10 de octubre de 2023

La cicatriz

A mis doce años me caí en la bici y me hice un agujero nosécómo en la pierna. Esa fue mi primera cicatriz, la lucía con orgullo. Sentía que era por aventurera.

A mis veintitantos haciendo sandboard me crucé con una piedra a la altura de mi mano. La cicatriz aún sigue, la aventura quizás fue un poco más agreste. 

A mis cuarenta me operaron por primera vez, tuve mi primera anestesia y mi primera cirugía. Pero yo estaba consciente. El efecto de la anestesia me adormeció de la cintura para abajo y me hizo sentir tanto frío que no paré de temblar en esos minutos en los que duró la operación. O sí. Quizás dejé de temblar cuando escuché el llanto de mi hijo del otro lado del separador, que se calmó cuando lo acercaron a mi cara y le dí la bienvenida con las palabras más transformadoras que pude haber expresado alguna vez: "Bienvenido al mundo, hijo, acá está mamá".

Y ahora guardo la cicatriz que más me dolió pero que permitió que además de abrir mi cuerpo, se me abriera el alma, se me expandieran la vida y el corazón. 
Aún no entiendo mi rol. Mi mente no termina de procesar que ese ser humano pequeño se calma en mis brazos, llora para que lo alimente con aquello que nace de mí, me necesita.

Hace mucho no escribía, en general. Mucho menos en este blog.
Siento que vuelvo a mí cuando escribo en esta especie de diario íntimo público, una cosa extraña que aún no comprendo porqué mi ego la necesita para sentir que vuelve a sí.

Porque escribiendo siempre siento que vuelvo a casa.

Y con una cicatriz nueva, escribir se hace tarea impuesta para evitar que el caos de la maternidad me desborde. Un caos que da comienzo a cosas nuevas, como todo desorden creativo lo hace.

Un caos que es mitad infierno y mitad paraíso. Que es humano y terrenal al mismo tiempo, y que saca lo más primitivo de mí, casi hasta desconocerme.

Será que, al final, esto sólo fue una pausa porque nunca dejé de correr con lobos.

9 de septiembre de 2021

Siempre hay un precio que pagar

A veces me paralizo ante la hoja en blanco.

Quisiera ser Loki, tener el don de la verborragia y el disfraz aunque no tenga nada para decir. Pero el problema es que siempre siento que tengo algo que escupir.

El universo que se mueve dentro no encuentra vía para la expresión, y eso que siento que nací para esto: para dejar salir las palabras.

Este espacio siempre ha sido el lienzo en blanco de muchos años de búsqueda personal, de autoconocimiento, de permitirme vomitar todo eso que me rugía dentro. Y lo abandoné, como en la vida se abandonan muchas cosas, por otras, por vergüenza, o tal vez porque preferí escribir más hacia adentro y mostrar menos hacia afuera. O porque convertí mi escritura en un trabajo de la mano de las estrellas.

Me pregunto, me sigo preguntando, qué es lo que a los que escribimos nos despierta las ansias de publicarlo, de mostrarlo, de editarlo, imprimirlo. Entregarlo. Creo que me respondo allí, en medio de esa búsqueda frenética de explicaciones, que lo que nace de mí no me lo quiero quedar para mí solita. Lo entrego, como entrego todo cuando amo, sin filtro. Con la esperanza de que llegue a un otro que sienta que lo necesitaba leer. 

O quizás es por simple narcisismo, y no hay tanta vuelta que darle.

Aunque eso es complejo, porque buscar lo simple es lo más complejo que existe. ¿Cómo van a ser las cosas así porque sí? ¿Cómo van a suceder sincronías que no tengan explicación? ¿Cómo puede ser que vivamos en un mundo carente de sentido, lleno de lógica y raciocinio solamente? ¿Cómo no vamos a creer que todo es complejo porque de otra manera no podríamos creer en la magia?

Soy intensa. Sé que he sido demasiado asfixiante, agotadora y extremadamente crítica conmigo misma. A veces lo sigo siendo, me es difícil dejarme en paz.
Sé que he sido todo lo que no quise ser y también lo que sí, e incluso sé que estoy agotada de reinventarme. Pero, otra vez, casi como al final de cada invierno, vuelvo a salir de la cueva. Lo necesito, ansío con una especie de hambre el contacto con el mundo exterior, aquel que detrás de una pandemia supo aislarnos mientras nos hacíamos pedazos.

Quiero encontrarme con mis amigas de toda la vida aunque estemos en diferentes países. Quiero invitarlas a cenar, compartir nuestras historias, las cosas extrañas que vivimos y lo ilógico que parece el mundo ahora. Quiero viajar, disfrutar de mil comidas diferentes, hablar todos los idiomas.

Quiero abrazar hasta que se me debiliten los brazos, reírme hasta la madrugada en lugar de vivir encerrada creando y trabajando, porque son mis zonas cómodas. Quiero volver a la incomodidad del mundo, de estar viva y de no entender nada.

En realidad estoy melancólica. Me siento como un tango grabado en un cassette cuya cinta se enreda y comienza a sonar graciosa. Me siento a destiempo, extrañando una ciudad de la que alguna vez huí, buscando un futuro mejor. Porque por eso nos vamos los que nos vamos: sentimos que el lugar donde nacimos no tiene mucho más que ofrecernos. Aunque en realidad somos nosotros los que ya nos cansamos de buscarle la vuelta.

Tal vez es verdad eso de que muchas personas buscan su lugar en el mundo, porque necesitan sentir que alguna casa, algún nuevo hogar, los espera junto a su sentido de pertenencia.

El problema es cuando sentís que nunca pertenecés a ningún lado. Que extrañás tu patria, lo que te hace argentina, pero no volverías. Que extrañás cada lugar que conociste, pero no te mudarías. 

Entonces es probable que lo que uno extrañe sea quien fue en un determinado momento y en un determinado lugar. Se puede volver a los lugares pero no a quien se fue, ni a sentir lo que se sintió.

Yo ya sabía que ese era el precio por vivir en otro país: el dolor del desapego y la distancia no se sana nunca.

Pero no me imaginaba que el dolor del paso del tiempo, tampoco.

10 de enero de 2019

Hoy.

Nacemos puros, para ser domesticados y que nos inculquen la culpa y los miedos al dolor y a la muerte. Y así, cuando despertamos, nos pasamos la vida -en camino hacia la muerte- intentando liberarnos de esos miedos y contenido inútil que sólo nos limitaba.

No tiene sentido. Nada existe. Nada de todo lo que nos rodea es real ni va a perdurar en el tiempo.
Todo es pasajero.
Es triste aceptar que nada de nosotros quedará en el camino, únicamente el conocimiento, las historias, los mensajes. Para ser significante o recordado, tenemos que intentar que nuestro legado no sea material.

Mis cuadernos se quemarán, los libros serán heredados, las cosas serán vendidas o regaladas, la ropa será donada. Nada de lo que me rodea tiene sentido o me pertenece. Nada es mío, todo es temporal, de nada soy dueña, más que de mi cuerpo, mis experiencias y lo que hago con ellas.

Somos únicamente energía, vibración manifestada. Creemos que lo material nos da seguridad, cuando en realidad es lo primero que se corrompe. Se corroe. Nos abandona.

Esto es sólo un viaje y es una pena que, antes de venir, tengamos que haber perdido la memoria, porque nos pasamos todo el camino intentando recordar.

Estamos aquí por un segundo de la historia y luego nos esfumamos, nadie nos recuerda, nada queda. Venimos a darle algo al planeta, a la humanidad, un pequeño grano de arena que es nuestra colaboración, y nos vamos. Hola, gracias, adiós.

Sólo existe la energía, la vibración, la luz.

Yo misma, ahora, mientras comprendo esto con la Mente (que no es lo mismo que el cerebro) estoy vibrando tristeza. Me siento decepcionada, engañada. Pero eso no será todo.

Toda la vida es una mentira, pero toda la vida es una verdad, porque la verdad es personal.

La existencia parece un juego vil y macabro, porque cuando más amamos a la vida, es cuando nos hacemos conscientes de su finitud.
Estoy, entonces, haciéndome amiga de la muerte. Del Ángel de la Muerte.
No porque quiera morir, sino todo lo contrario.

Antes tenía hambre de vivir, hambre de experiencias.
Antes = hace dos horas.
Ahora no tengo expectativas. No tengo sueños. No tengo ilusiones ni esperanzas.
Pero no se aterren, no me siento mal por eso.

Sé que lo material no dura, que mi cuerpo tiene fecha de caducidad, que esta materia se pudrirá.
Nada me pertenece. Nada es real. Todo fue creado y ES gracias a la vibración. A la energía.

Energía de amor.

Al no tener nada, entonces, me siento libre.
Pero no libre con alegría o excitación, sino libre en paz.
No espero nada.
Todo me sorprende.
Todo fluye.
Me he rendido ante la vida y ante la muerte. Ante la realidad de la no-realidad.
Todo lo creo -de crear- segundo a segundo.
En el presente.
Es lo único que existe, en todas las dimensiones y los tiempos de existencia.

El presente. El regalo. El amor.

Hoy volví a renacer, como tantas otras veces.
Hoy, y a partir de hoy, sólo SOY.

Y eso me hace libre de vivir fuera de la pesadilla.

31 de agosto de 2018

Liberar el pasado.


Siempre creí que era una persona que vivía en el futuro, porque nunca ignoré mi ansiedad de estar pensando siempre para adelante. Cuando el pasado apareció en mil y una formas para que lidiara con él e integrara sus enseñanzas, me dí cuenta que no había superado una mierda las cosas que más me dolieron, además de la separación de mis padres. 
A mi papá lo perdoné hace mucho, cuando comprendí que él hizo lo que pudo, con las herramientas que tenía en el momento, y además siempre, después de un gran reencuentro, me demostró amor. Y con amor perdonamos todo.
Otro gran dolor que de alguna manera ya no es importante, es el que creé cuando tuve una relación super tóxica con alguien que creía ser dueño de mi vida y de mi cuerpo. Digo "creé" porque no le voy a echar la culpa a él, es decir, fue horrible conmigo y mi jueza interna sin duda lo califica de mala persona, pero yo le dí el ok para que me tratara como él quería. Que me engañara sí, es su responsabilidad.

Pero esos dolores, por más profundo que hayan calado, siento que ya no me manejan, no actúo en base a ellos. Sin embargo, a partir del primer dolor -la ausencia de mi padre- inconscientemente elaboré creencias tales como "no soy suficientemente linda/buena/inteligente, entonces todo el mundo me va a abandonar, en todo tipo de relaciones". Para comprobar esto, atraje varios hombres que se fijaron en mí antes que yo en ellos -cosa que rara vez pasaba- y terminaron desapareciendo, tarde o temprano. Tuve amistades que se alejaron de mí sin darme explicaciones. Esas cosas me hicieron seguir viviendo en la pauta de que yo no era lo suficientemente válida como para que alguien se quedara a mi lado (hasta que llegó Martín y me dió vuelta la historia, así que no me quedó otra que crecer).

Pero tengo grandes heridas que creé y que aún me cuesta resolver. Personas con las que me relacioné hace casi veinte años y que aún siento que reaparecen y vagan en mi mente como fantasmas del peor de los trenes -el del autosabotaje- porque no integré las enseñanzas que trajeron en su momento. Ninguno de mis ex reaparece igual, porque con todos los que tuve relaciones largas terminé cortando por lo sano, como hice siempre: de raíz. Ni siquiera los tengo en redes sociales, pero no por rencor: sencillamente no me interesan nada.
Pero hay alguien que siempre reaparece y me tiene cansada. Que no se malinterprete: no quiero saber de su vida, no quiero estar con él ni verlo, no quiero rehacer nada. Quiero entender. Y lo que tengo que entender no va de su mano, va de la mía, de mi capacidad de olvidar, perdonar y superar la idealización y el apego a quien fui en determinados momentos de mi vida, cuando por primera vez sentía el amor o la felicidad. Esos momentos me hacen aferrarme como si hoy en día no fuera feliz, no me sintiera florecer. Creo que justamente cuando somos felices aparecen escenas de diferentes felicidades para que entendamos.

Pero hay otra persona, y tal vez es la más dañina de mi historia: se llamaba Jessica y me hizo bullying durante los siete años de la escuela primaria, y algunos previos, en el jardín de infantes.
Yo era muy callada, solamente hablaba con mamá y con mi primo César, que querían matarla. Sí, de verdad, se ponían muy reactivos y violentos entonces yo aprendí que alguien siempre me iba a defender y no desarrollé la autodefensa hasta años más tarde.

Jessica era peor que la más mala de las Mean Girls. Siempre burlándose de mi delgadez -era muy flaquita de chica, muy- o de mis dientes torcidos. Nota: recién ahora a los 35 años puedo animarme a ponerme brackets. Al principio fue un tema de dinero, pero luego el dinero apareció y yo seguía sin comprender que soy suficiente. Que valgo la pena, que puedo cuidarme. Recién ahora me hago cargo de mi amor propio, aunque hace casi cuatro años me haya ido de Argentina en pos de lo mismo, de buscar mi amor explorando hacia afuera -porque desde que recuerdo exploro hacia adentro- y experimentando la vida estando sola, sin nadie de mi círculo de familiares o amigos.
En fin, Jessica caló hondo: yo le dí el permiso de tratarme mal (inconscientemente, claro) porque de por sí yo ya no me creía valiosa como para halagos, entonces ella me daba la razón. Como me la dió aquél que me hizo sentir amor por primera vez y luego desapareció. Ambos me daban la razón. Y yo comencé a aprender de verdad cuando aparecieron personas que desafiaron mis creencias y me hicieron abrir los ojos a todo un mundo de amor y valor y no de crítica constante.

Pero con el último eclipse que se dió sobre mi Sol en Acuario, en la zona de mi carta natal que representa al pasado, algo cambió: todas las personas de mi pasado reaparecieron como en el trailer de una película de terror. Yo los guardé tan bajo la alfombra que se hartaron de que ignorara sus gritos y salieron como muertos vivos a arrancarme pedazos del cuerpo. Porque se siente así, como si te despellejaran viva. Sin embargo, no son ellos los que me arrancan pedazos, soy yo. Les estoy devolviendo a todos y a cada uno todas las cosas que me hicieron creer que era, que, mejor dicho, yo creí que me estaban haciendo creer que era.
Cuando me hicieron creer que era una puta por besar a quien se me cantara -oh, wow, si hubiera sido hombre, habría aplausos y no juicios-, cuando me preguntaban si me drogaba porque me vestía de negro y con pantalones anchos -no era lo suficientemente "nena" para los demás-, cuando creían que por ese motivo era lesbiana, y así tengo una gran lista. Cuando Jessica me hizo creer que yo de verdad era fea, desagradable, y que merecía pasar vergüenza. Cuando mis amores desaparecían sin dar explicaciones, demostrando lo poco que valía para ellos. Cuando mis amistades se alejaban y hasta me dejaban de saludar.

Todas estas cosas que dolieron en su momento, reaparecieron para hacerme comprender que sí, que uno crea su vida pero también que la sociedad no se banca la libertad de elección de las mujeres, que para muchos es difícil tener huevos para decir la verdad, que muchas personas tratan mal a los demás porque necesitan sentir alguna emoción, necesitan sentirse bien con algo y que las amistades que se van, te hacen un favor porque ya no comparten tu mismo nivel de vibración (no es casual que las amistades que desaparecieron de mi vida tengan un punto en común: no hacen autocrítica pero viven criticando a los demás).

Yo nunca fui la responsable de las acciones de los demás sobre mí, pero sí de como interpreté y permití esas acciones, de lo que hice con ellas. Y ahí están los pedazos de piel que me arranco y les devuelvo: son creencias que ya no me pertenecen, porque son de ustedes. Se las devuelvo. 
Esta es mi manera de reencontrarme con mi esencia y de salir de mi cueva de hibernación al mismo tiempo que el Sol se va acercando al planeta.

Vivimos en relaciones. Vivimos aprendiendo de los demás como espejos, así que vivimos aprendiendo de nosotros mismos. Si somos capaces de comprender que sólo reconocemos y vemos en los demás lo que tenemos guardado dentro, si podemos ser conscientes de aquello que los demás se acercan a enseñarnos, si somos capaces de abrir los ojos a que atraemos lo que somos y lo que permitimos, si somos capaces de mirar hacia adentro en lugar de hacia afuera y de entender que somos 100% responsables de todo lo que sucede en nuestras vidas, si somos lo suficientemente abiertos para dejar de culpar y criticar a los demás, entonces algún día podremos dejarles a las generaciones que siguen un mundo un poquito menos difícil para transitar. 

24 de abril de 2018

Estaba sentada en un banco alto o parada, no recuerdo bien. Miré hacia abajo y tenía sandalias marrones, de esas atadas. Mi túnica era blanca con adornos bordados en dorado, en los bordes de las mangas. Frente a mí, varios hombres y uno en especial que me desafiaba. Yo tenía poder interno y él tenía poder político, se creía más poderoso por eso.
Me miraba sonriendo cínicamente y yo me enojaba, no sabía controlar la ira que me provocaba.

Miro mis manos y sobre cada dedo flotaba una estrella, que luego se convierte en un planeta: estaba manejando energía universal, lo sabía todo. Antes del descubrimiento de los planetas más alejados, yo ya sabía que existían, pero nadie me creía, nadie me escuchaba. Mejor dicho, sí, me escuchaban cuando respondía sus preguntas pero no les interesaba nada más, nada más que lo personal, que la ayuda hacia ellos mismos. Yo tenía mucha información que nadie supo valorar.
Y en la Grecia helenística los hombres no confiaban en todo lo que los oráculos tenían para decir, porque sólo querían escuchar si ganaban o perdían, todo lo demás era relevante y yo encima era mujer.

Volví a mirar hacia abajo mientras acariciaba una serpiente y la provocaba para que me mordiera la mano: era así como sabía todo. En lo más recóndito de mí tenía las respuestas pero debía permitir que me mordieran, que la Pitón me hiciera abrir más los ojos, que algo me doliera para obtener la verdad. Y es así, la verdad siempre duele, sobretodo cuando sos inmortal. Como la verdad de ver a Grecia destruída después de 600 años, la verdad de que jamás me entregaría a los romanos, ni le daría la razón a ese traidor, al que me miraba dentro del oráculo. Y me fui. Me senté a llorar en un rincón y simplemente me fui.

Cuando llegaron los soldados encontraron mi cuerpo sin vida y yo los miraba desde lejos con el alma


30 de diciembre de 2017

Paralelismos.

Estoy sentada en la piscina y me vienen flashbacks de la infancia. También tenía una piscina, soñaba con que vivía con mi novio, preparaba tragos, escribía bajo la enredadera que es la misma que tengo ahora, una bignonia de flores trompetas color naranja.
Jugaba a que era escritora, a que tenía un barco, a que vivía cerca del mar. Tenía un limonero, como el que tengo ahora. Mi abuelo había plantado un níspero, como el que está en mi casa actual. Me rodeaban rosas y caracoles. Como ahora.
Es increíble el paralelismo que hay en mi vida actual con mi infancia, realmente siento algún tipo de ensueño o de estar viviendo en una dimensión, en un mundo que creé yo misma.
Yo inventé la ciudad costera de Solymar cuando escribí un cuento que tenía un faro, como el que hay frente a la playa, a dos cuadras de casa. Yo escribía bajo esa enredadera, que es la misma de ahora; juntaba limones como ahora, soñaba mi futuro en la piscina, como lo proyecto ahora. Me sentaba a merendar o cenar en el verano en la mesa de porlan y pedacitos de cerámica del patio, como ahora.

No logro entender si esta es la vida que todos tenemos cuando cumplimos nuestros sueños y seguimos los dictados de nuestra alma, o si solamente me pasa a mí, que creé mi propio mundo basado en mi infancia. Tal vez es algún problema psicológico y estoy perdida en una especie de agujero negro entre mi pasado y mi futuro y el presente es sólo una ilusión.
Tal vez, es tan sencillo como que la cabeza de un ser humano no tiene desarrollada la capacidad de aceptar la inmensa felicidad que significa haber creado tu propio presente.

17 de noviembre de 2017

Imaginate que te morís.

Imaginate que te morís. O, si no te gusta el estilo trágico, mirá para atrás en tu vida, desde donde estás hoy.

Seguramente lograste algunas cosas, perdiste algunas otras. Tal vez extrañes a alguien, quieras salir de algún lugar en el que estás, estás encaminado con algún proyecto personal, o por mudarte a la casa de tus sueños. Tal vez hasta tuviste algún que otro hijo, terminaste alguna carrera o estás trabajando haciendo lo que amás. Quizás, si te dan la opción de volver a vivir en el pasado o saltar hacia el futuro, prefieras quedarte donde estás, creciendo. Te deseo eso, si te parece.

Pero hacé una retrospectiva: sí, llegaste hasta donde estás, o estás perdido buscando el rumbo de lo que querés hacer en tu vida. Saliste de alguna relación de mierda o renunciaste a un trabajo horrendo. Agradecéte todo lo que te llevó a estar donde estás ahora, porque vos sos el único que se trajo hasta acá. Nadie tiene la culpa si te sentís mal con tu vida, pero seguramente tengas a quien agradecerle la ayuda si estás feliz. Pero sigamos indagando.

Uno de los propósitos del ser humano es ser significante. Ser algo para el otro, o al menos para sí mismo, bastarse. En realidad, el concepto llega hasta el punto de ser significante para la humanidad.
Y acá es donde me pregunto:
¿Qué estás haciendo para ayudar a la humanidad? ¿Te interesa ser parte de algún cambio en el mundo? ¿Alguien te recordará cuando mueras? ¿Das todo de vos o te quedás con algo para que nadie "te supere"? ¿Te hacés cargo de tu parte en esta red de conexiones humanas que habitan el mundo, o te chupa un huevo desperdiciar tu vida?
Si se hiciera un libro contando toda tu vida, desde que naciste hasta que morís, ¿contaría algo interesante? ¿Sería best seller o pasaría desapercibido en algún estante lleno de polvo? ¿Es importante tu vida para vos? ¿Y qué estás haciendo que no te movés por lo que querés? ¿Te parece justo venir al mundo solamente de paseo, y luego morir sin llevarte ningún aprendizaje, o sin dejarle nada importante a la humanidad, a la historia?
¿Te sentís conforme con tu vida, sin aportar a un bien mayor? 

No vamos a ser Mohamed Ali, pero al menos no sería justo pasar desapercibidos.
Todos venimos con una misión al mundo, más allá de que nuestra alma necesita evolucionar.

No venimos a creernos mejores que nadie, a sentirnos superiores sobre el inferior o aquel con menos conocimientos, en todo caso, venimos a ayudarlos a crecer, pero el sentimiento de superioridad no sirve, es un ego que nos arruina cualquier buena intención.
No venimos a soportar la maldad del mundo ni a llorar todas las noches porque todo es una mierda, venimos a hacernos cargo de nuestra propia sombra y a integrarla, a masterizarnos en el arte de ser humanos. Venimos a dejar que nuestro corazón lata y nos guíe por el camino que nos espera, cuando estamos preparados.

Tampoco venimos a sacarnos selfies para evolucionar, ni a buscar aprobación porque no encontramos nuestro propio rumbo; venimos a renacer las veces que sean necesarias hasta encontrarlo.

Venimos a ser mejores personas que nuestros antepasados, que nosotros mismos en una vida anterior; venimos a hacer lo que tenemos que hacer, a ser significantes en nuestra pequeña parte de la historia. Sea grande o pequeño, venimos a dejar nuestro legado y a llevarnos la evolución de esta experiencia terrenal.
Porque sin nuestra pieza, el rompecabezas del Universo no estaría completo.

15 de noviembre de 2017

Hoy es quince.

Hoy hace un año y cuatro meses que decidimos quedarnos.

Cuento los meses como adolescente, como si realmente el tiempo significara todo lo que crecimos, lo que nos animamos, lo que comenzamos y dejamos morir. Todo comienzo tiene un final y nosotros estamos llenos de finales y comienzos. Es eso lo que nos hace renacer, lo que permite que vayamos siempre un poquito más allá, que salgamos de la incomodidad de la zona cómoda, que seamos el hogar del otro.

Si alguien me hubiera dicho que todos los regalos que te hice vivirían en la misma casa que yo, me hubiera reído. Igual sí me lo dijeron y sí me reí y lloré, pero de felicidad, aunque ya sabés que lloro por todo.

Hace más de tres años que el destino nos encontró abrazándonos en la puerta de un bar, mientras sentía que el mundo se acomodaba en ese abrazo, dentro tuyo. Sentía que te conocía de toda la vida, de otras vidas, de otros universos, pero ahora ya sé que es real: vos y yo nos conocimos en otro mundo, en otro tiempo, en otra era. En otra dimensión. Vos y yo no somos de este mundo, somos cósmicos. Y por eso estamos donde estamos, porque somos lo que más le recuerda el hogar al otro, ese mismo hogar de donde venimos.

No necesito decir que no estoy drogada porque ya me conocés. Y eso es lo más lindo: poder ser quien soy sin filtros, ser una niña exploradora, bailar sabiendo que nunca me juzgás, serte sincera con todo lo que me pasa, con los tiempos y espacios que necesito, hablar. Eso fue lo primero que me hizo sentir en casa: tus palabras, nuestra conexión mental.

Hoy miro para atrás y es increíble todo lo que crecimos. Yo ya no soy la misma miedosa que te abrazó en la puerta del bar (soy otra miedosa, jaja) porque con tu amor perdí más miedos de los que supe aprender a perder sola o en terapia.
Porque tu amor me sana y me ayuda a cerrar heridas, a romper patrones de conducta. Porque sos todo el amor que siento dentro, sos mi reflejo, el que más admiro, el que más me enseña y el más incondicional.
Porque sos vos.

3 de agosto de 2017

Sol y mar.

Tenía menos de once años, cuando en la escuela me hicieron leer “El túnel” de Sábato y Bioy Casares, y lo amé. Tanto lo amé, que me inspiró a escribir otro de mis cuentos, porque en aquel entonces soñaba con ser escritora y desarrollar historias que atraparan a los demás tanto como ésa me había atrapado a mí.
Usualmente basaba mis cuentos pequeños en libros que había leído y luego los desarrollaba para el lado que me gustara o la mente me guiara.
“El túnel” inspiró a un cuento profético. Le digo así porque es verdad, escribí una parte de mi propia vida, una parte que desde chica soñaba y sólo al ir cumpliéndola fue que me dí cuenta.

Resumiendo, todo ocurría en una ciudad costera, una pareja de amigos que luego se enamoraban se iban de vacaciones y encontraban un cuerpo, algo así.

Lo poco que conocía de Uruguay para ese entonces, eran los departamentos de Canelones y Durazno, simplemente por la obvia relación con la comida, de modo que nada de lo que voy a contar era conocido por mí, así que la magia empieza ahora.

La ciudad costera se llamaba Solymar. La inventé con obviedades, sí, y hasta creo recordar que amaba el nombre sólo porque yo “lo había inventado”. Qué gracioso, la verdadera Solymar queda dentro del departamento de Canelones.

Lo que ocurría luego, esa parte de encontrar el cuerpo, el crimen, ocurría dentro de un faro. No, claramente tampoco sabía que desde Solymar se ve la Isla de Flores con su faro y que tiene historias algo trágicas, incluyendo a la dictadura uruguaya del '33. Ni que iba a tener un amigo que vivía ahí y que sería quien es hoy en mi vida.
Tampoco imaginaba que me iba a mudar a una ciudad costera -lo que siempre soñaba cada vez que me iba de vacaciones a la costa bonaerense-, y que la puerta de casa iba a estar custodiada por una planta de lavanda gigante, mi aromática favorita.

No tenía cómo saber a esa edad, que todo lo que estaba escribiendo era parte de mi futuro. Lo que escribía lo hacía con deseo, siempre situándome en el papel principal, siempre deseando ser yo la que viviera eso, la protagonista.

Y hoy lo soy. Nunca me quedó tan claro eso de que si trabajás por tus sueños, los hacés realidad.
O tal vez simplemente soy una persona muy afortunada, qué se yo.
Me mudé y además con el amor de mi vida -otra historia divertida del destino- y ahora vivimos a dos cuadras y media de la playa, en Solymar.
Y si camino un poquito hacia la costa, el faro me hace un guiño anunciando que todo es como tenía que ser: lleno de magia.

11 de julio de 2017

Destino.

Hace exactamente un año, me llegaba una invitación para irme a vivir y trabajar en Düsseldorf, Alemania. Inmediatamente sentí palpitar fuerte mi corazón, la sonrisa me estallaba en la cara, y los dedos tipearon en un inglés urgente la respuesta.
Me iba a vivir a Europa, quién lo hubiera imaginado.

Mi vida en Montevideo se había golpeado con una pared que no podía derribar, así que saltarla evadiéndola era una gran solución. Alejarme de todo y de todos, por fin. Hacer que mi vida imbancable tenga un poco más de sentido. Montevideo me había vuelto gris.

Sí, me había enamorado de Uruguay apenas me mudé, había encontrado buenas personas y otras no tanto -como en todos lados- pero algo se había roto. En realidad se había roto dentro mío, pero qué va, me iba a vivir a Europa y todos los malos ratos solamente iban a ser recuerdos.

Entonces le empecé a contar a mis amigos más cercanos, y a los dos días tomé coraje y le conté a la persona más importante para mí desde que conocí el "paisito".

Y casi dos meses después, tuve que mandar otro mensaje de Whatsapp, pero aclarando que no iba a poder mudarme.

¿Qué ventajas tenía escaparme y vivir la gran vida en Europa? Materialmente, todas. Pero nada más.
Sí, muchos pueden decir que rechacé tremenda oportunidad, pero para mí no hubiera sido así. Era tentador vivir viajando dentro de Europa yendo de oficina a oficina, visitando ferias de libros y viviendo cómoda en un apartamento del primer mundo. Pero no.
Estaba huyendo de mis problemas y sobretodo de mis procesos.
Estaba ideando una vida lejos de donde sentía dolor.

Entonces me quedé. Decidí enfrentar y sanar todo lo que me estaba pasando y no quería reconocer. Empecé terapia, hablé con mis amigas más cercanas, conocí a personas que serían mi familia.

Puedo decir, entonces, que un mensaje fue el impulsor que necesitaba para cambiar -otra vez- de vida. Para saber qué quería, para dejar de tener miedo y comenzar la ardua pero satisfactoria tarea de sanar y de descubrir lo que quiero de la vida.
Para que nos hagamos cargo.

Quién sabe qué sería de mí, qué vida tendría, cuáles serían mis prioridades. En Uruguay descubrí que mis prioridades son mis sueños, mi camino, la persona que amo y admiro, que me llena de felicidad.
Qué me importa mi otra versión, si acá puedo ser todo lo que vine a ser al mundo.
Entonces creo en el destino, en las señales que me trajeron acá, en las coincidencias que nos unían una y otra vez.

Lo que quiero siempre estuvo acá. Las posibilidades de cumplir todo lo que siempre soñé, el mar, los pinos, mi propósito, los que amo.
Así como la vida una vez me empujó a contarle a toda mi familia y amigos que me mudaba sola a Uruguay, un día tuve los ovarios para decidir que me quedaba.

Quién quiere a Europa cuando las personas que amás te acompañan en todo, pero más que nada, te hacen saber que podés. Acá y un río más allá.

PD: Tengo la película Serendipity (una de mis favoritas) de fondo, y cuando estoy terminando de escribir, escucho que un personaje dice: We have to cancel Düsseldorf. :)

22 de abril de 2017

Machistas.

A ese ex manipulador que me decía que ponerme una babucha era para mostrar el orto, que me miraba mal si decía algo "desubicado" frente a sus amigos, que me trataba de loca cuando veía sus actitudes de mierda hacia mí, que pensó que lo quería engañar cuando le dije que quería invitar a un par de amigos de la facultad a mi cumpleaños y me terminó engañando él.

A todas esas personas que cuando era adolescente y me vestía con ropa holgada y supuestamente "masculina" me decían que era una "Cachito", una marimacho, y yo simplemente quería ocultar quien era porque estaba tratando de conocerme y de aceptarme.

A todos esos conocidos del club que me hacían bullying porque a los doce años tenía pelos en las piernas y no me los quería depilar aún.

A algunos de mis compañeros de primaria, para los cuales yo no era lo suficientemente linda pero sí lo suficientemente digna de bullying y era a la que terminaban llamando al gabinete psicológico.

A ese con el que nos decíamos "novios" cuando yo era chica y se alejó porque no le quise dar un beso tan pronto.

A ese con el que nos dimos un par de besos y se alejó porque no quería coger con él todavía.

A esos familiares que cada vez que me ven, me preguntan primero si tengo novio, en lugar de preguntarme si estoy bien.

A todos y cada uno de los que me dijeron una guarangada por la calle, simulando un halago que se supone que tengo que agradecer.

Al misógino soberbio que me trató de fácil cuando "cambié de gustos" y elegí estar con un amigo de él y no con él.

Al tipo que se hizo una paja al costado de la parada donde yo estaba esperando el bondi.

Al que me siguió en bicicleta cuando yo iba solamente a una cuadra de mi casa a encontrarme con amigos.

A los desconocidos que se creen que me conocen o que saben lo que quiero de la vida, porque soy mujer.

A todas las personas que alguna vez inventaron cosas sobre mí, como que era lesbiana por vestirme "como varón" o drogadicta, por el mismo motivo.

A todos los que me preguntan cuándo voy a tener hijos.

A mi yo anterior, que juzgó a mucha gente de la misma manera.

A todos esos quiero decirle: Váyanse a la mierda. Ojalá algún día abran la cabeza y dejen de ser tan basuras.
No saben por lo que esa mujer puede estar pasando. No saben cuánto la puede afectar lo que digan o hagan.
No saben cuán rota puede estar, cuánto le puede costar darse cuenta de que está siendo abusada, dañada.

No saben cómo es abrir los ojos un día y de repente observar todas esas situaciones en las que fuiste tratada como un objeto, como una mierda, como alguien que tiene una función específica en el mundo, solamente por ser mujer.
El machismo nos rodea, nos ahoga por todos lados. Y es muy difícil darte cuenta como mujer de lo machista que sos, casi tanto como el mismo hecho de ser mujer dentro de la historia de la humanidad. Lo bueno es que podés cambiar.

El machista tiene miedo del poder que tenemos, porque sabe lo grande que es. Entonces el machista es un miedoso, un cagón.
Y a los cagones hay que tenerlos bien lejos para que arruinen su propia vida y no la de los demás.

23 de noviembre de 2016

Pesadillas.

En la búsqueda por sanar y amar mi oscuridad para transformarla en algo constructivo y dejar de vivir en un infierno autoprovocado, me encontré con la psicóloga ideal para mí. No sólo puedo trabajar todas las mierdas de las que soy consciente, sino que también analizamos mis sueños.

Quiero aclarar que el análisis de los sueños, para mí, no sólo es algo muy profundo y revelador, sino que no se atiene a las normas básicas de "Soñaste con un abedul, vas a tener que podar los árboles del frente de tu casa." Cada persona es un mundo y el mismo sueño tiene infinitas maneras de comprenderse de acuerdo a la historia personal de quien lo tiene. Tengo mucha facilidad para mezclar lo que sueño con la realidad. A veces es un problema, sí. También es normal que tenga pequeñas alucinaciones en la fase de adormecimiento y luego crea que pasaron en verdad. Muchas veces me desperté preguntando qué había pasado con tal situación o preguntando algo al respecto y la gente se me queda mirando como si acabara de llegar de otro planeta, descolocada.

Suelo tener el sueño muy liviano y descanso mal, pero cuando por fin puedo soñar, tengo pesadillas. Me pasa hace semanas y no hay noche en la que -en algún momento- me despierte asustada.
Puedo echarle la culpa a las películas de terror para creer que la causa es externa, pero sé muy bien que estoy liberando tantos miedos, que por algún lado tienen que expresarse.

Anoche soñé -entre otras pesadillas- que me disparaba en la cabeza. Recuerdo la imagen de estar metiéndome una escopeta chica en la boca, y amenazar a mi madre (creo que era ella, en estas cosas nada es seguro) con que dispararía. Luego, la sangre que sale por detrás de la cabeza enchastrando todo. Sigo sin confirmar que fue 100% un sueño, si mezclé pensamientos racionales, imaginación, o lo que sea, porque todo el ambiente me resulta muy extraño. Pero me intriga el porqué, el motivo que lleva a mi mente a asustarme así, a comunicarme algo que sé muy bien qué es y no me animo a reconocer.

Estoy matando muchas cosas en mi vida y hay otras de las que me cuesta mucho despedirme, así sea por mera estabilidad o porque aún no es el momento, pero lo estoy haciendo. Necesito gestar cosas nuevas y para hacer lugar hay que dejar que otras se mueran. Sobretodo si me hacen daño.

Me culpo mucho. Señalo con mucha firmeza todo lo que hago mal y me cuesta perdonarme, entender que no soy perfecta, aceptar que no quiero repetir historias y que por eso tengo que aceptar que me equivoco, que tengo miedos, que estoy creciendo, que escribo esto y lloro como una pelotuda porque en realidad es la primera vez que sé lo que me está pasando. Me frustro y me enojo conmigo misma y me olvido de tenerme paciencia, de tratarme con amor. Siempre creo que soy la equivocada y tengo que preguntar si lo que siento está justificado o de nuevo estoy experimentando emociones basadas en un juicio personal y no "lógico".

Todos nos quisimos morir alguna vez. Normalmente para dejar de soportar algún dolor, como salida fácil. Algo duele tanto, tan en el fondo del pecho, que no te lo podés sacar ni con el abrazo de tu vieja, que supuestamente cura todo, como el tiempo.

Lo que yo tengo es miedo a ser feliz, miedo a sentir porque conozco la intensidad con la que soy capaz de hacerlo. No es miedo al futuro, al dolor, no es miedo a sufrir. Tengo miedo a ser feliz, a no tener razón de que siempre termino arruinando todo.

Anoche soñé que me mataba.
Y es que hay cosas de mí que realmente quiero que se mueran, porque están ocupando el espacio que otras necesitan para vivir.

21 de noviembre de 2016

¿Por qué es tan bueno?

No estamos acostumbrados a la felicidad. Le tenemos miedo, se podría decir que hasta la esquivamos.

No nos tenemos el amor suficiente como para sentir que merecemos las cosas buenas que nos pasan. Creemos que solamente aprendemos cuando sufrimos, que si no hay dolor no podemos ser felices, que el camino hacia aquella tan ansiada e idealizada felicidad sólo es válido cuando está lleno de piedras, pozos y fantasmas.

Nos cuesta entender que la felicidad no es una meta, sino que es el camino. Que no es un lugar al que llegar ni un deseo que pedir cuando vemos una estrella fugaz: la felicidad es una manera de vivir que aumenta cuando somos agradecidos por lo que tenemos y por el libre albedrío que nos permite elegir cómo vivir. Felicidad es saber elegir lo que nos hace bien y no tener vergüenza por ello. Hacernos cargo de nuestras vidas.

Estamos tan destruídos como sociedad, que no creemos en la gente buena, en las acciones desinteresadas, tampoco creemos en el amor. Mucho menos, que somos seres capaces de recibirlo, merecerlo, contenerlo. Darlo.
Somos tan desconfiados, que abrirnos a ser vulnerables ante alguien genera una alerta para nuestro autoinmune miedo al dolor.

Cuando alguien es bueno con nosotros, dudamos. Analizamos todos los riesgos y las posibilidades de que el otro esté actuando bajo interés o mintiendo, por ejemplo. Evaluamos nuestra historia para encontrar un bache o descubrir la trampa, pero no hay caso: la única trampa está en nuestro ego, que se cree con autoridad como para dictaminar que el otro no está siendo honesto porque, claro, nadie es honesto y bueno en este mundo. Menos con nosotros, ¿por qué habría de serlo? ¿Quién soy yo para que el otro me de tanto? Es la única manera en que un ego herido sabe actuar: creyendo que te protege, diciéndote al oído que vos no sos nada de todo eso que te dicen que valés. Nos preguntamos porqué alguien es tan bueno con nosotros, como si no fuéramos lo suficiente. ¿Suficiente qué? ¿Suficientemente buenos, carismáticos, lindos, inteligentes, pijudos, tetonas?

La desconfianza ante las cosas hermosas de la vida hace que desaparezcan.

Y entonces un día algo nos sacude.
El ego se dobla en posición fetal en un rincón y se calla la boca.
Empezamos a cuestionarnos porqué nos cuesta tanto entender que la vida es mágica y maravillosa, o ver que "tenemos" todo lo que siempre quisimos porque nos lo supimos proveer. O que el universo trajo, entre su magia, a todas las personas de las que amás estar rodeada. Aunque jamás te hayas imaginado estar lejos de tu familia, de repente estás sintiéndote entre ellos, como en casa.
Un día abrazás con toda tu Alma a todo lo que te trajo hasta acá y le agradecés, lo dejás ir tranquilo, sabiendo que no serías quien sos hoy sin esa experiencia. Y abrazás más fuerte a todo lo que elige quedarse a tu lado y a eso que elegís cuidar: ideas, proyectos, lugares, canciones, personas.

Entonces te das cuenta que estás bailando una canción que podría participar de la escena de la película más linda que viste, mirando las estrellas adentro de un abrazo o comiendo frutillas con merengue desde un bowl que tiene dos cucharas.

18 de octubre de 2016

Escuchar.

Me saqué los auriculares, porque acá permiten esas cosas que en Argentina ya se miran mal, y él, guitarra en mano, canta una canción pegadiza y radial de Vicentico, esa que dice “¿Cuál es aquel camino que tengo que tomar?” y yo me siento feliz de estar perdida, de desconocer la ruta de este colectivo.

Llegué hace una semana.
Estoy en un ómnibus que ignoro, yendo a un departamento ajeno al de mi residencia, inspeccionando este país que recién estoy estrenando. Hay olor a nuevo.
El destino no importa, o sí, pero no es lo que me urge. Para mí lo que vale la pena es el viaje, aunque suene trillado.

Estar al lado de la ventanilla me da la posibilidad de evadir la mirada del otro, o de elegirla. A veces no tengo ganas de jugar a ser sociable. Entonces elijo que mi mirada sea la que escucha.
La canción me sigue preguntando cuántas son las señales que tengo que seguir. Me está echando sal en la herida, la muy forra. Las seguí a todas y me trajeron hasta acá, ¿te parece poco?
No tengo trabajo. No tengo en quién confiar. Tengo techo, qué se yo.

Estoy asustada.
Acá la plata se te va de las manos y yo ya lo sabía. Algo me empujó y yo me dejé llevar igual.

La letra continúa y me hace sonreír. Siento que por algo eligió esa melodía y no otra. Creo que un poco es para mí, ésta canción me habla. Qué manía tenemos los argentinos de creernos el centro del universo.

“Si siempre viajé solo y siempre vos fuiste mi faro en la ciudad” No, ya no tengo faros. Le cedí esa capacidad a mucha gente que después se apagó y me terminé perdiendo. Mi faro soy yo, así, miedosa. Si no creo en mí, en que puedo seguir adelante sola, entonces no sé para qué vine. Es al pedo seguir aterrada.

Che, flaco, cambiá la canción porque me estás haciendo pensar demasiado, y yo me estaba yendo a relajar al mar.

“Es todo silencio, la última mirada hacia atrás” Lo bueno es que nunca miro hacia atrás. Capaz es un defecto, pero a mí me gusta así.
Se puede recordar el pasado, agradecerle, pero traerlo a cuestas pesa mucho. Prefiero liberarlo, porque así me libero yo.

Las raíces vienen con uno, es inevitable, pero esas otras cosas que se murieron, que te lastimaron, te retorcieron y te dejaron hecho un poco mierda, ya no existen, fallecieron. Yo también me voy a morir algún día, y alguien me va a dejar atrás.
No me gusta sufrir por cosas sin solución, aunque la mente tenga sus trucos.
Esa última mirada hacia atrás fue para darme cuenta que si no daba el primer paso, la que iba a quedarse ahí en el fondo, toda deshabitada, iba a ser yo. Chau vieja Ale, que te garúe finito.

“Yo quiero saber, mi amor, si al llegar vas a estar allí”
No sé de quién hablás o a quién le estás cantando, chabón. Claro que si vine sola, por algún rincón late esa esperanza de dejar de caminar en singular, soy humana, ¿qué esperás?

Tomá, no puedo gastar plata pero te la merecés porque me hiciste dar cuenta de muchas cosas. Tengo que adueñarme de mi propio territorio, empezando por mis decisiones.
Aunque ahora no puedo porque me pasé de parada y ni siquiera sé dónde estoy.

16 de octubre de 2016

Nessus.

Si hubiera seguido mi amor por los astros hace años, hubiera evitado el encontronazo casi fatal para mi corazón, con mi Nessus. Nessus en astrología señala a la persona que más abusa de nosotros, física o mentalmente.

No fue amor a primera vista, ni atracción inmediata, pero sí me fue conquistando sutilmente en cada encuentro, con cada charla. Me atrajo, más que nada, la atención que me ofrecía, jugando al seductor.
Él me llevaba seis años, y para mis veintiuno, era una “cualidad” bastante atrayente. Daba la impresión de ser un hombre estable, que sabía lo que quería.
Recién se había independizado de la casa de sus padres, y mi admiración por los momentos de liberación ajenos, sin duda, terminó de atraparme.

Comenzamos una relación con muchos miedos: la diferencia de edad –y por supuesto de intereses-, la casi nula experiencia sentimental de él, y el riesgo de no saber en qué nos estábamos metiendo, fueron como impulsos que me empujaban a seguir adelante, en lugar de desistir.
Los primeros tiempos fueron bellos, pero difíciles.

Yo, una niña que idealizaba todo lo que veía, nunca supo callarse lo que le hierve por dentro, y así fue como lancé el primer “te amo” a alguien que nunca lo había dicho antes, que no sabía discenir cuándo lo sentía, y que convertía mis días en algo tan angustiante como esperanzador.
Con el paso del tiempo, claro que recibí la respuesta que esperaba, pero comencé a observar sus actitudes de Don Juan con otras mujeres, y, ante la inseguridad propia - sumada a lo que esa situación me generaba- inevitablemente estallaba en privado, en escenas de celos dignas de película donde cualquiera herviría un conejo. Sentía que cometía injusticias frente a mis narices y poco le importaba. Mis ataques de pánico eran supuestos métodos de llamar su atención, pero en realidad eran señales para mí misma.

Cuando yo iniciaba alguna pelea, basada en su libertinaje empíricamente observable, él hacía oídos sordos, me trataba de loca, de estar imaginando cosas, de equivocada.
Siempre era la que estaba equivocada. Y me juzgaba, por dios, qué infierno cómo me juzgaba.

Sin embargo, también me celaba. Cualquier cosa fuera de lugar era de puta, que un chico en un bar me invitara a tomar algo era mi culpa porque seguro lo provoqué.
Así, con toda su soberbia y tiranía de leonino acosador, vivía señalando con el dedo cada uno de mis errores, haciendo el papel del dictador que tiene poder sobre mí y sobre mi vida. Y vaya que sí lo tenía.
Cada discusión, terminaba conmigo llorando en un rincón de la habitación, mientras él, en lugar de disponerse a hablar, a hacer alguna concesión, a llegar a algún acuerdo, pedía que me fuera y se disponía a dormir, ignorándome.
Perdón, me corrijo: prácticamente imponía que debía irme. Porque no sugería, me daba órdenes, que sólo acataba cuando eran más fuertes que mis caprichos o que mis ganas de irme a dormir en paz. Y yo, sin más nada que el supuesto amor que le tenía -que lejos estaba de ser amor, descubriría años después- elegía quedarme sufriendo ahí, sin dormir, en lugar de alejarme para poder pensar con la mente fría y finalmente descansar.
Me obsesionaba hallar respuestas a sus actitudes, me obsesionaba él, su amor, su presencia. No confiaba en dejarlo solo y mucho menos confiaba en mí.
Así pasaron, en tres años, tantos momentos de violencia psíquica, que creo haberlos bloqueado (o quién sabe, quizás hasta sanado) de tanto dolor que mi autoestima estaba sintiendo. Se me estaba rajando el alma, y yo no tenía la mínima noción al respecto.

En el verano del 2007, luego de mi cumpleaños, nos fuimos juntos de vacaciones.
Haría una lista de las situaciones que viví sola, como ir a bucear, por ejemplo, o salir a pasear por la feria de artesanos, y de las actitudes frías que tuvo para conmigo, que yo veía, pero que tenía la esperanza de que fueran pasajeras. Prefería ignorarlas.
No quería que nos sacáramos fotos juntos, ni hacer cosas a solas, mucho menos tener sexo. Siempre estaba de mal humor, y tratándome de inferior, de la que hacía las cosas mal, la que tenía ideas ridículas.
Fueron las vacaciones del infierno.

Volvimos y, como era de esperarse, me dejó.
Yo no comprendía nada, hice que me jurara que no era por otra mujer, lloré día y noche con el corazón hecho añicos, casi entre las manos. Ni siquiera tuvo la valentía de ser honesto.
Tenía tal agujero en el pecho, que creía que efectivamente el amor –o en este caso, su ausencia- podía llevarme a la muerte.
Soy una persona que se regenera rápido y olvida el pasado sin dificultad, pero él me había dañado tanto, que ni yo misma entendía lo que estaba pasando conmigo.

Y lo que pasó, según supe tiempo después, fue que un mes antes de irnos de vacaciones, ya estaba saliendo con una compañera de trabajo, de la cual yo sospechaba.
Entonces pude atar cabos y terminar de cerrar la historia que tan maltrecha me había dejado.
Tremenda ceguera había permitido que él me provocara. Qué bendición fue que decidiera alejarse.

Ahora, muchos años después, puedo ver cómo gracias a esa relación, y a la mierda que viví generada por ese hombre, aprendí que lo principal es el amor propio, que nos hace poner límites y saber hasta dónde permitimos que el otro nos afecte.
Aprendí a valorarme, y a salir a flote, después de haber sido arrastrada a las profundidades del abismo, un abismo que me da vergüenza comparar con el de las mujeres que sufren violencia física.
Yo la saqué barata.

14 de octubre de 2016

Descargo.

Hay cosas que usamos para alimentar nuestros miedos. Cosas que buscamos a propósito para darnos la razón y otras que alimentan, por sí solas, nuestras peores fantasías.

Para los que no estamos seguros de nada en la vida, cualquier cosa puede ser una amenaza, porque sentimos que el mundo es un lugar hostil, que salir al exterior lo único que provocaría sería un daño irreparable, que no se puede confiar en nadie y que la sociedad sólo intenta destruirte.

Así, un poco exageradamente y de manera sencilla, funciona la cabeza del inseguro, del ermitaño, del que prefiere quedarse en casa leyendo o aprendiendo cómo ser mejor, o distrayéndose con una película, pero sin tener coraje para salir y generar un cambio en el mundo, porque ya todo está perdido y no hay esperanzas de que algo vaya a cambiar.

No hay ninguna palabra, abrazo o persona que lo convenza de lo contrario: el mundo es una mierda, todos son egoístas y todos quieren alimentar su ego, les importan un huevo los demás. Nadie es honesto, nadie tiene un hombro lo suficientemente fuerte como para bancar toda tu intensidad, todo lo que sentís y el maremoto interno que tenés.

Todo es peligro, todo es una amenaza, cualquier cosa te puede matar por dentro y de allí en más tu vida será solo una cadena de sucesos que te aumenten el daño una y otra vez, hasta dejarte al borde del suicidio, con una neurosis imposible de manejar. Cualquier cosa que hagan o digan la refutás, no creés ni las cosas más hermosas que vivís. No servís para nada, siempre hay alguien mejor. Siempre hay un reemplazo esperando que te corras o esperando correrte de ahí.

Suena trágico, suena exagerado, y tengo que exagerarlo porque los inseguros también sentimos que la gente no nos entiende si no exageramos.
Sentimos tan profundamente y con tanta fuerza, que nos arrolla y nos tira a la orilla para despertar al otro día con una resaca de resentimientos, dolor y decepción, porque aunque no creamos en nadie, siempre terminamos teniendo esperanzas de que hay gente que vale la pena. Y nos decepcionamos porque no somos realistas o porque pretendemos que la sociedad se comporte como nosotros lo haríamos, con nuestros mismos códigos. Cualquier otro comportamiento es una traición. Y aceptarlos es una traición a nuestros propios valores.

El mundo es una mierda.

Para dejar de creer eso, empecé terapia porque ya no podía conmigo. También para descubrir que soy parte del mundo y que si quiero dejar de temerle, tengo que dejar de ser una mierda yo también.

22 de septiembre de 2016

Inesperarse.

De repente empecé a llorar. 
Ya no distinguía el agua de la ducha de la propia. Sabía que no era de tristeza, sabía que lo peor ya había pasado: de a poco estaba volviendo a encontrarme y este llanto inexplicable realmente me agarraba de sorpresa.
Los rumbos se estaban dibujando mejor, las nubes disipándose, las trampas del camino estaban comenzando a ser resueltas. Todo comenzaba a tener una reverente claridad. 
Me apoyé la mano en el pecho -como suelo hacer siempre que algo me duele y me hace llorar- y descubrí que estaba llena, que no había nada que doliera, más allá de imágenes propias que juegan sus pasadas por la cabeza, porque imaginación es lo que me sobra. Para lo bueno y para lo aparentemente malo.
Nada me estaba haciendo daño, no había tenido ninguna discusión, ningún odio que me estuviera carcomiendo, nada había que pudiera hacerme quebrar o fallar el naciente equilibrio.
Me sentí inesperada y entonces sonreí. 
Sonreí porque -con la mano en el pecho aún- nada me estaba hiriendo y yo ya no me lastimaba. Sonreí porque en lugar de culpar a mi mente por crearme un infierno, decidí tomarla como aliada, dejar de creer que estamos separadas.
Sonreí porque me dí cuenta que el ego es un juguete y hay que saber cómo usarlo. Porque después de tanta búsqueda, uno se termina encontrando. Y a veces perderse forma parte de equilibrarse.
Sonreí porque seguía sintiendo mis propios latidos y el shampoo ya no me cegaba, nada lo hacía. Yo tampoco.
Sonreí porque decidí abrir los ojos a una nueva realidad, animarme a transformar estructuras que jamás hubiera imaginado tocar siquiera.
Sonreí porque, otra vez, me estoy animando a cambiar. Porque veo el cielo, el sol, la luz.
Porque estoy saliendo de mí como si fuera alguna especie de guarida turbia.
Y ahí me dí cuenta de que estaba llorando de felicidad y me dí permiso para seguir hasta que se me pasara.

7 de septiembre de 2016

Oportunidades.

Me invitaron a mudarme a Alemania para trabajar allá, viajando a Marruecos y Moldavia de vez en cuando. Dije que sí sin pensarlo, estaba loca si me perdía tremenda oportunidad.

La oferta era demasiado tentadora, todo lo que quería estaba incluído implícitamente en ese mensaje de texto: calidad de vida, viajes, una determinada estabilidad económica, comida que al principio sería toda novedad, aprender idiomas, seguir trabajando en algo que no es lo mío pero me reditúa conocimiento y experiencia, cambio de entorno y de rutinas y, sobretodo, alejarme de Uruguay que me estaba quemando los días.
No la estaba pasando bien, todo me dolía, todo me recordaba a él y nunca me había costado tanto superar a alguien: directamente era más fuerte que yo.

Irme era la posibilidad perfecta para escapar de un dolor que no sabía cómo enfrentar ni resolver.
Irme era, entre todas las ventajas materiales, recomponer mi equilibrio emocional.
En treinta y tres años jamás había estado tan rota. En un año y medio de idas y vueltas, cada vez que nos acercábamos nos quemábamos tanto que, al menos yo, terminaba consumida.
Esto era casi tóxico, no podía ser otra cosa.
Me tenía que ir.

Hablé con la embajada, empecé a tramitar los papeles para la Visa, hice listas, muchas listas. De lo que tenía que comprar para irme, de cosas que quería hacer en Uruguay en esos dos meses antes de subirme al avión, de otras que precisaba dejar organizadas en Montevideo (porque claro, al principio pensé en irme del todo pero después mi idea fue aflojando y se convirtió en "dejo todo acá por si quiero volver").
Le conté a mis amigos y no pude evitar escribirle para contarle. Lo tenía que saber.

Decidimos, entre tanta sinceridad y amor cobarde, estar juntos hasta que me fuera. Qué manera de comportarnos como cagones.
El doce de Julio una propuesta me cambió la vida y el diecinueve de Agosto me dí cuenta que mi vida ya había cambiado lo suficiente.
Todo se estaba ordenando de una forma que jamás hubiera imaginado.

Tuve que tener la posibilidad de cambio más drástica de mi vida para abrir los ojos y darme cuenta de lo que realmente deseo.
Tuve que reconocer que en otra lengua no podría desarrollar lo que amo hacer, lo que me hace vibrar el alma.
Tuve que mirarme desde otro país para verme los ojos tristes mirando hacia Uruguay, extrañando a mis amigos.
Tuvimos que sentir que nos perderíamos del todo para animarnos a estar juntos.

Me dí cuenta que irme no sólo me resultaba aterrador ahora, sino que no tendría ningún apoyo emocional. Que yo elegí mudarme a Uruguay y ésta vez alguien estaba eligiendo por mí.
Que acá estoy rodeada de amor, que tengo una familia del alma que elegí, que también tengo las chances de lograr todas esas intenciones con las que vine en Enero del 2015. Que acá estamos juntos.

Tuve que tener el ataque de pánico más grande de mi vida para darme cuenta de que me quería quedar. Tuve que experimentar el deseo de morirme para decidir cómo quería vivir. Para ver que irme solamente representaba un montón de brillitos enceguecedores para alguien que siempre vió a esas oportunidades como algo un poco lejano, imposible. Que eso era seguir dando vueltas sobre el mismo círculo de escaparle a las cosas en lugar de enfrentarlas, que sólo tendría dinero y cosas materiales, que los viajes simplemente serían más accesibles pero trabajando todo el día tampoco iba a vivir la vida loca recorriendo Europa. Que sí, tarde o temprano haría amigos en una sociedad en la que todo es distinto, hasta la hora en la que oscurece en invierno.
No estaba preparada para irme a mi casa a las cinco de la tarde con el sol desapareciendo en el horizonte.
No estaba preparada para seguir en mi modus operandi de ser una adicta al trabajo, que por cumplir sueños materiales iba a dejar las cosas más importantes en otro continente.
No estaba preparada para estar a doce horas de distancia de mi familia de sangre y de Avenida Santa Fe.

No me quise ir. No me fui. No me voy.
Y sé que, pase lo que pase en mi futuro, al menos voy a tener la seguridad de no haberme equivocado de rumbo por elegir el amor de aquellos con los que elijo compartirme, por sobre todas las otras cosas que no me llevaré a la tumba.

27 de julio de 2016

Urano.

Urano es el planeta errático. Es lo inestable, las sorpresas, los “Eureka!”, el cambio, la revolución.
Cuando Urano está muy fuerte en el cielo, cuando tiene aspectos con otros planetas o comienza/termina su retrogradación, lo sentimos. Nunca lo podemos ignorar porque si investigamos, todas esas cosas repentinas que nos cambiaron la vida de un día para el otro, se dieron cuando Urano andaba en su salsa.

No es cuestión de echarle la culpa: todas esas noticias inesperadas, en el fondo las estabas deseando pero no te animabas a hacerlas. Aún si parecen “malas” a primera vista, no lo son. Estabas tan sumergido en tus miedos que el cambio con el que fantaseabas te llegó como una cachetada sin que seas consciente de que iba a pasar. O quizás simplemente sea algo por lo que debas pasar para poder continuar con más fuerza, para apreciar tu vida, etc...
Este planeta te puede cambiar la vida con un jaque mate. Te mueve de lugar con una persona, con una situación, con un mensaje de texto. Te implanta la semilla y te agarra de los pelos para que salgas de las dudas. Es extraño, como cuando decidís empezar a moverte y algo más se mueve al compás. Algo hace click, primero adentro, luego resuena afuera, se manifiesta. Es como si el universo le respondiera a tu desbloqueo interno con un eco. Es verdad que hay que tener cuidado con lo que deseamos y en tal caso saber pedirlo tal cual lo queremos.
El Universo tiene misteriosas formas de responderte y a veces se pasa de gracioso.

Un ejercicio que tuve que hacer hoy, se trataba de estar en el momento presente para hacerme consciente de las cosas y crear mis propias señales a seguir. Debía buscar mi propio Conejo Blanco, que me hiciera abrir los ojos de verdad, que me dijera algo así como “Es hora de tomar una gran decisión”. Elegí, básicamente, el concepto del conejo blanco de Alicia. No fue casual: había estado escuchando White Rabbit de Jefferson Airplane y al escuchar el audio con el ejercicio, la mujer nombró al conejo blanco también, de hecho el audio se llamaba así y por eso captó rápidamente mi atención. Desde mi infancia ese concepto me fascina, porque siempre amé las señales: coincidencias, causalidades, flechas, todo lo que me guiara hacia algún lado me atrapaba y de hecho me han marcado mucho la vida.
Así que decidí que si "encontraba" -durante el día- otro conejo blanco (de la manera que fuera) era el momento. Pero me olvidé del tema. Horas después puse la radio y como no podía ser de otra manera, nombran la canción de Jefferson Airplane que estuve escuchando hoy. Fue mucho más chocante notar que el que la nombró es alguien con quien las coincidencias son algo prácticamente normal y, aunque lejos estaba de conocer este ejercicio, me dió una respuesta.
Paso seguido, ignoro la señal porque me chocó lo suficiente, y abro Pinterest para buscar algo. ¿Qué había en el inicio? Una imagen explicativa de toda la historia científica de Alice in Wonderland, donde el conejo está en primer plano. Ok, entendido.
Urano me pegó otro sopapo por estar haciéndome la que lo iba a poder ignorar, la que "todo está bien, dejo las cosas para más adelante." No. Es ahora.
Es un ejemplo simple pero perfecto de cómo Urano y nuestra atención trabajan juntos para que aprendamos solos a darnos las respuestas y nos animemos al cambio, para que dejemos de temer salir de lo familiar. Aunque es hermoso, a veces se torna aburrido, monotemático, y ahí es cuando dejamos de crecer. Hay que moverse, siempre. Evolucionar.
No me crean, y sé que muchos no lo harán. No importa. Yo no pretendo evangelizar a nadie: simplemente me gusta describir qué es lo que pueden llegar a experimentar en estas semanas.

Escuchen a su intuición, déjense sorprender con las causalidades.
Nos resulta extraña la magia, todavía.

Deseen. Deseen mucho y deseen fuerte, deseen el techo del techo del techo. Porque no hay tal techo.
Deseen y déjenselo al cielo o a lo que quieran, pero salgan de su propio camino. No se entrometan, no se pongan piedras mentales en el camino hacia lo que quieren.
Los deseos no se cumplen como cuando soplás las velitas. Se hacen realidad cuando trabajás en ellos, cuando creés que podés y te moviste para lograrlos.
No tengan miedos de dar el primer paso con lo que desean, con eso que les mueve el alma y los hace vibrar. No duden en que pueden alcanzar ese sueño por más difícil o lejano que parezca.
Porque la vida puede cambiar en un instante y de repente te encontrás ahí. O puede no darte tiempo a vivir lo suficiente.
Disfruten donde están parados, con quien estén. No vale andar después por ahí lamentando lo que no hicieron, llorando por las cosas que no se animaron a enfrentar, porque perdieron oportunidades de absorber todo el placer que da la vida, porque no se arriesgaron o no se animaron a más.
No vale, bajo ningún punto de vista, ser un cobarde. Sean valientes, arriésguense, digan más seguido “Te amo”, vivan sus emociones y sentimientos, pierdan los miedos, sacúdanse el temor a no ser suficientes y a salir lastimados, y por favor dejen de guardar esa botella de vino para una ocasión especial. La ocasión especial es estar vivo.
Quiéranse más porque lo merecen todo. Créanselo. Háganse conscientes de que todo lo pueden, como superhéroes. Duerman con la persona que aman, déjenla entrar en sus sueños, abrácenla todo lo que puedan. No piensen de más, permítanse sentir. Vivan eso que tanto les gusta. Alcáncenlo.
Siempre van a extrañar. Al pasado, a la infancia, momentos, lugares, situaciones. A alguien que está en la misma ciudad, a alguien que se fue para siempre, a alguien que está del otro lado del mundo. Es inevitable.
Pero al mismo tiempo, trabajen el desapego. Lo único constante es el cambio y ni la persona más controladora del Sistema Solar puede contra eso.
No tengan miedo de estar solos o de encontrarse sin apoyo: el mundo es un granito de arena en el Universo, pero es enorme cuando te das cuenta de la cantidad de personas que están ahí para vos, como ángeles guardianes de tu camino, como una especie de familia.
De nuevo, vivan. Vivan hoy y así van a vivir para siempre.

La vida es demasiado corta como para decir que no.
Y demasiado larga como para creer que nada va a cambiar.

26 de julio de 2016

Tan trágica.

No sé bien qué es aquello que, en un determinado impulso, me lleva a situaciones en las que me obligo a perder los miedos. Me expongo a situaciones que sé que me traerán ataques de pánico, a lugares donde sé que no me sentiré en casa, a personas que sé que me van a dañar. Es una mezcla de autosaboteo con desafío a mis propias leyes, a mi mentalidad, a mis antiguas creencias.
Necesito romper patrones constantemente, salir de la zona cómoda, romper todo hasta los cimientos y volver a construir. Siento esas ansias de salir corriendo a los gritos sólo para sentirme libre. Quiero patear a la basura todos mis prejuicios y la falta de comprensión ante comportamientos que no entiendo.
No sé bien qué es eso que me genera ansiedad, que me hace burbujear la sangre como si hirviera, como si me fuera a morir si no hago lo que tengo ganas de hacer. Con urgencia, es eso, siento la urgencia. Nada me conforma, siempre busco algo más, tengo hambre de todo. 
Algo me aburre en la vida y lo quiero romper, lo quiero matar. Y todo me termina embolando, nada parece satisfacer completamente mis deseos o mis ansias. Me exaspero fácil y soy insoportable, sobretodo conmigo misma. Me harto de buscar salidas a cosas que ni siquiera tienen puerta de entrada. Me ahogo en vasos con agua llenos hasta la mitad. Me busco en otras personas. Sobretodo me pierdo en otras personas, en ojos ajenos.

Siento la fuerza arrolladora de un tornado saliendo del pecho y la valentía suficiente para hacer cosas que me pueden desarmar. Y estoy llena de miedos, tantos que tengo terror de que algún día sean más grandes que mis ganas. Pero sé que mientras los tenga cerca, mientras me anime a hacerme cargo de mi oscuridad, no van a crecer. Los quiero llevar de la mano para demostrarles lo que soy capaz de hacer gracias a ellos, a lo que me inspiran.
Tengo dudas, me cuestiono, me pregunto mil veces si lo que hago está bien, si me hace crecer y si con eso acaso estoy lastimando a alguien. Cuido a los demás más que a mí misma a veces, mal yo.
Tengo crisis existenciales y un lado filosófico que me salva de la cotidianidad del mundo, del hastío. Tengo amor por la Luna, por las estrellas, por el universo. Tengo música, que siempre me salva. Me rompe, me hace cenizas, me hace renacer. Pintar me salva. Escribir, leer, viajar me salvan. Ser tan intensamente apasionada por todo -incluso por lo que me consume- es suficiente para saber que quiero seguir viva, abriendo el pecho sin miedo a mostrarme como soy. Estallando como un big-bang.
Soy en extremo incendiaria y en extremo calmada, tanto que a veces me hundo en mi propio océano de emociones rotas.

Tener pasiones me salva de esos días que tocan fondo, en los que lo único que realmente deseo es dejar de respirar para descansar.

12 de julio de 2016

11 de julio de 2016

Monedas.

El domingo que nos conocimos encontré una moneda cuando caminábamos hacia la rambla. Las monedas son la forma personal de comunicarme que tengo con el universo, son como señales. Estoy loca, sí, pero cada vez que encuentro una es porque estoy enroscada en algo, preocupada o dubitativa, y las monedas aparecen como confirmación de que todo va a estar o está bien. Es como el "quedate tranquila" de mamá, pero a la distancia y tangible.

Apenas lo ví me pareció buena persona, uno presiente esas cosas. La cara de bueno, la mochila al hombro, el sol de las seis de la tarde. Nunca supo ni sabrá qué fue lo primero que pensé al verlo, pero de seguro no fue nada que no le gustaría saber.

Un poco me emborraché y otro poco me drogué en la playa mientras atardecía, porque yo no soy de ocultar mi personalidad para caerte bien: me aceptás como soy o no me aceptes. Mal no le caí porque eran alrededor de las diez de la noche cuando estábamos mirando la Luna llena en la terraza de casa. Un par de besos y una cena después salió por la puerta para volver a entrar unas cuantas veces más. Tengo la costumbre de que me cueste cerrar la puerta si te hacés querer.

Tuvo que pasar algo de tiempo para darnos cuenta de que no buscábamos lo mismo y de que a mí, como siempre, me costaba vivir el presente sin pensar a largo plazo. Nos dijimos "chau" una semana antes de mi cumpleaños, un poco empujados por mi cabeza que no me permitía seguir en esa situación que veía algo desequilibrada.

Claro que después Montevideo lo acercó de nuevo porque acá existe esa cosa en el aire, un nosequé que te acerca y aleja de las mismas historias una y otra vez, como si no pudieras desprenderte hasta haber aprendido la lección, como si te obligara a dejar de amputar personas de tu vida cada vez que querés sanar u olvidar.

No importa nada más, estamos a destiempo y eso no se ajusta de un día para el otro, ni de un Febrero a un Julio. No es fácil.
No es fácil, nunca, alejarte de los que querés cuando la distancia no es suficiente.
No es fácil aceptar que a veces las relaciones son algo raras, retorcidas, y que por más encendidas que estén nada podés hacer vos para desviar al destino de lo que tiene que ser, o no.
A veces el amor no es lo que esperamos, sin embargo de alguna loca manera, es. Porque si no sintiera algo de amor, del tipo que sea -grande, chico, de amistad, de pareja, de compañeros de camino un rato- yo no te abro las puertas de mi casa ni te dejo abrazarme y dormir en mi cama cuidándome de las pesadillas.

Tengo que aprender a escribir finales aceptando que las personas pueden seguir formando parte de mi vida igual, porque de alguna manera en esta ciudad o me encontré con personas muy buenas o realmente no puedo hacer el corte tajante que estaba acostumbrada a hacer. O quizás algo crecí.
Pareciera que Montevideo es una ciudad llena de historias que no van a ningún lado, pero tal vez porque en realidad la que estaba un poco perdida era yo.

10 de julio de 2016


Abandónica.

Descubrí que mi modus operandi preferido, es alejarme, abandonar a la gente antes de que ella -en cualquier tipo de relación- me abandone a mí.
Descubrí que soy una especie de mujer abandónica, de cobarde que cuando ve limitaciones sin salida, no se queda esperando ilusa que la respuesta caiga del cielo, o que el otro de repente se sienta diferente. No me quedo esperando soluciones mágicas pero al menos siempre doy opciones, es algo que nunca puedo evitar: buscar alternativas. Sin embargo, las alternativas siempre incluyen algo a mi favor, obviamente, porque las otras opciones que no me benefician no se nombran, están implícitas. Descubrí que no me gusta presionar a nadie y que, entre todos esos motivos, ante la imposibilidad de ejecutar cualquier alternativa a favor de mi felicidad, la mejor salida siempre termina siendo la huída. Quizás no es tal porque no huyo suicidándome con una cobardía fantasma, sino diciendo las cosas, avisando, al menos, que me estoy yendo, que necesito que me permitan desaparecer.
Probablemente absorbí el modo de abandono de mi padre, aunque él jamás me dijo literalmente que se estaba yendo y que no sabía cómo manejar la situación. De todos modos, por más que lo sepamos, las situaciones no siempre son manejables, porque las personas involucradas no lo son. Menos mal.
Descubrí que no quiero a la gente, porque la intensidad con la que vivo las cosas, con la que crecí, con la que hago todo lo que me gusta, con la que respiro, directamente ama. Yo no tengo puntos medios y me cuesta mucho aceptarlos en los demás. Mal yo. Sin embargo, cuando amo, amo el todo como algo más que la suma de las partes, así como me enseñó la Gestalt en la facultad. Y no amo como se aman las parejas ni como se dicen amar los partícipes de una boda: yo amo distinto, porque descubrí que puedo amar con el alma además de amar con el cuerpo y con el ego.
Amar con el alma te cambia la mente. Te hace un “click” lo suficientemente poderoso como para darte cuenta que amás a muchas personas al mismo tiempo, que todos a tu alrededor son tu familia del alma, los que elegiste en esta vida para crecer. Que estén lejos o estén cerca, con vos o  sin vos, lo que más feliz te hace es que todos ellos lo sean, a su manera. Por más que cueste. Que aunque se hayan equivocado o te hayan lastimado, tenés la capacidad de perdonar, de comprender que no todos estamos al mismo nivel deloquesea y que, sobretodo, vos los podés amar igual, porque el amor que tenés dentro del alma no tiene límites ni sabe juzgar o discriminar. Todo tan hippie. Porque vos también te equivocás, a veces también te comportás como una idiota y porque nadie es lo suficientemente sabio en esta vida. Porque vos también lastimás. Y ahí el ego se revuelca en la arena, se quiere dejar morir en el mar porque ya no es suficiente para vos, porque se dió cuenta que podés amar sin incluírlo al cien por ciento. Claro que nunca se va, no serías una persona equilibrada sin ego.
Descubrí que soy distinta simplemente porque todos lo somos. Está en cada uno descubrir, de verdad, qué lo hace diferente. Como cuando sos adolescente y buscás tu identidad, algo así.
A mí me hace diferente poder amar con todo lo que soy y no tener límites para querer a los que me ayudan a crecer, cerca, lejos, de día o de noche, conscientes de ello o no.
Reconozco que estoy tan llena de falencias que no sé cómo empezar a arreglarme. Reconozco que estoy cansada de no tenerme paciencia, de trabajar en mí día a día sin ver resultados o no viendo lo que mi ego quiere ver, tal vez. Estoy tan cansada de mí que tengo que huir para tener otro punto de vista de las cosas.
Y estando lejos miro para adentro y todo eso se va, veo con más nitidez, como cuando me pongo los lentes y todo se aclara de repente.
Como si al fin alguien alumbrara con una linterna.
Hasta que me doy cuenta que la que está alumbrando mi propia oscuridad soy yo.

6 de julio de 2016

Presente.

Llueve.
Hace como mil semanas que llueve o en Montevideo una semana de lluvia es una eternidad.
Son las doce y media de la noche y claro que me despabilé.

En Spotify Florence Welch me canta un universo.
En el blog hay un par de entradas incompletas, en la cabeza muchas ideas y proyectos dando vueltas: tengo tantos hobbies que a veces me desespero por organizarlos.
En el piso hay blocks de pintura, libros de mapas y cuadernos llenos de vida.
En Whatsapp unas amigas planean una ida al cine el sábado y yo nunca fui al cine en Montevideo aún. Un amigo me manda la foto de un conejo de ojos rojos, como la canción de Buitres, y otro me pregunta cuándo es que me voy de viaje.
Mi roomate duerme. El gato -increíblemente- parece que también.

Estoy acostada en la cama que compré hace menos de un año y que ya entretuvo a varios pasajeros.
Miro la guía de viaje acostada a mi izquierda y un libro de cosas mágicas que la acompaña. Nada es casualidad: viajar es mágico.

Tengo el pelo suelto, aún no me puse el pijama y hay mil ventanas abiertas en mi buscador. Twitter que perdió relevancia, un blog de escritura, mucha astrología, Pinterest y algunas páginas de viajes.

Llueve afuera solamente. Hace días que ya no llueve adentro.

En mi cuarto hay calidez, tengo calor y me quiero desvestir.
No me importa el desorden, las cosas en el piso ni la hora que es.
Este día, en este momento, lo único que realmente me importa es la magnitud que cobró mi vida dentro de mi vida.
Hice lo que quise. Puedo hacer lo que se me ocurra.
Es hoy.

Me cambié la vida. Me la expandí. Y en el ínfimo polvo de estrellas éste que soy, no puedo evitar sonreír y sentirme gigante ante todo lo que estoy haciendo conmigo.
Porque todo de mi vida me gusta.
Lo bueno y lo que parece ser "malo".
Lo que me duele y lo que ya sanó.
Lo que me hace reír y lo que me dobla en llanto.
Lo que fue, lo que es y lo que no tengo idea qué será.
Estoy llena de miedos, de errores, de cosas que tengo que sanar. Estoy rodeada de preguntas sin respuesta. Sigo tratando de eliminar patrones nocivos de conducta.
Pero al menos cuento con ese nosequé que me hace comprender que aprendo de todas las experiencias. Que todo me enseña, todo está en su lugar, incluso cuando parece estar en desorden. Y que también cuento conmigo.

Quiero crecer. Nací con ansias de crecer y a veces se tornan insoportables, descabelladas.
Me quiero comer el mundo.
Quiero tener el tamaño del Universo.
Quiero aceptar que ser tan ambiciosa y hambrienta de vida está bien.
Quiero aceptar que la intensidad de Luna llena que me sale de las vísceras es la que me permite absorber todo con la profundidad de Neptuno. Y que eso también está bien.

Mi vida me gusta porque es mía. Porque la pinto y moldeo como quiero.
Mi vida me gusta porque decidí ser una persona feliz, y no solamente estarlo de vez en cuando.

La lluvia se escucha tan poética que por un rato me digno a disfrutarla.
En Spotify Florence Welch canta "It's always darkest before the dawn".
Y adentro está amaneciendo entre fantasmas que dejé que me habiten porque son parte de mí, con la condición de que no ocupen el lugar que precisan las cosas que vienen allá, adelante.

3 de julio de 2016

Culinaria.

No es casual que los afectos estén, en mi vida, íntimamente relacionados con la comida.

Tengo pasiones -más que años incluso- y siempre termino relacionándolas con las personas que quiero y que fueron o son significativas.

Este mapa mental de recuerdos conecta nombres, comidas, estrellas, fotos, palabras, cartas, viajes -incluso internos- y música. Puedo, sin problema, nombrarte a algún ser querido, y su correspondiente comida favorita, fecha de cumpleaños y signo solar, mi foto preferida con esa persona (en caso de existir), la palabra que mejor la define en mi vida, cuántas cartas o emails le escribí en el intento de comunicar mejor mis emociones, adonde fuimos juntos o qué viaje mental nos conecta y qué canción es la que mejor me la recuerda.

Sin embargo, parece que sí, que elijo la comida como método conector preferido. Si te quiero, alguna vez comimos juntos.

Comer fideos verdes indefectiblemente me lleva a mis tres años y a San Clemente con mamá, papá, mi tía y mis primos.
De mi abuelo absorbí esa costumbre extraña de untar queso en las facturas. Qué viejo grande, siempre comía lo que yo le cocinaba, aunque fuera un asco.
Cuando tomo té con leche, necesito pan flauta para cortarlo en tiras y poder mojarlo ahí, como aprendí de mamá. Ella nunca chorrea el té de la manera asquerosa en que lo hago yo, como si siempre tuviera cinco años.
Cocinar ñoquis o tarta de manzana es sentir a la abuela dando vueltas y tratando de terminar todo ella, desconfiando de mi certeza.
Si quisiera acordarme de papá comiendo, debería ingerir salchichas crudas o tomar Tía María. Y terminar vomitando ante el primer acto, claro.
De algún ex recuerdo los ravioles que hacía la madre, de Eleo su tarta de manzana express y de Manu su íntegra alimentación frugal. Juli es yakimeshi de pollo y Maca es tener jamón y queso en la heladera.

En Montevideo, pensar en Sofi y en la Rusa me hace babear meriendas exageradas. Romi es arrolladitos primavera.
Carla me recuerda tartas de verduras y semillas que me hacen extrañarla un poco. Martín es pizzas que nunca probé o algunas hechas a medias en la parrilla. Ah, y Pepsi.
Giulia es cenas de trabajo que te devuelven a tu casa sin aire y Mari no tiene comida asignada porque es exclusivamente cerveza y porro.
Rodrigo es sopa de letras.

Confirmo, como quien se anima a asegurar cualquier asunto personal aunque a nadie más le importe, que la cocina es el centro de una casa. De las emociones, de las relaciones, de la nutrición.
Y en mi caso, podría hasta decir que es el centro de una persona.

Mamá es nuestro primer contacto con el alimento y quizás los que tenemos problemitas de apego también tengamos alguna conexión especial con la cocina.
Por suerte en mi caso lo mío sería una determinada abundancia, ya que mi vieja siempre me dió todo.

La idea al crecer, es terminar siendo uno mismo su propia madre, sabiendo nutrirse con coherencia y de la mejor manera posible.
Mi manera de nutrirme es comer acordándome de todas las personas importantes de mi vida, esas que nunca voy a dejar de querer.

Es como si el ritual de la comida me asegurara, de alguna ridícula manera, que están siempre conmigo y que yo estoy siempre con ellos.

Resumen.

Mi amor por las estrellas me hizo sacudir el polvo y abrir los ojos ante una posible realidad, que elegí vivir en carne propia y dejar de idealizar.

Un día elegí Montevideo y a los tres meses crucé el charco con tres bolsos. Sola con mi Alma. Y ese fue el primer paso para darme cuenta de que no soy de ninguna parte.

Nací en Campana en los años ochenta -una ciudad fabril llena de historia- meses antes de que Alfonsín fuera electo presidente de Argentina.

Crecí en la casa de mis abuelos y mi familia es enorme, contando inclusive a todos los que viven dentro mío solamente.

Mis mejores recuerdos son en Diciembre. Los peores siguen ahí en un rincón, desbloqueados y libres de enseñarme lo que quieran antes de irse.

Mamá siempre fue mamá y papá. No tengo hermanos de parte de ella pero mi viejo me dió tres mujeres fuertes e intelingentísimas como para no olvidarme nunca de mi apellido.
Mi abuelo también fue mi papá. Es el único al que extraño.

No éramos pobres, aunque no nos sobraba la plata. La clase baja era el lugar común y yo sabía que no podía pedir regalos materiales muy caros. A veces la economía repuntaba y mamá me sorprendía con tal de que yo entendiera que no era que no quería, sino que no se podía.
Crecí a la par de mi empatía y nunca fui una nena caprichosa.

Ser hija única fue la base de mi creatividad y una apertura obligada a mi imaginación desbordante.
Todavía tengo presentes los sueños que tenía a los nueve años y hasta recuerdo la agencia de viajes en la que trabajaba recortando el suplemento de Clarín y ofreciéndole a mis clientes invisibles los mejores destinos, que obviamente yo ya conocía.

También tenía un barco que delineaba con tiza en el piso del patio y que sabía timonear incluso ante la mejor tormenta. Y en mis ratos de soledad prefería que mamá me armara una carpa y allí me internaba, quién sabe procesando qué cosa, tan necesitada de esa protección de útero materno que tal vez todos, en el fondo, a veces extrañamos.
Qué raro el humano.

Aprendí a leer a los tres años y de ahí no paré nunca más. Porque al mismo tiempo empecé a aprender a escribir y descubrí que me desenroscaba mejor de esa manera.

Siempre miré al cielo. De día, de noche, en patios, en jardines, por la calle. Caminando distraída o tirada en el pasto.

Y fue el cielo el que me escuchó llorando, el que soportó mis insultos, el que me aprobó las sonrisas y el que me miró abrazar a los que amo. Fue el cielo el que siempre me dijo cómo seguir y adonde ir. El que me hizo descubrir que no tengo que mirar siempre arriba, porque puedo encontrarlo mirando adentro. Por escucharlo es que hoy estoy donde estoy,

Un día elegí Montevideo y fue la patada inicial al resto del mundo. Porque yo no soy de ninguna parte. Nací en Campana, a ochenta kilómetros de Capital Federal, en Buenos Aires.
Pero también nací para aprender a ser de todos lados.

27 de junio de 2016


Soltar, tan lugar común.

La señal inequívoca de seguir sintiendo el hueco en el pecho, adentro de su abrazo, debería haberme bastado.
No eran iguales a los abrazos de él, tan llenos de amor, mas bien éstos eran más protectores, más de rodearme entera, de cuidarme por saberme frágil.

Yo, que desde que recuerdo me cuido sola, me dejé abrazar de nuevo, porque necesitaba que su pecho me cubriera las espaldas.

Yo, que me jacto de la libertad e independencia de la soltería, descubrí un día que de verdad me gusta estar acompañada, que ya no puedo mirar a otro lado como distraída, como si no supiera que lo que quiero es vivir adentro de una película romántica y empalagosa comiendo perdices. Tan rosada. Tan Disney.

Yo, que me paro en pos de la fortaleza de la mujer, sucumbí ante mi lado machista al sentirme un capullo débil a la intemperie de Montevideo -que bastante dura es en invierno- y prácticamente le rogué que me cuidara.

No eran iguales a los abrazos de él, porque aquellos eran desde el Alma y a éstos me los dieron con el cuerpo entero, que no es menos.

Yo, que me entrego íntegra, sin limitaciones, tuve que ahogar palabras y aprender a compartirme en lugar de darme, porque sino me quedo sin nada. Sin mí.

Yo, que reniego de los cobardes, me hice un bollito adentro de sus brazos y aún me pregunto cómo fue que no terminé la noche quebrada en llanto, con esa canción endemoniada de fondo que más que pasado tiene lastre.

El abrazo se desarmó, los brazos se guardaron en la ropa que durmió en el piso y yo sigo de pie, evaluando mi comportamiento estructurado de vivir arriesgándome.
Porque a veces hay que resguardarse ante los riesgos que inevitablemente te devolverán a la realidad en pedazos, porque alguien más te necesita entera.

Y porque quizás no era su abrazo lo que yo necesitaba para llenarme, sino saberme completa así, toda suelta, intensa, románticamente insoportable.

24 de junio de 2016

Volver a casa.

Mamá me había estado esperando en la puerta de los arribos de Buquebús, cámara en mano, y le esquivé la foto. El marido me saludó tan efusivamente que casi le agradezco la muestra de afecto.
Valentín bajó la escalera sin ladrar y se hizo pis encima cuando lo saludé.
Mis amigas hicieron cola en la puerta de casa cuando llegaron, para abrazarme. Lau vino bajo la lluvia con tal de que hablemos horas de las vidas paralelas que tenemos. Con Manu necesitábamos ese pequeño rato de charlas eternas dándonos consejos. Mi familia me preguntó mil veces cuándo llegué, cuándo me voy y cuánto estuve viajando por ahí.

En poco más de veinticuatro horas experimenté tremendo terremoto emocional en el que pude verme con -casi todos- mis seres queridos. Mi mundo, mi anterior entorno, mi gente. Mis raíces.

Volver a casa es rejuvenecedor.
Es recordar cómo era dejarse mimar.
Es amor.

16 de junio de 2016

¿Cuántas veces se puede volver a empezar?

Armás una vida cuando armás una casa.
Cuando hacés que cuatro paredes se transformen en un hogar.
Cuando el aire huele a mermelada casera o a pan en el horno.
Cuando laburás por aquello que se convierte en básico a la hora de vivir solo o con alguien más.
Cuando sos malísima ahorrando pero a la fuerza aprendés a cuidar tus gastos porque tenés que aprender, al mismo tiempo, a vivir sin depender de nadie más.

Armás una casa constantemente.
Cuando colgás un cuadro nuevo o cuando te tirás a observar ese rincón redecorado mientras te calentás las manos con un té.
Cuando cambiás de lugar los muebles.
Cuando te decidís a tener una mascota.

Armaste un hogar cuando te das cuenta que preferís quedarte en casa.
Armaste un hogar cuando te llegó la cocina nueva.
Y todos sabemos que el fuego es el centro de cualquier universo.

Armaste un hogar.
Empezaste de cero.
Por segunda vez.

¿Cuántas veces se puede volver a empezar?
Las que sean necesarias.

26 de mayo de 2016

No te conformes.

Estoy convencida de que no nacimos para conformarnos.
Estoy segura de que cuando descubrimos que hay "algo más", no podemos seguir ignorándolo, pasándolo por alto, mirando a otro lado.

Una vez que conocés la magia, esa conexión especial con alguien, ¿Qué haría que el día de mañana te conformes con menos?

Cuando encontraste el trabajo de tus sueños, ¿Por qué querrías aceptar otro que sólo satisface tus necesidades básicas?

Si descubriste lo que te hace elevar el Alma, ¿Por qué motivo dejarías de hacerlo?

Todas esas preguntas se responden con una sola palabra: Miedo.

Miedo de salir herido, de no ser suficiente, de no cumplir con tus expectativas o con las de alguien más. Miedo al compromiso, miedo a "perder la libertad" (cuando en realidad no se la conoce realmente si se teme perderla), miedo a fracasar, a perder algo o alguien, a no experimentar demasiado en la vida, miedo a la incomodidad del cambio, miedo miedo miedo.

Entonces, ¿El miedo de dónde sale? De la falta de amor propio.
Una vez me preguntaron si el amor propio me limitaba. Claramente esa pregunta no tenía las bases suficientes como para entender que decir NO no es limitarse: es respetarse.

La falta de autoestima, entonces, deriva en miedo y el miedo nos bloquea a experimentar las cosas más importantes y grandes de la vida, porque la mayoría de esas cosas requieren mucho trabajo previo y un gran nivel de compromiso con nosotros mismos, para luego ofrecerlo a la situación, cosa o persona.

Conocí a alguien con quien tuve la magia más grande del mundo, y lo sé porque la pude ver, la sentí, la reconozco. Ahora sé que si sólo quisiera sentirme cómoda y segura al lado de alguien, simplemente lo haría. Pero no, si ya sé que otras conexiones más profundas existen, no me voy a conformar.

Tengo el trabajo que ni siquiera imaginé tener en la vida. No sólo hago todo lo que debo hacer por cuidarlo, sino que me comprometo, al mismo tiempo, a cuidarme a mí en él.

He descubierto -por suerte- una gran cantidad de cosas que amo hacer, que me elevan, que me nutren, que me ayudan a mejorar como persona cada día. Y no pienso dejarlas de lado por nada, porque yo no quiero dejar de sentirme "yo".

Alguna vez sentí que me faltaba libertad.
Era porque simplemente no la conocía y tenía una idea adolescente de que tener libertad significa hacer lo que uno quiera, donde y cuando quiera.
Libertad es poder elegir siempre la opción de crecer y de avanzar, de transformarte, de cambiar. De salir del lugar cómodo y estancado donde no tenés posibilidades de crecimiento. Y no es casual que esa libertad siempre se encuentre en las situaciones más difíciles.
Libertad es poder decir "basta"o "vamos", es poder amar sin limitarte, es ser quien sos sin ocultar nada, es despertarte cada día seguro de que la decisión que tomaste es la correcta. Libertad es saber cuándo seguir y cuándo parar, es respetar a los otros, es no exponerte a situaciones que a largo plazo sólo te traerían dolores de cabeza.
Libertad es viajar por el mundo pero sobretodo es viajar para adentro.

Alguna vez sentí que quería experimentar -casi desesperadamente- todo lo que se pudiera experimentar en la vida. Hasta que descubrí que mi curiosidad, además de no tener límites, no estaba siendo dirigida a los lugares, situaciones o personas indicadas.
Sigue sin tener límites, pero descubrí que me interesa más experimentar la profundidad de algo, el "hasta dónde" se puede llegar, en lugar de saltar de cama en cama, o de trabajo en trabajo, sólo por citar ejemplos.

Alguna vez sentí miedo ante la incomodidad, ante los cambios.
Más tarde descubrí que lo mejor que te puede pasar en la vida, es mutar constantemente. Porque cuando entendés que podés proveerte la estabilidad necesaria vos solo, que todo lo demás vaya cambiando al principio asusta, pero hace mucho más entretenido el camino. Y probablemente termines haciéndote adicto a cambiar, porque es sinónimo de evolucionar. Si lo hacés bien, claro.

Entonces, conformarse es para débiles. Para los que no se animan a romperse, porque no saben que después se vuelven a armar. Conformarse es para mediocres, para los que eligen quedarse estancados cuando arriesgarse parece terrible.
Conformarse es para gente aburrida que más tarde se pregunta qué ha hecho con su vida.

La curiosidad te hace cuestionarte. La libertad te da opciones.
Saber lo que querés de la vida, requiere que cuestiones esas opciones con el Alma.

Y que no te conformes con lo superficial, con lo efímero, nunca. Porque siempre, siempre hay algo más grande ahí atrás, mucho más grande de lo que nuestros ojos llegan a ver.