10 de octubre de 2023

La cicatriz

A mis doce años me caí en la bici y me hice un agujero nosécómo en la pierna. Esa fue mi primera cicatriz, la lucía con orgullo. Sentía que era por aventurera.

A mis veintitantos haciendo sandboard me crucé con una piedra a la altura de mi mano. La cicatriz aún sigue, la aventura quizás fue un poco más agreste. 

A mis cuarenta me operaron por primera vez, tuve mi primera anestesia y mi primera cirugía. Pero yo estaba consciente. El efecto de la anestesia me adormeció de la cintura para abajo y me hizo sentir tanto frío que no paré de temblar en esos minutos en los que duró la operación. O sí. Quizás dejé de temblar cuando escuché el llanto de mi hijo del otro lado del separador, que se calmó cuando lo acercaron a mi cara y le dí la bienvenida con las palabras más transformadoras que pude haber expresado alguna vez: "Bienvenido al mundo, hijo, acá está mamá".

Y ahora guardo la cicatriz que más me dolió pero que permitió que además de abrir mi cuerpo, se me abriera el alma, se me expandieran la vida y el corazón. 
Aún no entiendo mi rol. Mi mente no termina de procesar que ese ser humano pequeño se calma en mis brazos, llora para que lo alimente con aquello que nace de mí, me necesita.

Hace mucho no escribía, en general. Mucho menos en este blog.
Siento que vuelvo a mí cuando escribo en esta especie de diario íntimo público, una cosa extraña que aún no comprendo porqué mi ego la necesita para sentir que vuelve a sí.

Porque escribiendo siempre siento que vuelvo a casa.

Y con una cicatriz nueva, escribir se hace tarea impuesta para evitar que el caos de la maternidad me desborde. Un caos que da comienzo a cosas nuevas, como todo desorden creativo lo hace.

Un caos que es mitad infierno y mitad paraíso. Que es humano y terrenal al mismo tiempo, y que saca lo más primitivo de mí, casi hasta desconocerme.

Será que, al final, esto sólo fue una pausa porque nunca dejé de correr con lobos.

No hay comentarios: