Reaccioné a la tarde sobre un sillón incómodo, con vendas en las heridas y dolor de cabeza. A mi lado, sobre una silla, un vaso con agua hacía de médico.
Quise sentarme pero no fue posible: tenía los pies
encadenados al mueble.
Probé aflojar las cadenas intentando sacar una pierna,
primero suavemente y luego con ímpetu. La imposibilidad de escapar me llenó los
ojos de lágrimas, me entristeció tanto sentirme rendida que tuve que reconocer
que mi final estaba escrito.
Estaba desesperándome cuando entró, dejó por la madera sus
pisadas húmedas de barro y fue directamente hacia mí. Se sentó sobre mis
piernas y me miró de frente, tomando mi cara y acercándose tanto como para
quebrarme el cuello con un sólo movimiento. Pude observar en detalle aquellas
pecas sobre su nariz, que dibujaban la constelación de Orión, como un presagio.
Quise mordérsela. Él, mientras tanto, se limitó a lamer mi boca a lo largo, quitándose
la sed.
No estaba tan segura de querer salir de las cadenas ahora,
hasta que sacó unas llaves de su bolsillo, y abrió el candado.
Separó mis piernas y se recostó sobre mí, con algo parecido
a la ternura, sin dejar de hacer lo mismo que hizo con mi boca, pero esta vez
por todo mi cuello, sosteniéndome los brazos por sobre mi cabeza.
Posteriormente se levantó, y se alejó. Mis emociones sufrían
altibajos que no eran comprensibles por la mente humana, que de a poco parecía
desaparecer. Cada momento en que intentaba recuperar la cordura, me volvía a
hundir inmediatamente en el tormento.
A continuación levantó una abertura del piso y bajó dentro
del hueco, confirmando el sótano que mi cabeza sugirió con el golpe, y salió a
los pocos minutos con pedazos de carne despellejada que no supe reconocer.
El instinto de supervivencia reapareció mientras lo miraba
cocinar estos confusos trozos.
Dí unos pasos con pausa en dirección a la salida, mientras lo veía
de espaldas, y mi escape casi se ve frustrado cuando percibió mi figura reflejada
en la ventana frente a la mesada.
Giró la cabeza, me miró sobre su hombro derecho, levantó su
brazo al tiempo que sostenía una cuchilla y señaló la puerta.
Nuestra comunicación no verbal era tan fantástica que dudé
de la factible posibilidad de salir de allí. Pero lo hice.
Caminé intentando ubicar desde dónde había venido, aunque me
encontré perdida.
Cerré los ojos procurando adivinar y oí un portazo.
Estaba viniendo por mí.
Estaba viniendo por mí.
2 comentarios:
Felicidades por el texto!, "desnudarse", siempre es un acto de valentía.
"Mis emociones sufrían altibajos que no eran comprensibles por la mente humana"...
"Nuestra comunicación no verbal era tan fantástica"...
Como lector me interesa precisamente el desarrollo de esas áreas, la subjetividad de los personajes.
Slds.
Muchas gracias!! Es lindo que a alguien le llegue lo que uno tiene dentro. Abrazo!
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