En algún momento hicimos el acuerdo.
Consciente o inconscientemente.
Dejamos que el otro tome las riendas de aquello que nos molesta.
A veces, es algo inevitable.
A veces, puede evitarse a medias.
Otras, del todo.
Pero tenemos que saber con quién hacemos el acuerdo, y no sólo esperar que el otro nos tenga en cuenta y piense como o por nosotros.
Si es alguien que nos quiere y le importa el bienestar de la relación en común -cualquiera sea el tipo de relación que exista-, el acuerdo implícito será de respeto.
Primero tenemos que aprender a poner el freno, saber cuándo parar eso que nos está destruyendo alguna emoción por dentro.
Eso que nos callamos para evitar confrontaciones o, incluso, la realidad.
Tenemos que sacar lo que nos pasa. Aunque creamos que es para mal, si nos paramos en la luz, nada que provenga de ella nos generará un malestar perdurable. Todo pasa. Y todo lo que viene en el camino, para adelante, siempre es para mejor.
Hay personas a las que no les interesa lastimarnos. Hay quienes prefieren hacer siempre lo que quieren y se olvidan de respetar al otro. Y eso ocurre quizás demasiado.
Muchos saben lo que nos duele, y pretenden enfadarnos.
Sin embargo, cuando respondemos en silencio, les extraña nuestro comportamiento, que solía ser explosivo y devenía en errático.
Y en este caso, creo yo, el silencio es nuestro mejor aliado.
Si el otro malinterpreta el mensaje, va a repetir aquello que nos lastimó.
Si lo entiende, sabe que éste silencio sólo está acumulando dolor que estamos intentando sanar por las buenas. Y que si no sana, en algún momento y por algún lado, estalla.
Ahí es cuando el silencio nos carcome por dentro. Ahí es el momento exacto en el que tenemos que parar la bola de nieve.
Porque de todos modos el otro no es adivino, pero tampoco es tonto.
Una cosa es que dejemos pasar algo algunas veces.
Otra, es que se convierta en algo constante y no logremos soportarlo, y sigamos en silencio por miedo.
Miedo a qué? Si algo debe ser, será. Y sino, simplemente desaparecerá de nuestras vidas.
Personalmente, me impongo la prueba del futuro: soportaría todo esto el resto de mi vida?
Si la respuesta es no, entonces hay que tomar al toro por las astas y renovar el contrato.
Cuando las cosas son una cadena de sucesos insoportables, cuando el otro ya ignora nuestro malestar, cuando sigue haciendo lo que le apetece sólo porque no pueda dar algo o dejar de hacer algo, por mínimo que sea, por el otro, entonces vamos por mal camino.
El ser humano, en gran porcentaje, ya no piensa en el del al lado.
El egoísmo, que sólo genera gente caprichosa e inmadura que siempre quiere salirse con la suya; la soberbia de creerse mejor o más importante que hace que los demás se te alejen; la mala predisposición a ponerse en el lugar del otro, que nunca induce a la comprensión de la vida o sentimientos ajenos, van poco a poco calando en los huesos de una sociedad cada vez más revolucionada por poderes como el dinero, la tecnología, y los medios -abarrotados de mensajes sexistas, que cada vez hunden más la autoestima femenina-, y que está siendo, de a golpes, menos marcada por el afecto y el respeto al otro.
Quizás ya esté cansada de luchar contra la corriente y un medio como éste sea el lugar donde me saco la campera llena de mierda para sentirme un poco mejor.
Pero aún así, la sociedad me decepciona día a día y ya no encuentro esperanzas de que alguna vez, nos propongamos hacer de este mundo, uno sin personas que tienen la necesidad de pasar por encima a otro, de la manera que sea, para sentirse felíz.
De que algún día, hagamos de esta Tierra el paraíso que nos prometieron y que supimos destruir.
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