís.

Imaginate que te morís. O, si no te gusta el estilo trágico, mirá para atrás en tu vida, desde donde estás hoy.

Seguramente lograste algunas cosas, perdiste algunas otras. Tal vez extrañes a alguien, quieras salir de algún lugar en el que estás, estás encaminado con algún proyecto personal, o por mudarte a la casa de tus sueños. Tal vez hasta tuviste algún que otro hijo, terminaste alguna carrera o estás trabajando haciendo lo que amás. Quizás, si te dan la opción de volver a vivir en el pasado o saltar hacia el futuro, prefieras quedarte donde estás, creciendo. Te deseo eso, si te parece.

Pero hacé una retrospectiva: sí, llegaste hasta donde estás, o estás perdido buscando el rumbo de lo que querés hacer en tu vida. Saliste de alguna relación de mierda o renunciaste a un trabajo horrendo. Agradecéte todo lo que te llevó a estar donde estás ahora, porque vos sos el único que se trajo hasta acá. Nadie tiene la culpa si te sentís mal con tu vida, pero seguramente tengas a quien agradecerle la ayuda si estás feliz. Pero sigamos indagando.

Uno de los propósitos del ser humano es ser significante. Ser algo para el otro, o al menos para sí mismo, bastarse. En realidad, el concepto llega hasta el punto de ser significante para la humanidad.
Y acá es donde me pregunto:
¿Qué estás haciendo para ayudar a la humanidad? ¿Te interesa ser parte de algún cambio en el mundo? ¿Alguien te recordará cuando mueras? ¿Das todo de vos o te quedás con algo para que nadie "te supere"? ¿Te hacés cargo de tu parte en esta red de conexiones humanas que habitan el mundo, o te chupa un huevo desperdiciar tu vida?
Si se hiciera un libro contando toda tu vida, desde que naciste hasta que morís, ¿contaría algo interesante? ¿Sería best seller o pasaría desapercibido en algún estante lleno de polvo? ¿Es importante tu vida para vos? ¿Y qué estás haciendo que no te movés por lo que querés? ¿Te parece justo venir al mundo solamente de paseo, y luego morir sin llevarte ningún aprendizaje, o sin dejarle nada importante a la humanidad, a la historia?
¿Te sentís conforme con tu vida, sin aportar a un bien mayor? 

No vamos a ser Mohamed Ali, pero al menos no sería justo pasar desapercibidos.
Todos venimos con una misión al mundo, más allá de que nuestra alma necesita evolucionar.

No venimos a creernos mejores que nadie, a sentirnos superiores sobre el inferior o aquel con menos conocimientos, en todo caso, venimos a ayudarlos a crecer, pero el sentimiento de superioridad no sirve, es un ego que nos arruina cualquier buena intención.
No venimos a soportar la maldad del mundo ni a llorar todas las noches porque todo es una mierda, venimos a hacernos cargo de nuestra propia sombra y a integrarla, a masterizarnos en el arte de ser humanos. Venimos a dejar que nuestro corazón lata y nos guíe por el camino que nos espera, cuando estamos preparados.

Tampoco venimos a sacarnos selfies para evolucionar, ni a buscar aprobación porque no encontramos nuestro propio rumbo; venimos a renacer las veces que sean necesarias hasta encontrarlo.

Venimos a ser mejores personas que nuestros antepasados, que nosotros mismos en una vida anterior; venimos a hacer lo que tenemos que hacer, a ser significantes en nuestra pequeña parte de la historia. Sea grande o pequeño, venimos a dejar nuestro legado y a llevarnos la evolución de esta experiencia terrenal.
Porque sin nuestra pieza, el rompecabezas del Universo no estaría completo.

15 de noviembre de 2017

Hoy es quince.

Hoy hace un año y cuatro meses que decidimos quedarnos.

Cuento los meses como adolescente, como si realmente el tiempo significara todo lo que crecimos, lo que nos animamos, lo que comenzamos y dejamos morir. Todo comienzo tiene un final y nosotros estamos llenos de finales y comienzos. Es eso lo que nos hace renacer, lo que permite que vayamos siempre un poquito más allá, que salgamos de la incomodidad de la zona cómoda, que seamos el hogar del otro.

Si alguien me hubiera dicho que todos los regalos que te hice vivirían en la misma casa que yo, me hubiera reído. Igual sí me lo dijeron y sí me reí y lloré, pero de felicidad, aunque ya sabés que lloro por todo.

Hace más de tres años que el destino nos encontró abrazándonos en la puerta de un bar, mientras sentía que el mundo se acomodaba en ese abrazo, dentro tuyo. Sentía que te conocía de toda la vida, de otras vidas, de otros universos, pero ahora ya sé que es real: vos y yo nos conocimos en otro mundo, en otro tiempo, en otra era. En otra dimensión. Vos y yo no somos de este mundo, somos cósmicos. Y por eso estamos donde estamos, porque somos lo que más le recuerda el hogar al otro, ese mismo hogar de donde venimos.

No necesito decir que no estoy drogada porque ya me conocés. Y eso es lo más lindo: poder ser quien soy sin filtros, ser una niña exploradora, bailar sabiendo que nunca me juzgás, serte sincera con todo lo que me pasa, con los tiempos y espacios que necesito, hablar. Eso fue lo primero que me hizo sentir en casa: tus palabras, nuestra conexión mental.

Hoy miro para atrás y es increíble todo lo que crecimos. Yo ya no soy la misma miedosa que te abrazó en la puerta del bar (soy otra miedosa, jaja) porque con tu amor perdí más miedos de los que supe aprender a perder sola o en terapia.
Porque tu amor me sana y me ayuda a cerrar heridas, a romper patrones de conducta. Porque sos todo el amor que siento dentro, sos mi reflejo, el que más admiro, el que más me enseña y el más incondicional.
Porque sos vos.