29 de marzo de 2015

Los domingos extraño despertarme con el olor a salsa, y bajar la escalera cuando los fideos caseros ya están listos.

Extraño encerrarme sola atosigándome a té y caricias a la gata.

Extraño los ladridos insoportables de Valentín, avisando que hay alguien caminando en la vereda.

Extraño invitar a mis amigas, cocinarles tacos y charlar hasta la madrugada, mirando películas bizarras.

Extraño el perfume de mi mamá o el olor del perro recién bañado. El olor al pasto que Edu recién cortó y el ruido de la cerca cuando llegaba de trabajar.

Extraño vivir sola.

Sin embargo, poniendo todo en una balanza emocional, elijo todo lo que vivo ahora.

Vivo en un lugar donde madrugo cada día, aunque me cueste, para ir a un trabajo que ni siquiera se torna rutinario, con gente que además de aceptarme laboralmente, me abrió las puertas de su vida.
Voy de lunes a viernes, a una oficina donde tengo amigos.

Vivo donde tengo naturaleza cerca, donde puedo escuchar las olas y adormecerme en una playa o en la rambla si quiero.

Vivo en un lugar que, lejos de ser una metrópolis, está lleno de oportunidades y de calma.

Vivo donde el silencio se encuentra en cualquier parte, porque descubrí que en realidad lo llevo conmigo.

Vivo donde encuentro todo lo que busco: amigos, un trabajo genial, la posibilidad de corregir y darle forma a mi amor por la escritura, aprender astronomía, desarrollar mi amor metafísico por los astros y donde puedo dar de mí todo eso que me gusta y, calculo, he venido a dar.

Vivo en una ciudad muy parecida a mi lugar en el mundo.

Vivo donde ya no tengo límites.

Vivo donde tengo libertad.

Vivo.
Y eso me basta.

14 de marzo de 2015

Desapegarse.

El desapego es una tarea que parece difícil.

Uno cree que no puede vivir sin tal o cual cosa, sin tal persona, si no está en tal lugar.
Y es todo mentira, porque es lo mejor que podemos hacer para crecer, para arrancarnos de raíz, para salir de la comodidad, para desafiarnos.

Sin embargo, de a poco, se va olvidando de las cosas materiales.

Uno recuerda solamente las que va necesitando, pero nada que sea de vida o muerte, nada que no tenga solución.

Recuerda algunos rincones de la habitación donde ha guardado libros, donde dejó algo especial que está extrañando, las cajas con cd´s o las que llenó de películas. Esas cosas.

Pero se va olvidando cómo dejó acomodada la cama. Qué había sobre la cómoda, qué guardó en qué cajón...como si el juego de la memoria fuera cada vez más cruel.

Y tal vez ni siquiera sea la memoria: es la vida, esa añejada vida que se va suplantando por la nueva; los olores que se van esfumando, porque los nuevos están saturando el aire; los latidos del corazón que se apagaban cada día y que hoy resuenan cada vez más fuertes, casi asegurándole a uno que eligió bien, que no se equivocó al tirarse al vacío; que está viviendo la vida que soñó, porque se animó a realizarla.

Pero hay cosas que no se olvidan nunca: la manera de sentirse estando al lado de los que ama, el sonido de sus risas y sus ojos. Qué brujería que jamás se borren los ojos de los que uno quiere.

Las miradas de amor de todos esos que están lejos, a los que se le deben miles de abrazos, no, definitivamente no se van nunca de la mente.

Y eso también hace que cada día valga la pena.

9 de marzo de 2015

No extrañar.

No, no extraño.
No sé si es temporal, o si será de por vida.
No sé si es parte de ser quien soy, o si sólo es parte del momento que vivo.
No sé nada.

Sólo entiendo que soy de las personas que dejan el pasado atrás, cuando cierra etapas, pero que esta vez el pasado es parte de lo que soy hoy, como persona, en mi presente. Que la etapa que cerré, fue mi vida allá, pero que me traje todos los recuerdos conmigo.

Entiendo que mis raíces son mi hoy. Que las personas que amás nunca son parte del pasado, porque siempre están con vos.

Entiendo que me forjé en una ciudad que ya no me gusta, que ya no me llena, pero que contiene a todos aquellos que me hacen feliz, que me dieron todo, que me criaron, que me moldearon, que me dieron la mano para que aprenda, para sostenerme, para levantarme, para caminar conmigo, y que luego me la soltaron para que viva lo que elijo.

Entonces extraño momentos, olores, sensaciones al tacto. Nada más.
Creo necesitar mis libros, mis películas, o esas otras cosas que elegí dejar, todo aquello de lo que me desapegué.
Creo necesitar todo eso, pero puedo vivir sin tenerlo. Lo estoy haciendo, de hecho.
Debe ser que me estoy acomodando, de a poco. Y que sé que igual los voy a ir a buscar, o me los van a traer. O no.

Pero a veces me pongo un poco melancólica. No, repito, no es porque extraño.
Es porque vivo procesando.
Porque sé que soy humana, porque necesito de las palabras de afecto, de los abrazos, de las cenas en casa, de mis rincones y mis momentos a solas, de la terraza.

Es porque quiero acariciar a Valentín aunque me ladre, porque quiero decirle a mi mamá que la amo pero en la cara, porque quiero hacerles una torta de algarroba a mis amigas, porque quiero cenar con mi prima y mis sobrinos, charlar con mi hermana, ver cómo crecen los hijos de mis otras amigas, hacer mermelada, acostarme en el pasto del patio, decorar mi casa con los cuadros que hace Juli riéndonos mirando Cualca, tomar cerveza hasta debilitarnos con Analía, tener sesiones psicológicas con Sole, o con Maca y Sofi.

Momentos, extraño momentos.

Pero después salgo a la calle, huelo el río, recuerdo que elegí correr con mis propios lobos, y me doy cuenta que llegué sola hasta Montevideo, que nada me hace más fuerte que lograr lo que me propongo,y que algo -o todo- me trajo hasta acá.

Y acá me quedo, por lo menos hasta nuevo aviso.