14 de marzo de 2015

Desapegarse.

El desapego es una tarea que parece difícil.

Uno cree que no puede vivir sin tal o cual cosa, sin tal persona, si no está en tal lugar.
Y es todo mentira, porque es lo mejor que podemos hacer para crecer, para arrancarnos de raíz, para salir de la comodidad, para desafiarnos.

Sin embargo, de a poco, se va olvidando de las cosas materiales.

Uno recuerda solamente las que va necesitando, pero nada que sea de vida o muerte, nada que no tenga solución.

Recuerda algunos rincones de la habitación donde ha guardado libros, donde dejó algo especial que está extrañando, las cajas con cd´s o las que llenó de películas. Esas cosas.

Pero se va olvidando cómo dejó acomodada la cama. Qué había sobre la cómoda, qué guardó en qué cajón...como si el juego de la memoria fuera cada vez más cruel.

Y tal vez ni siquiera sea la memoria: es la vida, esa añejada vida que se va suplantando por la nueva; los olores que se van esfumando, porque los nuevos están saturando el aire; los latidos del corazón que se apagaban cada día y que hoy resuenan cada vez más fuertes, casi asegurándole a uno que eligió bien, que no se equivocó al tirarse al vacío; que está viviendo la vida que soñó, porque se animó a realizarla.

Pero hay cosas que no se olvidan nunca: la manera de sentirse estando al lado de los que ama, el sonido de sus risas y sus ojos. Qué brujería que jamás se borren los ojos de los que uno quiere.

Las miradas de amor de todos esos que están lejos, a los que se le deben miles de abrazos, no, definitivamente no se van nunca de la mente.

Y eso también hace que cada día valga la pena.

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