24 de febrero de 2025

Por qué hago rituales.

No tengo nada en Virgo en mi carta natal. Tampoco tengo planetas en mi casa 6. Mi Mercurio está en casa 3 y en Capricornio. Por ende, nunca entendí el caudal de energía virginiana que tengo, hasta que conocí la astrología dracónica.

En esa carta, que, en pocas palabras, habla de la evolución de nuestra alma en esta encarnación, tengo la Luna en Virgo en conjunción a Neptuno. Todo me hizo sentido, aunque esa mirada astrológica no hable necesariamente de lo mundano…pero es que todas las cuestiones del alma siempre terminan transparentandose en nuestro cotidiano.

Virgo es un signo de bienestar, de salud, organización y rutinas. Hacer rituales lo relaciono mucho con esa energía, porque el arquetipo virginiano representa al ser libre de condicionamientos, siguiendo su propia naturaleza. Y es eso lo que impulsa a ritualizar: los ritmos internos, las mareas emocionales, las estaciones, los ciclos de la Luna y el Sol, pero especialmente, la propia intuición.

Llegan momentos en la vida donde algo nos pide cambio, evolución, transformación. Si estamos suficientemente atentos, podemos escuchar a nuestro cuerpo marcándonos el camino; pero si la mente nos domina, siempre será la que nos diga que cambiar es para tontos, que lo más seguro es seguir siempre igual, que la inestabilidad de la transformación te hará encontrarte con cosas de las que no querés responsabilizarte; o que la evolución es una farsa y que lo único seguro es lo conocido, lo demás es atemorizante, en vano.

Siendo seres que tenemos un sexto sentido primitivo -instinto animal- pero también consciencia sobre el mundo espiritual, desarrollar nuestra intuición puede convertirse en la práctica más fiel para avanzar en la vida.

Y es eso lo que hago cuando hago rituales:

-Me abro a recibir lo que la vida pide y mi ser necesita integrar, cambiar, transformar, es decir, a responsabilizarme de lo que tiene que mutar para dar lugar a algo nuevo que pide nacer, así sea dejar ir algo o crear

-Escucho lo que la intuición me dicta sobre el armado del altar, la limpieza, si algo está sucio o fuera de lugar, y dejo todo listo

-Me sumerjo en las creencias que aparecen al respecto de lo que se está movilizando con el ritual y armo una secuencia de tapping para liberarlas

-Si es necesario, utilizo mis ejercicios favoritos de expansión somática para complementar o aumentar el nivel de cambio, pero también diversas técnicas de manifestación pueden acompañarme para entrar en el estado donde ya soy la persona que vive con esa manifestación en su realidad, en lugar de “esperar a convertirme en”.

Ritualizar termina convirtiéndose así en un momento de encuentro conmigo misma, de autodescubrimiento y cambio interior para crear mi realidad a mi manera, y no como aprendí a crearla.

Ritualizar es una forma de vivir, no un momento suelto en la línea de tiempo de nuestra vida.

La presencia de Buda.

Era noviembre de 2011, hacía días había puesto punto final a una relación que había sido hermosa pero me había desgastado, y comencé a escribir mucho más en mi blog, lo que me llevó a descubrir muchas cosas de mí misma.

Amaba leer a Cortázar con su imaginario, a Allende, tan inspiradora con sus 8 de enero.

Pero más que leer, yo amaba escribir. Tanto, que cuanto más me sumergía en mi nueva soltería, más ahondaba en mí misma, en mis gustos, en tomar vino leyendo tirada en el sillón o en observar a la sociedad y luego reflexionar en mis escritos sobre eso.

Amaba escribir.

Soñaba con ser una autora publicada, lo que me recordaba los cuentos que escribí de niña y que se perdieron en un incendio, con tantos otros recuerdos que sólo quedaron en mi interior.

Mientras escribo esto, miro por la ventana. La higuera llena de frutos invoca a los pájaros como un ritual primitivo, y los hay de todo tipo: naranjeros azules brillantes, sabiás con sus pechos naranjas, cotorras verde limón y calandrias que se pelean por los mismos higos.

Siempre que la miro pienso en la iluminación de Buda, bajo una higuera como ésta, en el plenilunio del mes taurino.

Me imagino lo que se sentirá la iluminación, algo que fue mi motivación durante muchos años de mi vida. Ese estado de paz, de calma, de empatía y comprensión de todo lo que es. Esa certeza interior de que todo está en el camino correcto y es perfecto tal como es.

Esa presencia. Presencia.

Lo que me pide mi hijo cada día cuando me llama a jugar con él.

Lo que me saca de la mente y de mis miedos.

Lo que enciende a mi intuición.

Y lo que me hace poder sentarme a escribir para purgar mis emociones o terminar, por fin, el primer capítulo del libro que se publicará este año.

Me he convertido en escritora sin darme cuenta.

O quizás es que siempre lo fui y necesitaba que alguien creyera en mí para terminar de hacerme cargo.