11 de julio de 2016

Monedas.

El domingo que nos conocimos encontré una moneda cuando caminábamos hacia la rambla. Las monedas son la forma personal de comunicarme que tengo con el universo, son como señales. Estoy loca, sí, pero cada vez que encuentro una es porque estoy enroscada en algo, preocupada o dubitativa, y las monedas aparecen como confirmación de que todo va a estar o está bien. Es como el "quedate tranquila" de mamá, pero a la distancia y tangible.

Apenas lo ví me pareció buena persona, uno presiente esas cosas. La cara de bueno, la mochila al hombro, el sol de las seis de la tarde. Nunca supo ni sabrá qué fue lo primero que pensé al verlo, pero de seguro no fue nada que no le gustaría saber.

Un poco me emborraché y otro poco me drogué en la playa mientras atardecía, porque yo no soy de ocultar mi personalidad para caerte bien: me aceptás como soy o no me aceptes. Mal no le caí porque eran alrededor de las diez de la noche cuando estábamos mirando la Luna llena en la terraza de casa. Un par de besos y una cena después salió por la puerta para volver a entrar unas cuantas veces más. Tengo la costumbre de que me cueste cerrar la puerta si te hacés querer.

Tuvo que pasar algo de tiempo para darnos cuenta de que no buscábamos lo mismo y de que a mí, como siempre, me costaba vivir el presente sin pensar a largo plazo. Nos dijimos "chau" una semana antes de mi cumpleaños, un poco empujados por mi cabeza que no me permitía seguir en esa situación que veía algo desequilibrada.

Claro que después Montevideo lo acercó de nuevo porque acá existe esa cosa en el aire, un nosequé que te acerca y aleja de las mismas historias una y otra vez, como si no pudieras desprenderte hasta haber aprendido la lección, como si te obligara a dejar de amputar personas de tu vida cada vez que querés sanar u olvidar.

No importa nada más, estamos a destiempo y eso no se ajusta de un día para el otro, ni de un Febrero a un Julio. No es fácil.
No es fácil, nunca, alejarte de los que querés cuando la distancia no es suficiente.
No es fácil aceptar que a veces las relaciones son algo raras, retorcidas, y que por más encendidas que estén nada podés hacer vos para desviar al destino de lo que tiene que ser, o no.
A veces el amor no es lo que esperamos, sin embargo de alguna loca manera, es. Porque si no sintiera algo de amor, del tipo que sea -grande, chico, de amistad, de pareja, de compañeros de camino un rato- yo no te abro las puertas de mi casa ni te dejo abrazarme y dormir en mi cama cuidándome de las pesadillas.

Tengo que aprender a escribir finales aceptando que las personas pueden seguir formando parte de mi vida igual, porque de alguna manera en esta ciudad o me encontré con personas muy buenas o realmente no puedo hacer el corte tajante que estaba acostumbrada a hacer. O quizás algo crecí.
Pareciera que Montevideo es una ciudad llena de historias que no van a ningún lado, pero tal vez porque en realidad la que estaba un poco perdida era yo.

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