22 de octubre de 2014

Demasiada imaginación.

Podría describir los aspectos y planetas de mi carta natal, que provocan que viva, desde la infancia, con una imaginación demasiado fructífera.
Suena delicioso, sí, pero no lo es tanto.

Como hija única, eso de alguna manera me ayudó a soportar la soledad, a ir entendiéndola, y a evadirla, también.
Pero me causó el problema de que, los recuerdos que tengo de aquel entonces, en gran parte, no son reales.

Me acuerdo perfectamente de los juegos que inventaba y de lo creativa que era, con tal de evitar el aburrimiento.

De la casa que me construí con pedazos de ladrillos -que habitaba con mi familia "del futuro"- del barco que delimitaba con tizas en el piso, jugando a que vivía en él mientras viajaba por el mundo; de la agencia de viajes en la que trabajaba, y que armé recortando avisos y notas de turismo de los diarios; de la pileta riñón, que en realidad era un mar donde yo vivía con sirenas y Tritón; y hasta de la carpa que mamá me armaba en el patio, y donde elegía recluirme por horas. Amaba esa carpa hecha de maderas y sábanas.

La fantasía siempre incluía tener mi propio lugar, aunque fuera nómade, con mi familia, con ésa que soñaba construir.

Recuerdo todo eso, como si hubiera pasado hace horas. Ése mundo que inventé para refugiarme o entretenerme, es mucho más visible en mi mente, que las cosas que realmente pasaron.

No las ignoro, porque sé que hay muchas cosas que fueron reapareciendo con el tiempo, porque debía solucionarlas o comprenderlas, para convertirme en la mujer que hoy soy.
Pero la imaginación me ayudaba a no sentirme tan sola, tan aislada.

Ésto no quiere decir que no tenía amor, para nada. Mi mamá y mis abuelos me dieron todo el cariño que alguien puede pretender cuando es chico. Y más.

Sin embargo, reitero, en todos mis juegos, siempre contaba con algún compañero de viaje. A veces, incluso hasta tenía hijos, que iban conmigo adonde quisiera.

A pesar de estar enamorada de mi imaginación, a veces me juega malas pasadas, cuando la dejo demasiado libre.
Tuve que aprender a ponerle límites, porque sino no me deja rendir en el trabajo, o peor, idealizo personas o situaciones que no existen, o que no están conmigo. Sí, aún hoy.
Reconozco la gravedad del problema. Pero también lo abrazo, porque sino no sería yo, ni podría escribir, ni pintar, ni diseñar, ni crear.

Ahora estoy releyendo el libro que le dió nombre al blog, porque lo necesito.
En el 2011, tenía los mismos síntomas de pánico que tengo ahora, antes de dejar a un novio. Y que tuve en el 2010, antes de dejar un trabajo, para independizarme.
En ambas etapas, éste libro (junto a algún otro complementario), me ayudó a seguir. Me dió impulso, la fuerza necesaria.
Las dos etapas, resultaron cambios maravillosos.
Aunque igual los llevé a cabo, de haberlo sabido, no hubiera temido tanto.

Así fue como, leyendo un cuento, me fui. Me fui por ahí. Colgué, como quien dice. Divagué.

Entonces sé que voy a tener una hija mujer, y luego un varón.
Sé que a ella le voy a leer estos cuentos, para que no olvide nunca su naturaleza salvaje, su Yo instintivo, su alma. Para que siempre se escuche.

Sé que en su mesa de luz, va a haber un globo terráqueo de esos que se iluminan. Y que, a medida que transcurre la lectura del cuento, le voy a ir señalando los lugares que van apareciendo.
Sé que ella se va a maravillar, y me va a preguntar si algún día va a poder conocerlos.
Claro que le voy a decir que sí, que va a conocer todos los lugares del mundo que ella quiera, si así lo desea.

Entonces me abraza, la beso, y salgo de la habitación apagando la luz.

Y bajo las escaleras para ir a hacerme un té, sonriendo con el pecho vibrante, mientras la mujer salvaje dentro mío, le aúlla a la Luna, al símbolo del afecto, de la madre.
Aúlla y me confirma que tomé las decisiones correctas, que dí todo por seguir mis sueños, escuchándola.
Que no hice oídos sordos a lo que el Universo esperaba de mí.

Que, en pos de descubrir mi propósito y mi camino en esta vida, seguí las huellas que me iba dejando, me animé a correr con los lobos, mientras fui tierra fértil, para formar mi propia manada.

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