Nos estamos muriendo constantemente. Siempre. A toda hora.
Desde que se plantea nuestra existencia en la mente de nuestros padres. A cada
momento.
Estamos diseñados para morir.
Somos concebidos, nacemos, crecemos, fallecemos.
Nos estamos muriendo cuando cumplimos años. Estamos un año
más cerca de dejar de existir como seres humanos.
Nos estamos muriendo, en partes, constantemente.
Nuestra niñez muere para darle paso a la adolescencia, ésta
muere para darle paso –en el mejor de los casos- al adulto, el adulto muere
para dejarle lugar al anciano.
El anciano muere, para hacerle espacio…a otro ser humano en
la tasa de natalidad.
Nos estamos muriendo cuando tenemos un orgasmo.
Cuando somos padres, cuando terminamos un libro (vaya muerte
terrible si las hay), cuando cambiamos de trabajo, cuando nos separamos de
alguien, cuando nos mudamos.
Estamos muriendo y renaciendo constantemente, porque el
universo es cíclico, porque todo es dual, porque no hay muerte sin vida y
viceversa.
Nos estamos muriendo cada día, a cada hora, en cada minuto.
Creemos que vivimos, cuando lo único que estamos haciendo,
es estar más cerca de la muerte.
Podría extenderme tratando de filosofar de qué se trata la
muerte en sí, pero no es el asunto que me compete ahora mismo.
Quiero dejar en claro, que nos olvidamos, que nos ocultan,
que nos hacen creer que está todo bien, que la felicidad es el fin último de la
existencia, que la risa nos salvará, que las cosas pueden esperar y podemos
dejarlas para después, cuando, al fin y al cabo, todos nos vamos a morir, y
nada de lo que no hiciste en esta vida, podrá ser llevado a cabo cuando
abandones todo atisbo de vitalidad.
Hay personas que viven con el terror de la sola idea de su
propia muerte. Personas que ignoran tal conocimiento. Personas, como yo, que se
obsesionan con cualquier proceso de vida-muerte-vida, y que se dedican a
estudiar a fondo, de investigar o al menos se intentan explicar de qué se trata
todo esto.
Y que nunca llegan a ninguna conclusión tangible, porque la muerte es como la vida, incorpórea, es un concepto, es algo que viene y se va cuando quiere, es como el aire, pero inesperada. O esperada, ya no sé.
Y que nunca llegan a ninguna conclusión tangible, porque la muerte es como la vida, incorpórea, es un concepto, es algo que viene y se va cuando quiere, es como el aire, pero inesperada. O esperada, ya no sé.
Algunos dejan huella, algunos pasan desapercibidos. Todos
mueren. Todos tenemos el mismo final.
Nos estamos muriendo y no nos damos cuenta.
Y en el vértigo del que abre los ojos a esta realidad,
solemos actuar como desesperados.
Pensamos que hay que vivir la vida al máximo, exprimirla,
correr tras lo que nos provocará alguna satisfacción, que siempre será momentánea,
porque todo lo bueno se acaba, porque la soledad y el desasosiego de haber
obtenido tan rápido lo que deseabas, te dejan al borde mismo del abismo de
algún tipo de muerte.
En el camino que hacemos con las ansias de comernos el
mundo, lastimamos al resto, hacemos daño, somos egoístas.
Sólo cuando entendemos que las personas que nos rodean,
también se van a morir, podemos tener un pequeño dejo de lucidez, que nos
permite actuar sin tener que herir al otro, pedir perdón, conocer la ley del
karma, intentar hacer lo mejor que podemos en el camino hacia nuestras metas,
objetivos, sueños. Porque estamos acá para aprender, calculo yo, hacernos cargo
de nuestra propia vida, y, por ende, de nuestra propia muerte.
Nos estamos muriendo. Quería recordárselos.
La felicidad es efímera. Lo bueno es efímero. La vida es
efímera.
Nos estamos muriendo por hacerle culto a un cuerpo físico, a
un cuerpo mental, olvidándonos de intentar, por lo menos, averiguar si hay algo
más allá, si hay algo después de esto, si venimos con alguna finalidad última o
es un simple viaje de placer y autoconocimiento, que luego se perderá entre los
cajones y la tierra de algún ridículo cementerio.
Nos estamos muriendo y nos enseñan, entretanto, a ser buenas
personas.
Nos enseñan cuestiones éticas, morales y sociales, que sólo
aniquilan poco a poco nuestra naturaleza salvaje, e intentan moldear un lado
más amable y apacible.
Pero preciso recalcar, que no hay nada más vivo y más
seductor, que un ser humano con plena conciencia de su origen, de su ferocidad,
de su mortalidad. Porque eso no quiere decir que sea mala persona, sino todo lo
contrario. (¿Qué es ser buena persona??)
Nos estamos muriendo, y no hay nada más necesario que darnos
cuenta de ello.
En el trayecto hacia la muerte, que dura toda la vida, podés
aprovechar a hacerte dueño del camino, a saber que tenés libre albedrío para
elegir, a correr, a cantar, a bailar, a deleitarte con un buen plato de comida, a gritar cuando pasa el tren, a aventurarte, a no
perder oportunidades significativas, a respirar con fuerza, a abrazar, a viajar, a nadar, a reír, a leer, a escribir, a moverte, silenciarte, escucharte, conocerte, descubrirte.
Y creo que el amor viene como un bálsamo, a tratar de
sacarnos un poco del hastío que nos genera saber que, hagamos lo que hagamos,
igual nos vamos a morir.
Entonces no queda otra que impulsarnos a dar amor, a recibirlo, a perdernos un poco en el otro, creyendo inútilmente, que así podemos dejar de ser tan volátiles.
Entonces no queda otra que impulsarnos a dar amor, a recibirlo, a perdernos un poco en el otro, creyendo inútilmente, que así podemos dejar de ser tan volátiles.
Cuidarlo, como si eso lo protegiera de desaparecer algún
día.
Podés aprovechar a arriesgarte cuando vale la pena alguien
que pueda hacer de tu camino tan corto, algo un poco más eterno. Y te haga
compañía, y te haga creer que no estás tan solo.
Es todo una ilusión, y es todo tan efímero, y es todo tan
sencillo, y es todo tan complejo cuando lo tergiversamos.
Porque cuando sabés que, de un momento a otro, podés dejar
de existir, aprendés a mirar la vida con otros ojos.
Con los ojos del que descubre la magia de cada día como si
fuera un niño, con las ansias de buscar esos momentos –aunque efímeros- de
felicidad, con el ímpetu para llevar adelante todo aquello que se te ocurre
lograr, porque, al fin y al cabo, haya reencarnación o no, ésta vida es una
sola.
Y desperdiciarla sin aprovechar el conocimiento, el
empoderamiento que nos da sabernos mortales, me parece una idiotez.
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