31 de agosto de 2018

Liberar el pasado.


Siempre creí que era una persona que vivía en el futuro, porque nunca ignoré mi ansiedad de estar pensando siempre para adelante. Cuando el pasado apareció en mil y una formas para que lidiara con él e integrara sus enseñanzas, me dí cuenta que no había superado una mierda las cosas que más me dolieron, además de la separación de mis padres. 
A mi papá lo perdoné hace mucho, cuando comprendí que él hizo lo que pudo, con las herramientas que tenía en el momento, y además siempre, después de un gran reencuentro, me demostró amor. Y con amor perdonamos todo.
Otro gran dolor que de alguna manera ya no es importante, es el que creé cuando tuve una relación super tóxica con alguien que creía ser dueño de mi vida y de mi cuerpo. Digo "creé" porque no le voy a echar la culpa a él, es decir, fue horrible conmigo y mi jueza interna sin duda lo califica de mala persona, pero yo le dí el ok para que me tratara como él quería. Que me engañara sí, es su responsabilidad.

Pero esos dolores, por más profundo que hayan calado, siento que ya no me manejan, no actúo en base a ellos. Sin embargo, a partir del primer dolor -la ausencia de mi padre- inconscientemente elaboré creencias tales como "no soy suficientemente linda/buena/inteligente, entonces todo el mundo me va a abandonar, en todo tipo de relaciones". Para comprobar esto, atraje varios hombres que se fijaron en mí antes que yo en ellos -cosa que rara vez pasaba- y terminaron desapareciendo, tarde o temprano. Tuve amistades que se alejaron de mí sin darme explicaciones. Esas cosas me hicieron seguir viviendo en la pauta de que yo no era lo suficientemente válida como para que alguien se quedara a mi lado (hasta que llegó Martín y me dió vuelta la historia, así que no me quedó otra que crecer).

Pero tengo grandes heridas que creé y que aún me cuesta resolver. Personas con las que me relacioné hace casi veinte años y que aún siento que reaparecen y vagan en mi mente como fantasmas del peor de los trenes -el del autosabotaje- porque no integré las enseñanzas que trajeron en su momento. Ninguno de mis ex reaparece igual, porque con todos los que tuve relaciones largas terminé cortando por lo sano, como hice siempre: de raíz. Ni siquiera los tengo en redes sociales, pero no por rencor: sencillamente no me interesan nada.
Pero hay alguien que siempre reaparece y me tiene cansada. Que no se malinterprete: no quiero saber de su vida, no quiero estar con él ni verlo, no quiero rehacer nada. Quiero entender. Y lo que tengo que entender no va de su mano, va de la mía, de mi capacidad de olvidar, perdonar y superar la idealización y el apego a quien fui en determinados momentos de mi vida, cuando por primera vez sentía el amor o la felicidad. Esos momentos me hacen aferrarme como si hoy en día no fuera feliz, no me sintiera florecer. Creo que justamente cuando somos felices aparecen escenas de diferentes felicidades para que entendamos.

Pero hay otra persona, y tal vez es la más dañina de mi historia: se llamaba Jessica y me hizo bullying durante los siete años de la escuela primaria, y algunos previos, en el jardín de infantes.
Yo era muy callada, solamente hablaba con mamá y con mi primo César, que querían matarla. Sí, de verdad, se ponían muy reactivos y violentos entonces yo aprendí que alguien siempre me iba a defender y no desarrollé la autodefensa hasta años más tarde.

Jessica era peor que la más mala de las Mean Girls. Siempre burlándose de mi delgadez -era muy flaquita de chica, muy- o de mis dientes torcidos. Nota: recién ahora a los 35 años puedo animarme a ponerme brackets. Al principio fue un tema de dinero, pero luego el dinero apareció y yo seguía sin comprender que soy suficiente. Que valgo la pena, que puedo cuidarme. Recién ahora me hago cargo de mi amor propio, aunque hace casi cuatro años me haya ido de Argentina en pos de lo mismo, de buscar mi amor explorando hacia afuera -porque desde que recuerdo exploro hacia adentro- y experimentando la vida estando sola, sin nadie de mi círculo de familiares o amigos.
En fin, Jessica caló hondo: yo le dí el permiso de tratarme mal (inconscientemente, claro) porque de por sí yo ya no me creía valiosa como para halagos, entonces ella me daba la razón. Como me la dió aquél que me hizo sentir amor por primera vez y luego desapareció. Ambos me daban la razón. Y yo comencé a aprender de verdad cuando aparecieron personas que desafiaron mis creencias y me hicieron abrir los ojos a todo un mundo de amor y valor y no de crítica constante.

Pero con el último eclipse que se dió sobre mi Sol en Acuario, en la zona de mi carta natal que representa al pasado, algo cambió: todas las personas de mi pasado reaparecieron como en el trailer de una película de terror. Yo los guardé tan bajo la alfombra que se hartaron de que ignorara sus gritos y salieron como muertos vivos a arrancarme pedazos del cuerpo. Porque se siente así, como si te despellejaran viva. Sin embargo, no son ellos los que me arrancan pedazos, soy yo. Les estoy devolviendo a todos y a cada uno todas las cosas que me hicieron creer que era, que, mejor dicho, yo creí que me estaban haciendo creer que era.
Cuando me hicieron creer que era una puta por besar a quien se me cantara -oh, wow, si hubiera sido hombre, habría aplausos y no juicios-, cuando me preguntaban si me drogaba porque me vestía de negro y con pantalones anchos -no era lo suficientemente "nena" para los demás-, cuando creían que por ese motivo era lesbiana, y así tengo una gran lista. Cuando Jessica me hizo creer que yo de verdad era fea, desagradable, y que merecía pasar vergüenza. Cuando mis amores desaparecían sin dar explicaciones, demostrando lo poco que valía para ellos. Cuando mis amistades se alejaban y hasta me dejaban de saludar.

Todas estas cosas que dolieron en su momento, reaparecieron para hacerme comprender que sí, que uno crea su vida pero también que la sociedad no se banca la libertad de elección de las mujeres, que para muchos es difícil tener huevos para decir la verdad, que muchas personas tratan mal a los demás porque necesitan sentir alguna emoción, necesitan sentirse bien con algo y que las amistades que se van, te hacen un favor porque ya no comparten tu mismo nivel de vibración (no es casual que las amistades que desaparecieron de mi vida tengan un punto en común: no hacen autocrítica pero viven criticando a los demás).

Yo nunca fui la responsable de las acciones de los demás sobre mí, pero sí de como interpreté y permití esas acciones, de lo que hice con ellas. Y ahí están los pedazos de piel que me arranco y les devuelvo: son creencias que ya no me pertenecen, porque son de ustedes. Se las devuelvo. 
Esta es mi manera de reencontrarme con mi esencia y de salir de mi cueva de hibernación al mismo tiempo que el Sol se va acercando al planeta.

Vivimos en relaciones. Vivimos aprendiendo de los demás como espejos, así que vivimos aprendiendo de nosotros mismos. Si somos capaces de comprender que sólo reconocemos y vemos en los demás lo que tenemos guardado dentro, si podemos ser conscientes de aquello que los demás se acercan a enseñarnos, si somos capaces de abrir los ojos a que atraemos lo que somos y lo que permitimos, si somos capaces de mirar hacia adentro en lugar de hacia afuera y de entender que somos 100% responsables de todo lo que sucede en nuestras vidas, si somos lo suficientemente abiertos para dejar de culpar y criticar a los demás, entonces algún día podremos dejarles a las generaciones que siguen un mundo un poquito menos difícil para transitar. 

24 de abril de 2018

Estaba sentada en un banco alto o parada, no recuerdo bien. Miré hacia abajo y tenía sandalias marrones, de esas atadas. Mi túnica era blanca con adornos bordados en dorado, en los bordes de las mangas. Frente a mí, varios hombres y uno en especial que me desafiaba. Yo tenía poder interno y él tenía poder político, se creía más poderoso por eso.
Me miraba sonriendo cínicamente y yo me enojaba, no sabía controlar la ira que me provocaba.

Miro mis manos y sobre cada dedo flotaba una estrella, que luego se convierte en un planeta: estaba manejando energía universal, lo sabía todo. Antes del descubrimiento de los planetas más alejados, yo ya sabía que existían, pero nadie me creía, nadie me escuchaba. Mejor dicho, sí, me escuchaban cuando respondía sus preguntas pero no les interesaba nada más, nada más que lo personal, que la ayuda hacia ellos mismos. Yo tenía mucha información que nadie supo valorar.
Y en la Grecia helenística los hombres no confiaban en todo lo que los oráculos tenían para decir, porque sólo querían escuchar si ganaban o perdían, todo lo demás era relevante y yo encima era mujer.

Volví a mirar hacia abajo mientras acariciaba una serpiente y la provocaba para que me mordiera la mano: era así como sabía todo. En lo más recóndito de mí tenía las respuestas pero debía permitir que me mordieran, que la Pitón me hiciera abrir más los ojos, que algo me doliera para obtener la verdad. Y es así, la verdad siempre duele, sobretodo cuando sos inmortal. Como la verdad de ver a Grecia destruída después de 600 años, la verdad de que jamás me entregaría a los romanos, ni le daría la razón a ese traidor, al que me miraba dentro del oráculo. Y me fui. Me senté a llorar en un rincón y simplemente me fui.

Cuando llegaron los soldados encontraron mi cuerpo sin vida y yo los miraba desde lejos con el alma