12 de septiembre de 2013

Té con leche.

Me interno en la cama porque estoy cansada.
Me veo los últimos capítulos de una serie nueva, otros viejos de otra que me gusta mucho.
Pero sigo cansada, se me cierran los ojos.
Miro las series y creo que no voy a pensar.

Insisto en que no pienso, pero sí, el inconsciente sigue funcionando, hay algo que no se calla, que no permite que me relaje.

Me quiero dormir.
Apago la compu, saludo a mi novio hasta mañana.

Pero me duele demasiado la cabeza, ésa, la que estuvo pensando de todos modos.
Lloriqueo entre las sábanas y pienso en porqué todo se me hace tan difícil últimamente, en porqué no puedo finalmente estar en paz. Conmigo y con los otros.

Me levanto, me pongo a buscar ideas para mi nuevo proyecto de cuadernos artesanales, leo blogs.
Me hago un té con leche, deseándolo con galletitas rotas adentro, herencia de mamá.

Y cuando vuelvo caminando hacia la compu, me doy cuenta de cuánto me gusta ese color que tiene, ése "té con leche" que, no sé porqué, con sólo mirarlo me calma. Lo huelo, ya con las galletitas es inconfundible.

Me doy cuenta que mis preocupaciones son sólo futuras y que no las puedo controlar, que todo me dice hace meses que sólo fluya y deje fluir.
Que suelte.

Y sigo pensando en que el té con leche, me hace acordar a mi vieja y entonces se me pasa todo, como si ella a veinte cuadras de distancia lo supiera, y me estuviera diciendo que todo va a estar bien y que, por mi salud, deje ya de pensar tantas estupideces.

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