"Estábamos enamorados y nos casábamos en algún país lejano, una isla en lo posible, donde los papeles de ese mismo casamiento no valían acá en Argentina, y teníamos uno o dos hijos, y vivíamos en una casa re re linda llena de arte.
Y trabajábamos de lo que nos gustaba, y no nos quejábamos, y nos acostábamos tarde y nos levantábamos con ojeras gigantes por haber pasado toda la noche "haciendo la porquería".
Nos aprendíamos el kamasutra y nos revolcábamos como animales.
Mirábamos muchas películas y series e invitábamos a amigos que se sentían a gusto en nuestra casa.
Cocinábamos juntos e inventábamos platos extraños.
Yo escribía, y pintaba, y patinaba, y nadaba y vos hacías todas esas cosas que te llena el alma hacer.
Y nos sentíamos a gusto, cómodos, en pertenencia, pero sin ponernos asfixiantes.
Teníamos nuestra individualidad y nuestras libertades.
Cada mañana me despertaba y te acariciaba y me sonreías. Te besaba los lunares.
Nos charlábamos, filosofábamos, nos escuchábamos, nos entendíamos y nos preparábamos fernet.
Y aprendía a tocar la guitarra y te cantaba todas esas canciones que canto cuando pienso en vos."
Así era ese mundo idealista e imposible que seguro viví alguna vez en otra vida, y que se me cruzó por la cabeza en cuestión de segundos.
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