Salí casi tres años con un hombre completamente desagradable.
Todavía les juro que no entiendo cómo pude haber estado tan ciega, tan inocente.
No sólo era una persona horrible en general, sino que tenía pensamientos de facho y actuaba como tal.
Me trataba como tal.
Yo era bastante boludita, lo reconozco.
Calculo que estaría enamorada (aunque ahora mirándolo desde afuera, eso era más miedo a estar sola que amor).
Recuerdo noches en las que discutíamos y yo terminaba hecha un bollito en un rincón, llorando a mares y queriendo solucionar todo, antes de dormir o de irme a mi casa.
El hijo de puta ni un abrazo.
Una tarde andábamos haciendo no sé qué por la calle, y yo tenía una mochila a cuestas, me acuerdo que la había comprado en un recital de Attaque 77, cuando era una buena banda.
Obviamente tenía el frente estampado con el logo de la banda y el de la gira que habían hecho en ese año.
Decidimos ir a comer.
El lugar en cuestión no era súper top (estamos en Campana, hola), osea que íbamos derecho, así como estábamos.
Me preguntó porqué no íbamos a su departamento a dejar mi mochila.
Respondí que no, que tenía la billetera y mis cosas.
Se enojó.
Empezamos a pelear en la calle (ay dios mío, me hacen eso hoy en día y me separo) de porqué tenía que llevar la mochila, que quedaba horrible, qué cómo iba a ir a ese lugar con esa cosa colgando de mi espalda.
Y yo retrucando que porqué le importaba lo que pensaran los demás, que yo soy feliz así y que me deje ser, sobretodo porque ese cuestionamiento me parecía la pelotudez más grande del mundo.
Fue el principio del fin.
Gracias a dios y a esa mochila que todavía guardo.
Cuán imbécil se pone la gente cuando les importa el qué dirán.
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