Ser hija única.
Volcar el agua de la pava de juguete, mientras "cebaba mate" en tu cama.
Cruzarnos "a lo de la tía Chiqui".
Pelearme con mi primo Pancho y terminar llorando siempre.
Jugar con "la Piqui", sin imaginarme que años después desenterraría sus huesos jugando a la antropóloga.
Que siempre la abuela termine regalando mis perros.
Visitar a la (bis)abuela Cresencia.
Las Fiestas con toda la familia unida.
Mis primas Macarena y Sofía. Zárate.
Vaciar el baúl de los juguetes y encerrarme adentro para asustarte.
Sentarme en la vereda recién bañada y peinada, y durar menos de quince minutos quieta y limpia.
Jugar al elástico usando las piernas del abuelo y una silla.
La tarta de manzana de la abuela Rosa.
Los ñoquis y las galletitas que hacía para todos (mentira, las hacía para el abuelo).
Verlo llorar cuando jugaba Boca. Preocuparme cuando la presión le hacía sangrar la nariz.
Preguntarte llorando si nos vamos a meter en la guerra, cuando en la tele escuchaba las noticias de la Guerra del Golfo.
Contestarte mal, porque siempre fui una mal arreada y parece que competimos a ver quién tiene el carácter más podrido.
Robarte todos los materiales para hacer artesanías.
Coserle ropa a las Barbies con esa máquina de coser que me regalaste, y todavía guardo, blanca y rosa.
Escribir cuentos de terror.
Hacer la carpa con maderas y sábanas en el patio.
Construirme la casita con ladrillos en el fondo.
Los veranos en el patio de atrás de casa, a la sombra de esa planta que estaba llena de hormigas que picaban feo. Mate para ustedes, facturas con queso untable, chocolatada para mí. Pileta hasta tarde.
El queso y dulce.
Las noches en la vereda.
Ése sopapo que bien merecido tenía.
Los premios por dejarme hacer nebulizaciones.
Las figuritas.
Mis otras primas Analía y Lucía.
Jugar casi siempre sola. Incentivar la imaginación.
Haber heredado tu creatividad para todo: para el arte, para divertirme, para la vida misma.
Escuchar todo, siempre. Saber todo sin que me lo cuentes.
Que me enseñes inconscientemente a seguir mi intuición.
Que seas mi profesora de manualidades, de arte, de reiki, de yoga. De la vida.
Actuarte como ese personaje inventado que era "La Frunci".
Mi hiperactividad.
Las caricias de Daniel en la espalda.
Edu. Matías.
El incendio. Las cosas que perdí. Las que gané.
El club. Los amigos que conocí allá y todavía conservo.
San Clemente a mis tres años. Quedarnos de la tía Isabel.
Comer fideos verdes de esos que me gustaban tanto.
Volver a mis nueve. La llamada de la abuela. Mi ataque de pánico.
Que me vayas a buscar a la escuela cuando murió el abuelo.
Que me dejes visitar a mi familia paterna.
Crear el lazo que creé con mi prima Caro.
Que la abuela Amalia siempre me defienda.
Que papá falle siempre con las promesas que me hacía.
Que a veces no se haya acordado de mi cumpleaños.
Que siempre termine llorando.
El viaje a Mendoza.
La facultad.
Y todo lo que vino después.
Miles de cosas más que no recuerdo o que son demasiado íntimas.
Todo eso, tantos recuerdos, todo lo que hiciste por mí, cómo te rompiste el alma para criarme bajo condiciones bastante complicadas.
La mujer que hoy soy, "es" gracias a vos.
Cuánto laburaste para darme lo que necesitaba, y cuando podías, más.
Cuánto me amás.
La gente que siempre estuvo a nuestro lado.
Los que se fueron, y los que se alejaron.
Los que aparecieron y se quedaron.
Hoy almuerzo fideos verdes.
Los fideos verdes son mi infancia.
Son tu amor hacia mí.
Son lo que soy, son parte de mí, son Ale.
Quiero ser por lo menos la mitad de mujer que sos vos.
No te das una idea lo que te admiro.
Cómo admiro y agradezco lo fuerte que fuiste siempre.
Todo lo que me diste y me seguís dando día a día aunque no nos veamos.
Cómo me dejabas abrazarte cuando estábamos tristes.
Te amo con el alma.
Y no, no es ni tu cumple ni el día de la madre.
Es domingo.
Y estoy comiendo los fideos verdes sola.
Creo que crecí un poco.
Igual extraño tus pastas con salsa.
El domingo que viene almuerzo allá.
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