Tenía menos de once años, cuando en
la escuela me hicieron leer “El túnel” de Sábato y Bioy
Casares, y lo amé. Tanto lo amé, que me inspiró a escribir otro de
mis cuentos, porque en aquel entonces soñaba con ser escritora y
desarrollar historias que atraparan a los demás tanto como ésa me
había atrapado a mí.
Usualmente basaba mis cuentos pequeños
en libros que había leído y luego los desarrollaba para el lado que
me gustara o la mente me guiara.
“El túnel” inspiró a un cuento
profético. Le digo así porque es verdad, escribí una parte de mi
propia vida, una parte que desde chica soñaba y sólo al ir
cumpliéndola fue que me dí cuenta.
Resumiendo, todo ocurría en una ciudad
costera, una pareja de amigos que luego se enamoraban se iban de
vacaciones y encontraban un cuerpo, algo así.
Lo poco que conocía de Uruguay para
ese entonces, eran los departamentos de Canelones y Durazno,
simplemente por la obvia relación con la comida, de modo que nada de
lo que voy a contar era conocido por mí, así que la magia empieza
ahora.
La ciudad costera se llamaba Solymar.
La inventé con obviedades, sí, y hasta creo recordar que amaba el
nombre sólo porque yo “lo había inventado”. Qué gracioso, la
verdadera Solymar queda dentro del departamento de Canelones.
Lo que ocurría luego, esa parte de
encontrar el cuerpo, el crimen, ocurría dentro de un faro. No,
claramente tampoco sabía que desde Solymar se ve la Isla de Flores
con su faro y que tiene historias algo trágicas, incluyendo a la
dictadura uruguaya del '33. Ni que iba a tener un amigo que vivía
ahí y que sería quien es hoy en mi vida.
Tampoco imaginaba que me iba a mudar a una ciudad costera -lo que siempre soñaba cada vez que me iba de vacaciones a la costa bonaerense-, y que la puerta de casa iba a estar custodiada por una planta de lavanda gigante, mi aromática favorita.
Tampoco imaginaba que me iba a mudar a una ciudad costera -lo que siempre soñaba cada vez que me iba de vacaciones a la costa bonaerense-, y que la puerta de casa iba a estar custodiada por una planta de lavanda gigante, mi aromática favorita.
No tenía cómo saber a esa edad, que todo lo que estaba escribiendo era parte de mi futuro. Lo que escribía lo hacía con deseo, siempre situándome en el papel principal, siempre deseando ser yo la que viviera eso, la protagonista.
Y hoy lo soy. Nunca me quedó tan claro
eso de que si trabajás por tus sueños, los hacés realidad.
O tal vez simplemente soy una persona
muy afortunada, qué se yo.
Me mudé y además con el amor de mi
vida -otra historia divertida del destino- y ahora vivimos a dos
cuadras y media de la playa, en Solymar.
Y si camino un poquito hacia la costa,
el faro me hace un guiño anunciando que todo es como tenía que ser:
lleno de magia.