3 de agosto de 2017

Sol y mar.

Tenía menos de once años, cuando en la escuela me hicieron leer “El túnel” de Sábato y Bioy Casares, y lo amé. Tanto lo amé, que me inspiró a escribir otro de mis cuentos, porque en aquel entonces soñaba con ser escritora y desarrollar historias que atraparan a los demás tanto como ésa me había atrapado a mí.
Usualmente basaba mis cuentos pequeños en libros que había leído y luego los desarrollaba para el lado que me gustara o la mente me guiara.
“El túnel” inspiró a un cuento profético. Le digo así porque es verdad, escribí una parte de mi propia vida, una parte que desde chica soñaba y sólo al ir cumpliéndola fue que me dí cuenta.

Resumiendo, todo ocurría en una ciudad costera, una pareja de amigos que luego se enamoraban se iban de vacaciones y encontraban un cuerpo, algo así.

Lo poco que conocía de Uruguay para ese entonces, eran los departamentos de Canelones y Durazno, simplemente por la obvia relación con la comida, de modo que nada de lo que voy a contar era conocido por mí, así que la magia empieza ahora.

La ciudad costera se llamaba Solymar. La inventé con obviedades, sí, y hasta creo recordar que amaba el nombre sólo porque yo “lo había inventado”. Qué gracioso, la verdadera Solymar queda dentro del departamento de Canelones.

Lo que ocurría luego, esa parte de encontrar el cuerpo, el crimen, ocurría dentro de un faro. No, claramente tampoco sabía que desde Solymar se ve la Isla de Flores con su faro y que tiene historias algo trágicas, incluyendo a la dictadura uruguaya del '33. Ni que iba a tener un amigo que vivía ahí y que sería quien es hoy en mi vida.
Tampoco imaginaba que me iba a mudar a una ciudad costera -lo que siempre soñaba cada vez que me iba de vacaciones a la costa bonaerense-, y que la puerta de casa iba a estar custodiada por una planta de lavanda gigante, mi aromática favorita.

No tenía cómo saber a esa edad, que todo lo que estaba escribiendo era parte de mi futuro. Lo que escribía lo hacía con deseo, siempre situándome en el papel principal, siempre deseando ser yo la que viviera eso, la protagonista.

Y hoy lo soy. Nunca me quedó tan claro eso de que si trabajás por tus sueños, los hacés realidad.
O tal vez simplemente soy una persona muy afortunada, qué se yo.
Me mudé y además con el amor de mi vida -otra historia divertida del destino- y ahora vivimos a dos cuadras y media de la playa, en Solymar.
Y si camino un poquito hacia la costa, el faro me hace un guiño anunciando que todo es como tenía que ser: lleno de magia.